El eclipse de los grandes revolucionarios latinoamericanos del siglo XIX no pudo ser más patético. Sólo es comparable al silencio posterior que sepultó sus actos. Bastará indicar que Bolívar, habiendo concebido la idea de crear una gran nación, desde México al Cabo de Hornos, concluyó dando su nombre a una provincia y, para condensar más aún el infausto símbolo, murió vencido en su propia aldea.
Abandonado por el gobierno de Rivadavia, San Martín renuncia a completar su campaña continental y se retira de la vida pública. Olvidado, muere en Francia treinta años más tarde. En el caso de Artigas, la ironía se vuelve más trágica y refinada aún. Desde hace un siglo, su estatua evoca a un prócer del Uruguay. Había luchado por la Nación y la posteridad le rinde tributo por haber transfigurado la Nación en provincia y la provincia y Nación. Su carrera se despliega en sólo una década, y agoniza en el desierto paraguayo, en la soledad más total, a lo largo de otras tres. Se trata de la víctima más ilustre de una impostura porteña a la que es preciso poner término, pues alude a un hombre clave de nuestra frustración nacional.
El derrumbe del imperio español arrojó a la historia mundial a las semidormidas colonias americanas. Por todas partes brotaron los doctores de Chuquisaca, los hijosdalgos iluministas, los tenderos, gauchos, soldados o hacendados que descubrieron una patria inmensa y una época digna de ella. Bolívar abandonó los salones de la Europa galante para empinarse en el Gianícolo y jurar desde la colina romana la libertad del Nuevo Mundo. El primero de los unificadores, Miranda, embriagado por el Himno de los Ejércitos del Rhin, desembarcó en las costas venezolanas para blandir una nueva bandera. San Martín peleó con los franceses en Bailén, y se lanzó en seguida al Océano para defender la revolución que, vencida en España, se afirmaba en América. Moreno leía a Rousseau para concebir luego la estrategia jacobina del “plan de operaciones”. En la Banda Oriental, en fin, aparecía José Gervasio de Artigas, de antigua y linajuda familia, hacendado y oficial de Blandengues, ese cuerpo armado del paisanaje que la guerra de fronteras forjó en la lucha contra el indio.
La singularidad de Artigas reside en que fue el único americano que libró en el Río de la Plata casi simultáneamente una lucha incesante contra el Imperio británico, contra el Imperio español, contra el Imperio portugués y contra la oligarquía de Buenos Aires. (1)
Esta rara proeza no agota su significado. Obsérvese que es Mariano Moreno el primero que llama la atención en documentos oficiales sobre la valía militar de Artigas, ya reputado en la Banda Oriental desde los tiempos de los españoles. Su base social es la campaña oriental, de donde nace, en la sociedad primitiva de la colonia, una especie de aristocracia del servicio público, según la calificación del historiador inglés John Street, formada por las “familias de los primeros pobladores, cabildantes, estancieros modestos y soldados”. Los estancieros apoyaron inicialmente a Artigas, dice Real de Azúa, para “resistir a los pesados tributos exigidos por Montevideo para la lucha contra la Junta de Buenos Aires; evadir la nueva ordenación de los campos y la revalidación de los títulos que las autoridades españolas pretendían imponer”. (2)
Su más ancha base, que se hundía en las profundidades del pueblo oriental, estaba constituida por los gauchos, peones, indios mansos y el mundo social agrario que la acción de los Blandengues de Artigas había defendido de las depredaciones de los bandidos, “vagos, ladrones, contrabandistas e indios Charrúas y Minuanes que infestaban la campaña oriental”, según diría el Diputado por Montevideo a las Cortes de Cádiz, exaltando la figura de Artigas en España. Pero su marco histórico es el movimiento de nacionalidades típico del siglo. Artigas pertenece a la generación revolucionaria de San Martín y Bolívar.
