José Roger Balet

José Roger Balet (1889-1973)

Nació el 3 de marzo de 1889 en la ciudad de Barcelona, España, siendo sus padres Pablo Roger, oriundo de la provincia de Lleida, y Dolores Balet.  La suya era una de las miles de familias españolas en donde se practicaban las costumbres y hábitos de fin del siglo XIX.  Familia de trabajadores, de raíz profundamente cristiana, tanto que dos hermanos de Pablo Roger, Andrés y José, eran sacerdotes, y a la vez curas párrocos de dos pueblos: Almenar y Grañena de las Garrigas, en la provincia de Lleida.

Pablo Roger se dedicaba al comercio, pero dadas las causas políticas por las que atravesaba España, su situación no era brillante.

José Roger Balet desde muy pequeño sufrió una grave enfermedad, inclusive muchos le pronosticaban una muerte temprana.  Sin embargo con el correr del tiempo mejoró notablemente.  Fue un niño como todos los niños del mundo.  Creció en el halago materno durante el primer lustro, estando siempre sus padres atentos por su delicada salud.  Familiarmente lo llamaban “Pepito”.

Al cumplir los 9 años, como su salud no mejoraba, sus padres lo mandaron afuera de Barcelona, a la casa de campo de unos parientes.  Allí se ubicó en un pequeño negocio de fantasías, donde trabajo gratuitamente durante dos años.  En dicho negocio era gerente, vendedor y peón de limpieza, porque no había otro empleado.

Después de haber participado cerca de dos años en la casa de comercio, el niño salió del negocio para trabajar en la misma casa en donde trabajaba su padre “Grandes Almacenes de papeles para embalaje, artículos de imprenta, etc.”  Le encargaron el corretaje de los artículos de la casa.  No le pagaban sueldo sino una comisión sobre todas las ventas que efectuara.  La corta edad del corredor despertaba simpatías, de manera que su primera incursión en el corretaje tuvo éxito.  El continuo trato con la gente le daba cierto aplomo.  Este jovencito no desperdiciaba un instante y su aprendizaje se enriquecía día a día.

Así recorrió íntegramente la ciudad, introduciéndose en todos los rincones, desde la Ribera al Arrabal; desde los barrios residenciales y las típicas Ramblas, hasta el casco antiguo de la población de calles estrechas y tortuosas, que conservaban el tipo de construcciones de siglos pasados.  No dejó tampoco de visitar los barrios suburbanos en las afueras de Barcelona.

Continuó su trabajo hasta los quince años.  Salió de esa casa y se dedicó a la venta de los mismos productos, pero por su exclusiva cuenta.  En ese continuo andar, ir y venir por las calles de la ciudad, se acercó muchas veces al puerto, siguiendo las típicas Ramblas.  En una de esas tardes serenas y brillantes, tal vez inspirado por la belleza del paisaje y el canto de las olas, contemplando el viejo malecón, soñó con un viaje a lejanas tierras.

Con el dinamismo y entusiasmo propios de la edad, José trabajaba con ahínco; necesitaba ahorrar dinero para emprender el viaje que soñaba.  Debía ser lo antes posible, porque si se dejaba pasar el tiempo tendría que cumplir con el servicio militar preparatorio, que en España se hacía antes de los 20 años, para después comenzar con el servicio efectivo.  Es decir, que de no haber hecho el viaje en ese tiempo, no lo hubiera podido realizar hasta pasados los veintidós años.

Finalmente su sueño se hizo realidad cuando el 3 de setiembre de 1906, zarpó en el buque de bandera española “Patricio de Zatrústegui”.  El viaje duró veintiún días y lo hizo en el sector destinado a los pasajeros de “tercera clase”, quienes viajaban sumamente hacinados; prácticamente no tenían lugar donde sentarse; a todo esto lo recuerda muy bien José Roger Balet, cuando dice: “Yo vine de España a pie, no había en donde sentarse, y en tercera clase, porque no había de quinta”.

