Durante el siglo XVIII se produjeron dos adelantos claves en el control de las enfermedades epidémicas, y más concretamente, en la lucha contra una de las más terribles y mortales: la viruela. Uno de ellos será la inoculación o variolización, el otro la vacunación.
La variolización es una técnica de profilaxis que quiere decir preservación de la enfermedad. Dicha técnica consiste en hacer una incisión en la piel del individuo y colocarle el polvo de las costras de viruela, dicha persona al hacerle esto se le cerraba la incisión y se colocaba aislada de las demás hasta que la enfermedad le atacara de manera leve.
En 1721, Lady Worthly Montague (1689-1762) se inoculó el virus variólico, siendo el primer caso de variolización de una europea. El método, a pesar de la resistencia que oponía, aún a los médicos, se impuso por toda Europa, llegando al Río de la Plata en 1777. Fue el Dr. Miguel Gorman, enviado por Carlos III, el que introdujo este método haciéndolo conocer por todas las poblaciones del Virreinato.
Pero la ciencia en esta Europa dieciochesca circula imparable y la inoculación por la que tanto ha trabajado lady Mary Wortley Montague está en vísperas de tener una brillante continuación con un trascendente hallazgo: la vacunación (1).
Es en 1798 cuando Edward Jenner informó sus observaciones sobre la vacuna o cow-pox en su “Examen de las Causas y Efectos de las Vacunas Variólicas”. La misma surgió a partir de unos experimentos que realizaba con gérmenes de la viruela que atacaba a la vaca, pero que a los trabajadores de las granjas hacía inmunes hacia esta enfermedad. El nuevo método, más seguro y menos peligroso que el anterior, fue aceptado con enorme entusiasmo en toda Europa.
Ante el azote de una plaga de viruela, el 30 de noviembre de 1803 partía desde el puerto coruñés la corbeta María Pita. Aquella expedición, dirigida por el médico alicantino Francisco Javier Balmis, tenía como propósito extender la vacunación por las colonias españolas y mitigar así los estragos que la viruela estaba provocando por aquellas tierras. La Real Expedición de la Vacuna, solventada por Carlos IV, recorrió Hispanoamérica, Filipinas, Cantón y Macao, con veintidós niños del Colegio de los Expósitos de La Coruña. La elección de los niños gallegos se debió a que habitaban una localidad costera y por ello estaban acostumbrados a la presencia del mar. Eran los más sanos, de más de ocho años y de menos de diez, que no hubieran padecido viruelas ni hubiesen sido vacunados ni inoculados. Se pidió a la rectora del hospicio de La Coruña, Isabel López Sandalla, que les acompañase en tan largo viaje. Cinco niños madrileños ya habían sido vacunados sucesivamente, en el trayecto de Madrid a la Coruña, y habían sido devueltos del puerto, a su lugar de origen. Ellos eran los portadores vivos de la vacuna. Cada semana, Balmis les iba inyectando a dos de ellos en los brazos, sustancias extraídas de las pústulas de los inoculados la semana anterior. La expedición duró tres largos años.
El virus vacuno llegó a Montevideo el 5 de julio de 1805, y a fines de ese año llegaban a Buenos Aires dos negritos portadores de la vacuna.
El deán Saturnino Segurola, fue la persona que se ocupó casi exclusivamente de su conservación y propagación en el Río de la Plata, al decir del Dr. José Luis Molinari. Efectivamente, el deán Segurola se dedicó durante 27 años a tan generosa tarea, fundando en 1813 el primer establecimiento nacional de vacuna.
Rosas siempre se interesó de los problemas médicos, tanto es así que en el exilio escribió entre otras cosas, una obra sobre “La Ciencia Médica”, y durante su largo gobierno, una de sus preocupaciones fue la de extender la aplicación de la vacuna entre las tribus salvajes, en donde la viruela hacía estragos.
Efectivamente, las epidemias de viruela se sucedían de tiempo en tiempo desde 1588, ocasionando miles de miles de víctimas, especialmente entre los indios, quienes en la época a que nos referimos, ofrecían gran resistencia a la vacuna, por su ignorancia y, sobre todo por la gran ascendencia que tenían sobre ellos los curanderos y hechiceros.
Rosas actúa con gran tino y habilidad para convencer a los caciques de la importancia de tal medida profiláctica y sobre todo en la confianza que deben tener en el médico.
En 1836 la viruela asolaba a las tribus indias de la provincia de Buenos Aires, tanto que dos caciques, Cachul y Catriel, comisionados por su jefe, llegaban a Buenos Aires a pedir a Rosas un remedio contra la viruela, de esa “medicina” como ellos la llamaban a la vacuna, y cuya fama había llegado hasta ellos.
Pero Rosas actúa con gran habilidad, aconseja a los indios que recurran primero al médico, de este modo, el médico además de la vacuna, introduciría en las tribus otras medidas útiles, como la higiene y profilaxis de varias enfermedades, desterrando poco a poco la influencia nefasta del curandero y del charlatán. No pocas veces da el ejemplo, haciéndose vacunar delante de ellos.
