Ejércitos realistas

Ante el cambio de doctrina verificado en la concepción estratégica borbónica, durante el siglo XVIII surgió el verdadero Ejército Virreinal.  En lo externo en vez de los raids de corsarios atacando flotas españolas, los puertos o las fortalezas; la amenaza estaría constituida  por las armadas y los ejércitos transportados, las grandes expediciones contra las plazas y puertos españoles del continente.

El llamado Sistema Borbónico de Defensa privilegió las fortalezas y las plazas fuertes en los principales puertos americanos y puntos de frontera con sus enemigos, o aquellos que por su ubicación o riqueza pudieran tentar a sus oponentes.  La defensa de las Indias quedó estructurada en una trilogía formada por las fortalezas, las flotas de la Real Armada y el Ejército de América compuesto de tropas veteranas y milicias especialmente creadas.

A inicios del siglo XIX, el Ejército Virreinal del Perú se caracterizaba por su inmovilidad operativa, enclaustrado en sus bases y estrictamente articulado al sistema de fortalezas y puntos de apoyo neurálgicos.  En parte el sistema respondía a las necesidades bélicas del momento, puesto que terminadas las sublevaciones indígenas, el único enemigo de temer eran los ingleses, quienes sólo podían llegar por mar y atacar o sitiar plazas fuertes como la única posibilidad de lograr una “cabeza de playa”.  La penetración por otros puntos, selváticos o desérticos, era militar y humanamente imposible, ya que los riesgos del clima y la falta de víveres frescos acabarían con cualquier ejército no conocedor del territorio.  Por consiguiente el sistema excluía la hipótesis de un conflicto interno prolongado y, más aún, la posibilidad de una guerra civil; tampoco estaba concebido para realizar desplazamientos a grandes distancias en el interior del continente y carecían sus fuerzas de adiestramiento e instrucción alguna para ello.

Aunque las sublevaciones indígenas pusieron en alerta al sistema y este respondió creando nuevas unidades de milicias en los puntos de fricción y desplazando efectivos desde los centros militares cercanos, después de la exitosa represión el sistema volvió a su anterior status y las unidades creadas por la necesidad fueron licenciadas y enviadas a sus casas.  El sistema parecía efectivo y no incorporó la hipótesis de la guerra civil; nada hacía prever la catástrofe de 1810.

El Ejército ante la revolución

Con este ejército debió el Virrey del Perú, hacer frente a las insurrecciones que dieron origen, muy pronto a las guerras de independencia.  De un día para otro debió conformar un ejército móvil y operativo, apto para trasladarse de un punto a otro del subcontinente para neutralizar la revolución, adentrándose en terreno hostil, invadiendo otros virreinatos y capitanías y llevar la guerra a las puertas mismas de los insurgentes.  Tarea que a fuer de sinceros, logró en gran medida, obteniendo casi el triunfo bélico.

Restaría esbozar un intento de periodización de la Guerra desde el punto de vista de la organización interna y la vida del Ejército Realista y sus transformaciones generales y en especial lo referente a cuadros y tropa.  Desde nuestro punto de vista podría dividirse la guerra de la independencia sudamericana, es decir la llevada a cabo por el Ejército Virreinal, luego Real del Perú, en tres períodos de bien marcadas características: 1) 1810-1816, b) 1816-1821 y c) 1821-1826.  El primero se corresponde con el gobierno de José Fernando de Abascal y los segundo y tercero con los de Joaquín de la Pezuela y José de la Serna respectivamente.  Esta periodización no sólo responde a los mandos ejercidos por los tres virreyes, lo que sería muy simplista, sino que contempla la existencia de otras características que distinguen claramente las etapas.

a) 1810-1816.  Este período, que podría empezar en 1809, si se tienen en cuenta los movimientos del Alto Perú en ese año, es el de una Guerra Civil propiamente dicha.  Las tropas de ambos mandos son de igual origen y la guerra se llevó entre el virreinato del Perú y el sublevado de Buenos Aires (aún no declarado independiente).  Desde el punto de vista orgánico el ejército virreinal era el del siglo XVIII con ligeros aumentos de tropas nuevas.  La casi totalidad de sus elementos eran milicianos, aborígenes o criollos, tanto en el Perú como en el Alto Perú.  No había casi tropa veterana, excepción hecha de dos o tres batallones y algún escuadrón de caballería, “veteranos” en el nombre.  El Virrey se vio en la necesidad de crear o recrear cuerpos milicianos en los territorios propios y del virreinato de Buenos Aires, anexados ante la sublevación porteña.  Desde la perspectiva operacional el Ejército Real debió tomar la ofensiva, invadiendo territorios rebeldes (Chile y Alto Perú) en tanto que la costa y el interior del virreinato se mantenían en aparente calma y paz.

