En la Buenos Aires colonial los sitios generalmente usados para arrojar la basura eran los baldíos, también llamados “huecos”, que durante años funcionaron como basurales admitidos o de hecho. Podían estar ubicados en el frente o el fondo de las propias viviendas, y también los había en distintos puntos de la ciudad. Entre los más conocidos pueden nombrarse: el de “Las Cabecitas” (Plaza Vicente López), el de “La Yegua” (entre Belgrano, Venezuela, Pozos y Sarandí), el de “Los Ejércitos” (Independencia, Salta, Estados Unidos y Santiago del Estero), el de “Zamudio” (Plaza Lavalle) y el de “Los Sauces” (Plaza Garay).
Algunos de los numerosos baldíos que el gobierno de la ciudad (primero el Cabildo y después la Corporación Municipal) transformaría en plazas públicas, no fueron más que huecos no desprovistos de arbolado, y en los cuales por lo general se contaba con lo sombroso del ombú. Es de creer, entonces, que en el perímetro abarcado por la plaza Garay el sauce se vería en número mayor, ya que el lugar era conocido como el “Hueco de los Sauces”, designación ésta que se comprueba en el plano catastral que diseñara el cartógrafo José María Manso en el año 1817, dejando ver que los propietarios vecinos más cercanos al hueco se llaman Tomás Rocamora y José Sandobal. También aparece en el plano de Bourdeaux confeccionado alrededor de 1850 y en el “Plano administrativo de la capital del estado argentino” trazado por el Ingeniero Nicolás Grondona en 1856. Medio siglo más tarde, en el plano topográfico de la ciudad de Buenos Aires, año 1867, el hueco ha desaparecido, pues el terreno ha quedado convertido en la plaza que nombran “29 de Noviembre”, denominativo que años más tarde es sustituido por el de Bolívar. Por el plano de Grondona podemos precisar perfectamente los límites del Hueco de los Sauces: por el lado Oeste, la calle Solís y al Este, San José. Hacia el Sur llegaba hasta la actual Avenida Garay y al Norte, a la línea hoy corregida por el trazado de la calle Pavón.
Originariamente el Hueco de los Sauces lindaba con los terrenos que la orden de los bethlermitas (1) poseía desde fines del siglo XVIII. En el Terreno de La Convalecencia (2), donde otrora funcionaran el Hospital de Inválidos y Hospital de Dementes, y donde hoy funcionan los Hospitales Borda y Moyano, se encontraba hacia principios del 1800 la Chacrita de Belén, construida por la Congregación Bethlemita, para convalecientes, como anexo de la Casa de Descanso de la Orden Jesuita.
Antiguamente el hueco era atravesado por un pequeño arroyo llamado “Tercero del Sud”, muy correntoso en los días de lluvia; nacía en las proximidades de la actual Plaza Constitución y zigzagueaba hasta finalizar su recorrido cerca de la calle De las Zanjas (actual Chile), y separaba los arrabales por el lado Sur del resto de la ciudad.
En 1817 el naturalista, médico y botánico francés Aimé Bonpland (1773-1858) fijó su residencia en las proximidades del hueco, y propuso crear en ese lugar el primer vivero y jardín botánico en Buenos Aires, pero los bethlemitas se opusieron.
La transformación de hueco a plaza tuvo su costo ya que le fueron quitadas cuatro manzanas. De forma trapezoidal pasa a ser rectangular de dos manzanas por lado. Hoy está comprendida entre las calles Solís, Garay, Pavón y Sáenz Peña.
Respecto de ella dice el Censo Municipal de Buenos Aires, tomo I, levantado en 1887: “Plaza Bolívar, con superficie de 15.832 metros cuadrados (3). Tiene hermosos jardines de estilo inglés. Hasta hace poco se llamaba Plaza 29 de Noviembre. Digamos nosotros que desde el año 1905 lleva el nombre de Garay, como la calle que encuadra su rectángulo por el lado sur.
Un papel para la historia
El ejército de la Confederación, animado por la voluntad de defender una vez más el honor y la integridad de la Patria contra la agresión extranjera y sus cómplices, se enfrenta a las tropas de Urquiza, aliadas a las de Uruguay y Brasil, en la batalla de Caseros. El choque se produjo el 3 de febrero de 1852 en las inmediaciones del Palomar de Caseros. La batalla comenzó a las nueve de la mañana y terminó al comenzar la tarde. Juan Manuel de Rosas, herido en una mano de un balazo, se alejó a caballo acompañado de su asistente, Lorenzo López, y al llegar al Hueco de los Sauces se apea y bajo un árbol y sobre su rodilla, escribe con lápiz su renuncia, en un papel que le alcanza su asistente. El mismo saca una copia que inmediatamente la hizo llegar a la Junta de Representantes. Luego, cubierto por un poncho, durmió —llevaba tres noches en vela— una hora. Monta de nuevo, disimúlase con el poncho y el gorrete del asistente, y se dirige, no a su casa, sino a la del encargado de Negocios de Inglaterra, Roberto Gore, donde llega a las 4 de la tarde.
Esa misma noche, con el auxilio de Manuelita, el embajador inglés Gore lo convence de la necesidad de refugiarse en el buque de guerra Centaur, anclado en la rada. Rosas lo hace finalmente y junto con algunos miembros de su gobierno navega, días después, hacia el exilio en la nación que él mismo, años atrás, obligara a agachar su altivez imperial ante la denodada defensa de la soberanía argentina.
He aquí reproducidas las últimas palabras que escribiera en Buenos Aires el brigadier general don Juan Manuel de Rosas: “Señores Representantes: Creo haber llenado mi deber como todos los señores representantes, nuestros conciudadanos, los verdaderos federales y mis compañeros de armas. Si más no hemos hecho en el sostén sagrado de nuestra independencia, en nuestra integridad y nuestro honor, es porque no hemos podido. Permitidme, Honorables Representantes, que al despedirme de vosotros reitere el profundo agradecimiento con que os abrazo tiernamente y ruego a Dios por la gloria de V. H., de todos y cada uno de vosotros. Herido en la mano derecha y en el campo, perdonad que escriba con lápiz esta nota y de una letra trabajosa. Dios guarde a V. H.”
El documento que se escribe y se firma en dicho hueco la tarde del 3 de febrero de 1852, ha de conferirle a este lugar el indiscutible reconocimiento de que fue escenario del acto final que representara don Juan Manuel de Rosas. Aquí, dentro del Hueco de los Sauces, donde dio resuello al pingo de su último galope en suelo argentino, selló de su puño y letra la seguridad de su derrota al enviar a la Honorable Legislatura su renuncia de gobernador de Buenos Aires.
En la época del Gobierno de Juan Manuel de Rosas el hueco contaba en el frente con el “Batallón Encarnación”, nombre de la mujer del Restaurador de las Leyes.
Revolucionarios en la Plaza
El ámbito del Hueco de los Sauces, y después la plaza Garay, no escaparon a los estampidos de la fusilería, a los olores de la pólvora y a los espectáculos sangrientos encendidos por el encuentro de los combatientes. Así, durante algunos días de abril de 1853, sosteniéndose el asedio de las fuerzas del coronel Hilario Lagos a la ciudad de Buenos Aires, se entintaron bayonetas y se quebraron fusiles cuando las tropas nacionales a las órdenes del mayor Rodríguez atacaron impetuosamente, acuchillando al enemigo, que se había hecho fuerte en el Hueco de los Sauces; y así, corriendo ya el mes de junio de dicho año, se libró allí el combate decisivo, pues soldados de los batallones que comandaba el coronel Emilio Mitre arrollaron por completo a las columnas sitiadoras, obligándolas al total abandono de sus posiciones.
Otra página de uno de sus anales nos recuerda un episodio de la revolución de año 1890. El Regimiento 5 de Infantería tenía su cuartel en la calle Brasil Nº 1368, aproximadamente. Sublevado uno de los batallones al estallar aquélla en la madrugada del 26 de julio, y al mando de su jefe, el Mayor Félix A. Bravo, salió en tres columnas en dirección al Parque de Artillería (hoy plaza General Lavalle). La que cubría el lado oeste avanzó por la entonces llamada calle Lorea (actual Presidente Luis Sáenz Peña), y al entrar por la cuadra de la plaza fue sorprendida por numerosos disparos de revólveres, sin resultado efectivo. Se diría después, si bien ello nunca se aclaró, que vigilantes desertados de la seccional 18ª, y en estado de ebriedad, habrían descargado sus armas en demostración de adhesión entusiasta a la revolución.
Quince años más tarde, al producirse el estallido de la conjuración cívico-militar del 3 de febrero de 1905, su jefe y organizador, Hipólito Yrigoyen, se encontraba con numerosos partidarios en el piso alto de una casa de la calle Pavón, cercana a la de Ceballos. Nervioso, impaciente –dice uno de los biógrafos-, sin la serenidad con que lustros después resolvería sus actos de presidente de la Nación, aguardaba el regreso de los emisarios enviados al cercano Arsenal de Guerra (Garay y Combate de los Pozos), ya desaparecido, y al intuir, más que comprobar, la delación que haría fracasar el plan de apoderarse del establecimiento militar, sale y se aproxima al cruce de Garay y Entre Ríos, para enterarse allí de que han sido descubiertos, pues el Jefe del Estado Mayor se ha presentado sorpresivamente en el Arsenal, entrando por la puerta posterior que comunicaba con el regimiento de guarnición en Pichincha y Garay, para meter preso en el detall, y con centinela de vista, al jefe de la Guardia, y tomar rápidamente con los soldados de la misma las precisas disposiciones que permiten el arresto de cuanto revolucionario salva la portada del Arsenal. Entre tanto, Yrigoyen ha vuelto a la casa de la Plaza Garay, y luego de dar allí algunas indicaciones, toma el camino de la residencia de su hermana, en la calle Suipacha, y llegado a ella pasa a otra de una familia amiga, chilena, de su amistad, en la que permanece escondido algunos días, hasta que decide presentarse en el Departamento de Policía para ponerse a disposición de la justicia, como único responsable de la revolución.
El vecino artista
Hubo un tiempo en que a esta plaza se la distinguía por su decoración de flores y alguna que otra levantada joya artística. Mantenemos la imagen de la gruta con sus juegos de agua, acaso todavía en 1912, recuerdo de las que el intendente municipal Torcuato de Alvear mandara construir en algunas de las plazas: Recoleta, 11 de Setiembre, Constitución. Se la veía sobre el ala de la calle Garay, entre las de Ceballos y Solís, si bien no era tan alta ni con figura de castillo, como la de Constitución. Después, frente al pasaje Filiberto, le conocimos un promontorio donde se proyectaba instalar el quiosco destinado a los componentes de la banda municipal de música. Y un día la embellecieron en su centro con el cantero en circunferencia, que era como un muestrario de plantas originarias de algunas de nuestras provincias, el que se magnificaba con la obra “Salvajes”, de Hernán Cullen Ayerza, que otro día se llevaron para levantarla en Salta y Avda. Caseros, donde se la encuentra actualmente.
Figuran en los anales de esta plaza Garay algunos nombres de los que fueron devotos de las artes plásticas, de la cultura y las letras en acción dramática. Hemos de evocar la ilustre memoria de Gregorio de Laferrere (1867-1913), ya que nos asiste la seguridad de que el Teatro Infantil Labardén, cuya dirección se mantuvo muchos años en Garay Nº 1684, tuvo su origen en el Conservatorio Labardén, que creara y sostuviera el inolvidable autor de “Las de Barranco”. Y hemos de recordar al maestro Pío Collivadino (1869-1945), el eminente pintor argentino y admirable realizador de “La hora del almuerzo”, que fue director de la Academia Nacional de Bellas Artes, donde creó las clases de grabado y también las de escenografía. Collivadino vivió largos años frente a la plaza, en presidente Luis Sáenz Peña Nº 1548. Fue su vecino más notorio, y por su residencia en esa cuadra, donde a la vez tenía su estudio, era visitado por cuanto prestigioso de la paleta y el cincel tenía Buenos Aires. Lo vemos en el año 1910 con sus amigos los pintores Fernando Fader, Justo Lynch, Alberto M. Rossi, Carlos P. Ripamonte y el escultor Arturo Dresco, integrantes del grupo fotográfico que fuera difundido por Manuel Cosme Chueco en el tomo primero de su obra “La República Argentina en su Primer Centenario”.
¿Y no traeremos a la memoria la imagen del poeta que alguna vez amaneció en uno de los bancos de esta plaza, hilando las inquietudes de sus versos? Sí: Francisco Rímoli, cuyo seudónimo, Dante A. Linyera, firmaba poemas con alto sentido de la cuerda fraternal, era empleado detrás del mostrador del Café y Restaurante que allá por la tercera década del siglo XX, estaba en la misma esquina que hoy ocupa el llamado La Fragata, la sudoeste de Juan de Garay y Solís. Y recordemos, también, porque igualmente caben en los vericuetos de su historial, los números de los tranvías que por mucho tiempo circularon por sus cuatro rumbos: el 7, por Solís; el 61 y el 84, por Garay; el 69, por Sáenz Peña, y entre los otros que ya no corren más, desde el mes de diciembre de 1962, el 43 y el 97, por la de Pavón.
La estatua de Garay
La Plaza Garay nunca ha presentado, en las seis cuadras que conforman su perímetro, ninguna arquitectura de residencia suntuosa. Sus construcciones, y hasta el pavimento de sus calles, vienen de muy antiguo, con diferencias notables tanto en altura, como en estilo y en calidad. Véanse las levantadas en las dos cuadras de la calle Pavón y compáreselas con las que dan a la de Garay, donde las de una sola planta, con ventanas de rejas, hablan de un tiempo más que centenario, a pesar de que ninguna nos presente el frontis con la fecha de su edificación, como la de la esquina nordeste de Pavón y Virrey Ceballos, que es de 1900, y acaso de la misma época la del ángulo noroeste, que se ve coronada por la figura de un león alado. Por lo que corresponde a la misma plaza digamos que el eucalipto, el paraíso y el ombú, entre otros representantes de las sombrosas ramas que hacen amenos estos verdes espacios del solar porteño, ya cuentan en ella con muchos años de antigüedad. No puede decirse cosa parecida de la estatua de Juan de Garay, no obstante que ella habríase levantado en esta plaza, como nos lo hace saber el párrafo escrito por los historiadores Adrián Béccar Varela y Enrique Udaondo: “Esta ciudad recién ha pagado su deuda de gratitud a don Juan de Garay, erigiéndole una estatua en la plaza de su nombre”.
Si tenemos en cuenta que el bronce estatuario del fundador de la ciudad de Buenos Aires, obra del artista Gustavo Eberlein, quedó inaugurado el 11 de junio de 1915 en el lugar en que lo vemos, esto es, Rivadavia y avenida Leandro N. Alem, hemos de pensar que la idea primitiva de su emplazamiento fue la que indicaba la plaza de su nombre; y que los señores Udaondo y Béccar Varela lo dieron por sentado, conforme con la ordenanza de junio 18 de 1909 que establecía su erección. Pero, no: nunca se levantó en esta plaza la recia figura del conquistador. Y dígase, y ello con un poco de reproche, que en realidad don Juan de Garay, el fundador empeñado “en abrir puertas a la tierra”, fue entre nosotros el olvidado sin razón ni explicación; y tanto, que su nombre recién aparece, corriendo los días de 1856, en el plano publicado con la primera Memoria de la flamante Corporación Municipal. Fue entonces cuando el nombre de Garay sustituyó al de Brasil, y éste a su vez al de Patagones. Y a mero título informativo recordemos también que las calles que dan a esta plaza tuvieron los siguientes anteriores nombres: Mujica, año 1808; Lorea, 1822 y Presidente Luis Sáenz Peña, 1909. Somavilla, 1808 y Solís en 1822. Maderna, 1808, Zeballos, 1822, Ceballos, 1924, y Virrey Ceballos, en 1942. Filiberto tomó este nombre en 1893; antes era Garay 87 D; y Pavón igualmente se llamaba Garay, llevando el suyo desde 1882. En cuanto a la calle Garay, desde 1944 figura en la nomenclatura como Juan de Garay, nombre completo del esforzado fundador.
Referencias
(1) Los Bethlemitas era una orden fundada en Guatemala por San Pedro Betancourt. Se dedicaban a la medicina y tenían a su cargo el protomedicato, primera organización sanitaria que regulaba el ejercicio del “arte de curar” sobre bases éticas y jurídicas.
(2) De allí que el barrio se conocía como de “La Convalecencia”.
(3) La medición del relevamiento catastral efectuado en 1986 arroja una superficie de 17.383 m2. Según la Dirección de Parques y Paseos, 18.283 m2.
Fuente
Béccar Varela, Adrián y Udaondo, Enrique – Plazas y Calles de Buenos Aires – Talleres Gráficos de la Penitenciaría Nacional, Buenos Aires (1910).
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Gálvez, Manuel – Vida de Don Juan Manuel de Rosas, Ed. El Ateneo, Buenos Aires (1942).
Jankilevich, Angel – Historia de las Organizaciones de Socorro.
Llanes, Ricardo M. – Antiguas Plazas de la Ciudad de Buenos Aires – Cuadernos de Buenos Aires, Buenos Aires (1977).
Paiva, Verónica – De los huecos al relleno sanitario – Revista Científica de UCES, Vol. X, Nº 1.
Portal www.revisionistas.com.ar
Turone, Oscar A. – El Hueco de los Sauces
Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar