La vieja estancia “Loma Pampa” fundada por Justo Barda, está junto al primitivo casco del fortín y estancia “Santa Catalina. Barda, el pionero, es uno de los más viejos pobladores de la zona. Ya en 1837 figuraba en la mensura de un campo situado al sur del partido, en la zona conocida antiguamente como “Tres Leguas” (Laguna de Chillar, La Barrancosa y La Nutria) con una importante concesión enfitéutica. Según creencia de la familia, este primer Justo Barda era mayordomo o encargado de la estancia de Prudencio Rozas (el latifundio llamado “Santa Catalina”), quien le vendió o regaló una suerte contigua al casco, la Nº 196, donde Barda levantó su propia estancia y la denominó “Loma Pampa”, ya que en ese lugar la tierra comienza a ondularse suavemente. En 1856, Justo Barda ya estaba instalado aquí, pues así lo atestigua un documento hallado en “Santa Catalina”, donde se lo menciona, entre otros ganaderos, con un envío de ganado en pie por intermedio del general Prudencio Rozas. También figura en mensuras de 1863, por Romero, y en 1872, por Dillon, como propietario de dicha suerte.
Una visita al viejo casco satisface la curiosidad de saber cómo se vivía y cómo era la estancia a mediados del siglo XIX en esta zona. Pasando la etapa primitiva del rancho de adobe, un estanciero acomodado edificaba un casco como el de “Loma Pampa”.
La casa es poderosa, vetusta, de gran solidez y apariencia, a pesar de no poseer más de dos habitaciones y una cocina. Quien a mediados del siglo XIX se decidía a vivir y criar una familia en el campo debía levantar una verdadera fortaleza. La casa tiene una galería anterior, característica y funcional parte de la estancia criolla. En ella, se sentaba la familia en las horas de descanso y en los meses de calor, como en una habitación de estar, fresca y ventilada, que permitía el bienestar del ocio campesino. Este digno corredor tradicional, tiene piso de piedras muy pulidas y techo de chapa acanalada por fuera, y por dentro una estructura de vigas y ladrillos que la hacen fuerte y fresca. Frente a la casa principal, separada por un patio de tierra, donde sin duda había algunas flores, está la casa del personal. Es una construcción alargada, en forma de rancho, con ladrillo a la vista. La cercanía de las dos edificaciones se debe indudablemente a una táctica de defensa. En esa época se debía dormir con el personal de la estancia muy cerca, para que en caso de ataque indígena, se organizara rápidamente la defensa. Y no sólo se temía a los indios, sino que toda visita al establecimiento era sospechosa. Por entonces, la campaña era transitada continuamente por gente fuera de la ley. Era una época de guerras continuas, ya sean las de la Independencia, de la Organización Nacional o las de la Conquista del Desierto, y el campo era motivo de levas de peones llevados a la fuerza y arreos de vacas y caballos para los regimientos. Además había soldados desertores de los fortines y de las batallas.
Todos estos elementos constituían una población nómada peligrosa, cuyas circunstancias especiales los convertían en vagos y sus costumbres y necesidades humanas los inclinaban al delito fácil. Eran el personaje típico de la tragedia del gaucho, el hombre producto del edén salvaje, cuya personalidad violentada por una civilización que le era inadecuada y foránea, lo convirtió en un ser paria, rebelde y signado por el infortunio.
El galpón de “Loma Pampa” es pequeño, característico de la estancia criolla, sólo para guardar los aperos y algunas herramientas. No se necesitaba más. Fueron los ingleses quienes comenzaron a levantar grandes galpones en las estancias ovejeras iniciando una nueva época en el campo argentino.
Detrás del galpón ya se extiende la pampa, cuya línea sólo se corta con la existencia de un viejo palomar construido en 1890. Estas construcciones también son características de la estancia vieja. El pichón de paloma constituía un delicado manjar. Cocinado en guisados típicos europeos otorgaba variedad a la mesa dominguera. La comida diaria, en base a carne vacuna, en forma de asado o puchero, alimentaba a toda la población de la estancia. El pan casi se desconocía, pues el trigo se importaba de Estados Unidos a precios muy elevados y generalmente quedaba en Buenos Aires. Tampoco se hacían quintas ni montes frutales. Recién al comenzar la llegada de horticultores italianos y otras colonias de inmigrantes europeos, la tierra comenzó a utilizarse con sembrados y otros cultivos. Hasta entonces, la población rural, acostumbrada a la alimentación vacuna, más la falta de alambrados que protegieran los sembradíos, no se había preocupado por los cereales, las verduras ni las frutas. Por eso las tortas fritas constituían un plato tan especial y el cocido de membrillos silvestres, el único dulce criollo. Cuando los labradores italianos mostraron sus costumbres alimenticias comiendo verduras de hoja, los gauchos se burlaban, diciendo que comer pasto sólo era de animales. En las viejas estancias criollas no se criaban gallinas, ni se ordeñaban las vacas, por eso el palomar, a pesar de ser un aporte europeo al paisaje pampeano y al paladar campesino, constituye excepción digna de notar.
La fracción de campo donde se levantaba el casco de “Loma Pampa”, estaba rodeado de un foso, tal como era costumbre proteger los viejos caseríos rurales. Todavía puede apreciarse la zanja en algunos sectores, aunque la erosión natural ya va borrando estos signos de una época peligrosa y bravía que ya pasó.
La subdivisión que contiene este casco fue heredada por una hija de Justo Barda, María Barda de Roca. Esta tuvo ocho hijos que oportunamente recibieron pequeñas fracciones del bien familiar. El viejo caserío junto al arroyo quedó para Constancia Roca de Peluffo, quien lo tuvo por muchos años con la colaboración de Anselmo Roca, que vivía allí permanentemente.
