Nació en Buenos Aires en 1800. Ingresó al Ejército Patriota poco antes de las acciones que Manuel Belgrano sostuvo con los realistas en el Alto Perú, hasta que al fin cayó prisionero de aquéllos en la derrota de Vilcapugio, el 1º de enero de 1813, niño aún siendo cadete del Regimiento Nº 1. Fue enviado a las Casamatas del Callao, donde permaneció en lúgubres calabozos por espacio de muchos años. Habiéndose producido la sublevación de la guarnición de El Callao, en la nefasta noche del 4 al 5 de febrero de 1824, y habiéndose pasado al enemigo la tropa independiente allí sublevada, los españoles resolvieron trasladar los jefes y oficiales patriotas que tenían prisioneros, a la isla Chucuita, en el lago Titicaca. Para realizar este fin, el general Juan Antonio Monet dispuso que los 160 jefes y oficiales prisioneros salieran de El Callao, escoltados por dos partidas de la división a sus órdenes, y que fueran dirigidos al valle de Jauja. En la primera jornada, 18 de marzo, pernoctaron a 36 kilómetros de Lima, y antes de entregarse al descanso, dos de los prisioneros, el sargento mayor Juan Ramón Estomba y el capitán Pedro José Luna, se propusieron aprovechar la primera ocasión favorable que se les presentase para fugarse, participando de sus intenciones al mayor Pedro José Díaz y a los oficiales: Manuel Prudán y Domingo Alejo Millán. Al tercer día, el 21 de marzo de 1824, aprovechando el pasaje de un puentecillo en una quebrada, los dos complotados se deslizaron a lo largo de una acequia, como por un camino cubierto. Bien pronto sus guardianes advirtieron su evasión; informado Monet, cuando llegó al pueblo de San Juan de Matucana, a 47 kilómetros de Lima, dispuso que dos de los prisioneros fuesen ejecutados, a la suerte, en reemplazo de los dos evadidos, a cuyo efecto se presentó al grupo el general Andrés García Camba, jefe del Estado Mayor de la División de Monet, quien de inmediato dispuso hacer formar los prisioneros para dar cumplimiento a tan cruel sentencia.
El sorteo de Matucana
Entre los prisioneros marchaba el Dr. José López Aldana, auditor del Ejército Patriota, quien protestó de tal disposición violatoria del derecho de gentes, pues transforma a la víctima, en guardián de la víctima; a lo que contestó García Camba, que se diesen por bien servidos que aún mantuviesen la cabeza sobre los hombros. Fue entonces que el coronel argentino José Videla Castillo, que por su elevada jerarquía formaba a la cabeza del pelotón de oficiales prisioneros, manifestó con sublime entereza: “Es inútil la suerte. Aquí estamos dos coroneles: elija cuál de los dos ha de ser fusilado, o juntos si se quiere y hemos concluido” “¡No! ¡No! ¡La suerte!” gritaron los prisioneros unánimemente. García Camba procedió inmediatamente al sorteo a muerte, para lo cual escribió las cédulas sobre una caja de guerra que sostenía un tambor de órdenes, cédulas que fueron arrojadas dentro de un morrión de un soldado del Regimiento de Cantabria que proveía la escolta a los prisioneros. Inmediatamente pasó lista nominal de los prisioneros (1) y empezó el sorteo: Videla Castillo fue el primero que extrajo su cédula del morrión hispano y la abrió, resultando blanca, siguiendo el acto sin novedades hasta que llegó el turno al mayor Tenorio, que ocupaba el sexto puesto, quien exclamó: “¡Yo no tomo la cédula!”. “El señor -agregó, señalando al capitán Ramón Lista (perteneciente al Regimiento Río de la Plata)- sabe quienes protegieron la fuga”. “Yo no se nada”, interrumpió Lista. “¡Venga la suerte!”. “¡Usted me lo ha dicho!”, exclamó Tenorio. “¡Es un infame!”