Al comenzar la guerra contra el Imperio del Brasil, Buenos Aires contaba con dos hospitales, el de la Residencia (que ya comenzaba a ser llamado Hospital General de Hombres), y el de Mujeres o de Caridad. Existía pues, un único establecimiento en condiciones de recibir hombres heridos en los combates, y fue por esa causa que se habilitó el Hospital General de Hombres como hospital militar. Pero el número de camas de que este hospital disponía, resultó ser insuficiente para la demanda producida por la guerra. Por esta causa se decidió instalar un anexo en el convento de la Merced, a la sazón desocupado luego de la reforma del clero. Este nuevo hospital de sangre recibió preferentemente heridos de la escuadra, pues funcionó de febrero a mayo de 1826, meses en los cuales el ejército no realizó operaciones de combate.
Poco antes del combate naval de Quilmes (30 de junio de 1826), y previendo que las acciones de Brown producirán muchas bajas, se abrió un segundo hospital en el convento de San Francisco, el cual funcionó del 30 de junio al 19 de octubre de 1826.
Simultáneamente a estos arreglos provisorios el gobierno dispuso la ampliación del Hospital de Hombres, al que se le agregó una nueva sala a fines del año 26, merced a la cual pudo concentrarse en él toda la atención de los combatientes hasta el fin de la guerra.
Sin negar la cuota de importancia que en su momento tuvieron los hospitales provisorios de San Francisco y La Merced, es indudable que el peso de la atención de las víctimas militares fue soportado por el Hospital de Hombres. Ello justifica el que nos detengamos unos párrafos para detallar sus antecedentes.
La fundación de Hospitales era asunto de la mayor importancia dentro de las Leyes de Indias. El documento Nº 3514 de la Biblioteca Nacional, denominado Synthama de las resoluciones cotidianas del Real Patronato de las Indias, según el método establecido por las Leyes del Reyno y Reales Cédulas (1774-1800), desarrolla una recopilación de las disposiciones acerca de los hospitales, especialmente en lo referido a su fundación y contralor administrativo. Según lo estipulado en este documento, la fundación de establecimientos hospitalarios estaba confiada a las autoridades civiles de Las Indias, fiscalizadas por los funcionarios superiores y los obispos, que actuaban en calidad de delegados regios, y bajo la inmediata protección del monarca que se declaraba patrón universal de todos ellos.
En cumplimiento de estas disposiciones, al refundar Garay la ciudad de Buenos Aires en 1580, dispuso que la manzana 36 de su ejido fuese destinada para el futuro hospital. Este establecimiento llevaría la advocación de San Martín de Tours (1) (patrono de la ciudad), y el Cabildo debería diputar anualmente dos regidores para su administración.
El lugar de su emplazamiento estaba delimitado por las actuales calles 25 de mayo, Sarmiento, Reconquista y Corrientes y fue elegido por su vecindad al convento de La Merced, pues la Ley 2, Título IV, Libro 1º de la Recopilación de Indias de 1575, mandaba que el hospital debía estar cercano a una iglesia.
En 1605, durante el gobierno de Hernandarias, comenzó la erección del edificio. (2) Pero la población de Buenos Aires crecía hacia San Telmo, en el sur, lo cual hizo que prontamente la ubicación del hospital quedara totalmente excéntrica. Se dispuso entonces (en 1611), su cambio de ubicación a un lugar más conveniente. (3) El nuevo emplazamiento ocupó la manzana rodeada por las calles Defensa, Chile, Balcarce y México. Allí se erigieron dos barracas, una para iglesia y otra para enfermería, además de las oficinas y habitaciones para religiosos y esclavos. Toda la construcción era de adobe con techo de tablas. Dado lo precario de los materiales y lo pequeño del edificio, éste fue demolido en 1670, para reedificar otro local con capacidad para veinte camas. (4)
Sin embargo este nuevo hospital no fue muy usado por los porteños. Dada la ausencia de enfermeros, el gobierno de la ciudad decidió en 1692 modificar su destino transformándolo en Beaterio o Casa de Recogimiento para mujeres en peligro. (5) Aunque autorizada por el Consejo de Indias, esta resolución violaba abiertamente las leyes del reino, por lo cual el monarca ordenó en 1701, que el edificio volviera a desempeñarse como hospital.