No había presencia de peninsulares ya que la guerra contra Napoleón impedía el envío de refuerzos y apoyo monetario.  Por el contrario era el Perú el que enviaba dinero a la Metrópolis, producto de empréstitos forzoso y donativos de la nobleza peruana.  Sólo unos pocos cuerpos llegaron en esos años como el Talavera que lo hizo en 1813 y fue destinado a Chile; el resto de los refuerzos fueron enviados a Montevideo hasta 1814.  La presencia española se limitó a los mandos supremos del Ejército y los cuerpos, en tanto que la mayoría de los oficiales era de origen americano.  El primer jefe del Ejército del Alto Perú fue un americano: José Manuel de Goyeneche, nacido en Arequipa, Perú.  El Virrey Abascal sentía especial predilección por las tropas americanas, ante las reiteradas muestras de fidelidad y valor que sus elementos brindaron.

Abascal intentó dar un sentido americano a la contrarrevolución, creando unidades especiales de americanos y peninsulares unidos, que redundaron en un óptimo resultado, en especial en las sublevaciones de 1814 en que fueron éstas las que derrotaron a los insurgentes del Cusco.  Tambaleó la causa porteña y no halló eco en la sociedad peruana y menos en el Ejército Real, cuyas escasas sublevaciones fueron sofocadas sin obtener el éxito esperado por los revoltosos.  Las deserciones, incluso se dieron en ambos sentidos: soldados y oficiales realistas hacia el bando patriota y oficiales y soldados revolucionarios hacia el bando real en igual medida, cosa que no será tan marcada en los siguientes períodos.  Por último señalaremos que los contactos con la península son fluidos ya que no es sino hasta el final del período que los insurgentes tomaron el dominio del Mar e interrumpieron las comunicaciones.

b) 1816-1821.  Este segundo período marcado por la presencia de Joaquín de la Pezuela, antiguo general en Jefe del Ejército Real del Alto Perú, se inicia con su acceso al cargo vicerregio por orden del recién avenido Fernando VII, como primer paso de lo que podíamos considerar la “internacionalización del Conflicto”.  España ya libre del francés dedicó su atención a los sucesos americanos, pero no como un asunto interno sino haciendo entrar en juego a la Santa Alianza y tomando la guerra como una confrontación internacional, comenzando con el envío de refuerzos militares peninsulares.  Esto produjo modificaciones en el Ejército Real del Perú que debió afrontar el general Pezuela.  Se crearon nuevos cuerpos militares a raíz de la incorporación de unidades peninsulares, la fusión de otras y la desaparición de algunas heredadas del sistema dieciochesco.

La aparición de unidades españolas hace que la guerra tome el aspecto de una lucha entre España y América que, aunque sigue siendo civil, lo es ahora de todo el imperio.  Con la aparición de las facciones políticas peninsulares en el Ejército del Perú, se traslada al continente la pugna entre absolutistas y constitucionales y aparecen las “Logias Militares” que dividen y minan al campo realista haciendo eclosión en el final del período, al producir la sublevación militar que depone al Virrey.

La incorporación de oficiales peninsulares, victoriosos contra Napoleón con el justo orgullo que esto traía aparejado, provocaría divisiones en el Ejército.  Los españoles injustamente mirarán con desprecio y altivez a los americanos, veteranos de más de seis años de guerra, por el solo hecho de su condición de milicianos.  Esto y las falencias de las Ordenanzas harán lo suyo en la deserción de oficiales hacia las filas insurgentes, que se ven así favorecidas.

La guerra que se iniciara en forma ofensiva, pasará poco a poco a ser defensiva y las victorias y avances de Abascal en territorios sublevados y gracias a los “milicianos” se transformarán en las grandes derrotas y el abandono de Chile y estancamiento en el Alto Perú por las tropas “veteranas”.  El período iniciado con la máxima expansión  del Ejército Real se cerrará, producto de la lucha de facciones, con un virreinato reducido a su mínima expresión, replegado a sus bases e invadido por los insurgentes del Sur y del Norte.

En la oficialidad se verificó un aumento del componente español, a raíz de los expedicionarios, pero al final del período se igualan nuevamente las proporciones.  Los decretos de la “Guerra a Muerte” lanzados por Bolívar y la añoranza de la Patria lejana, favorecerán la deserción de peninsulares, temerosos de sufrir la suerte de sus camaradas en la Costa Firme, fusilados o degollados apenas capturados.

El contacto con la península se hará cada vez más escaso, por dominar los insurgentes el mar y parte de las costas, cortando las comunicaciones y entorpeciendo el comercio español.  España envuelta en luchas de facciones, se desentenderá cada vez más del problema americano, dejando librados a su suerte al virreinato y su ejército, en especial tras el fracaso de la última expedición por la sublevación de Rafael Riego (1º de enero de 1820).

c) 1821-1826.  El inicio del período “Constitucional” en España modifica la situación del Virreinato.  Los constitucionalistas y la Logia depondrán al virrey en Aznapuquío, dando paso al intruso La Serna, confirmado en el “trienio Liberal”.  La nueva situación constitucional modificará nuevamente al Ejército, que pasará a llamarse Nacional del Perú, al igual que el Gobierno.  Las alusiones a la Constitución jurada en Lima, se verán hasta en el nombre de los cuerpos militares.  La invasión sanmartiniana modificará la estructura del Virreinato.  El Virrey trasladado a la Imperial Ciudad de Cusco, transformará a ésta en la capital del agonizante reino.

En tanto en Lima, la aristocracia, la nobleza peruana, fiel durante diez años a la causa del Rey; ante la inevitabilidad de la Independencia y las promesas del Protector, aceptó suscribir el acta de emancipación a cambio de mantener sus privilegios.  Gran parte de la oficialidad real, de esta extracción y de largos servicios, pasará a formar el nervio del flamante “Ejército Libertador del Perú”, mermando las filas del Rey.

La guerra trasladada al interior del propio virreinato, volverá a revestir las características de civil, más aún ahora que ambos contendientes se denominan “Ejército Nacional del Perú”.  El reclutamiento y las tropas serán de nuevo criollas e indígenas en su mayoría.

Al caer en España los constitucionales y volver el absolutismo, las facciones volverán a desangrar al ejército y precipitarán el final de la guerra.  El general Olañeta, convertido en el campeón del Absolutismo, intentará deponer al Virrey de la Logia.  La Serna encerrado entre dos fuegos, lucha y capitula en Ayacucho.  Un año después los últimos reductos realistas del Callao y Chiloé se entregarán dando final a la guerra.

La recomposición del Ejército Real

Un problema clave para recomponer es el origen y composición de la oficialidad y la tropa, sus necesidades de reclutamiento, estamentos y castas para satisfacerlas, carrera militar y graduaciones.  Todo ello como condición necesaria para poder comprender claramente la evolución del Ejército en dieciséis años de guerra.  Este estudio puede efectuarse sólo con las fuentes inéditas representadas por las fojas de servicio, las solicitudes de pensiones y retiros, las listas de revistas y demás documentación producida durante la misma guerra.

Analizados los datos contenidos en las fojas se comprueba que la mayoría de los oficiales eran americanos, siendo el resto, obviamente peninsulares, lo que no implica venidos de España.  Aunque es evidente que las fojas no representan la totalidad de la oficialidad, reflejan una cantidad suficientemente significativa en proporción a la totalidad del Ejército.  Si a ello se suman las listas de revista de los cuerpos, como el conocimiento de aquellos que por sus apellidos los sabemos criollos, se logra la visión de la oficialidad de mayoría americana.

En similar forma que con la oficialidad, la tropa es pasible de un estudio que aclare su origen, pertenencia social y étnica, reclutamiento y vida dentro del Ejército.

El principal problema que reviste esta parte del estudio es la escasez de fuentes, pues son menores y poco detalladas.  De los soldados no se hacían ni se hacen, fojas de servicios, sólo filiaciones y no de todos, muchos de ellos pasaron su vida en el ejército sin más mención que en las listas de comisario.

Esta escasez no impide pese a ello el estudio, por lo menos a grandes rasgos, es decir lo referente a vida interna, reclutamiento y necesidades, así como poder historiar los cuerpos o unidades militares lo que implica conocer la vida de sus componentes.

El principal problema es determinar las fuentes de reclutamiento, con lo que se obtiene una aproximación a la procedencia geográfica y social de la tropa.  Es obvio que durante la guerra la principal fuente era el propio país donde se luchaba.  Por ello la mayoría de los cuerpos militares, estaba formada por gente del país, es decir criollos, indios o mestizos.  Del estudio de las listas de revista, los partes de reclutamiento, así como los listados de hospitales, surge claramente la mayoría americana de la tropa.

Es de interés también el estudio de las parcialidades raciales dentro del Ejército.  Los indígenas y los negros formaron cuerpos especiales de gran utilidad durante la guerra.  Pese a la creencia generalizada los indígenas fueron fieles a la causa del Rey hasta último momento, aún después de la capitulación se produjeron sublevaciones indígenas a favor de la causa real.

Finalmente el estudio de la oficialidad y la tropa nos lleva al de los cuerpos militares y a la reconstrucción de las distintas unidades que lo compusieron a través de las listas de revista.  Surgen así gran cantidad de cuerpos desconocidos, de corta o larga existencia que no trascendieron en las memorias o el recuerdo.

La guerra se inició con unidades milicianas creadas al efecto, éstas fueron sufriendo transformaciones a lo largo de los años, convirtiéndose en unidades de Línea o fusionándose con otras, peninsulares o no, hasta que todas tuvieron las mismas características internas

Pese a la llegada de los refuerzos, las milicias siguieron en aumento y hasta los últimos años continuaron levantándose batallones, escuadrones y Compañías sueltas nuevas, lo que indica una recluta constante.  Los vaivenes de la política española contribuyeron a ello.

Todos estos temas estudiados a fondo nos abren el panorama del verdadero Ejército Real del Perú.  No el de los libros de historia clásicos, sino el auténtico, el de los milicianos y los veteranos, el de los españoles expedicionarios y los americanos, el de los negros y los indios.  La dimensión más humana que así se nos presenta contribuye a la admiración y justipreciación de la lucha llevada a cabo, a la vez que nos da una acabada visión de la verdadera esencia de este “Ejército Español” que era semejante al Ejército Romano del Siglo V, que tenía de todo menos de Romano.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

Luqui Lagleyze, Julio Mario – El ejército realista en la guerra de la independencia, Buenos Aires (1995)

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