Los Tigres Capiangos

Muy difundida en el interior de nuestro país, es la leyenda de los “tigres capiangos’”o yaguareté-abá, cuya característica más sobresaliente consistía en la conversión de esas alimañas en formas humanas que mantenían intactas todas las destrezas e instintos salvajes.

La historia patria ha rescatado esta creencia, ubicándola en las primeras décadas del siglo XIX, más precisamente entre los hombres que formaban la tropa gaucha e india del caudillo federal Juan Facundo Quiroga. Su fervoroso enemigo, el general José María Paz, dejó algunas líneas en sus famosas “Memorias” sobre la posible existencia de los ‘tigres capiangos’ de Facundo. Es un testimonio más que interesante, referido a una temática que mezcla lo tradicional y supersticioso con la variable histórica:

“Conversando un día con un paisano de la campaña y queriendo disuadirlo de su error, me dijo:

- Señor, piense usted lo que quiera; pero la experiencia nos enseña que el señor Quiroga es invencible en la guerra, en el juego –y bajando la voz añadió- y en el amor. Así es como no hay ejemplo de batalla que no haya ganado; partida que haya perdido –y volviendo a bajar la voz-, ni mujer que haya solicitado que no haya vencido.

Como era consiguiente, me eché a reír con muy buenas ganas, pero el paisano, ni perdió su serenidad ni cedió un punto de su creencia.

Cuando me preparaba para esperar a Quiroga, antes de La Tablada, ordené al comandante don Camilo Isleño… que trajese un escuadrón a reunirse al ejército, que se hallaba a la sazón en el Ojo de Agua, porque por esa parte amagaba el enemigo. A muy corta distancia, y la noche antes de incorporárseme, se desertaron ciento veinte hombres de él, quedando solamente treinta, con los que se me incorporó al otro día. Cuando le pregunté la causa de su proceder tan extraño, lo atribuyó al miedo de los milicianos a las tropas de Quiroga. Habiéndole dicho que de qué provenía ese miedo, siendo así, que los cordobeses tenían dos brazos y un corazón como los riojanos, balbuceó algunas expresiones cuya explicación quería absolutamente saber. Me contestó que habían hecho concebir a los paisanos que Quiroga traía, entre sus tropas, cuatrocientos capiangos, lo que no podía menos que hacer temblar a aquéllos. Nuevo asombro por mi parte, nuevo embarazo por la suya… Los capiangos, según él o según lo entendían los milicianos, eran unos hombres que tenían la sobrehumana facultad de convertirse, cuando lo querían, en ferocísimos tigres.

- Y ya ve usted –añadía el candoroso comandante- que cuatrocientas fieras lanzadas de noche a un campamento, acabarán con él irremediablemente.”

El revisionismo y los “capiangos”

Esta leyenda acerca de la ferocidad de los paisanos que combatían a la par del “Tigre de los Llanos” seguramente fue divulgada por la errada imagen de “bárbaros” a que fueron expuestos los hombres federales a partir de la diatriba del masón Domingo Faustino Sarmiento, por lo que el revisionismo histórico poco crédito ha dado a esto de los “tigres capiangos” y los hombres del caudillo riojano. Es decir, no lo ha tomado como algo folklórico sino como una mera ofensa que la historiografía liberal empleó para ensuciar la nobleza, el coraje y la imagen de los federales. Viene a colación la impresión que causaban, en los señores de frac y galera, las barbas tupidas y los rasgos enjutos de los caudillos del interior, a quienes tomaban por poco menos que “animales” o seres provenientes, directamente, de los montes y las selvas perdidas. Por eso tampoco, al día de hoy, se puede creer que el “Chacho” Peñaloza tuvo ojos más bien celestes, y que Rosas era un esbelto hombre de cabellos rubios y ojos igualmente celestes, gaucho y estanciero al mismo tiempo.