. En aquel instante salió de entre las filas de prisioneros un oficial que exclamó: “¡Yo soy uno!” y “y yo el otro”, prorrumpió otro prisionero, que imitó la acción de su compañero. “¡Venga la suerte!”, gritaron todos los demás, con excepción de Tenorio. “¡Es inútil!” contestaron aquellos dos valientes que se ofrecían así como víctimas propiciatorias de sus compañeros de infortunio. El primero se llamaba Manuel Prudán, de Buenos Aires, tenía 24 años (2). El otro, Domingo Alejo Millán, natural de Tucumán, prisionero de Ayohuma, que también había permanecido siete años encerrado en las Casamatas del Callao, era menos joven que el anterior, pues contaba 33 años; ambos habían compartido las duras fatigas del infortunio. Ambos se ofrecían ahora al sacrificio, sin vacilaciones, y con sublime entereza. Los prisioneros pidieron que se continuase el sorteo: “¡Es inútil!”, interrumpió Millán, “y en prueba de que soy uno de los complicados con la fuga, he aquí una carta de Estomba”. “En mi maleta de viaje se encuentra la casaca de Luna”, agregó Prudán. “No hay que afligirse –dijeron a sus compañeros- verán morir dos valientes”. “No hay para qué seguir la suerte”, expresó entonces con terrible frialdad el general García Camba, “habiéndose presentado los dos culpables, serán fusilados”. “¡Prefiero la muerte -prorrumpió Millán- a ser presidiario de los españoles!”.
El general español Pascual Vivero, que en este intervalo había advertido lo que pasaba en el campo de los prisioneros, se dirigió hasta donde ellos estaban, y sin proferir una palabra se formó tranquilamente a la cabeza de la fila, como si fuese a cumplir con un deber ordinario del servicio.
Era el general Vivero un anciano de más de setenta años, de figura marcial y fisonomía simpática, a la que daban apacible majestad los blancos cabellos que coronaban su cabeza.
García Gamba, que se hallaba en aquel momento distraído presidiendo los preparativos del sorteo, notó al general Vivero al levantar la vista.
- Señor don Pascual -le dijo, haciéndole con la mano ademán de que se retirase-, con usted no reza la orden.
- ¡Sí, reza! -contestó sencillamente el noble anciano.
- No, señor don Pascual, esta orden sólo reza para los prisioneros que marchaban unidos.
- Debe rezar conmigo, porque debo participar de la suerte de mis compañeros, así en las desgracias como en la felicidad. Por mi grado me corresponde sacar la primera suerte.
- ¡Se va a proceder al sorteo! -gritó el implacable jefe del estado mayor, sin darse por enterado de la insistencia.
Entonces, el general Vivero, sensibilizado en presencia de tantos jóvenes que iban a jugar sus vidas, se dirigió al ejecutor de tan tiránica orden, hablándole en estos términos:
“Soy un viejo soldado que ha sido traidor a Fernando VII; que ha entregado la plaza de Guayaquil, y he devuelto todos los honores al Rey. He perdido dos hijos en el campo de batalla y han muerto defendiendo su patria, que es también la mía, porque era mía la sangre que derramaron. De consiguiente, poco útil puedo ser ya a la patria: esos jóvenes todavía pueden darle días de gloria, por lo que pido y suplico que se sacrifique a este pobre viejo y que se salven tan preciosas vidas”.
García Gamba no oyó, o acaso aparentó no oír, las sentidas palabras del generoso anciano.
Las dos víctimas fueron puestas en capilla, confesados por el cura de Matucana. Millán pidió como última gracia que le dejaran vestir el uniforme de la Patria. Se lo puso, sacó del forro de la casaca las medallas de Tucumán y Salta, se las colgó en el pecho y dijo: “He combatido por la independencia desde joven; me he hallado en ocho batallas; he estado prisionero siete años y hubiera estado sesenta antes de transigir con la tiranía española. Mis compañeros de armas vengarán este asesinato”. Quisieron vendarle los ojos, pero tanto Prudán como Millán, se resistieron. Formó el pelotón encargado de ejecutar la criminal sentencia. Millán con admirable entereza, en el momento de apuntársele los fusiles que terminarían tan valiente vida, dijo: “¡Compañeros!, la venganza les encargo”, y desabrochándose la casaca, gritó con voz firme: “¡Al pecho!… ¡Al pecho!… ¡Viva la Patria!”.
Prudán murió con la resignación de un mártir, exclamando también: “Viva Buenos Aires!”. El cruel ejecutor de la sentencia, García Camba, hizo desfilar después el resto de los prisioneros ante los cuerpos ensangrentados de estos dos mártires de la Independencia de América.
La ejecución de estos dos valientes tuvo lugar el 22 de marzo de 1824.
El coronel Ramón Estomba, uno de los fugados, que fue causa del sorteo, compuso una canción fúnebre, la que con música de La Pola se cantó por muchos años en los campamentos militares. Dice una de las estrofas:
Al suplicio conducen a entrambos,
y con ánimo grande Millán,
desabrocha el honroso uniforme
y les dice: “Aquí, al pecho ¡tirad!”
Referencias
(1) Los sorteados en Matucana, fueron 78 jefes y oficiales, pero no nos ha sido posible recoger sino los nombres de 66, conservados por la tradición oral, por el testimonio escrito del coronel Espinosa en su libro “Herencia española”, y especialmente en el “Album de Ayacucho”, donde se registra la lista de los jefes y oficiales argentinos, chilenos, peruanos y colombianos, prisioneros en el Callao, a consecuencia de la sublevación. La lista de los sorteados en Matucana, cuyos nombres se han salvado, es la siguiente: Auditor de guerra Fernando López Aldana; jefes: coroneles José Videla Castillo (argentino), y Carlos María Ortega (colombiano), Eduardo Carrasco, Nicolás Medina, Escolástico Magán, Juan Argüero, Llicio, Eugenio Giroust. – Oficiales: Pedro José Díaz, Santiago Gómez, Manuel Pando, Domingo Cavero, Eduardo Balarezo, Mariano Campana, Ramón Lista, José Félix Ortiz, Heredia, Manuel Castro, Manuel Prudán, Domingo Millán, José Antonio Pérez, Jiménez, José Callejas, Domingo Reaño, Miguel Noriega, Manuel Ríos, José Quiroga, Javier (ó Gabriel) Grados, José M. Chehueca, José Gayangos, Francisco Lucero, Cipriano Miro (de Montevideo), Norberto Funes, Melitón Avarez, Valentín Calderón, Tomás Muñiz, José Ignacio González, José R. González, Lorenzo R. González, José Ramos, Manuel C. Dulanto, y José T. Dulanto (hermanos), José Antonio Pérez, Taramona, Juan Barrón y Pedro Barrón (hermanos), José Castro, José Tapia, Manuel Tineo, Eugenio Fernández, Manuel Gómez, Tomás Cabanillas, Ariste, Carlos Godoy, Manuel Pérez, José Luján, Tadeo Oliva, Manuel López. – A que debe agregarse el general español Pascual Vivero, que voluntariamente quiso tomar parte en el sorteo. – El orden de formación de los que sacaron suerte era el siguiente: Vivero, que se colocó a la cabeza, López Aldaña, Videla Castillo, Ortega, Magán, Reaño, Manuel López, y Pedro José Díaz, que precedía a Tenorio. Este último dato ha sido suministrado por los coroneles (después) Pedro José Díaz y Ramón Lista, que seguía a Tenorio, y también llegó a tomar suerte.
(2) Con fecha 18 de diciembre de 1817, adjunta el virrey Pezuela en carta particular, contestando a San Martín sobre canje de prisioneros, una relación de los del Alto Perú que están en su poder, en que se lee esta anotación: “Cadete Manuel Prudán, 17 años, patria Buenos Aires”. Prudán fue canjeado en 1820. – La fe de bautismo existe en la parroquia de San Nicolás de Bari.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Mitre, Bartolomé – Historia de San Martín y la emancipación sud-americana.
Portal www.revisionistas.com.ar
Turone, Oscar A. – El sorteo de Matucana.
Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1939).
Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar