Cuando Juan de Garay traza el primer plano de la ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María de Buenos Aires, ya queda dibujado el camino de la futura calle que habría de conocerse, desde los días rivadavianos de 1822, con el nombre de Libertad. Por muchos años continuaría siendo la última de la planta urbana con ínfulas de metrópoli; la línea guardiana que la resguardaba, sino de los pantanos, los cardones y abrojales, sí de las alimañas y perros cimarrones. Más allá, hacia el oeste y el norte, se multiplicaban los latifundios y los quintones. Entre las espesas polvaredas de su historia se descubre el Hueco de Zamudio (1), relacionado con cascos y cuchillos, donde se refugiaba el delito de los blancos, amparado en la complicidad de los negros. Algunas veces se ha escrito, pero sin indicación de los antecedentes probatorios, que el primero de los mataderos conocidos en nuestra ciudad estuvo en lo que hoy conocemos como Plaza General Lavalle, que tal es su nombre oficial.
El Hueco de Zamudio (nombre éste de su dueño) cobró nueva fisonomía con la instalación de la Fábrica de Armas, y luego del Parque de Artillería, conocidos anteriormente en otros puntos de la ciudad: Defensa y Humberto 1º, San Martín y Viamonte, y Viamonte y Suipacha, frente a lo que fue conocido como la plaza del Temple. El Parque de Artillería, en el que se estableció un cuartel con alto y amplio portal, ocupaba con su macizo paredón toda la manzana delimitada por las calles: Talcahuano, Uruguay, Lavalle y Tucumán. La vida y mantenimiento de tales actividades obligó la edificación de no pocos ranchos en los contornos de la futura plaza, por cuyo costado este corría un zanjón de aguas pluviales que era salvado, en la esquina de Viamonte, por un pequeño puente de piedra. Por los días de 1850 algunos edificios de material le dieron matices que ya anticipaban su estampa de plaza ciudadana, panorama que más tarde se vería realzado por las figuras del palacio Miró y casa de Oromí, las dos sobre Libertad y Viamonte, por la estampa de la estación del ferrocarril, que en la manzana de lo que hoy es el teatro Colón levantaría la empresa Camino de Hierro de Buenos Aires al Oeste; por la fachada del cuartel instalado sobre el ángulo sudeste de Libertad y Tucumán; y por el primitivo edificio de la Escuela Presidente Avellaneda (Talcahuano y Viamonte), que fuera levantado en 1884. El Palacio Miró, construido por el arquitecto italiano Nicolás Canale en 1868, fue hasta el año 1937, en que se lo demolió para ensanche de la plaza, la figura más graciosa del lugar, arquitectónica y urbanísticamente considerada, con su elegante mirador que era orgullo del solar porteño. Palacio de grandes fiestas, abrió sus salones en honor de la infanta Isabel de Borbón, la ilustre representante de España en los actos del Centenario de Mayo de 1810-1910.
Fue ésta una plaza resonante de tambores con vibraciones de clarines, pues, además del que tenía sus cuadras en el Parque, corriendo el año 1887 abría su cuartel sobre el ángulo sudeste de Libertad y Tucumán, el 2º Batallón del Regimiento 1 de Infantería. En este mismo lugar, en 1888 quedaba instalado el Cuerpo de Bomberos, en razón de que por la apertura de la Avenida de Mayo se había demolido el edificio que ocupaba en la plaza de Lorea. Sin embargo no había transcurrido un año, ya que en 1889, desalojado por el de Bomberos, pasó a ocuparlo el del arma de Ingenieros. Fue ésta una esquina de muchas mudanzas, pues en ella se levantaron barracas para albergue de mendigos, así como la carpa del famoso circo Chiarini y algún otro que conoció el concurso del célebre payaso Frank Brown. En ese mismo circo, en octubre de 1870, tuvo lugar un gran homenaje a Francia, en el que hablaron el general Mitre, Basilio Cittadini, Carlos Guido y Spano, y el joven poeta Martín Coronado, que, tres décadas más tarde, alcanzaría la fama con su obra dramática “La Piedra del Escándalo”. Actualmente, en ese mismo ámbito, vemos la Escuela Presidente Roca.
La estación de nuestro primer ferrocarril quedó inaugurada, el 30 de abril de 1857, si bien el viaje inicial se lo había efectuado el día anterior. El frente del edificio daba a la plaza y, como ya hemos dicho, ocupaba la manzana que ahora abarca la fábrica del teatro Colón. El convoy ferroviario cruzaba la plaza haciendo una curva en diagonal, para entrar por la calle entonces llamada Parque (Lavalle), y era arrastrado por pequeñas máquinas que resoplaban arrojando chispas; las que se recuerdan en la historia con los nombres de “La Porteña”, “La Argentina”, “Progreso” y alguna otra. La primera se mantiene en el Museo de Luján (provincia de Buenos Aires).
A los anales históricos de la estación, y por consecuencia de la plaza, figuran unidos los recuerdos de las siguientes personas: Luis Elordi, primer administrador de la empresa, que fue quien adquirió las máquinas “La Porteña” y “La Argentina”; Alfonso Corassi, primer maquinista de los ferrocarriles argentinos, que bajo las órdenes del ingeniero mecánico Guillermo Bragge ayudó a montar “La Porteña”, y que, juntamente con el ingeniero John Allan y del hermano de éste, llamado Thomas, condujo la máquina en su primer viaje de ensayo hasta la estación terminal Floresta; el general Bartolomé Mitre, los doctores Barros Pazo, Vélez Sarsfield y Valentín Alsina, los señores Zapiola, Llavallol, Van Praet, Gowland, Miró, Moreno, de la Riestra y Pastor Obligado (gobernador entonces de la provincia de Buenos Aires), que fueron los primeros pasajeros que inauguraron este ferrocarril.
La estación del Parque se mantuvo en funciones hasta el año 1882, y el retiro de los rieles, enrejados de hierro en su primer tramo, por entre los que marchaba el tren, así como todos los demás materiales e instalaciones de la empresa, se quitaron de la plaza a mediados de 1883. Pero ya un lustro antes la plaza, como la calle Parque, habían sido bautizadas con el nombre del vencedor de Riobamba, el general Lavalle, en un acto que tuvo lugar el 20 de octubre de 1878 y en cuyo transcurso se escucharon las palabras del general Mitre y de los doctores Julián Gelly y Mariano Varela.
Como todas nuestras viejas plazas, la de Lavalle cuenta en su historial con escenas de resonantes estampidos anunciadores de la muerte. En los ensangrentados días de julio de 1890 (26, 27 y 28), los revolucionarios, cuyos jefes son el general Manuel J. Campos y el doctor Leandro N. Alem, pelean desde esta plaza contra las fuerzas del gobierno que preside el doctor Miguel Juárez Celman. Todos los contornos de la plaza y sus proximidades se encuentran erizados de cantones. Hay actos de heroísmo y se sabe de alguien que se ha suicidado para que no se dude que ha faltado al juramento del honor: el capitán Eloy Brinagdelo. En la esquina de Talcahuano y Lavalle cae acribillado un joven de brillantes aptitudes: el alférez Manuel Urizón; y en el otro extremo, en la que sería después llamada “la esquina de la muerte”, la de Talcahuano y Viamonte, se inmolaban frente a las balas el coronel Julio Campos, el capitán Manuel Roldán, el teniente Máximo Layera y el médico y pintor Julio Fernández Villanueva, autor de la tela evocadora de “La Batalla de Maipú”, hoy depositada en nuestro Museo de Historia Nacional. En esa esquina tenía emplazada la batería del 1º de Artillería el valiente mayor Ricardo A. Day, que produjo considerables estragos en las fuerzas contrarias que, que a las órdenes del ministro de guerra, general Nicolás Levalle, atacaban desde sus reductos en la plaza Libertad.
Los primitivos cuarteles y fábricas de armas fueron retirados de la planta urbana a medida que los avances del progreso entraban en mayores actividades y la demografía multiplicaba su número de habitantes en la ciudad. Ya en octubre de 1872 una comisión de vecinos, de los más calificados, entrevistaba al presidente de la Nación para pedirle el traslado del Parque de Artillería a cualquier punto alejado, donde no estuviera en peligro la vida del vecindario expuesto a una catastrófica explosión como la que estallara en la plaza San Martín en el año 1865, causando más de 70 víctimas. Atendiendo a tales antecedentes, aunque muchos años más tarde de aquella petición, el Poder Ejecutivo, en mayo de 1899, enviaba al Congreso Nacional un proyecto de ley cuyas disposiciones contemplaban la construcción del Palacio de Justicia, obra ésta que se haría una vez efectuado el traspaso de la manzana Lavalle, Uruguay, Tucumán, Talcahuano, del Ministerio de Guerra al de Justicia e Instrucción Pública, mediante la intervención del escribano mayor de gobierno, doctor Enrique Garrido, el 30 de diciembre de 1903; meses después comenzó la demolición del Parque de Artillería, para levantarse en su lugar el palacio que conocemos, cuyas obras comenzaron en febrero de 1905, para ser habilitado en 1910. El realizador de esta obra gigantesca, popularmente conocida como “los Tribunales”, fue el arquitecto francés Norbert-Auguste Maillart. Su costo total llegó a la suma de 6.396.443 pesos.
