La mayor parte de los federales porteños, en particular los comprometidos con el sitio de Lagos, emigraron a Paraná, Rosario o Montevideo. Desde allí planearon regresar por medio de una invasión. El primer intento lo dirigió Lagos, en enero de 1854, esperando que las fuerzas de campaña se pasaran a su ejército; debió evacuar la provincia a los pocos días.
En noviembre de ese mismo año, el general Gerónimo Costa avanzó desde Rosario al frente de 600 hombres. Pero Manuel Hornos le salió al encuentro y lo derrotó en la batalla de El Tala, obligándolo a retirarse.
En diciembre de 1855 hubo un nuevo intento, más elaborado: el general José María Flores desembarcó en Ensenada, mientras Costa lo hacía cerca de Zárate, con menos de 200 hombres. El gobernador Pastor Obligado dictó la pena de muerte para todos los oficiales implicados en esa invasión —declarándolos bandidos, para no tener que respetarlos como a enemigos— y ordenó su fusilamiento sin juicio.
Flores avanzó hacia el interior de la provincia, pero debió retirarse a Santa Fe. Insólitamente, Costa avanzó hacia Buenos Aires con sus escasas tropas. El 31 de enero de 1856 fue derrotado por Emilio Conesa en el combate de Villamayor, cerca de San Justo.
Rescatamos del olvido este hecho, despiadado y verdadero, que no deja de ser una demostración de heroísmo, coraje y honor con el cual cada facción defendió sus ideales. El general Gerónimo Costa refriega su rostro cansado y melancólico, como tratando de comprender la noticia que su edecán le confirmaba. Se levanta raudamente de su asiento y mira el horizonte. Su vasta experiencia militar le indicaba que aquella columna de polvo, que se asemejaba a un gigante furioso, era el poderoso ejército de Buenos Aires que vendría a aplastar a sus aguerridas tropas rebeldes.
Sabía, mientras sus escasos 160 soldados se preparaban para lo que sería una batalla totalmente desigual, que en estos pagos de Matanza correría sangre de argentinos, su suerte ya estaba echada.
La acción se desarrolla en los campos de Villamayor cruzando el arroyo Morales (1). La caballada del general bebe a sorbos el agua del caluroso 31 de enero de 1856 que presagia lo inminente.
– Mi general -vuelve presuroso su edecán- Los porteños se aproximan y nuestros refuerzos no llegaron.
El jefe del reducido ejército Federal, arruga el papel que tiene en sus manos y lo deja junto a otro que descansan sobre su escritorio de campaña. Aquel escrito era la ley del Gobernador del Estado de Buenos Aires Pastor Obligado que ordenaba pasar por armas a todos los rebeldes que atentasen contra la seguridad de la provincia segregada (2).
Urgente reúne a su estado mayor, los coroneles León Benítez, Ramón Bustos y Juan Francisco Olmos a quienes les da la orden de preparar a los soldados para dar batalla.
La vanguardia de las tropas porteñas del coronel Emilio Conesa comandadas por el coronel Esteban García ya les pisaba los talones, no quedaba más remedio que pelear, si se quería tener una mínima esperanza. Ese era el momento indicado para intentar torcer la suerte de lo inevitable, ya que a pocos kilómetros de ese lugar se acercaba desde el norte a paso firme las tropas del coronel Bartolomé Mitre.
Por un instante el tiempo parece detenerse y el general Gerónimo Costa cree en su interior, que la causa que defiende es noble y justa, atempera su espíritu y deja fluir sus ansias de unir de una vez por todas a la Confederación Argentina con el Estado de Buenos Aires (3), sólo su sentimiento de patriotismo parece indestructible.
Su valor fue puesto a prueba mil veces, durante la guerra contra Brasil, volvió con el grado de capitán. Pasó a servir a Juan Manuel de Rosas e hizo campaña contra el general José María Paz, jefe de la Liga Unitaria en el interior y en 1833 realizó la Campaña al Desierto. En 1835 el Restaurador lo nombro comandante de la isla Martín García, tres años después la escuadra francesa atacó la isla y a pesar de tener órdenes de entregarla, el por ese entonces aguerrido coronel Costa la defendió heroicamente, batiéndose contra fuerzas muy superiores que finalmente se apoderaron de la isla. En reconocimiento al valor y la capacidad de combate el Capitán de Corbeta de la marina francesa Hipólito Daguenet le devolvió los prisioneros y la espada con una nota enviada a Rosas donde expresaba “los talentos militares del bravo Coronel Costa” posteriormente peleó contra el general Juan Galo Lavalle en Cagancha, Don Cristóbal, Sauce Grande y Quebracho Herrado. En Rodeo del Medio puso fin a la Coalición del Norte. Arroyo Grande y Caseros también vieron desplegar su coraje.