Continuó entonces el establecimiento prestando sus precarios servicios sin médicos ni enfermeros, hasta que luego de trabajosas negociaciones el mismo fue entregado a la orden betlemítica en 1748. (6) El 20 de diciembre de ese año, seis religiosos recibieron el hospital en estado ruinoso y contando con 16 camas. Desde entonces se lo comenzó a llamar Hospital de los Betlemitas o de Santa Catalina Virgen y Mártir.
En 1770 el Procurador General Betlemítico solicitó al rey el traspaso del hospital al llamado local de la Residencia (en las actuales calle Humberto 1º y Defensa), cuyo nombre era en realidad Colegio de Belén, y que había pertenecido a los jesuitas hasta su expulsión de España y las Indias. En 1795 se pudo finalmente concretar esta mudanza, pero bajo la condición de que los betlemitas se obligaran a mantener un pequeño hospital con cuatro frailes y una botica en el antiguo hospital de Santa Catalina para la atención de casos urgentes, los que serían derivados luego a la Residencia en el plazo máximo de tres días. (7)
Desde entonces los betlemitas dirigieron ambos hospitales, si bien no cumplieron en su totalidad las disposiciones planeadas. Pocos años después (alrededor del 1800) se habilitó el hospital de la Residencia, cuyas doscientas camas fueron destinadas a convalecientes, locos, incurables y contagiosos, en tanto que el hospital de Santa Catalina continuaba con sus funciones de hospital general.
En 1802 los hospitales de Hombres y Mujeres se vincularon con la Escuela de Medicina recibiendo a profesores y estudiantes en sus salas, aún cuando la asistencia de los pacientes y la administración de las instituciones siguió en manos de los betlemitas.
Luego de los sucesos de Mayo, la Asamblea del Año XIII dispuso que las casas hospitalarias de las Provincias Unidas fueran administradas por laicos, acusando a muchos de los freiles que las regenteaban de mal cumplimiento de sus obligaciones. En septiembre de 1815, el director Ignacio Álvarez Thomas promulgó un largo decreto cuyo título completo era el de “Reglamento para las Juntas que han de establecerse en esta Capital y pueblos dependientes, par el régimen y administración de los hospitales Betlemíticos”. Mediante este “Reglamento”, se ordenaba a la religión de Betlem al abandonar la administración de los hospitales a su cargo, los cuales serían administrados por una junta integrada por representantes del gobierno y vecinos caracterizados, quedando los borbones como simples sirvientes de los establecimientos. Al año de estar los hospitales en Buenos Aires en manos de las juntas, su situación había empeorado, razón por la cual en diciembre de 1816 los mismos fueron nuevamente confiados a los betlemitas.
Luego de la crisis del año 20, las casas hospitalarias sufrían una grave situación, pues la guerra había hecho disminuir tanto las rentas de las fincas de la orden de Betlem, que éstas no alcanzaban a subvenir los gastos, siendo necesaria la ayuda del estado. El gobernador Martín Rodríguez nombró entonces una comisión para evaluar las casas hospitalarias formadas por Mariano Zavaleta, Fernando Antonio Canedo y el médico Francisco de Paula Rivero. Esta comisión se expidió en marzo de 1822, aconsejando realizar algunas mejoras en el Hospital de las Residencias y cerrar definitivamente el vetusto hospital de Santa Catalina, cuyos enfermos fueron trasladados al primer establecimiento nombrado, el que quedó bajo la administración del Estado.
También durante el gobierno de Martín Rodríguez (el 9 de agosto de 1821), con motivo de crearse la Universidad de Buenos Aires, se incorporaron al hospital de la Residencia (ya llamado Hospital General de Hombres), los profesores de la Facultad de Medicina (8) y los practicantes internos y externos que establecieron turnos de guardia. Los internos, a su vez, se dividían en practicantes mayores y menores y estaban autorizados a vivir en el hospital.
En noviembre de 1822, la Sala de Representantes de la Provincia, al votar la reforma eclesiástica suprimió a los betlemitas como orden, sus bienes pasaron al Estado y sus frailes (entonces secularizados), recibieron una pensión compensatoria. (9)
Se llega así a la época inmediatamente anterior a la guerra con el Brasil, en el que el único hospital para varones que funcionaba en la capital era el de la Residencia o General de Hombres. Ediliciamente el mismo contaba con cuatro salas, la primera con 51 tarimas para camas entre las cuales había nichos en la pared para los vasos, la segunda contaba también con 51 tarimas, la tercera o de San José tenía capacidad para 58 catres, y sobre la cuarta o De Profundis no hay más datos que el saber que era más pequeña y que contaba con dos ventanas contra las trece o catorce que tenían las salas anteriores.