Para convencerlos de esa medida Rosas se dirige a los caciques en los siguientes términos:
“Ustedes son los que deben ver lo que mejor les convenga. Entre nosotros los cristianos, este remedio es muy bueno, porque nos priva de la enfermedad terrible de la viruela; pero es necesario para administrar la vacuna que el médico la aplique con mucho cuidado, y que la vacuna sea buena, que el médico la reconozca; porque hay casos en que el grano que sale es falso, y en tal caso el médico debe hablar la verdad para que el vacunado sepa que no le ha prendido bien, que el grano que le ha salido es falso, para que con este aviso sepa que para el siguiente año debe volver a vacunarse.
“También es necesario, que aún cuando a una persona le prenda la vacuna bien, y sea buena, a los cinco años después, se vuelva a vacunar porque en esto nada se pierde, y puede aventajarse mucho”.
“La vacuna tiene también la ventaja de que aún cuando a algún vacunado le de la viruela, en tal caso ésta generalmente es mansa, y no de mala calidad.
“Después de esto si quieren ustedes que se vacune la gente puede el médico empezar a hacerlo poco a poco, para que pueda hacerlo con provecho, y bien echo, y para que tenga tiempo también, para reconocer prolijamente a los vacunados”
A continuación transcribiremos los conceptos que le merecen este mensaje de Rosas a los caciques, a un gran historiador de la Medicina argentina, de gran autoridad y sobre todo imparcial con respecto a esa época de la Historia Argentina, nos referimos al Dr. Juan Ramón Beltrán. Dice lo siguiente:
“En esas líneas, Rosas revela su profundo conocimiento de la psicología de los aborígenes. Les habla en términos sencillos, breves y claros. Rosas es un convencido de la inferioridad médica de los indios; conocía muy bien sus medios curativos, su fanatismo, sus creencias y preocupaciones. Pero sabía cuan difícil es desarraigar esas convicciones de nuestros aborígenes, por ser características del psiquismo y de la mentalidad primitiva. Hábil y astuto, procedió como psicologista y no como jefe; reafirma su respeto por la libertad de quienes lo consultan, y deja sentado que son ellos quienes deben resolver; orienta el pensamiento de los caciques con claras descripciones de la vacuna, su modo de aplicación y sus ventajas, y termina indicando la necesaria intervención del médico, requisito indispensable para el éxito.
“En esto también se advierte la sagacidad de Rosas puesta al servicio del progreso de la medicina. Si el médico entra en las tolderías, no se reducirá a la simple vacunación; poco a poco irá infiltrando su ciencia en el tratamiento de las enfermedades de las tribus, y será un factor eficaz en la lucha contra la ignorancia, la enfermedad y el atraso. Y en este episodio, la medicina pudo ser útil para el progreso de la cultura argentina”.
En ocasión de epidemias de viruela, que hacían estragos en las tolderías, Rosas obligaba a los indios a vacunarse antes de darles las potrancas y la yerba. Lo recordaría, mucho tiempo después, el cacique Pincén, el último de los grandes guerreros de la pampa: “¿Juan Manuel? Muy bueno, pero muy loco. No podíamos recibir sus regalos sin que un gringo nos tajeara el brazo, que decía era un gran gualicho contra la viruela”.
Es de destacar también que por la difusión y aplicación de la vacuna antivariólica, no solamente a los aborígenes sino a toda la población de la Confederación Argentina, Juan Manuel de Rosas fue nombrado miembro honorario de The Royal Jennerian Society for the Extermination of the Smallpox, de Londres, institución creada en 1803.
Así vemos que con los estudios casi exhaustivos llevados a cabo por los investigadores que se han ocupado con verdadero interés de Rosas y su época, ha quedado aclarado el asunto sobre su cultura, desapareciendo otras de las leyendas negras sobre el Restaurador de las Leyes.
Referencia
(1) La vacunación es un medio de desencadenar la inmunidad adquirida. Esta es una forma especializada de inmunidad que aporta protección duradera contra antígenos específicos, responsables de ciertas enfermedades. Se administran dosis pequeñas de un antígeno (como por ejemplo virus muertos o debilitados) con el fin de activar la memoria inmune (mecanismo complejo, en el que intervienen células especializadas de la sangre que son capaces de reconocer el antígeno y responder rápidamente a su presencia). La memoria inmune permite al cuerpo reaccionar rápida y eficientemente a la exposición futura a gérmenes, toxinas, etc. antes de que puedan causar daño. La vacunación es uno de los mejores medios para protegerse contra muchas enfermedades contagiosas
Fuente
Colombres, Nicanor Eduardo – Rosas y la vacuna.
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Fundación Balmis – La Expedición de la Viruela
Portal www.revisionistas.com.ar
Revista Histórica – Instituto de Estudios Históricos y Sociales Argentinos “Alejandro Heredia”, Tucumán (1960).
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