El ejército de Aparicio Saravia fue básicamente conformado por descendientes de los gauchos de la independencia, habitantes del medio rural y de las pequeñas poblaciones de la campaña. Por lo tanto se trataba de una población de ascendencia oriental de larga data; mezcla de hispanos, lusitanos, tapes misioneros y otros pueblos indígenas, incluyendo su cuota de sangre negra. Fueron así muchos los rostros pardos y aindiados de la revolución. No fue un ejército donde los “gringos”, al decir de la época y entendiendo por ello a todo tipo de extranjero, fueron numerosos. Estos básicamente integraban los núcleos urbanos surgidos en todas las ciudades capitales del interior y de Montevideo. El análisis de los apellidos de las distintas divisiones del ejército insurrecto, que hemos tenido a la vista gracias a la gentileza del historiador partidario Wilfredo Pérez (perteneciente al Archivo de Baz Robert), así como los que surgen a lo largo y ancho de las lecturas de toda la historiografía saravista –especialmente la referencia en “Por la Patria” de L. A. de Herrera en donde están transcriptos la totalidad de combatientes de 1897-, demuestra la abrumadora mayoría de apellidos de origen español, seguidos de apellidos brasileños de origen portugués, sin duda producto del reclutamiento originado por la amplia ascendencia de Saravia en la zona de esa frontera, cuna de las revoluciones saravistas.
Los apellidos no españoles aparecen en los estratos dirigentes –aunque siempre escasos- y más acentuados a nivel de los cuerpos del ejército formados en Montevideo y Buenos Aires con emigrados generalmente integrantes de la flor y nata de la sociedad montevideana. Así encontramos los cuatro hermanos Clulow, Balparda, Cánepa, Scotti. Bertelli, Radio, Carpi, Astti, Coll, Olivari, Mugnoni, Rimbaud, Rossi, Savio, Malmestein, Warnes, Percovich, Smith, de la Hanty, Onetti, Zamitt, Schenzer, etc., casi todos integrantes del cuerpo de Ejército del coronel José Nuñez, vencedor de Tres Arboles, el que fuera organizado en la capital argentina. De este mismo núcleo militar aparecen soldados narradores que escribieron sus propias crónicas sobre los hechos en que participaron como L. H. Bianchi, de obvia ascendencia italiana, narrando la fallida expedición del revolucionario coronel Juan Smith, quien no llegó a plegarse al alzamiento y que debió tocar suelo oriental en el Puerto de La Paloma de Rocha.
En el Directorio de Guerra de 1897 estaban Juan Angel Golfarini, de origen italiano, y Duvimioso Terra, el “brasilero” como se le apodaba por sus raíces. Pero ninguno de los 10 jefes divisionarios y 5 escuadrones de 1897 tenía origen extrahispánico, solamente figuraban como médicos del cuerpo revolucionario el conocido Dr. Arturo Lussich (quien atendió a Saravia luego de su herida hasta su muerte) de origen croata, Juan B. Morelli, el Dr. Piovene y Andrés Ceberio, de ascendencia italiana y el Dr. Francisco Trotta, italiano arribado muy joven al país.
En 1904 no habrá variantes de origen a pesar de haberse acentuado la inmigración fuertemente en el período entreguerras. Aparecerán el coronel José Visillac y su hijo Adolfo, de origen vasco-francés, jefes respectivamente de la División Nº 14 y de la artillería revolucionaria.
Fuera del aspecto militar, pero en el no menos importante aspecto financiero, encontramos a un descendiente de británicos, Arturo Heber Jackson, importante capitalista de la época, quien por su apoyo a la causa revolucionaria será una de las más de quinientas personas que sufrirá la interdicción y embargo de sus bienes por parte del gobierno de Batlle a partir de febrero de 1904.
Cuando nos referimos a estos apellidos hablamos solamente respecto a su origen dado que eran todos orientales. Los extranjeros propiamente dichos fueron aún más escasos.
La razón del predominio de apellidos hispanos y luso-brasileños es perfectamente comprensible. La inmigración, aunque muy abundante en ese entonces, constituía un fenómeno reciente y por su propio origen estos recién llegados desconocían nuestros problemas domésticos, por lo que nada querían saber de guerras pues venían de un continente atiborrado de conflictos militares. Llegaban a estas tierras escapando de ellos así como de la miseria generada por su causa. El terror más grande era la leva o enrolamiento forzoso dispuesto por el gobierno, que tenía como presa favorita a estos inmigrantes desvalidos; lo que llevaba a una activa participación de los consulados extranjeros en la defensa de sus connacionales, tratando de excluirlos del conflicto. Para evitar esas deserciones, por la vía diplomática el gobierno presionaba a esos mismos extranjeros con la imposibilidad de ocupar empleos públicos aquellos que rechazaran el enrolamiento forzoso en base a su calidad de tales.
Extranjeros con Aparicio
Para los blancos no era sencillo reclutar extranjeros. Su propia razón de ser radicaba en la noción de “Patria”, algo solamente caro para los que vivían en nuestro territorio y compartían una escala de valores desde hacía décadas; su alzamiento era contra el régimen oprobioso existente, la falta de libertades públicas y las maniobras electorales que eliminaban la posibilidad del Partido Nacional de acceder al poder; elementos todos ellos incomprensibles y sin importancia alguna para los recién llegados, sin arraigo y con la única meta de buscar una fuente de trabajo para sobrevivir.
Todavía no había comenzado la labor cosmopolita del “batllismo” integrando a los inmigrantes a la acción política; estábamos en un país donde el inmigrante era un extranjero en el cabal sentido de la palabra.
De todas maneras ya existía una raigambre donde desembocaban algunas nacionalidades. Los italianos, de la mano de Giuseppe Garibaldi y su visión universal del liberalismo, se habían identificado con la causa del gobierno de la Defensa durante la Guerra Grande, al igual los vascos, quienes conjuntamente con los franceses, bajo el mando del coronel Thiebaut, formaron en 1843 un cuerpo militar, “Defensores de la Libertad”, bajo el gobierno de la Defensa en la Montevideo del Sitio Grande.
Sin perjuicio de ello muchos éuskaros siguieron al nacionalismo. Junto a Saravia lucharon vascos de nacimiento como Gerónimo de Amilivia, arribado al Uruguay en 1842 a raíz de las guerras carlistas de España, donde había luchado a las órdenes de Zumalacárregui y que fuera soldado de Manuel Oribe. Había nacido en 1821 en Zarauz, Guipúzcoa, y contaba nada menos que 83 años en nuestra última Guerra Civil, falleciendo luego en 1910. Fue el único combatiente que a excepción de Saravia y en forma simultánea a él revistió el grado de General. Tuvo a su cargo la Inspección General de Armas del Ejército Revolucionario, correspondiéndole el mantenimiento, reparación y aprovisionamiento de armas y municiones. Condujo con Basilio Muñoz (padre), otro octogenario glorioso, el convoy de más de 3.000 “soldados” desarmados y los heridos de Mansavillagra e Illescas que ingresaron al Brasil; generando al gobierno el error de un supuesto desbande saravista que fue anunciado con bombos y platillos en Montevideo como el fin de la guerra el 24 de enero de 1904. “Luché bajo una bandera blanca en España y en suelo oriental me puse bajo cobijo de igual bandera”, explicaba sencillamente cuando se le preguntaba la razón de ser blanco.
Cabe anotar como aporte extranjero a la Revolución que los herreros que confeccionaron las chuzas de los alzamientos del ’96 y ’97 eran vascos y gallegos.
Aunque siempre escasos, los mayores contingentes de extranjeros a la revolución los proveyeron nuestros países vecinos. La proyección de Saravia en Brasil luego de haber sido General en Jefe de la Revolución Riograndense (1893-1895) arrastró a muchos brasileños fronterizos, aunque jamás hubo cuerpos militares brasileños en la revolución –como lo fueron los maragatos orientales bajo órdenes de Saravia en la Revolución Federalista-, tal cual él había esperado de parte de los caudillos federales de ese país junto a los que combatió, especialmente de su amigo Torcuato Severo, quien se había comprometido a ello. Tal defección llevó al caudillo blanco a relacionarse mediante la intermediación de otro revolucionario –Abelardo Márquez que era Jefe Político de Rivera-, con Joao Francisco Pereira de Souza, el Tigre o Hiena de Caty, republicano, dueño y señor de la frontera riograndense, quien haría pingües negocios con la revolución y el gobierno mediante la venta de armas y caballadas. No hubo jefes de destaque de esa nacionalidad, salvo el fiel Comandante “Fuliao”, cuyo nombre real era Manuel Rodríguez de Macedo, que acompañó a Saravia en Brasil y en ambas revoluciones en Uruguay. Este brasileño era conocido por su costumbre de rezar, tanto él como sus dirigidos, antes de iniciar el combate y luego de concluido.
En Argentina la revolución fue tremendamente popular; el propio gobierno fue sumamente condescendiente con los preparativos de las revoluciones del ’97 y el ’04, lo que ocasionó entredichos diplomáticos, que en 1904 alcanzaron importantes dimensiones. Varios jefes saravistas revistaban en el ejército argentino al haber abandonado la carrera de las armas en el nuestro ante la persecución oficialista, siendo el más notable de ellos Diego Lamas.
Tan permisivo se era desde el gobierno de la hermana república, que en 1897 el contingente del coronel José Nuñez se desplazó con todos sus hombres y bagajes desde la Estación Central de Ferrocarril en Buenos Aires hasta Entre Ríos siendo despedido el más de medio millar de soldados por una multitud que gritaba “Viva la Revolución”. En ese contexto Saravia fue idolatrado en Buenos Aires. Común era en las librerías la venta de estampitas y fotos con su imagen, así como las de diferentes jefes revolucionarios. Ello hizo que muchos argentinos a título individual se enrolaran voluntariamente con los revolucionarios –dos de ellos fueron degollados por gubernistas- e incluso uno alcanzó realce en operaciones armadas; pero tampoco existieron cuerpos de ejército propiamente argentinos, a excepción del contingente organizado en 1897 por los coroneles Diego Lamas y José Nuñez donde hubo un batallón compuesto de correntinos y entrerrianos, los que dejarían de combatir al abandonar el coronel Nuñez la revolución en abril de ese año.
El más destacado militar argentino que combatió con Saravia fue el comandante Manuel Rivero y Hornos, quien tuvo destacada actuación en 1904, cuando su accionar fue decisivo para evitar que el ejército nacionalista fuera aplastado el 2 de marzo de dicho año en la batalla de Paso del Parque. Allí con su batallón “Libertad” se posesionó de unos muros de piedra en una altura que permitieron contener el avance gubernista y proteger el cruce del Río Daymán por el ejército blanco. Fue uno de los jefes que dirigió la exitosa toma de Santa Rosa del Cuareim el 20 de agosto de 1904, que logró el pasaje de un importante cargamento de armas adquiridas en Argentina así como una batería de cañones Krupp, que según Rodríguez Herrero ostentaban el escudo del ejército argentino.
Analizando otros documentos de revista de milicias, como la del Regimiento Rocha, encontramos que el interior urbano no fue ajeno a la existencia de apellidos extranjeros en sus huestes. Rocha por aquel entonces tenía un fuerte componente inmigratorio italiano que se reflejaba en la composición –si bien minoritaria siempre- de sus filas. Así aparecen apellidos como Demartini, Giannatasio, Belloni, Castelvecchi, Caviglia, Balbi, Mengotti, Mazzullo, Marelli, Russoni, Gallo, Pita, Gasparri, Bonilla, Altier, Onandi, Baldovino y Vigliola, casi todos integrantes del grupo dirigido por Ernesto F. Pérez formado por un componente netamente urbano de la ciudad de Rocha, que luego imbricaría con el componente rural y del interior de dicho departamento dirigido por el coronel Miguel A. Pereyra, en Cerro Largo, a fines de mayo de 1904. Existe también dentro de las revistas un importante número de apellidos de origen vascuence.
Un yanqui en Masoller
A través de la investigación periodística pudimos detectar la existencia de un extranjero propiamente dicho en el Regimiento de Rocha.
Aparece en diversos documentos Ignacio Manzor señalado como de nacionalidad “turco”; vasta categoría donde sabemos que se incluían todos los hijos del cercano oriente, fueran árabes, sirios, libaneses o propiamente turcos, hecho que no podemos discernir, así como tampoco sabemos si era propiamente extranjero, lo que parecería ser desmentido por su nombre de pila. Este combatiente, soldado raso, fue herido en Masoller.
El extranjero confirmado como tal en el Regimiento Rocha era un “gringo”. Su caso es particular por no ser su nacionalidad de las que conformaron el torrente inmigratorio nacional. Era norteamericano y su nombre era Joe Bowers. No existen datos de otro estadounidense al servicio tanto de la revolución como del gobierno en nuestra última guerra civil.
De él sabemos muy poco; no sabemos como llegó al por entonces remoto departamento de Rocha; si sus padres estaban radicados en dicha ciudad, si tuvo otros parientes, etc. Registramos su nombre en distintos documentos, su nacionalidad en los mismos y en periódicos. Supimos por el periódico “El Civismo” que era un adolescente. Sus restos fueron retornados a Rocha el 28 de mayo de 1905 para su entierro definitivo en nuestra necrópolis, habiéndose ubicado poco tiempo atrás su tumba. Fue velado conjuntamente con otros rochenses caídos en Masoller (Ernesto Gallo, Juan y Gregorio de León, Eustaquio Pizarro, Manuel Olivera y Gabino Ubal).
“El Civismo” en su ejemplar del 30 de mayo de 1905, lo describía escuetamente así: “José Bower, el niño casi, que sin poseer las vinculaciones íntimas de la nacionalidad, corrió presuroso, no obstante, a formar en las legiones redentoras que pasearon triunfante la enseña nacionalista por todo el territorio de la República”.
Es difícil pensar cuáles fueron los móviles que llevaron a un hombre de tan lejanas tierras a combatir en una insurrección nacionalista.
Murió en Masoller, lejano enclave de un país extraño, junto a Aparicio Saravia, luchando por la libertad, valor supremo, que como tal no tiene patria ni fronteras ni necesita de banderas ni divisas, por ser universal. Quizás esa sea la razón última.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Portal www.revisionistas.com.ar
Umpiérrez, Alejo – La forja de la libertad – Ed. De la Plaza, 2ª Edición, Montevideo (2007).
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