Bajo la administración del Estado, el funcionamiento del hospital empeoró. La prensa porteña se hizo eco en numerosas ocasiones de las quejas de los enfermos internados por la gran cantidad de piojos, la falta de aseo, la podredumbre de los colchones, el mal trato de los enfermeros, la escasez de comida que obligaba a pasar hambre, y otras graves fallas por el estilo. (10) A consecuencia de estas denuncias se tomaron una serie de medidas, entre las cuales figuró una inspección del hospital por una comisión formada por los Dres. Cosme Argerich y Juan Madera y el oficial de la Secretaría de Hacienda Santiago Calzadilla. Aparentemente el trabajo de esta comisión debe haber sido satisfactorio, pues un informe de Argerich producido varios meses después destacó que los inconvenientes fueron solucionados, funcionando en un estado excelente las salas, la botica, y la despensa del hospital (abril de 1825). (11) Este nuevo régimen de funcionamiento hospitalario continuó con altibajos pero sin grandes modificaciones, durante los años de la guerra. La rutina de trabajo de los médicos incluía un pase de sala diario en horas de la mañana acompañados de los practicantes, y una visita vespertina realizada en turnos rotativos por cada uno de ellos, para enterarse de las novedades que pudieran haber ocurrido con los enfermos graves y con los recién entrados. Un practicante mayor, dos menores y un enfermero mayor quedaban de guardia las 24 horas; siendo el número de practicantes, de un mayor para cada médico y un menor por cada 25 enfermos de cirugía o 50 de clínica médica. Estos practicantes eran rentados pagándoseles además de la casa y la comida, 25 pesos mensuales a los mayores y 15 a los menores.
El hospital contaba para fines de 1826, con un promedio de 225 enfermos internados, sin estar bien separados los pacientes de cirugía de los medicina interna. Había en cambio un departamento de enfermos crónicos con capacidad para 21 pacientes, y otro para alienados que albergaba a 22 insanos. Existían también cuartos reservados para oficiales o civiles distinguidos, que eran internados en ellos previo pago de un correspondiente arancel.
De todas las salas antes mencionadas, las que presentaban mayores defectos, especialmente por el hacinamiento de los pacientes, eran las de crónicos y dementes. (12).
Acondicionamiento edilicio
Durante los prolegómenos de la guerra y aún en los primeros tiempos de la misma, la capacidad de los hospitales porteños se vio superada por el brusco aumento de la demanda generada por el Ejército y la Armada. Numerosos son los testimonios que existen de esta situación (13) que culminaron en una serie de disposiciones regulando el destino de los militares enfermos.
Estas disposiciones apuntaron a corregir la situación, reservando un determinado número de camas para los soldados. El 11 de agosto de 1825, la Orden General del Ejército establecía lo siguiente:
“… para evitar los males que se experimentan no habiendo en el hospital las camas necesarias para recibir a los enfermos de los diferentes cuerpos que se remitan habiendo tenido algunos que volverse a sus cuarteles por falta de lugar ha propuesto el gobierno se prevenga al administrador del hospital tenga siempre reservado algún número de camas en que se coloquen los individuos del ejército… Lo que se comunica al Ejército en la orden del día previniendo a los Señores Jefes de los Cuerpos que lo componen suspendan las licencias que daban a los soldados con acuerdo de esta Inspección para asistirse en sus casas y que en adelante pasen al hospital los que enfermen.” (14)
Esta reserva de camas no debe haber solucionado totalmente el problema pues el 26 de abril, otra Orden General, estableció una medida mucho más drástica. Esta nueva orden disponía lo siguiente:
“… Atendiendo a las diferentes presentaciones del Administrador del hospital sobre la falta de capacidad de ellos para las atenciones, a las dificultades de proporcionar objetos de aquellos Establecimientos en facilitar al Ejército el alivio de sus doliente el gobierno ha resuelto en acuerdo de esta fecha que por el departamento respectivo se prevenga al administrados que no se admitan por ahora más particulares en los hospitales hasta que ocupadas por militares resulta (sic) de los que se den de alta puedan conservarse ocupadas por éstos el número de camas que por un orden natural necesita el ejército…” (15)
Simultáneamente con estas medidas la habilitación de los hospitales de La Merced y luego de San Francisco, tendió a solucionar aunque fuera transitoriamente el problema de la oferta de camas hospitalarias.