Durante el primer día a bordo,  al llegar la hora de comer se les repartió una comida mala y escasa, y pensando que tenía que sobrellevar cerca de veinte días, se ingenió para procurarse mejor alimentación.  Al examinar todas las dependencias del barco, reparó que la cocina de “segunda clase”, estaba al lado de la de “tercera”, si a ésta se la podía llamar cocina y ni lerdo ni perezoso, se acercó al cocinero de “segunda”, habló con él y se ofreció para realizar algún trabajo.  Este lo tomó con simpatía y le dijo que volviera a la hora de comer.  A la hora indicada el niño se presentó.  El cocinero le encargó que alcanzara los platos a los mozos que servían en el comedor.  Bien pronto se puso al corriente de su quehacer circunstancial.  Mientras desarrollaba su trabajo, observó la diferencia que había en la comida de una y otra “clase” y también que se tiraba o desperdiciaba gran cantidad.  Pensó en la injusticia de esa actitud.  Allí se arrojaba la comida sobrante a un tacho de desperdicios, para después lanzarla al mar, a los tiburones que seguían el barco, mientras en “tercera” muchos de los humildes inmigrantes se quedaban con hambre.  Enseguida tomó una decisión.  Ayudar a sus compañeros de viaje.  Y así lo hizo.  Con toda prolijidad juntaba en una gran fuente la comida sobrante, la que venía en los platos sin tocar y la que quedaba en la cocina.  Después de terminada su labor, llevaba a “tercera” el suculento manjar que había logrado y lo repartía entre todos los viajeros.  ¡Había que ver la alegría con que era esperado Pepito, después de cada almuerzo, merienda o cena!  ¡Tenía dieciséis años y ya le preocupaban sus semejantes!  El era pobre de dinero, pero tan rico en sentimientos, tan generoso y humano que se ingenió para proporcionar una ayuda a los más humildes y todo eso conquistado con su habilidad para desempeñar cualquier trabajo.

Esto puede tomarse como un indicio del gran caudal de buenos sentimientos, de amor al prójimo, de amparo al necesitado, de socorro al desvalido, que traía como bagaje en su corazón, José Roger Balet.

Después de tres semanas de viaje, el Patricio de Zatrústegui se encontraba en la costa de la República Oriental del Uruguay, y el 24 de setiembre de 1906, José descendió en el puerto de Montevideo.  Recorrió la ciudad de cabo a rabo; nada dejó de ver.  Su constante curiosidad le llevó a visitar las siete plazas principales de la ciudad, todos verdaderos jardines.  Una de ellas, la Plaza de Cagancha o de La Libertad, iría unida a su recuerdo por el resto de su vida.

A principios de siglo la vida era difícil en las márgenes del Plata y el trabajo escaseaba.  Los pocos recursos con que había contado estaban agotándosele hasta que llegó la hora en que vio cómo se le esfumaba el último centavo.  Durmió durante once noches consecutivas en un banco de la Plaza de Cagancha.  Once noches bajo el cielo de América.  Una noche, al pasar frente a él, un señor, un caballero, se detuvo.  Le hizo preguntas.  Pocas palabras y el hombre comprendió la odisea del niño.  Al retirarse puso en su mano ¡dos pesos oro!  Ese benefactor desconocido era un enviado de Dios que llegaba precisamente a esa plaza Libertad, para darle la libertad de poder proseguir su destino. 

Con posterioridad encontró un modesto empleo en un almacén de comestibles, cuyo dueño tenía al lado del mismo, una pequeña fonda, con 14 pensionistas.  Su quehacer consistía en servir la mesa de los pensionistas.  Como ese trabajo no era para él, a los pocos días emprendió viaje a Buenos Aires.  Sacó su pasaje en el vapor Tritón” y el boleto le costó: ¡Un peso!   Al llegar al puerto preguntó por una dirección que traía de un pariente suyo, a quien no conocía, pero que estaba radicado en Buenos Aires desde hacía varios años.  Su pariente tenía un puesto en el mercado del Pilar, calle Santa Fe, según los datos que traía de Barcelona.  Al llegar se enteró que su pariente, José Borró, sobrino de su padre, hacía cinco años que se había mudado, pero que tenía el puesto en el Mercado del Plata, calle Artes y Cuyo (hoy Carlos Pellegrini y Sarmiento).  Allí encontró a su desconocido pariente.  Desde ese instante las cosas cambiaron, porque le facilitó casa, comida y habitación. 

Comenzó trabajando en el puesto de su pariente pero a las dos semanas lo tomaron como cadete con un sueldo de 30 pesos y habitación.  Esta última estaba ubicada en el segundo sótano de la casa, donde se depositaban cajones vacíos, cajas, bultos y trastos viejos.  Allí extendió su catre plegadizo y colocó su valija.

Progresó rápidamente en el trabajo, pasando en dos años de cadete a vendedor.  El triunfo puede decirse que es obra de su simpatía y de su cordialidad.  De su sueldo inicial de 30 pesos, se fue elevando gradualmente hasta llegar a 150 pesos.  ¡Tenía 19 años!

Su habilidad para la venta había despertado algunos comentarios, tanto, que el dueño de una casa de comercio del mimo ramo, le ofreció el empleo de encargado de una sucursal que tenía en Rosario, Santa Fe, con un sueldo de 300 pesos.  La proposición fue aceptada e inmediatamente se trasladó allá.  Sin embargo, al establecer comparaciones con la Capital Federal, se sentía como arrinconado, en un ambiente estrecho para él.  Así que decidió regresar a Buenos Aires.  Al llegar lo primero que hizo fue buscar trabajo.  Después de unos días encontró un empleo en una tintorería, “Los Mil Colores”, de la calle Bartolomé Mitre casi Esmeralda, allí sólo ganaba 80 pesos. 

Mientras trabajaba por las calles cumpliendo la tarea de la Tintorería, se ocupa de hacer también algunas ventas por su cuenta de varias mercaderías que tenía en depósito en su habitación, que le servía de dormitorio, exposición y salón de ventas.  ¡Hasta importaba champaña directamente!

Un día entró a una de las más importantes casas de comercio de la Capital, situada en la calle Florida y Bartolomé Mitre y se ofreció para trabajar.  Lo tomaron inmediatamente y en un año y medio tuvo varios ascensos hasta llegar a segundo jefe del Departamento de Bazar y Menaje.  Sin embargo, un día, sin saber nunca el porqué, fue despedido.

El 9 de julio de 1910 conoció a Dresda Rossi, italiana, hija de Héctor Rossi y de Agar Guasti, y el 6 de marzo de 1911 se casó con ella, en el barrio de Belgrano.  De su matrimonio nacieron cuatro hijos, dos varones y dos mujeres: Ataulfo, Enrique, Elena y por último Dresda.

Al quedar cesante de su puesto en la casa de comercio de la calle Florida, ya con su hogar constituido, en 1913 decide establecerse por su cuenta comprando un negocio situado entre las calles San Juan y Lima, en la suma de siete mil pesos.  Las ventas llegaron cifras sorprendentes y muy pronto tuvo que incorporar nuevos vendedores.

Al poco tiempo cambió el nombre de la casa y le puso “Mundial Bazar” y, transcurrido un año y medio vendió su pequeño negocio, ganando por supuesto en la venta.  Más tarde, el día 13 de mayo de 1915, fundó en la calle Corrientes y Bermejo (hoy Jean Jaurés), el Bazar “Dos Mundos”.  Dos mundos unidos por la sangre, la tradición y el amor: España y Argentina.

En julio de 1919, a los cuatro años de haberse instalado, el periodismo se ocupaba del incremento de sus casas comerciales, que ya ascienden a cuatro, es decir una por año.

Las inquietudes espirituales del joven Roger Balet no fueron solamente de orden económico.  Tuvo su incursión en el periodismo, fundando y dirigiendo una revista quincenal: “Dos Mundos” que defendía los intereses bien entendidos de todo un barrio.

En 1928 adquirió la casa de R. Kelskamps (Alberto Aders y Cía.), una de las principales firmas importadoras.  Esta operación alcanzó la suma de dos millones de pesos.  Ese mismo año la red de sucursales  alcanzaba ya a quince.  Todas ellas colocadas con gran acierto en los principales barrios de la ciudad y en importantes pueblos suburbanos.

Terminaba el año 1929.  Nuestro hombre se encontraba en la plenitud de su desarrollo económico-financiero, y con un reguero de obras humanitarias que llevaba a cabo, costeadas de su peculio particular.  Para entonces poseía 19 sucursales y la casa matriz y declaraba que el único principio que había empleado para llegar a eso, era el “de ganar poco y vender mucho”.  En 1934 tenía 22 establecimientos instalados en la Capital Federal.

El poderío comercial de Roger Balet se hace incalculable.  En enero de 1935 inauguró una nueva y lujosa sucursal del Bazar “Dos Mundos” en la calle Florida y Bartolomé Mitre.

Corría el mes de febrero de 1926 y una noticia sensacional conmovía a la opinión pública.  Tres viadores españoles, acompañados por un mecánico, intentarían unir España con Argentina en un hidroavión.  El 23  de febrero Luis Ramón Franco, Julio Ruiz de Alda, Juan Durán y González y José Rada partieron del Puerto de Palos y tras un recorrido de 9.970 kilómetros, arribaron a Buenos Aires.

Enterado Roger Balet de esta travesía, ratificó su propósito de donar la suma de 50 mil pesetas al primer aviador que uniera España con Argentina, resolviendo entregar la mencionada suma al aviador Luis Ramón Franco, por haber sido el héroe de la jornada. 

Después de haber premiado a Franco, ofreció una recompensa similar para el primer aviador argentino, que partiendo e Buenos Aires llegase a la península en aeroplano.  Pasaron tres años sin que nadie se dispusiese a optar al premio.  Cierto día lo visitó una comisión de caballeros, para interesarlo en un vuelo que pensaban efectuar a España los aviadores argentinos Mejía y Arzeno, para retribuir el vuelo efectuado por Franco a la Argentina.  Roger Balet ofreció inmediatamente a dicha comisión hacerse cargo del costo del vuelo y para ello se facultó a dichos aviadores para que viajaran a Estados Unidos y compraran el avión adecuado para efectuar la travesía.  Los aviadores probaron varios aparatos hasta que finalmente adquirieron a su propietario el “Friendship”, cuyo precio se elevaba a la suma de 60 mil dólares.  Se trataba de un Fokker, con una autonomía de 45 horas de vuelo, a una velocidad de alrededor de 90 millas por hora.  El aparato fue bautizado con el nombre de “12 de Octubre”.

Hacía tiempo que todo estaba listo para el viaje, pero faltaba el permiso del gobierno para el piloto naval que debía acompañar al teniente Mejía, jefe de la tripulación.  No se sabe por qué motivo, pero ese permiso no llegó nunca.  Si se hubiera llevado a cabo esa proeza, la Nación Argentina habría cumplido la hazaña más grande de la aeronáutica sudamericana de esos tiempos.

El 3 de abril de 1929 Roger Balet adquiere y dona al gobierno argentino la casa de la ciudad de Cádiz, donde vivió y falleció Bernardino Rivadavia.

En 1930, sufría el país una crisis de trabajo.  Este fenómeno no sólo se exteriorizaba en Argentina, sino que era una dolencia mundial.  Miles de españoles ansiaban regresar a su patria con el objeto de buscar el trabajo que aquí tan difícilmente se encontraba.  Al enterarse Roger Balet, envió al Cónsul General de España en Argentina una carta ofreciendo pagar doscientos pasajes para España, a fin de ser entregados gratuitamente, y sin ninguna clase de favoritismo, a los compatriotas que quisiesen retornar.  El 1º de enero de 1932 partieron para España en el vapor “Uruguay”, 380 personas repatriadas por el consulado, de las cuales 275 fueron por Roger Balet, quien concurrió al puerto a despedirlas.

Concretó las bases de una vasta obra de bien común que, por su noble significado y la opulencia de la misma no tiene parangón en la historia de la filantropía argentina.

En 1936, el vecindario de la popular barriada de La Boca tuvo una grata noticia.  Roger Balet les dono un valioso cuadro para el Museo que funciona en la Escuela “Pedro de Mendoza”, que en esos momentos recién había construido, sobre un terreno que había donado el gran pintor Benito Quinquela Martín.  El obsequio era el cuadro “La Cancionera” de Miguel C. Victorica.

Brinda a los niños lo que él no tuvo siendo pequeño: juguetes.  Desde 1923, cuando ya su situación económica era holgada, su esposa, Dresda Rossi de Roger, era la encargada de llevar personalmente juguetes a los enfermitos de los hospitales.

En marzo de 1940 donó a la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, cinco pulmotores de acero, traídos de Inglaterra.  El periodismo se hizo eco enseguida y él explicó su actitud diciendo: “Sigo pensando que todos los extranjeros que habitamos la Argentina y que hemos labrado una situación de privilegio, tenemos la obligación de interesarnos antes que nada por las cosas de los argentinos”.

Al enterarse de la formación de una Junta Ejecutiva encargada de los trabajos preparatorios para la ascensión argentina a la estratósfera que proyectaban efectuar el mayor Eduardo A. Olivero y el presbítero Ignacio Puig, envió una nota a los organizadores, donando un valioso instrumental científico para la navegación aérea, expresando en esa oportunidad: “Quiero así colaborar en un esfuerzo que dará a los argentinos un motivo de legítimo orgullo”.

Son numerosos los hospitales que recibieron de su parte camillas, mesa de operaciones, instrumental médico-ortopédico y gran cantidad de aparatos necesarios para la atención de los enfermos.  Se ha preocupado para que los que sufren tengan desde la radio y el televisor, amén de todos los artefactos modernos que ha menester en los nosocomios, hasta un corazón artificial entregado en 1960 a la Facultad de Ciencias Médicas de Buenos Aires.

A fines de 1960 el Banco Hipotecario Nacional lanzó en tres series de 500 millones de pesos las nuevas Cédulas Hipotecarias con el objeto de reunir fondos para solucionar el problema de la vivienda argentino.  José Roger Balet fue el primero que acudió, como siempre, adquiriendo cédulas por dos millones de pesos, aceptando en sus negocios hasta la suma de 30 millones de pesos en pago de mercaderías y abonando al comprador hasta el 10% más del valor que tenga al día de la compra.

José Roger Balet y la Cultura

La obra de hondo sentido cultural que Roger Balet llevaba realizada, no colmaba su verdadera ambición.  Hacía tiempo que venía madurando la idea de concretar su idealismo en pro de la educación e instrucción de la niñez. 

En 1940 adoptó su generosa resolución: donar al país catorce escuelas, una por cada provincia, en el lugar que fueran más necesarias.  El mismo participa activamente y con el mayor entusiasmo en todos los detalles de las construcciones.  La primera escuela entregada fue la correspondiente a Catamarca, lleva el número 29 y el nombre de “Guillermo Correa”; la segunda, la 190, “General San Martín” en La Rioja; y la tercera la número 140 de Jujuy, “Teodoro Sánchez de Bustamante”.

Con un espíritu de ecuanimidad y justicia comienza por las provincias más pobres, después de inaugurarse las tres primeras da principio a los edificios correspondientes a Santiago del Estero, San Luis y Salta.

El 5 de abril de 1943, a los siete meses y días de la colocación de la piedra fundamental, Roger Balet entregó personalmente el edificio de Santiago del Estero al Consejo Nacional de Educación.  Al acto concurrió el gobernador de la provincia Dr. José I. Cáceres y todos sus ministros.  La escuela estaba construida  de acuerdo a la más moderna concepción pedagógica.  Cabe que destacar que toda la obra –respondiendo así al deseo del donante-, fue levantada por obreros de esa ciudad.  Fue bautizada con el nombre de “Agustina Palacio de Libarona”.

La Escuela Nº 284 “Indalecio Gómez”, fue inaugurada en Salta el 8 de abril de 1943.  En el departamento de Guaymallén, Mendoza, se inaugura la Escuela Nº 59 “Teniente General Rafael M. Aguirre”.