Como es sabido, el primitivo teatro Colón, situado en la esquina nordeste de Rivadavia y Reconquista, a fines de 1887 dejó de funcionar, pues durante la intendencia municipal del progresista Torcuato de Alvear fue expropiado por el Gobierno de la Nación, con destino al por entonces llamado Banco Nacional, pagándose a la Municipalidad cerca de un millón de pesos, suma ésta que debía enfrentar la edificación del segundo teatro Colón que vemos frente a la plaza Lavalle, en la misma manzana que ocupara la estación del ferrocarril. Las obras de este coliseo tardaron más de tres lustros en verse terminadas, y no en vida de los arquitectos italianos, Francisco Tamburini (1846-1891), autor del proyecto, y Victor Meano (1860-1904), que lo reemplazó. Debía ponerles fin el arquitecto Julio Dormal. Fue inaugurado el 25 de mayo de 1908 con la representación de la ópera “Aída”. Esa noche la plaza vio llegar a la escolta presidencial de los granaderos, bajo los arcos voltaicos de su iluminación; si bien todavía no se encontraba emplazada en ella la figura de Beethoven.
Por supuesto que fue paradero de carretas y que constituyó, en el barrio de San Nicolás (2) uno de los puntos más concurridos, debido al estacionamiento de aquéllas y sus conductores que, allí mismo, mercaban parte de la carga de verduras, leñas y forrajes, de cultivo en las zonas aledañas. Pero ya para 1822 cesaron en ella tales actividades, dado que el lugar pasó a ser reconocido como la Plaza del Parque. Desde entonces su historia queda esbozada conforme con el detalle precedentemente expresado, debiéndose agregar que por los días de la primera década (1910) se la tenía como uno de los espacios verdes mejor cuidados: con su variedad de canteros florecidos y sus árboles de distintas especies, pues que contaba con grandes aromos, pinos, cedros, ceibos de Jujuy y otros ejemplares, como el ombú y “la enorme magnolia que rodeaba un asiento circular donde por las tardes amigos y vecinos se reunían en animadas tertulias”, como lo recordaría la señorita Raquel Fusoni Elordi en su carta al diario “La Prensa”, de fecha 10 de octubre de 1957.
No sabemos si ya existía en la antigua propiedad del señor N. Morón, que después fue de Mariano Miró, el gigantesco gomero que hace juego con el del lado opuesto (los dos en la línea de calle Viamonte), y que según una versión tradicional fue mandado plantar por el intendente municipal Torcuato de Alvear, en 1887. Y dígase que es también esta plaza una de las más regaladas en obras de escultura, pues se ven en ella la figura del emperador Trajano; el busto del doctor Rómulo S. Naón; el del doctor José Podestá, y el monumento del general Juan Lavalle, la magnífica torre, obra del artista P. Costa, que fue inaugurada el 18 de agosto de 1887. Y es interesante recordar el hecho de que a la ceremonia asistió el vicepresidente de la Nación, doctor Carlos Pellegrini, el general Bartolomé Mitre, el arzobispo de Buenos Aires, monseñor Aneiros, y otras altas personalidades. “Al pie de la estatua –dice una publicación de la fecha- se había colocado la puerta auténtica a través de la cual pasó la bala que puso fin a la vida heroica del general Lavalle, y, sobre dicha puerta, su bandera, su sable, el puñal, la faja, los espolines, el poncho de vicuña, el sombrero y, en un estuche, la bala mortífera”. (3)
Las cuatro calles que encuadran esta plaza fueron conocidas, en diferentes fechas, con los siguientes nombres: San Pablo, 1769; Velarde, 1808, y Libertad, desde 1822. Irigoyen, 1808, y Talcahuano, desde 1822. San Benito, 1738; Santa Teresa, 1769; Merino, 1808; Parque, 1822; General Lavalle, 1879, y Lavalle, desde 1891. Santa Rosa, 1769; Yañez, 1808, y Córdoba, desde 1822.
Referencias
(1) Este hueco abarcaba una extensión de más de 10 manzanas.
(2) Por el templo de ese nombre que se levantaba sobre lo que era esquina noroeste de Carlos Pellegrini y Corrientes.
(3) Diario “La Prensa”.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Llanes, Ricardo M. – Antiguas Plazas de la Ciudad de Buenos Aires – Cuadernos de Buenos Aires, Buenos Aires (1977).
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