La leyenda del caudillaje

Gral. José Gervasio de Artigas (1764-1850)

El nuevo gobierno establecido en Buenos Aires, después de la caída de Rivadavia, emprendió la campaña del Uruguay, en donde José Rondeau y José Gervasio de Artigas quedaron dueños del territorio.  Manuel Belgrano ganó la batalla de Salta el 20 de febrero de 1813, y José de San Martín, el 23 del mismo mes, daba el combate de San Lorenzo, de poca significación militar, pero signo de que se levantaba un espíritu guerrero, necesario para la formación del sentimiento nacional.  Belgrano pudo al fin enarbolar la bandera que tanto asustó a Rivadavia.

Parecía que la nación se animaba con el espíritu de las grandes empresas; pero no era así: la diplomacia de Buenos Aires se envolvía más y más en su localismo y en su miedo.  Se anunciaba la salida de una expedición española mandada por el general Morillo.  Buenos Aires acudió a Rivadavia, y Rivadavia, trémulo, insistió en su petición de protectorado inglés para que Inglaterra paralizase los movimientos de Morillo.

Entretanto, Manuel José García, hombre que debe ser muy discutido, pero que indudablemente representaba un estado de la opinión, solicitaba en Río de Janeiro que los portugueses pasasen a la Banda Oriental.  Se esperaba de ellos dos cosas: el exterminio de Artigas y un estorbo para el arribo de la expedición española.  Así, mientras el “traidor” Artigas no quería portugueses ni argentinos, Buenos Aires pedía que el Uruguay fuese portugués.  La voz de Artigas era la voz de una patria, y esa patria lo ha justificado.  La voz de Buenos Aires era la voz de un localismo que no veía en Artigas sino un bandolero, y en los portugueses el medio providencial de no caer bajo el peso de una expedición restauradora de las Leyes de Indias.  Esta voz de Buenos Aires no era nacional, y aún en Buenos Aires la rechazaba el sentimiento de las masas: era la voz de Inglaterra que pedía dos puertas en el Río de la Plata, para entrar por una e impedir que la otra fuera trancada por dentro.

La política de Buenos Aires se cifraba en esto: arreglarse con Portugal, con Inglaterra y con España, o con Inglaterra y Portugal contra España; negarle toda personalidad a la barbarie de los orientales, que no era sino la misma barbarie de los entrerrianos y correntinos, y negar por lo mismo todo título de existencia a la unión de las provincias.

La ocupación de Montevideo por Artigas, el 25 de febrero de 1815, fue considerada por aquella diplomacia de especieros como un desastre americano.

La expedición a Chile era políticamente inconcebible como la concibieron los gobiernos de Buenos Aires y como la ha explicado en su historia el espíritu lugareño.  Según esa interpretación de los hechos, la expedición a Chile debía ser, o bien la conquista de un territorio para Buenos Aires, o un sacrificio consentido a favor de los intereses de un país extranjero.  Vicente López habla constantemente de los cuatro millones y medio gastados para Chile, del desguarnecimiento de Buenos Aires para darle un ejército a Chile, de la ingratitud de Chile y de la falta de patriotismo de San Martín.

Buenos Aires tenía razón reprochándole a San Martín, entonces y después, su desconocimiento de la autoridad que le delegó los poderes con que obraba y le proporcionó los recursos con que podía contar.

O Buenos Aires era un centro nacional, y en tal sentido un centro de acción continental, o era un puerto: si era un centro de acción, entonces la expedición a Chile debió haber sido parte de un movimiento concertado contra España y los portugueses, en la Banda Oriental, en el Alto Perú y en el Pacífico.  Pero desde el momento en que un Supremo Director era un supremo incompetente y un supremo don Nadie que dejaba la entrada del Río de la Plata en manos del enemigo secular de su  pueblo, y desde el momento en que el partido directorial, abandonando a la acción espontánea de Salta la defensa del interior, se disponía, temblando, a arrodillarse para impedir la expedición de reconquista española, el plan de San Martín carecía de objeto, y era tan inexplicable dentro de un sistema sin perspectivas, que justamente se ha interpretado como un abuso de confianza de San Martín y como un fuerte desembolso anotado por el comerciante burlado en su cuenta de pérdidas y ganancias.

¡Coincidencias elocuentes! El 12 de febrero de 1817 San Martín ganaba la acción de Chacabuco, y el 20 del mes anterior el general Lecor entraba en la plaza de Montevideo.  En tales condiciones, ¿podría considerarse un desastre nacional Cancha Rayada, el 19 de marzo de 1818, y una victoria nacional la de Maipú, el 5 de abril siguiente?  Victoria y desastre para los héroes que tomaron parte en los peligrosos, no para el grupo de Tagle.  Tampoco para la nación, que no existía.