Pero era evidente que la solución de fondo consistía en ampliar la dotación de camas del Hospital General de Hombres. Se llegó así a firmar contrato en la primera mitad del año, con el constructor Gernardo Illescas a fin de que éste realizara con sus peones algunas reformas en el edificio del Hospital, y fundamentalmente edificase una nueva sala con capacidad para 42 camas. (16) Esta sala fue habilitada en diciembre de 1826, su construcción fue presupuestada en 2.509 pesos con 1, ¾ reales y una vez finalizada, el gasto real ascendió a 2.719 pesos con 4, ¾ reales. (17)
La próxima habilitación de esta nueva sala determinó el cierre del hospital de San Francisco, quedando desde entonces el Hospital General de Hombres con el único establecimiento asistencial adonde serían remitidos los soldados y marineros enfermos de las fuerzas nacionales.
La capacidad total del hospital oscilaba (como ya se ha dicho) en una cifra cercan a las 225 camas, de las cuales en mayo de 1826 cerca de la mitad estaba ocupada por militares. (18) Con esta ampliación hospitalaria se solucionó en una significativa parte el problema de las internaciones de los militares, aunque la demanda siempre superó a la oferta de servicios obligando a reducir el déficit observado en las internaciones, reduciendo la demanda y aumentando la oferta.
La reducción de la demanda se obtuvo implementando severas medidas de control acerca de los enfermos que eran enviados desde el ejército al hospital, todos los cuales deberían ser autorizados por el cirujano mayor interino Mariano Vico. (19) Entre las órdenes generales que establecían las disposiciones anteriores, una del 2 de enero de 1827, llama la atención al establecer que aquellos enfermos que requiriesen un cierto grado de atención médica, pero cuya gravedad no fuese lo suficiente como para justificar su internación en el hospital, deberían remitirse: “… al cuartel de Cazadores Nº 4 donde estimará (sic) una sala preparada para recibirlos.”
Esta sala provisional debe haber tenido poca duración, puesto que en el legajo AGN. X-44-7-5, se encuentra una orden de Guido ordenando desmantelarla y llevar sus enfermos al hospital. Este documento carece de fecha, aunque por su redacción es de suponer que en pocos días posterior a la orden general del 2 de enero que instauró la sala de internación del cuartel de cazadores.
Así como intentó reducir la demanda de internaciones, el gobierno procuró aumentar la oferta de camas indicando al administrador Juan del Pino que aceptase un mínimo de civiles en el hospital, a fin de que quedase la mayor parte de las instalaciones en uso para los pacientes del ejército y la armada. (20)
La situación pudo mantenerse así en un equilibrio inestable que se rompía fundamentalmente cuando se producían picos importantes de afluencia de heridos. Así ocurrió, por ejemplo, luego de la batalla de Ituzaingó, cuando el 5 de mayo de 1827, Juan del Pino se dirigió al ministro Agüero, de quien dependía, para exponer que: “…el día de ayer se le han presentado sesenta y nueve enfermos, inclusos ocho oficiales, precedentes del Ejército Nacional. A pesar de que este establecimientos no tiene la capacidad necesaria para admitirlos aunque con estrechez, pero con algún temor (según la opinión de los facultativos) de que el exceso de la concurrencia con respecto a la capacidad del edificio, sea perjudicial a la salubridad y policía de él”. (21)
Continúa la nota de del Pino, expresando que según noticias particulares, quedaban por remitir desde la Banda Oriental unos doscientos heridos más, para recibir a los cuales precisaba hacer urgentes reformas.
Como detalle curioso, el administrador del Pino expone asimismo al gobierno la falta de sirvientes que el arribo masivo de heridos produjo en el hospital. Como no encontraba personal adecuado para esos menesteres, solicitó del gobierno cuatro presos (que le fueron concedidos), para desempeñarse en calidad de tales en el hospital.
Equipamiento
Además de ampliar su capacidad edilicia, para que el Hospital General de Hombres pudiese hacer frente al aumento de la demanda de internaciones ocasionado por la guerra, era preciso proveerlo de los recursos humanos, económicos y materiales necesarios. En el presente subpárrafo nos ocuparemos de los mismos, con excepción del recurso humano de profesionales (médicos, boticarios y practicantes), que será objeto de un estudio por separado.