- Mi general, estamos listos.
Con estas palabras se envalentonó sabiendo que sería una parada brava
- Proceda – respondió Costa.
La fuerza del coronel García rompió fuego y aprovechando la ventaja numérica se llevó por delante a la tropa del general Costa, perdiendo en este acto 10 o 12 hombres entre ellos Ramón Bustos quien fue ultimado a lanzazos, Benítez quien demostró toda su audacia en la Batalla de Ituzaingó fue sacrificado de la misma manera después de entregar su espada.
El general Costa peleó como un león, sabía mientras veía caer a sus soldados (4), que todo estaba perdido, incluso su propia causa, incluso su propia vida.
Su cuerpo, ultimado a balazos, tocó el suelo asentando sus rodillas primero y luego sus manos que lentamente se hundían en el verde pasto del campo de batalla (5).
La mayor parte de los soldados fueron muertos cuando se rendían, y los oficiales fueron fusilados dos días más tarde.
Pese al reclamo de los federales por venganza, la matanza de Villamayor obligó a Urquiza a ser más prudente en el control de sus aliados porteños. Buenos Aires y la Confederación conservaron la paz por unos años.
La paz tan sangrientamente alcanzada a raíz de la masacre de Villamayor, a principios de 1856, no duró mucho.
La matanza de Villamayor fue una muestra elocuente de la ferocidad de las guerras civiles que dejaron un recuerdo indeleble en los pagos matanceros.
1) Cuando ocurrió este suceso los campos del señor Villamayor estaban situados en el partido de La Matanza. Años después pasó a ser parte del partido de Marcos Paz.
2) Textual del documento: “Todos los individuos titulados jefes que hagan parte de los grupos anarquistas capitaneados por el cabecilla Costa y fuesen capturados en armas, serán pasados por las armas inmediatamente al frente de la División o Divisiones en campaña, previo los auxilios espirituales”
3) Recordemos que Buenos Aires había conformado un estado Independiente desde el 11 de septiembre de 1852 hasta la Batalla de Pavón cuando se reincorporó definitivamente al resto de las provincias.
4) Conforme el acuerdo gubernativo, muchos de los oficiales que acompañaban fueron ejecutados y según una versión contemporánea indica que sólo 15 de los federales salvaron sus vidas. Entre estos está el Coronel Olmos quien gracias a una oportuna intervención de la señora Dolores Correa de Lavalle, viuda del general Lavalle, rogó clemencia para el antiguo camarada de su difunto esposo. Por el lado del ejército porteño no se sufrieron bajas.
5) El cadáver del general Costa fue recuperado días después de la batalla por la señora Mercedes Ortiz de Rosas de Rivera, hermana de Juan Manuel de Rosas, según relata Doña Mercedes, debió de solicitar un permiso especial al gobernador Obligado para recoger los despojos que yacían en el campo de Villamayor a la merced de las alimañas y venganzas. Dichos campos eran linderos con la estancia El Pino (en Virrey del Pino) que fuera confiscada al caer su hermano y posteriormente vendida la familia Ezcurra.
Autor: Racedo, Dr. Leonardo A.
Fuente
Cambiasso, Martha – La Matanza de Villamayor.
Crónica histórica Argentina. Tomo IV, Editorial Codex S.A. (1972).
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Periódico La Voz, 15 de noviembre de 2008.
Portal www.revisionistas.com.ar
Rebeliones y crisis internacional (1854-1865), Tomo III, Ed. Claridad 2008.
Rosa, José María – Historia Argentina, Tomo VI, Ed. Oriente (1970)
Ruiz Moreno, Isidoro J. – Campañas Militares Argentinas. La política y la guerra.
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