En el antiguo Buenos Aires, el hueco señalaba un punto de referencia, del mismo modo que lo indicaba la existencia de la noria o la figura del mirador, ya que éstos respondían al nombre del dueño o arrendatario del predio hortícola, o al de la familia que residía en el caserón. De ahí que, como se decía “el hueco de Cabañas” o “de los Rodríguez”, también se nombraba “la quinta de la noria” de Martínez, o “la casa del mirador de Bosch”. Y esta costumbre, rasgo característico del hombre del solar porteño, no se ha perdido del todo, ya que los viejos hijos de la ciudad de Buenos Aires continúan repitiendo, con la imagen de lo pasado o la estampa de lo todavía presente: “la esquina del palacio Miró” (el que se mantuvo hasta 1937 en Libertad y Viamonte); “la quinta de Lezica” (actual parque Rivadavia); así como “el mirador de Comastri” dentro de la manzana que conforman las calles Loyola, Aguirre, Bonpland y Fitz Roy.
Por supuesto que el hueco era el baldío donde en ocasiones lecheros y cuarteadores decidían jugarse a la taba el tiempo y las monedas, en tanto los sufridos animales no daban allí con hierbas ni yuyos comestibles, porque el hueco, de amplitud pequeña o espacio enorme, cuando no resultaba vaciadero de basuras se ofrecía como paradero de carretas. Algunos de tales huecos tenían denominaciones curiosas. Así las de hueco “de las Cabecitas” y de “Doña Engracia”. Otros, aquéllas que denunciaban el color y las actividades del lugar: “de los Corrales del Alto”, como se llamaba en 1817 al que abarcaba todo el perímetro de la actual Plaza Constitución.
Las tropas de carretas que se concentraban en la plaza de la Independencia (después llamada “de la Concepción de alto de San Pedro”, situada en Bernardo de Irigoyen entre las de Independencia y Estados Unidos) pasaron a situarse en la de Constitución cuando en ella quedó instalado el Mercado de Frutos, en el año 1859. Con el tiempo, y ya limpio de pajonales, el terreno que en 1817 era propiedad de Martín Elordi y Tomás Rocamora, y en 1850 de F. Fernández, se duplicaría a lo largo de esta plaza (calle Lima Este y Lima Oeste), con sus locales ocupados por fondos y barracas, mensajerías, comisionistas y consignatarios. Y es de recordar que sobre la parte Este (entre las de Garay y Brasil) se mantuvo, por espacio de muchos años, la cancha de pelota de Juan Etcharren, después conocida como la “cancha de Larre”.
Con la inauguración de la estación del Ferro-Carril Sud (año 1864), de cuyo edificio del año 1887 se diría “que era el más notable de su género, que existía en la capital”, entró en circulación por los días de 1866, y destinado exclusivamente al servicio de los pasajeros del ferrocarril, el tranvía de caballos que corría por la calle Lima, que popr entonces dividía a la plaza, y llegaba hasta la plaza de Montserrat, ya desaparecida, que se encontraba en la cuadra de Bernardo de Irigoyen entre las de Belgrano y Moreno, con entrada y salida por el pasaje Aroma (antiguamente llamado Del Pecado) a la calle Lima. Con todo, el Mercado de Frutos y las carretas continuarían ocupando el lugar hasta los días cercanos a 1885, pues a partir de esa fecha comienza la transformación de esta plaza bajo la dinámica acción del ya Intendente Municipal Torcuato de Alvear. Con él, aquéllas desaparecían de este espacio cuya superficie, de acuerdo con el Censo del año 1904, es de 50.065 metros cuadrados. Bajo la inteligente y constante preocupación de quien fuera considerado el Haussmann (1) porteño, la plaza, rica en verdad de arbolado como de vistosos cuadros de jardinería, quedó convertida en una de las mejores de la capital platina, destacándose en una de sus esquinas, la de Pavón y Lima Oeste, una llamativa gruta de mampostería que levantaba la figura de un castillo de corte monacal, en ruinas, viéndose también, en medio de ella un lago artificial provisto de un pequeño puente. Fue obra del arquitecto Ulrico Courtois, siendo su costo de alrededor de cien mil pesos, toda una fortuna para la época. La construcción se inició en 1885, finalizando en 1888. La gruta poseía escaleras, pasadizos, un túnel interior, un tanque de agua sostenido por columnas estilizadas, pero roto de un lado, pasarelas colgantes, y mil y un vericuetos más. Un recorrido por ella era algo así como ir a un Disneyworld del pasado: había aventura, asombro y entretenimiento para el ocio de la nueva burguesía.
En cuanto asumió Seeber como intendente de Buenos Aires, una de sus primeras medidas fue ordenar la demolición de la gruta. En la Memoria Municipal del año 1889 manifiesta: “En la Plaza Constitución he ordenado la demolición de una parte de la monstruosa gruta que la afea, porque según opiniones técnicas autorizadas, amenaza derrumbe. Ha costado aproximadamente la enorme suma de $ 100.000 y en el sumario que mandé levantar, consta que una parte agregada que tiene, fue construida para guardar el equilibrio a otra porque amenazaba caerse”. Una primera demolición ocurrió un año después de su inauguración.
La gruta se clausuró y se transformó en los años siguientes en lo que dio en llamarse la «cueva de los gatos”. En un articulo publicado en la revista P.B.T. en abril de 1914, se puede leer lo siguiente: “Viven allí libres en todo género de preocupaciones para la búsqueda del sustento, puesto que el vecindario inmediato y los dueños de los hoteles contribuyen con las sobras de sus cocinas; ahora entre la falange gatuna ha cundido el pánico al enterarse de que el desalojo es inminente (…)”.
El fin llegó en el mes de mayo de 1914, en que la piqueta del progreso, que iba a instalar por debajo el subte a Retiro, destruyó lo que otro progreso había levantado sólo unos pocos años antes.
Creemos, con el escritor José Juan Maroni, que el nombre de Constitución dado a esta plaza responde a “la Constitución del Estado de Buenos Aires, que el pueblo de la capital juró solemnemente en la plaza de la Victoria el 23 de junio de 1854 y a la cual debían su existencia legal las autoridades del gobierno y de la propia Municipalidad de Buenos Aires”. Por lo demás, debe tenerse en cuenta que la palabra “constitución” aparece por primera vez, en nomenclador de esta plaza, en el año 1859: “Mercado Constitución”. Y con respecto a tal denominativo, interesa transcribir ahora la notícula que publicara el diario “La Prensa” en su edición del día 3 de febrero de 1891: “La intendencia ha dirigido a la corporación Municipal un mensaje vetando la ordenanza por la que se establece el cambio de nombre de la plaza Constitución y calle Lima, por el de plaza y calle Coronel Dorrego”.
La estatuaria de esta plaza está representada por la figura broncínea del prócer de Mayo, el vocal de la Primera Junta Gubernativa Juan José Castelli, debida al escultor Gustavo Eberlein, que fuera emplazada con el aplauso del público asistente a la ceremonia el 20 de mayo de 1910; y por el monumento al Dr. Juan Bautista Alberdi, cuya piedra fundamental se había colocado el 11 de noviembre de 1938, para ser inaugurado 34 años más tarde, el día 29 de agosto de 1964. Es obra del escultor Mario Arrigutti y del arquitecto Carlos M. Corvo.
De los edificios que se levantaban frente a ella, así como de algunas casas de comercio, ya desaparecidos, deben recordarse el que fuera llamado Teatro Variedades, que abarcaba todo el rectángulo configurado por las calles Salta, Juan de Garay, Ciudadela y Lima Oeste. Se lo había abierto durante la fiesta inaugural el 11 de mayo de 1909 con el espaldarazo de le eminente actriz Emma Gramática, que fue su madrina y que esa noche representó la comedia de Victoriano Sardou “Divorciémonos”. Después de poco más de medio siglo de levantado el telón, se apagaron por completo sus candilejas, y el pequeño coliseo fue demolido.
De los establecimientos antiguos, uno que tenía sus buenos ribetes de historia era el de la confitería llamada “Tren Mixto”, sobre el ángulo sudoeste de las calles Brasil y Lima. Fundado en 1888, se constituyó en el punto preferido de cuanto estanciero, político y hombre de negocios rurales se ausentara a los pueblos de la provincia, o regresara de ellos. “El nombre del Tren Mixto, -diría esto en una crónica del 5 de febrero de 1961, fecha ésta de su desaparición- lo había tomado del tren de tal denominación, y creció a la par del tránsito de esa línea ferroviaria del Sur. Del mostrador de estaño pasó al de mármol”. El teniente general Pablo Ricchieri, el tribuno Leandro N. Alem, y los que fueron presidentes de la Nación, tales Hipólito Yrigoyen y José Félix Uriburu, así como otras respetables figuras de significación en las letras y en las artes, fueron clientes de la casa que fundara el gallego compostelano Vicente Ramos. Fue lo más distinguido que en su ramo tuvo la plaza Constitución.
Referencia
(1) Georges-Eugène Barón Haussmann (1809-1891). Urbanista y reformador francés. Por encargo de Napoleón III procedió a reformar la ciudad de París. Su obra destruyó gran parte de la ciudad medieval. Transformó alrededor del sesenta por cientos de los edificios de París, creando amplias avenidas y bulevares.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Llanes, Ricardo M. – Antiguas Plazas de la Ciudad de Buenos Aires – Cuadernos de Buenos Aires, Buenos Aires (1977).
Maroni, José Juan – El Barrio de Constitución, edición de la Dirección de Bibliotecas y Publicaciones Municipales, 2ª edición, 1969.
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Schavelson, Daniel – Arquitectura de grutescos y rocallas en Buenos Aires
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