A fin de conocer los medios puestos a disposición del hospital, es de sumo interés analizar su presupuesto. El hallazgo que he realizado en el Archivo de la Nación de los Libros de Cuentas del Hospital General de Hombres, facilita esa tarea. Sin embargo, antes de entrar de lleno en el estudio de los recursos económicos, es conveniente recordar que los años de la guerra conllevaron una intensa inflación que impide comparar los valores nominales del dinero sin hacer el correspondiente ajuste debido a la devaluación de la moneda.
Según Beruti en el año de 1826, 100 pesos plata eran cotizados a 300 pesos de papel, en tanto que un año después (en 1827), el valor del papel había descendido al 25% cotizándose los mismos 100 pesos de plata a 400 pesos impresos en papel. (22) El mismo autor hace una lista de los artículos y servicios de primera necesidad tales como honorarios médicos, botica, pan, carne, bebidas, azúcar, velas, alquileres, agua, vestidos y misas, y demuestra que los precios de 1827 habían aumentado entre dos y cuatro veces comparados con los de antes de la guerra. (23) Otros autores, como por ejemplo Iriarte, confirman los cálculos de Beruti. (24)
El acelerado proceso inflacionario deberá ser tenido entonces en cuenta al interpretar los aumentos nominales de los sucesivos presupuestos del hospital, los que en ningún momento llegaron a compensar la devaluación de la moneda. Este desfasaje influyó negativamente en los servicios hospitalarios produciendo obligados recortes de los mismos por falta de presupuesto.
En el año de 1825, el Libro de Cuentas del Hospital General de Hombres (25), demostraba que este establecimiento recibió de la caja de la Provincia de Buenos Aires un total de 49.180 pesos con 2, ½ centavos, y que gastó en ese mismo año 45.985 con 3, ¾. Lo que hizo que sus finanzas arrojaran un superávit de 3.194 pesos, 6 centavos y ¾ .
Los aportes de las distintas remesas de dinero que suman el total anterior ingresado al hospital, si bien no fueron regulares tuvieron la suficiente asiduidad como para que los gastos que se fueran haciendo estuviesen cubiertos con holgura, sin permitir en ningún momento que el estado de las finanzas fuese deficitario.
No he localizado las cuentas correspondientes al año de 1826, por lo cual es forzoso continuar este análisis con las de 1827. (26)
En el año 1827 las remesas de dinero para el hospital fueron hechas por el Banco Nacional bajo orden del Ministerio de Hacienda. El balance final del año arroja los siguientes guarismos: dinero recibido por el hospital: 84.000 pesos; total de lo gastado en el mismo período 85.487 pesos. Es de decir que al cerrar el ejercicio anual el hospital estaba en déficit. Además, si bien se mantuvo durante todo el período la falta de regularidad en los envíos de dinero, hacia fin de año las remesas del mismo comenzaron a espaciarse llamativamente, lo que colocó en más de una ocasión al establecimiento en una difícil situación financiera.
Las dificultades económicas que comenzaron a insinuarse en 1827, se mantuvieron también en 1828. (27) En primer lugar, los sucesivos cambios de regímenes de gobierno se traslucen al estudiar cuáles con los organismos encargados de aportar fondos al hospital. A principios del año, estos fondos fueron provistos por el Banco Nacional, en tanto que a mediados de 1828, el dinero se enviaba por cuenta de la Contaduría General, de las Cajas del Estado o de la Aduana. A fines del ejercicio (más exactamente desde noviembre), los aportes se hicieron exclusivamente a expensas de la Caja de la Provincia. Si bien al cerrar el ejercicio el hospital tenía un modesto déficit, (28) el mismo ascendió en algunos momentos del año a cifras cercanas a los 15.000 pesos, creando incómodas situaciones a su administrador por falta de puntualidad en los aportes a cargo del estado.
Es evidente que con tan escasos fondos, agravados por la incertidumbre en cuanto a la fecha de remito de los mismos, ni el administrador Juan del Pino, ni el ecónomo José Rodríguez, podían hacer maravillas.