Tagle sólo veía dos extremos: la reconquista española y el protectorado angloportugués.  Fuera de esto no concebía sino el caos.

Así, mientras Manuel José García entregaba la Banda Oriental por medio de un tratado en forma, los directores se hallaban dispuestos a entregar todo el Río de la Plata, todo menos el Puerto.

Los culpables

La expedición española de 1815 en vez de ir a Buenos Aires, va a La Guaira.  La inminente expedición española de 1816 a 1820, en vez de atravesar el Océano, atraviesa la península y hace una revolución.  No hay expedición española; hay un fantasma que ha dirigido toda la política de los directoriales y toda su diplomacia; que los ha paralizado en el interior y que ha inspirado a sus agentes las indignidades cometidas en Río de Janeiro por Manuel José García, y en Europa por Bernardino Rivadavia.

Pero los culpables de esto son los caudillos.  Y todavía, un siglo después, los caudillos continúan crucificados en su calvario.

Es cómodo para los directoriales haber desarrollado la política de la cobardía, de la indignidad y de la traición, y escribir después la historia de la calumnia.

Para el criterio directorial, la anarquía es del pueblo y sale de abajo, como la fetidez de un pantano.  La gente decente está obligada ante todo a defenderse de la canalla, pactando con el extranjero.

Ahora bien, esto no es sólo infame, sino falso y absurdo.  La anarquía no es producto popular.  La anarquía es siempre una falta o un crimen de los directores.

¿Quiénes eran los caudillos y qué representaban?  Entendámonos al hablar de caudillos, y no permitamos una confusión de mala fe.  Los caudillos fuertes y primitivos –no los derivados perversos, pequeños y estúpidos que vinieron después-, los caudillos hacen frente al enemigo mientras la sabiduría de las clases elevadas capitula miserablemente.  ¿Quién salva a Buenos Aires?  Güemes, mientras Buenos Aires paga negociadores llenos de torpeza y abyección en Europa y Río de Janeiro.  Salta arroja a los soldados del virrey mientras Rivadavia recibe en Europa un puntapié de Fernando VII.  ¿Quién impide que el Río de la Plata se pierda y quede señoreado por un enemigo?  Artigas.

Sin embargo, Artigas es un criminal.  ¡Un criminal porque no trata con los portugueses!  Un criminal porque el instinto y el sentimiento le indican el camino de la organización que ha de realizar la historia.

Para que Artigas pudiera ser considerado como un criminal, se necesita que los hombres de la civilización hubieran intentado previamente utilizar la fuerza explosiva de la gente de los campos, comprendiendo que esa pugnacidad indomable representa un factor del que no podían prescindir los gobernantes.  Si éstos se hubiesen dado cuenta de que toda política que debía fundarse en la afirmación positiva de la independencia requería un ejército numeroso, bastante para hacer frente a todos los enemigos, en todos los territorios amenazados, bajo una dirección común, Artigas habría tenido que ser un general del ejército regular, y no un San Martín declarado bandolero, y San Martín habría sido el generalísimo de ese mismo ejército y no un Artigas de gran estilo que expedicionaba en el Pacífico mientras Artigas defendía el territorio de Misiones, cuna de San Martín, y la diplomacia de Buenos Aires se hallaba dispuesta a tratar con todos los enemigos y a inutilizar el esfuerzo de todos sus defensores, considerando como delincuencia el patriotismo.

La leyenda del caudillaje

La primera consecuencia de la falta de un poder nacional, había sido el abandono del Paraguay.  Después hubo que dejar la Banda Oriental, que no pudo recuperarse, y que se habría entregado a los brasileños a no impedirlo la indignación popular.  Por último, el ejército que tenía a su cargo la emancipación del Alto Perú, y que retrocedía, derrotado, se disolvió, como se disolvía todo lo demás.

La defensa de las provincias del Norte quedó en sus propias manos, Salta, con su caudillo Güemes, por interés de propia defensa, fue el muro que impidió al virrey del Perú una campaña de reconquista.

El caudillaje se adueñó de todo.  Pero la leyenda se apoderó del caudillaje, y le ha dado una reputación que en verdad no merece.  El caudillaje, con su ignorancia, con sus vicios y con su ferocidad, es un síntoma, no un mal; un resultado, no una causa.  Los caudillos son una institución embrionaria y necesaria.  Como institución embrionaria, no son precisamente modelos clásicos de buen gobierno.  Son el mal gobierno por excelencia.  No tan malo como el Triunvirato Imponente, pero igual.  Y en una cosa son superiores a los buenos gobiernos de los civilizados.  Llevan, instintivamente, consigo un destino histórico.  Juan Bautista Alberdi vio esto con mucha claridad.  Hay unas líneas suyas que son geniales.  “Artigas –dice- figura entre los primeros que dan el grito de libertad, y es el brazo fuerte que sustrae la Banda Oriental al poder español.  ¿Qué quiere enseguida?  Lo mismo que Buenos Aires ha concedido al Dr. Francia, jefe del Paraguay, sin haber hecho este pueblo y este jefe lo que la Banda Oriental y Artigas han hecho por la libertad; la autonomía de la provincia, en virtud del nuevo principio formulado por Mariano Moreno sobre la soberanía inmediata del pueblo.  ¿Qué hace Buenos Aires?  Lo pone fuera de la ley.  De ahí la lucha, y a favor de ella, la patria, arrancada por Artigas a los españoles, cae de nuevo en manos de los portugueses.  Colocad en lugar de Artigas al más noble corazón del mundo, y su nobleza misma lo hará feroz, al verse sin patria, bajo las amenazas de tres enemigos que se disputaban su dominación.  En efecto, ¿qué quería Artigas?  Ni portugueses, ni españoles, ni porteños.  ¿Era eso un crimen?  Eso es lo que hoy existe, inspirado más tarde por la libre Inglaterra y sostenido por todo el mundo culto.  No es ese el único triunfo de civilización de los caudillos”.

¿Y los crímenes?  Los crímenes del caudillaje, tan monstruosos como innegables, ¿son acaso más monstruosos y más innegables que los crímenes de la civilización?  “Las Misiones, – continúa Alberdi- provincia argentina  poblada por los jesuitas y célebre por su organización comunista, es hoy un montón de ruinas.  ¿Quién la pilló, incendió, desvastó?  ¿Artigas?  No: los portugueses, en hostilidad a Artigas, que defendía a Misiones.  Pues Artigas pasa por el caudillo bárbaro, y los autores de ese crimen representan la civilización, porque fue perpetrado con orden y según la disciplina militar”.

Sigue Güemes.  Pues bien, Güemes, después de pelear en 1806 y 1807 contra los ingleses, bajo las órdenes de Liniers, toma parte en las acciones de Suipacha y de Puente de Márquez.  “Contuvo él solo –dice Alberdi- con el pueblo de su provincia de Salta (y este es el gran mérito de Güemes) a los ejércitos realistas que habían destrozado tres ejércitos de Buenos Aires, y salvó de su ocupación a las provincias, mientras San Martín cruzaba Los Andes, por espacio de cuatro años”.

El caudillaje es una fuerza ciega.  Es la fuerza bruta por excelencia.  Pero no por ser ciega y por ser bruta es mala.  La prueba es que han hecho el bien, sin saberlo acaso y acaso sin quererlo, y que el mal ha resultado también de las imposiciones fortuitas de los acontecimientos, sin que este mal haya sido más profundamente nocivo que el mal de los conscientes.

Visto a distancia, el caudillaje fue una disciplina: el máximo de disciplina en aquel estado de disolución.  Lejos de impedir que la nación se uniese, los caudillos le daban cierta cohesión, y comenzaban por hacerla posible, manteniendo su integridad.  Salvo Artigas, que tiene su patriotismo especial, consagrado más tarde por la historia, todos los otros caudillos fueron conservadores de los tributos esenciales de la nacionalidad.  Y uno de ellos, Rosas, encadenando a todos los demás, obligándolos a aceptar el sistema de la dominación de una provincia, sistema injusto pero plasmogénico de la unidad argentina, fue el primero que pudo dar una forma imponente a la soberanía externa en una lucha diplomática memorable.

Y decir todo esto no es hacer el panegírico del caudillaje, sino presentar el concepto histórico de su advenimiento para que sean comprensibles las crudezas de la descripción.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.

Pereyra, Carlos – Textos Históricos, La Leyenda del Caudillaje.

Revisión Histórica – Organo del Inst. de Estudios Históricos y Sociales Argentinos “Alejandro Heredia”, Año I, Nº 1, mayo de 1960, San M. de Tucumán.

www.revisionistas.com.ar

 

Artículo relacionado

El caudillismo

Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar