En 1814 el Gral. José de San Martín debió relevar al Gral. Belgrano en el mando del Ejército del Norte, en una situación crítica resultante de las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma y de la difícil retirada del Alto Perú. En un oficio que dirigió al Director Supremo el 23 de febrero de 1814, San Martín expuso el estado de la fuerza recibida en la Posta de Yatasto en los siguientes términos: “Yo no había encontrado más que unos tristes fragmentos de un ejército derrotado. Un hospital sin medicinas, sin cajas de instrumentos, sin útiles para el servicio, sin colchones, almohadas, sábanas ni cubiertas de ninguna clase. Presenta el sensible espectáculo de unos hombres tirados en el suelo, que de haberse sacrificado en una campaña desastrosa, añaden a la aflicción de sus males el desconsuelo de no poder ser atendidos del modo que reclama la humanidad y sus propios méritos. Unas tropas tan desnudas que se resiente la decencia al ver a un defensor de la Patria con el traje de un pordiosero. Una oficialidad que en muchas partes no tiene como presentarse en público. Mil clamores de éstos por sus sueldos devengados…”.
En su libro “El Paso de los Andes”, el Grl. Gerónimo Espejo dio testimonio de la conducta y de las decisiones adoptadas por San Martín ante la emergencia señalando que “uno de sus primeros actos como para establecer el rigor de la disciplina, punto sobre el que era de los más intransigentes, fue el señalamiento y pago mensual de sueldo o socorros a oficiales y tropa, para que cuando llegase el caso de aplicar correcciones o descargar la inflexibilidad de las leyes no se alegasen excepciones que las más de las veces traban su equilibrio o amenguan el prestigio de la autoridad”.
El Grl. Mitre destacó la decisión acertada de San Martín y la evaluó en los siguientes términos: “Para dar un poco de aceite a la máquina enmohecida y establecer una severa disciplina sobre la base equitativa del premio y del castigo, su primer acto administrativo fue establecer la regularidad en el pago de los socorros pecuniarios al ejército, incurriendo para el efecto en una desobediencia”.
Como señaló Mitre, es importante recordar que para regularizar los sueldos San Martín desobedeció la orden del gobierno de Buenos Aires de remitir los 36.357 pesos (sellados en oro y plata) que Belgrano había logrado traer del Alto Perú. En fundamento de su sabia desobediencia lo expresó el Libertador en el oficio dirigido al director Posadas, cuando señaló que: “Yo faltaría, señor Exmo., a mi deber y a mi honor y a la misma confianza que V. E. se ha servido hacerme, si dejase de exponer a V. E. con la franqueza que me caracteriza, que esta provincia no presenta más recursos para sostener este ejército; que el país se pierde y el ejército se disuelve, si V. E. no lo socorre”.
Con la firmeza que le fue característica, San Martín en sucesivos oficios, reiteró su negativa a enviar los fondos a Buenos Aires. Posadas terminó por comprender la desobediencia y así le reconoció cuando se dirigió al Libertador diciendo: “Este procedimiento de V. S. lo justifica la imperiosa ley de necesidad en crisis tan apurada y no puede dejar de ser de mi aprobación, particularmente cuando por medio de estos ejecutivos y oportunos auxilios se evita la disolución del ejército y consiguiente ruina del Estado”.
Restablecido el pago de haberes a cuadros y tropa, el Grl. San Martín adoptó de inmediato una serie de medidas destinadas a reimplantar la disciplina y mejorar la capacidad operacional del Ejército del Norte. El Grl. Espejo, entre otras acciones, destacó las siguientes:
“Construyó cuarteles con comodidad para alojar desde el primer jefe hasta el último soldado de los cuerpos, convirtiendo su recinto en una variada e incesante escuela como la de El Retiro”.
“Estableció las academias diarias de oficiales que inspeccionaba en persona, al mismo tiempo que la de jefes que él mismo presidía de noche en su casa”.
Estos hechos fueron vividos por el entonces joven oficial y más tarde general José María Paz. En sus Memorias y sobre los mismos, recuerda que: “El general San Martín exigía de los oficiales un trato y porte decoroso, pero quería que los sueldos fuesen exactamente pagados; y efectivamente en los cuatro meses que estuvo a la cabeza del ejército, así se verificó, sin dejar de dar al soldado buenas cuentas semanales, que si no completaban su sueldo, le suministraban al menos para sus más precisos gastos. Si el general San Martín exigía una suma exactitud en el servicio, quería también que se diese un tono digno y caballeresco y que estimasen en mucho su profesión y la clase que ocupaban en ello”.
Ejército de los Andes
En Agosto de 1814 San Martín fue designado Gobernador Intendente de Cuyo, para dar comienzo a la titánica tarea pública, económica y militar que fructificó en la consolidación de la independencia argentina y en la liberación de Chile y Perú.
Las primeras medidas adoptadas por el Libertador se orientaron a la obtención de los recursos económicos nacionales y provinciales que hicieran posibles la organización y sostén del Ejército de los Andes.
Las posteriores no necesitan explicación alguna, porque surgen con claridad de las afirmaciones del Gral. Espejo cuando dejó constancia que: “Así San Martín vio asegurada una renta fija que le permitía atender con regularidad la fuerza que iba aglomerando, pudo señalar una buena cuenta mensual de medio sueldo, si mal no recordamos, a la oficialidad y un socorro semanal a los soldados, de un peso doce reales a los cabos y dos pesos a los sargentos, que se pagaban con religiosidad y preferencia a todo otro gasto”.
Si la fijación de un sueldo digno era importante, más relevante y ejemplificador era el objetivo perseguido. Al respecto, agregó luego el general Espejo: “Por este sistema, consiguió entablar una estrictez en la disciplina y el servicio, que fue y será en los ejércitos americanos que se formen en situaciones análogas, el resorte más seguro para conservar la moral, corregir las faltas y castigar con el último rigor los delitos en que llegue a incurrir la mala índole de algunos hombres”.
El cruce de Los Andes, Chacabuco, Cancha Rayada, Maipú y la liberación de Chile; la expedición marítimo-terrestre, la toma de Lima y la independencia peruana y el ejemplo de honestidad y austeridad de su ostracismo, son los testimonios de su grandeza moral y el basamento de una ética militar digna de la mejor imitación.
Disciplina sanmartiniana
Los criterios del general San Martín sobre la disciplina y la forma de prevenir y reprimir las faltas y delitos son fácilmente percibidos con la simple lectura de los códigos de conducta y las leyes penales que, de su puño y letra, estableció en los diferentes niveles de comando en que debió desempeñarse en su ejemplar trayectoria profesional.
Como jefe del glorioso Regimiento de Granaderos a Caballo, impuso como una de las causas por “las que deben ser arrojados los oficiales” la siguiente: “Por falta de integridad en el manejo de los intereses, como no pagar a la tropa el dinero que se le haya suministrado para ello”.
Las “Leyes Penales del Ejército de los Andes” redactadas por San Martín en setiembre de 1816, conforman una apretada síntesis del comportamiento ético que exigía de sus subordinados y de la rigurosidad con que serían sancionados los delitos. En sus 41 artículos y en extremada síntesis se condensan el respeto por la dignidad humana, por los pueblos de los territorios en que actuaría el ejército, la religión y la inflexibilidad ante cualquier falta que pudiera afectar la disciplina o la capacidad operativa de la fuerza.
Tan sólo, a modo de ejemplos, podemos recordar el artículo 34 que lacónicamente decía: “Morirá el que enajenare, vendiere o empeñare armamento, municiones o caballo” y el artículo 41 que cerraba las leyes prescribiendo que “Las penas aquí establecidas y las que se dictaren según la ley por el Juzgado Militar serán aplicadas irremisiblemente. Sea honrado el que no quiera sufrirlas: la Patria no es abrigadora de crímenes”.
Fuente
Domínguez, Grl. Br. Roberto – Haberes y disciplina en los ejércitos de San Martín.
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Revista Militar, Nº 754, Setiembre/Diciembre 2001, Buenos Aires
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