El 25 de mayo de 1943 hizo entrega a la provincia de San Juan de la Escuela “España”.  Quiso la fatalidad que ni bien inaugurada la escuela, el trágico sismo de 1944, aniquiló la ciudad cuyana, causándole graves daños.  El benefactor reconstruyó enseguida el edificio y pronto fue la primera que abrió sus puertas en medio de la desolación reinante, como una afirmación de vida y de progreso después de la catástrofe.

Y sucesivamente se fueron inaugurando las escuelas: Nº 30 “Juan Martín de Pueyrredón” en las inmediaciones de “El Chorrillo”, San Luis; Nº 124 “Coronel Luis Jorge Fontana”, en Formosa; Nº 182, “Osvaldo Magnasco”, en Entre Ríos; Nº 44 “Salvador M. Díaz”, en Corrientes; “Ministro Benjamín Victorica”, en Chaco; Nº 187 “Gobernador Ing. Emilio F. Olmos”, en Córdoba; “Florentino Ameghino”, en Mar del Plata, Pcia. de Buenos Aires; Nº 351, “José Ignacio Thames”, en Yerba Buena, Tucumán; “Juan de Garay”, en Santa Fe; Nº 17 “Francisco de Viedma”, en Río Negro; “Nicolás Avellaneda”, en Posadas, Misiones; “Tomás Espora”, en Puerto Madryn, Chubut; “Mariano Moreno”, Santa Rosa, La Pampa; Nº 23 “Comandante Luis Piedrabuena”, Río Gallegos, Santa Cruz; “Monseñor Fagnano”, Ushuaia, Tierra del Fuego.

Roger Balet es el asiduo colaborador de todas las buenas obras.  Allí donde exista una necesidad y que él la descubra, se apresta a solucionar los problemas que puedan ocasionarla.  En 1951 efectuó una donación para modernizar rl campanario de la Iglesia de Santa Catalina, que estaba viejo y destruido.  Funcionaba además por un antiguo método, que daba mucho trabajo a los sacerdotes.

Cuando llegaba el verano de 1948 se dirigió al sur; su propósito era iniciar la construcción de dos edificios escolares, uno en Santa Cruz y el otro en Tierra del Fuego.  Una vez entregadas las llaves de las mismas al Consejo Nacional de Educación, vuelve a su despacho de la calle Salta y coloca en el gran mapa de la República que conoce palmo a palmo, una señal más.  “De pronto me doy cuenta –dice asombrado- de que me falta un territorio”.  “¿Cuál? -se le inquiere-.  “Las Malvinas”, responde.  Por ello en esa ocasión había dispuesto visitar también las Islas Malvinas.  Pero esta vez su decisión planteó una serie de problemas políticos.  Tanto revuelo tomó el asunto, que en Londres, el Ministro de Colonias, Arthur Creech Jones, manifestó en la Cámara de los Comunes que “Gran Bretaña no había autorizado a la Argentina a construir una escuela en las Islas Malvinas.  Nunca imaginó que una decisión suya, de regalar una escuela más, tuviera tanta trascendencia.  El Diario Times, de Londres, publicó un despacho de Buenos Aires, describiendo la decisión de Rober Balet de regalar una escuela en las Malvinas como “una intención de arrojar combustible a las llamas de la controversia anglo-argentina sobre la propiedad de las islas Malvinas”.  Al enterarse del serio entredicho político entre las dos naciones, pregunta: “¿Acaso no hay en nuestro país tantas escuelas británicas?”.  Lo cierto que se mantiene en pie la donación a las Malvinas hasta el día que pueda la Argentina recuperar ese territorio.

El 25 de febrero de 1956, al conmemorarse el 178º aniversario del natalicio del Gral. José de San Martín, se inaugura en la ciudad de Mar del Plata, un monumento dedicado a su figura, donado por Roger Balet.  El mismo tiene 18 metros de diámetro con escalinatas y bancos de piedra luciendo jardines en su torno.  En el centro se eleva la base de piedra rústica, evocando un acantilado de Boulogne-sur-Mer; desde allí mismo se erige la figura del prócer con la capa al viento mirando al mar, obra del artista argentino Luis Perlotti (1890-1969).  En los costados de ese basamento se colocaron además la dedicatoria que va al frente, tres bajorrelieves inspirados en aspectos de la vida civil del héroe.  Estos bajorrelieves como el basamento fueron tallados en piedra dura de Mar del Plata.  El monumento alcanza la altura de quince metros.  Se utilizaron en la construcción diecinueve toneladas de piedra, granito y bronce.

Prosiguiendo su siembra de amor hacia la sociedad que lo cobijó a su arribo a tierra americana, José Roger Balet no olvida que fue la República Oriental del Uruguay, la primera que lo albergó allá en los lejanos días de 1906. 

El 24 de setiembre de 1956, al cumplirse los cincuenta años de su arribo a Montevideo, colocó la piedra fundamental de la escuela que hizo levantar en el barrio Rivera, junto al viejo molino de viento, erigido en 1820, que entonces se llamaba Molino Velázquez, y que a partir de 1888, se conoce como Molino Femosselle, en el Departamento de Maldonado.  La escuela, denominada “General San Martín” fue inaugurada el 19 de marzo de 1957.  La prensa uruguaya dio gran trascendencia al acto y al gesto de Roger Balet en sendos artículos, donde una vez más se recordó la anécdota de aquel desconocido que le donara dos pesos oro, allá en el año 1906, cuando arribara al Plata, empujado por la fuerza del destino que lo dirigía hacia el lugar de sus triunfos futuros.

El 19 de marzo de 1958 dona la Escuela Nº 146 “General Juan Antonio Lavalleja”, en Atlántida (R.O.U.).

Es bien conocido que no acepta que se de su nombre a ninguna de las obras de su donación; pero no puede prohibir que tanto los gobiernos como las instituciones culturales protegidas o ayudadas por él, cumplan con el deseo de colocar su nombre en calles o edificios.  De esta manera no pudo eludir que su patronímico figurara en dos calles de la provincia de San Juan, en el Departamento de Pocito y otra en el Departamento de Desamparados, por decreto del 11 de noviembre de 1956.  En la provincia de La Rioja sucedió otro tanto.  El gobierno promulgó la ordenanza 222, del 7 de agosto de 1958, para que se colocara el nombre de José Roger Balet a una calle de la ciudad.  Igual temperamento adoptaron las autoridades de Catamarca, colocándole su nombre a una calle de la capital de la provincia.

Uruguay no se ha quedado a la zaga.  Lleva su nombre un gran parque que circunda al Molino Velázquez, contiguo a la Escuela General San Martín, de su donación.  En el Balneario Atlántida la avenida 14 pasó a recibir el nombre de “José Roger Balet”.

A lo largo de su vida ha recibido numerosas distinciones.  Los títulos honoríficos que posee son tantos, que enumerarlos uno por uno sería muy ardua tarea.  El 23 de agosto de 1930 la Real Academia de Ciencias y Artes de la Ciudad  de Cádiz, España, le otorgó el título de Académico.  En 1935 el Gobierno de España le confirió el título de “Comendador de la Orden de Isabel La Catolica”.  La ciudad de Formosa lo designó en 1944, “Ciudadano Benemérito”, y en el año 1947, la provincia de La Pampa, le otorgó el título de “Maestro Honoris Causa”.  Tiene además, el título de “Profesor Honorario” de varios centros educativos de la Capital y del interior de la República.

Su nombre figura como patronímico de Asociaciones Cooperadoras de numerosas escuelas, bibliotecas, asociaciones de ex alumnos, etc.

Fundó 48 escuelas públicas en Argentina, 5 en Uruguay y una en Chile.  Lo llamaban “El Sembrador de Escuelas”.

Jamás intervino en la política militante de ningún partido.  Dijo “los gobiernos pasan, cambian, se renuevan y la Nación sigue su marcha, es siempre una y por ella se debe luchar y trabajar”.

José Roger Balet falleció en la ciudad de Buenos Aires en 1973 a la edad de 84 años.

Fuente

Anzoátegui, Yderla – José Roger Balet, sembrador de escuelas, su vida y su obra.

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

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Turone, Oscar A. – José Roger Balet

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