Los acontecimientos desencadenados durante los últimos meses de 1834 en las provincias del noroeste argentino, apresuraron las cosas de un modo tal que el general Juan Facundo Quiroga se erigió en un comisionado hombre de paz que llegaba a la zona con directivas que le había conferido su amigo Juan Manuel de Rosas.
Diremos, en primer lugar, que el 18 de noviembre de 1834 Jujuy obtiene su autonomía respecto de la provincia de Salta, y que, a su vez, en este episodio existieron fehacientes pruebas de la intromisión del mariscal boliviano Andrés Santa Cruz, quien en su afán expansivo siempre deseó tomar para sí los territorios del norte argentino. Adeptos no le faltaron, pues bajo este propósito secesionista se le arrimaron numerosos contingentes jujeños y expatriados unitarios que le obedecieron notablemente. Pero no terminó todo allí. Al tiempo que Jujuy se separaba de Salta, el gobernador de la nueva provincia, coronel José María Fascio, ya estaba planificando el derrocamiento del gobernador salteño Pablo de la Torre (o Pablo Latorre, como se lo conoce comúnmente), para colocar en su lugar a otro que se entroncara en la estrategia urdida por Santa Cruz, esto es, la separación de las provincias del norte argentino para luego introducir en ellas autoridades dóciles a los mandatos bolivianos. El lugar dejado por el derrocamiento de Latorre fue ocupado provisoriamente por José María Saravia, y dos días después, el 12 de diciembre de 1834, el gobernador elegido para Salta fue José Antonio Fernández Cornejo.
A su vez, y para hacer notar la extrema situación que se vivía en territorio patrio, el gobernador tucumano Alejandro Heredia decide invadir Salta, tal vez urdido por la desinformación unitaria que hablaba de la “opresión” que sobre la población salteña ejercía el gobernador Pablo Latorre. Por otro lado, no pocas versiones aseguraban que, ante el peligro que corría la gobernabilidad en Salta, Pablo Latorre tenía decidido invadir y asegurarse el territorio tucumano. De esta manera, se originó una muy grave crisis entre ambas provincias, suceso que podía expandirse con suma y temeraria facilidad hacia otros pagos argentinos.
Manuel Vicente Maza, amigo y colaborador de Juan Manuel de Rosas, era el gobernador que tenía la provincia de Buenos Aires mientras los sucesos anteriores se desarrollaban a toda prisa. Enterados de la anarquía y la subversión norteña, Maza y Rosas deciden despachar hacia esos lugares al caudillo riojano y mejor federal Juan Facundo Quiroga, hombre respetadísimo en el centro y noroeste del país.
Facundo llega a Santiago del Estero
Parte a toda prisa, y con las premisas de Rosas expuestas en la famosa Carta de la Hacienda de Figueroa, la comitiva de Quiroga rumbo a Tucumán con la galera quejumbrosa en cuyo interior encontrará la muerte casi dos meses más tarde. También lo acompaña su salud debilitada por el reuma que no cede. El 29 de diciembre de 1834 entra a la provincia de Santiago del Estero, y se detiene en el poblado de Pitambalá. Su salud lo hace detener, pues “continúa en una alternativa cruel que los ratos de despejo no recompensan los de caimiento y destemplanza”, la manda decir a Rosas en una carta fechada ese mismo día del arribo. Otro motivo de su detención es que el conflicto armado entre Salta y Tucumán había terminado, aunque con el luctuoso saldo del asesinato del ex gobernador Pablo Latorre por órdenes del gobernador de Jujuy, coronel Fascio, quien aprovechó el caos reinante.
Juan Facundo Quiroga no pierde tiempo, y quiere una paz segura entre las provincias argentinas, para que no corra más sangre de hermanos en los campos de batalla. El 3 de enero de 1835, Quiroga llega a la ciudad de Santiago del Estero, capital de la provincia homónima. El secretario del caudillo riojano, doctor José Santos Ortiz, le dirige a Juan Manuel de Rosas una carta con fecha 15 de enero, avisándole que desde allí “el Comisionado [Quiroga] dirigió en seguida nota a los gobernadores de Salta y Tucumán, en el sentido de provocar entre ellos una entrevista para dulcificar los ánimos”.
En los días subsiguientes, Quiroga promovió una reunión con las máximas figuras políticas de las provincias del norte. Al arribo del gobernador tucumano Heredia, se le sumaron el de don Juan Antonio Moldes, ministro del gobierno salteño de Fernández Cornejo, el ministro santiagueño Adeodato Gondra y el secretario de la legación de Salta, señor Francisco Aráoz. Y, por supuesto, asistió el gobernador local, general Juan Felipe Ibarra, excelso amigo del Tigre de los Llanos.
En la trascendental reunión llevada a cabo el 5 de febrero de 1835 en Santiago capital, se fustigó a los traidores funcionarios de Jujuy que lograron segregar esa provincia de la de Salta por maquinaciones provenientes de una autoridad extranjera como la del mariscal Santa Cruz. Quiroga, dirigiéndose a los políticos y funcionarios que asistieron al encuentro, les comunicó que “hay sobrados motivos de temer que esta nueva provincia de Jujuy, haciendo mal uso de su emancipación y traspasando límites que debe respetar, quiera incorporarse a la República limítrofe [por Bolivia], cuyo acto sería lo mismo que la señal de la guerra entre ambas repúblicas, pues la Argentina no sufrirá la afrenta de que se desmembre la integridad del territorio y por lo mismo que son traidores a la nación los autores de ese proyecto y dignos de ser perseguidos de muerte”, y agregaba: “Resultando de estos convencimientos que los gobiernos de Salta, Tucumán y Santiago del Estero estipularán el pacto solemne de combatir esa fatal idea con todo su poder y transar las diferencias que pudieran suscitarse en lo sucesivo por medios suaves de la razón, librando sus disputas al juicio de dos o tres o más provincias hermanas, según lo estimen conveniente, en no apelar en ningún caso al recurso terrible de las armas”.
Finalmente, el 6 de febrero se suscribe un pacto o tratado que constaba de 11 artículos, siendo el primero de ellos un pedido para que haya “paz, amistad y alianza especial entre los gobiernos de Tucumán, Salta y Santiago del Estero”. El artículo número 4 decía que “para disminuir el número de males que ha causado la anterior contienda entre Tucumán y Salta, ambos gobiernos se obligan a respetar las propiedades y personas de los vecinos sin excepción”, y el noveno era una franca demostración del sentimiento patriótico que guió los pasos de Facundo Quiroga: “Los tres gobiernos contratantes perseguirán a muerte toda idea relativa a la desmembración de la más pequeña parte del territorio de la República”. Como puede apreciarse, el Tigre de los Llanos no quería otra alternativa que no sea la paz y la tranquilidad dentro del país, visión totalmente alejada de la que prefirieron inventar y difundir los historiadores liberales. El tratado que caballerescamente suscribieron los representantes de las provincias mencionadas, intentaba restablecer el Pacto Federal de 1831, violado al momento en que la paz interior se quebrantó a finales del año 1834, pues Tucumán había adherido al mismo el 18 de octubre de 1832 y Salta había hecho lo propio el 4 de julio de 1832.
Habiendo conseguido la paz entre las provincias ayer enfrentadas, Quiroga vio cumplido su objetivo, el mismo que desde Buenos Aires le había encargado Juan Manuel de Rosas, y al igual que éste, tuvo tiempo para advertirles a los funcionarios salteños, tucumanos y santiagueños “del error en que viven, pidiendo una Constitución, que será dada en la verdadera oportunidad para poder ver indudablemente sus resultados con la felicidad de la Nación”. El caudillo Felipe Ibarra, algún tiempo después, le dará la razón.
Tardes mansas en los pagos de Ibarra
Los últimos días de Juan Facundo Quiroga en Santiago del Estero fueron mansos, tranquilos. Estaba en las tierras de uno de sus mejores compañeros de lucha, el general Ibarra, con quien se quedaba charlando largas horas sobre los destinos que le aguardaban al federalismo.