Pedro de Paoli, estudioso consumado de Juan Facundo Quiroga, nos da una precisa interpretación de lo que para él quería significar eso de que los milicianos del riojano podían llegar a convertirse en ‘tigres capiangos’. En “Facundo”, la mejor obra dedicada al personaje del noroeste, dice:

“Paz dice en sus Memorias que, según un oficial de Quiroga que quedó prisionero en Córdoba, el Moro no se dejó montar el día de la batalla de La Tablada, con lo que quería dar a entender que sería un día aciago para Facundo y que por lo mismo no debía haber dado la batalla. Que Facundo consultaba a su Moro, etc. Todo ello son fábulas de Paz que forman el plan de presentar a Facundo como muy bárbaro. También hace decir Paz a ese oficial prisionero, un sin fin de historias de “copiangos” (sic) y otras cosas por el estilo. Todo ello son invenciones del famoso y hábil general Paz.”

Camilo Isleño existió

De todas formas, no hay que restarle crédito a lo escrito por el “manco” Paz en sus memorias cuando dice que el comandante Camilo Isleño tuvo 120 deserciones entre sus filas por el temor que les infundaban las apariciones, en medio de la lucha, de los “tigres capiangos” de Quiroga.

No sabemos con precisión el año de nacimiento de Camilo Isleño, el cual era oriundo de la provincia de Córdoba, lugar donde dio sus primeros pasos en el camino de las armas al lado del general José María Paz.

En 1829, año en que el “manco” invade dicha provincia para derrocar al general federal Juan Bautista Bustos, Isleño se presenta para luchar del lado de los unitarios al frente de sus milicias. En esta fuerza había alcanzado el título de comandante, a que refiere Paz en sus Memorias.

El capitán de fragata, Jacinto Yaben, autor de una obra de consulta valiosa (“Biografías Argentinas y Sudamericanas”), escribió en la biografía de Camilo Isleño, sin nombrar directamente a los ‘tigres capiangos’, el episodio en que ocurre la deserción de los 120 soldados suyos antes de La Tablada:

“Incorporado al ejército de Paz muy poco antes de la batalla de La Tablada, se halló en esta acción de guerra (se había reunido a Paz en Ojo de Agua, con 150 milicianos de los que desertaron 120 antes de la batalla por temor a Quiroga). Intervino en las demás operaciones que tuvieron por escenario la provincia de Córdoba bajo el mando del general Paz…”.

Es decir, el episodio fue cierto, real.

Aunque empezó luchando para el bando unitario, Camilo Isleño poco antes de la captura de José María Paz por el gaucho Francisco Zeballos, ya se había pasado a los federales. Pero esta novedad recién tomó notoriedad una vez que su jefe fue boleado el 10 de mayo de 1831 en el paraje El Tío, provincia de Córdoba. Sin embargo, Juan Manuel de Rosas ya estaba enterado de esta conversión desde que recibió una correspondencia del coronel José Nazario Sosa el 10 de febrero de ese año, la cual contenía esta importante noticia.

El 30 de junio de 1833, el comandante Isleño derrotó en el combate de Yacanto al comandante Manuel Arredondo y a otros jefes rebeldes, esto en el marco de una ofensiva tendiente a frenar el alzamiento subversivo de Esteban del Castillo contra el gobierno cordobés de Francisco Reinafé, quien entonces se sabía federal. Este morirá ahogado en las aguas del río Paraná, tras fugar del campo de honor en Cayastá, hacia 1840. En esos momentos se hallaba en el bando unitario.

Las vueltas de la guerra civil encontraron a Camilo Isleño luchando contra Francisco Reinafé –su ayer protegido- en agosto de 1835, en las desconocidas acciones de Balde de Moreyra. La guardia personal de Reinafé quedó desarmada y capturada por el buen desempeño de Isleño. Hasta donde se sabe, quien en el pasado había visto en carne propia los efectos psicológicos que producía la leyenda de los “trigres capiangos” quiroguistas, por 1841 continuó peleando por la Confederación Argentina, ultimando partidas y jefes del general Juan Galo de Lavalle, otrora oficial sanmartiniano que iba directo a la muerte. Pero esto pertenece a otro relato, a otro episodio de nuestro devenir.

Autor: Gabriel O. Turone

Bibliografía

De Paoli, Pedro. “Facundo”, Editorial Plus Ultra, Buenos Aires, 1973.
Paz, José María. “Memorias Póstumas. Guerras Civiles”, Tomo II, Ediciones Anaconda, Buenos Aires, 1950.
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Yaben, Jacinto R. “Biografías Argentinas y Sudamericanas”, Tomo III, Editorial Metrópolis, Buenos Aires, 1939.

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