Los recursos materiales con que contó el hospital fueron entonces más que modestos, puesto que no podían hacerse grandes adquisiciones de medicinas, instrumental o utilería para servicios generales, por falta de dinero. Aparte de los sueldos del personal, los gastos más frecuentes obedecieron a los siguientes rubros: leña, albañilería, velas, pastos, cuero, vino, licores, tabaco, lavado, agua, comida, pintura y medicina. Con respecto a este último ítem (medicinas), es de destacar que el peso del gasto en medicamentos es significativamente pequeño comparado con el de otros insumos. Asimismo los asientos por compras de medicinas se hacen sin especificar cuáles eran las drogas compradas, lo que lamentablemente impide formular un juicio acerca de la terapéutica realizada por los facultativos en el hospital.
Gastos extraordinarios en equipamientos hubo bien pocos, destacándose entre ellos la compra de ropa par los enfermos hecha al contratista Francisco Texeda por el monto de 12.337, 4 pesos del año 1825.
En cuanto al recurso humano, resulta interesante observar la evolución del personal no médico en los prolegómenos y durante los años en la guerra. (29) En marzo de 1825 (30) el hospital contaba con 6 practicantes, 2 boticarios, 4 enfermeros mayores y 18 ordinarios, 1 encargado de policía, 1 guarda almacén de despensa y otro de ropa, 1 mozo de despensa y otro de ropería, 1 ayudante de botica y 3 colchoneros. Para fines del año no hubo grandes cambios, disminuyendo algo los enfermeros, pero agregándose 2 sirvientes de barbero, 5mozos de cocina y 1 portero.
En 1826 el número de empleados se mantuvo aproximadamente estable, ingresando un aguatero. La inflación hizo que el monto de los sueldos ascendiese de 688 pesos en febrero a 801 pesos en diciembre. (31)
El último dato sobre el personal que poseo corresponde al año de 1827 (32), en el cual la afluencia de heridos fue muy importante. En febrero de ese año el número de enfermeros ordinarios había llegado a 31, en tanto que para mantener la disciplina hicieron falta 3 encargados de policía. En diciembre de ese año los enfermeros ordinarios fueron 25, los practicantes 10, y se aumentó el número de algunos empleados subalternos como los ayudantes de almacén de ropería. El presupuesto por sueldos, pasó de 855 en febrero a 907 pesos en diciembre, lo que corregido por la inflación anual demuestra la importancia caída del poder adquisitivo de los salarios de los servidores del hospital.
Referencias
(1) Enrique P. Aznares en su obra Historia General de la Medicina Argentina. Córdoba. Universidad Nacional de Córdoba. 1976-1980, agrega que si bien el primitivo hospital se llamó al principio de “San Martín”, posteriormente cambió su nombre por el de “San Martín y Nuestra Señora de Copacabana”.
(2) Según Guillermo S. J. Furlong (Médicos Argentinos durante la Dominación Hispánica), hubo un primer edificio erigido en 1585, el cual fue alquilado en 1581 por falta de enfermos. La construcción empezaba en 1605 y terminada en 1614, sería pues el segundo local hospitalario.
(3) La resolución del cambio de emplazamiento del hospital se encuentra en los Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires, y lleva fecha de 7 de marzo de 1611.
(4) Los antecedentes de esta resolución datan desde 1670. Finalmente la noticia de la reedificación del hospital se encuentran en la Carta de los Oficiales de la Real Hacienda de Buenos Aires. (Archivo General de Indias. Sevilla. 73-3-6).
(5) Guillermo Furlong da como fecha de transformación del Hospital en beaterio, la de 1692.
(6) La propuesta de llamar a Buenos Aires a los religiosos betlemitas para servir en el hospital, fue hecha en 1726 por el Alférez Real de Buenos Aires. Este pedido fue autorizado por medio de Reales Células de 1741 y 1745, en las que se agregó como condición que el hospital debía perder su carácter preponderantemente militar para permitir la internación de cualquier indigente.
(7) Estas disposiciones se encuentran en el manuscrito Nº 5584 de la Biblioteca Nacional denominado “Providencia de la Junta de Temporalidades aplicando el Colegio de la Residencia y Casa de ejercicios contigua para hospital y convento de los betlemitas”.
(8) Ellos fueron Juan Antonio Fernández, prefecto y profesor de Instituciones Médicas; Francisco Cosme Argerich de Instituciones Quirúrgicas y Francisco de Paula Rivero de Clínica Médica y Quirúrgicas. Las materias clínicas se enseñaban en el hospital de la Residencia. La asistencia de los alumnos a clase era obligatoria, cursándose hasta 1828 la lista de los ausentes a la policía.
(9) Esta pensión fue de 250 ó 300 pesos anuales según que sus beneficiarios tuvieran menos o más de 45 años de edad.
(10) El Nº 124 del miércoles 23 de febrero de 1825 de El Argo de Buenos Aires, trae un artículo en el cual se queja de las especulaciones de los contratistas del Hospital General de Hombres; para reforzar su aserto transcribe una serie de documentos entre los cuales escogemos el siguiente: “Paso a las manos de V. S. el parte, que ha dado a este detal el teniente de la Legión Patria nombrado del Hospital D. Manuel de Pinedo, en el que se manifiesta las quejas que han producido la tropa que existe enferma del mal estado de asistencia y policía; y compruebo lo que expone este oficial con la vista que acabo de hacer acompañado del inspector D. Juan Pino en la que se produjeron iguales quejas; en su visita resolverá V. S. lo que estime conveniente – Dios guarde a V. S. muchos años. Buenos Aires. Agosto 28 de 1824. Norberto Montirolo. Sr. inspector y comandante general de armas.
Parte – El oficial encargado de la visita del hospital da parte al mayor del detal de las novedades:
Cama Nº 8, Esteban Ramírez del regimiento de artillería, preguntado sobre su asistencia dijo, que sólo tenía muchos piojos, y el colchón mojado.
Cama Nº 12 Valentín López regimiento de artillería preguntado sobre su asistencia dijo, que estaba a ración de asado, sólo se daban medio cuartillo de pan, que ha más de dos meses que estaba en el hospital con el colchón podrido y aún no se le muda, que muchas veces deja de comer por lo puerco del que lleva la comida, pues éste lo hace cuando acaba la limpieza de …y se presenta asqueroso.
Cama Nº 13 Hastacio Ribero regimiento de artillería preguntado si tenía alguna queja que exponer dijo, que el pan era muy chico y la carne muy mala, a más el estado inmundo de los sirvientes que le llevan la comida le hacen no poder tomarla muchas veces.
Cama Nº 25 José Romero regimiento de artillería, que tiene muchos piojos.
Cama Nº 40 Juan Gregorio Ponce regimiento artillería preguntado su asistencia dijo, que la pestilencia del sirviente que le lleva la comida lo deja sin poder comer muchas veces, pues acababa éste la limpieza de los zambullos cuando iba a servirlos, que el colchón que tiene está podrido, y está con piojos.
Cama Nº 46 José Moreno regimiento artillería preguntado por el estado de su asistencia dijo, que cansado de la pulpa que le dan, pidió asado, y le trajeron resto del grosos de una hostia y todo revolcado, que medio cuartillo de pan le dan de ración, que la sopa de almuerzo es amarga, pues es galleta agorgojada y con hollín, que por no haber más que un asistente de la sala carecía muchas veces de la asistencia necesaria, y que el mal trato del comisario de la sala le es insoportable.
Cama Nº 47 Elías Cabral regimiento de húsares preguntado si está bien asistido dijo, que mal, por haber más que un asistente para tantos enfermos, que la sopa de la mañana era amarga, que sólo le dan medio cuartillo de pan, que en tres meses que está enfermo no le mudan de colchón, que lo ha solicitado, y le han contestado que lo de vuelta, habiéndole causado la humedad del colchón un gran dolor de huesos, y que no ha dado parte hasta ahora por temor de que lo pongan el cepo.
Cama Nº 48 Roque Bustamante regimiento de fusileros, preguntado por su asistencia dijo, que el caldo del almuerzo no era más que agua, que ha pedido caldo para poner el arroz del medio día, y se lo han negado, y que por falta de asistencia carece muchas veces de agua.
Cama Nº 38 Luis N. Regimiento de la Legión Patria preguntado por su asistencia dijo, que podía levantarse e ir por el agua caliente o fría de que carecía muchas veces por falta de asistente, y que no le permitía salir por ella.
Bs. As. Agosto 27 de 1824 por enfermedad de D. José María Gaste- Manuel de Pinedo.”
(11 )Reproducido en el número 144 del sábado 30 de abril de 1825 de El Argos de Buenos Aires.
(12) Los datos antes mencionados están tomados del número del martes 28 de noviembre de 1826, de El Mensajero Argentino. (Artículo: “Hospital General de Hombres”).
(13) Por ejemplo en el legajo del Archivo General de la Nación (en adelante AGN) X-14-2-1 (Gobierno y Guerra. 1826), se encuentra una serie documental (fechada en mayo de ese año), en el cual se expone la situación de los soldados cuya internación era rechazada por falta de camas en el hospital.
(14) Legajo AGN. X-44-7-6.
(15) Ibídem.
(16) Este número de camas es el que se informa en el artículo intitulado “Hospital General de Hombres”, que fue publicado en El Mensajero Argentino el martes 28 de noviembre de 1826.
(17) Legajo AGN. X-22-7-6. En este legajo hay recibos de gastos ocasionados por las reformas del Hospital General de Hombres. Estas reformas eran comentadas por la prensa porteña. Así por ejemplo El Mensajero Argentino en sus números del sábado 13 de enero y del martes 16 de enero de 1827 publica una relación de los trabajos realizados en el hospital.
(18) En un informe remitido al gobierno por el administrador del Hospital Juan del Pino el 13 de mayo de 1826, de los 224 internados en ese momento, 106 eran militares; siendo el resto (o sea 118), civiles enfermos, presos internados, locos o individuos que ocupaban habitaciones pagas. (Legajo AGN. X-14-2-1).
(19) Para esa época (enero de 1827), el cirujano titular (F. P. Rivero), se encontraba marchando con el ejército rumbo a Bagé. La serie de Ordenes Generales a que se hace referencia en el texto, se encuentran en el legajo AGN. X-44-7-10, y son las siguientes:
“Enero 1 de 1827… que los cuerpos de Guarnición no remitan al Hospital hasta segunda orden más enfermos de tropa que aquellos que estén en gravedad debiendo los de enfermedad leves curarse en una de las cuadras, o en uno de los cuarteles que se designen hoy mismo según orden que tiene el cirujano mayor encargado de las funciones del ejército… Guido”
Otra orden general del día 2 de enero: “… los enfermos de tropa no siendo de gravedad los que según a la orden de ayer no deben pasas al hospital General hasta segunda orden se remitirán desde el día de mañana al cuartel de Cazadores Nº 4 donde residirán en una sala preparada para recibirlos. Guido”
Otra del 5 de enero: “… se previene a los Jefes de los cuerpos no remitan soldado alguno al Hospital General sin que previamente lleve la baja el visto bueno del cirujano mayor… Guido”.
(20) Legajo AGN. X-14-2-1.
(21) Legajo AGN. X-14-5-7. (Gobierno-1827).
(22) Beruti, Juan Manuel. Memorias curiosas. Buenos Aires. Senado de la Nación (Biblioteca de Mayo). 1960. Págs. 3991 y 3999. Con certera visión de las causas de los males económicos comenta Beruti (pág. 3991): “… todo originado por la guerra con el Brasil y la desunión y anarquía en que se hallan nuestras provincias…”
(23) Ibidem (pág. 3999).
(24) Iriarte afirma que para la época de gobierno de Dorrego, el papel moneda había descendido en un sesenta por ciento de su valor. (Iriarte, Tomás de. Memorias del General Iriarte; textos fundamentales. Buenos Aires. Compañía General Fabril Editora. 962. Tomo II. Pág. 31).
(25) Este Libro de Cuentas se encuentra en el legajo AGN. III-35-5-11. Para poder interpretar los asientos del mismo, es necesario recordar que el sistema de contabilidad en él empleado es el universalmente conocido como “por doble partida”; con la particularidad de que se llama “Cargo” al haber, y “Data” al debe.
(26) El correspondiente Libro de Cuentas de 1827 se encuentra en el legajo AGN. III-35-5-12. En este año y el anterior se contó con aportes de fondos particulares provenientes de donaciones hechas por las colectividades extranjeras (El Mensajero Argentino. Nº 15 del martes 2 de enero de 1827).
(27) El Libro de Cuentas de 1828 se encuentra en el legajo AGN. III-35-13.
(28) En 1828 el hospital recibió un total de 128.907 pesos y gastó 129.862 pesos.
(29) Con respecto al personal médico, su estudio se hará en el próximo parágrafo.
(30) Legajo AGN. X-40-8-9.
(31) Legajo AGN. X-40-18-10.
(32) Legajo AGN. X-23-6-6.
Fuente
Agüero, Dr. Abel Ruiz – Actuación de los médicos en los hospitales porteños durante la guerra con el Imperio del Brasil
Revista de Historia & Humanidades Médicas – Vol. 3 Nº 2, Diciembre 2007.
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