Un día, luego de una siesta, Facundo Quiroga le comenta a su amigo que el problema de salud que lo afectaba le había quitado fuerzas. Hasta no hace tanto “podía parar un toro de las astas y derribar de un puñetazo a una mula”, le aseguraba Quiroga, a lo que el gobernador Ibarra le responde que “la salud física es lo de menos, General, cuando está de por medio la salud de la Patria y de la Confederación”. El Tigre de los Llanos asintió, sabía que era cierto lo que le decía su gran interlocutor. “Amigo, tiene razón (…) No han sido en balde mis malambos frente a Lamadrid y al manco Paz”, le dice.
Nada indicaba que el bravo Facundo Quiroga, quien debía regresar a Buenos Aires lo más pronto posible, estaba próximo a ser asesinado en medio del monte. Estaba feliz en Santiago, pero los almanaques corrían velozmente apresurando el destino fatal de una vida de tacuaras, facones y valentía infinita.
El día 11 de febrero, Quiroga le comunica a Ibarra que iba a abandonar sus lindas tierras santiagueñas, ante lo cual el gobernador da órdenes para que preparen las cabalgaduras en las postas por los lugares de tránsito. Sobrevuelan versiones acerca de atentados contra la persona de Quiroga en la provincia de Córdoba. El Tigre de los Llanos, en su regreso a Buenos Aires, tenía que pasar por aquella provincia, pero así como no oyó las precauciones de Rosas, tampoco lo iba a hacer ahora con Juan Felipe Ibarra, quien le ofrece una nutrida escolta.
La anteúltima noche en Santiago es una tertulia de naipes, partida improvisada bajo un algarrobo en medio del patio de la casa de Pancho Ibarra, comandante y hermano del gobernador. Seguía preocupado, aquella noche, don Juan Felipe Ibarra por la suerte de su amigo Quiroga camino a la ciudad portuaria dos días después. “No estaría de más, General, que se colocara Ud. una pulsera de cola de pichi, para evitar que le dé nuevamente el “mal de aire”. No vaya a ser que a su regreso soplen muy malos vientos desde las sierras de Córdoba”, le sugiere. El riojano y su secretario Ortiz, terminada la partida, se dirigieron a la casa del gobernador, la cual al otro día, el 12 de febrero, parecía una romería: allí, todo el mundo quería ver a Juan Facundo Quiroga, al tiempo que agradecerle su visita a Santiago. Entre los que estrecharon sus pesadas manos estaba el presidente de la legislatura provincial, don Felipe Ferrando.
Al amanecer del día 13 de febrero de 1835, frente a la vivienda ya estaba situada y preparada la galera que conduciría al caudillo riojano. José Santos Ortiz, el secretario de Quiroga, se manda de un sorbo una copita de caña catamarqueña. Está algo nervioso. Cuando Facundo se despierta, pide unos amargos y enfila hacia una sala donde lo espera Juan Felipe Ibarra. Éste otra vez le quiere brindar una custodia armada al mando de su hermano, el comandante Pancho Ibarra, pero Quiroga desecha la idea: “Muchas gracias, amigo, por sus sentimientos tan nobles, pero no puede el General Quiroga, aceptar la escolta que se le ofrece. Ello sería dar una triste nota, deparada tan sólo a los cobardes y que a un federal enloda”.
Cerca de las 6 de la madrugada, los dos caudillos federales se funden en un abrazo eterno. Dos patriotas se estaban viendo por última vez. Quiroga sube después que su secretario y la peonada, y da la orden para que la caballada comience a desplazarse. La escena muestra a Juan Felipe Ibarra emocionado y sosteniendo una lanza de madera de itín guarnecida con virolas de plata, regalo del Tigre de los Llanos. La polvareda cubre el horizonte. Facundo Quiroga iba camino a la muerte.
Autor: Gabriel Oscar Turone
Bibliografía:
Argañarás, Héctor D. “Facundo Quiroga en Santiago del Estero”, Revista de la Junta de Estudios Históricos de Santiago del Estero, Julio-Diciembre 1944, Año II, Números 5-6.
De Paoli, Pedro. “Facundo”, Editorial Plus Ultra, Febrero de 1974.
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
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