Al fallecer el titular su sucesión puso en venta lo que quedaba de la vieja estancia, el casco y su fracción correspondiente. Los compradores fueron los esposos María Marta Huarte y Enrique Jorge Girbent, que escrituraron en diciembre de 1975. Con el nombre de “La María Marta” y algunas mejoras que no cambiaron el cuadro antiguo.
Lindera a estas tierras, está la suerte Nº 195, donde el general Prudencio Ortiz de Rozas (hermano del Gobernador Juan Manuel de Rosas) levantó el Fortín Santa Catalina, a la vera del arroyo. Este emplazamiento primitivo se convirtió en la estancia con cuyo nombre se mudó al otro lado de la Ruta Nº 3, en la época en que su dueño era el ingeniero Guillermo Robertson Grant.
La estancia vieja o fortín fue vendida. Durante muchos años fue de los Piazza, quienes adoptaron el mismo nombre de “Loma Pampa”, con sus vecinos, los Barda.
Estudios arqueológicos
Un equipo de arqueología de la Facultad de Ciencias Sociales de la UNICEN, coordinado por el antropólogo azuleño, Lic. Miguel Mugueta, es el responsable de los trabajos de investigación en el área del Establecimiento “Loma Pampa”.
Los estudios se centran en los restos del Fortín Santa Catalina, establecido en tierras indígenas del cacicato catrielero liderado por Juan Cachul y Juan Catriel “El Viejo” desde 1829. Esto es, tres años antes de la fundación del Fuerte San Serapio Mártir del Azul, que se emplazo hacia en 1832 y fue el principio de dicha ciudad. Los investigadores continúan realizando prospecciones en lo que pudo haber sido el primer emplazamiento militar conocido como “Fuerte Santa Catalina” en tierras que pertenecieron a Don Prudencio Rozas, hermano del Gobernador Juan Manuel de Rozas, quien tuvo los destinos de la política bonaerense entre 1829 y 1852. El territorio de Prudencio Rozas localizado en las cercanías de la actual establecimiento rural “Loma Pampa” distante a 10 km del cruce de las rutas 3 y 226, habría quedado custodiado por el Regimiento 6 de Caballería de Línea, y la política del gobierno habría demandado los servicios del cacicato de Venancio, aliado a los pampas catrieleros y al Cacique Cachul. Dicho asentamiento se ubicaría entre el arroyo Santa Catalina, el arroyo Videla y el arroyo Azul. Su construcción podría ubicarse hacia el año 1829, a partir de las fuentes documentales consultadas en el Archivo General de la Nación (AGN), y en diferentes archivos históricos zonales. Según estas fuentes, el “Santa Catalina” fue lo que se denominó una “suerte de estancia” o posiblemente una “enfiteusis”; fue emplazado como un fortín militar para cuidar la hacienda de Prudencio Rozas, y ocuparía una extensión importante de 200 metros por lado y estaría rodeado por un foso de 3 varas de ancho y 2 1/2 de profundidad con un contrafoso a 20 m del primero. En su interior, según la documentación habría tres ranchos. Actualmente el equipo de trabajo esta evaluando la potencialidad arqueológica del yacimiento para poder realizar las excavaciones hacia septiembre próximo. Las investigaciones tienen como objetivo comparar los sistemas de riego intensivo que construyeron los primeros pobladores del Santa Catatalina, como también sus recursos de aprovisionamiento; con otros asentamientos de la Línea de Fuertes y Fortines de la Frontera Sur de la Provincia de Buenos Aires.
Mugueta explica que: “En el análisis de los distintos lugares de uso y de ocupación que implicó el primer asentamiento militar de Azul, pensado desde su dimensión material y simbólica, las divisiones del terreno colindante con las evidencias relacionadas a la fortificación, juegan un papel decisivo para la comprensión de los modos de vida y patrones de conducta cotidiana, los que se relacionan con fenómenos de significación y construcción de una estructura social para las llamadas “situaciones de frontera”. Con las excavaciones arqueológicas se pretenderá recuperar información sobre las diversas fases ocupacionales que se encuentran representadas en una área de 70 ha y que remiten al aprovechamiento histórico de un espacio geográfico específico, el que se corresponde con una rinconada que forma los tres arroyos mencionados, límite natural para la defensa de la población asentada y de aprovechamiento para la construcción de un sistema de riego intensivo de las mismas características que el Cantón Tapalque (1831-1855), que venimos estudiando desde hace 10 años”.
La estancia hoy
Situada a la altura del km 310 de la Ruta Nacional Nº 3, y a tan solo 11 km de la ciudad de Azul, la estancia “Loma Pampa” fue abierta al turismo por sus actuales dueños, desde el mes de diciembre de 2006. Posee 8 cómodas habitaciones en suite con calefacción central, una buena sala de juegos, piscina y por las mañanas se sirven deliciosos desayunos camperos. También se cuenta con canchas de tenis, bochas y frontón de pelota a paleta, como para amenizar las estadías.
En Loma Pampa se cuenta que del otro lado del arroyo, que está cruzando una tranquera y un pequeño bosquecito, a 200 metros, estaba Catriel con sus indios, sitio al que ahora se puede llegar a través de un antiguo puente.
Fuente
Beccar Varela, Silvina – En Loma Pampa, ecos de malones y de próceres.
Diario InfoAzul
Guzmán, Yuyu – Estancias de Azul – Ed. Biblos Azul, (1995)
InfoAzulDiario
Mugueta, Lic. Miguel – Investigaciones arqueológicas en la ciudad de Azul.
Turone, Oscar A. – Estancia Loma Pampa
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