La desarticulación del Imperio español libró a sus solas fuerzas a las provincias ultramarinas. Sus jefes más lúcidos se propusieron conservar la unidad en la independencia, asumiendo la idea nacional que los liberales levantaban sin éxito en la España invadida. Los americanos reaccionarios combatieron junto a los godos contra nosotros, y con nosotros usaron las armas los españoles revolucionarios que vivían en América. Tal fue el dilema. A diferencia de San Martín, que se asignó la misión de extender la llama revolucionaria a través de los Andes y sólo le cupo luchar contra los realistas, lo mismo que Bolívar y Moreno, Artigas se erigió en caudillo de la defensa nacional en el Plata y al mismo tiempo en arquitecto de la unidad federal de las provincias del Sur. Defendió la frontera exterior, mientras luchaba para impedir la creación de fronteras interiores. Fue, en tal carácter, uno de los primeros americanos y, sin disputa, el más grande caudillo argentino.
En este hecho reside todo el secreto de su grandeza y la explicación de su “entierro histórico” según las palabras de Mitre. Cuando Buenos Aires sustituye a España en la hegemonía sobre el resto de las provincias, todas ellas se levantan contra Buenos Aires. Pero de todos los caudillos es Artigas el que más hondo y lejos ve el conjunto de los problemas históricos en juego. Escribir su historia sería en cierto modo reescribir la historia argentina y, por ende, reescribir este libro, pues también nosotros hemos pagado tributo a la falsía de nuestro origen y también nosotros, víctimas solidarias de la balcanización, hemos “balcanizado” a Artigas, amputándolo de nuestra existencia histórica para confinarlo a la Banda Oriental.
Entre Mitre y López, las dos figuras mayores de la historia oficial, han hecho del Artigas histórico lo mismo que la burguesía porteña logró hacer con el Artigas vivo. Escribe Mitre:
“El caudillaje de Artigas, o sea, el “artiguismo” localizado en la banda oriental, y dominando por la violencia o por afinidades los territorios limítrofes, obtuvo por la primera vez carta de ciudadanía, y se le reconoció el derecho de resistencia. El artiguismo oriental, dueño de Entre Ríos y Corrientes, sintió dilatarse su esfera de acción disolvente, aspiró por la primera vez a dominar los destinos nacionales, con sus medios y sus propósitos. Divorciado de la comunidad argentina sin principios vitales que inocularle, sin más bandera que el personalismo, ni más programa que una confederación de mandones, en que la fuerza era la base, empezó a chocarse con los régulos argentinos de la orilla occidental del Uruguay…”.
Las veloces lecturas romanas de Mitre no le dejaron una idea bien clara de quién era Régulo, pero la superficial condenación de los caudillos ha hecho escuela.
El mismo Mitre no puede menos que admitir la influencia real de Artigas en las Provincias Unidas:
“A Santa Fe siguió Córdoba, que se declaró independiente; arrió la bandera nacional, que quemó en la plaza pública, enarbolando la de Artigas, se incorporó a la Liga Federal, poniéndose bajo la protección del caudillo oriental, y se adhirió a la convocatoria del Congreso de Paysandú, promovido, sin programa político y con objetos puramente bárbaros y personales. De aquí la primera resistencia de Córdoba a concurrir al Congreso de Tucumán”, (3)
El programa revolucionario del artiguismo
Como primera aproximación, bastará que en esta edición indiquemos lo esencial del artiguismo. Los argentinos ignoran que entre 1810 y 1820 el artiguismo era el poder político dominante en gran parte de nuestro actual territorio. Aclamado por los pueblos reunidos en la Liga Federal como “Protector de los Pueblos Libres”, Artigas ejercía su influencia en las provincias de la Banda Oriental, Misiones, Corrientes, Entre Ríos, Córdoba y Santa Fe. El gobierno directorial de Buenos Aires sólo alanzaba a dominar la provincia Metrópoli y un puñado de provincias, donde ya empezaba a fermentar, por lo demás, la idea federal. ¿Qué significaba eso? Pura y simplemente que el federalismo expresó la reacción general de los pueblos del interior ante las despóticas tentativas de Buenos Aires por subyugarlos a su política exclusivista. Pero el magno peligro para los intereses de la burguesía porteña y montevideana consistía en el artiguismo, que aspiraba a organizar la Nación con la garantía de plenos derechos para cada una de las provincias que concurrieran a formarla. El riesgo de una poderosa Confederación sudamericana que sucediese al Virreinato en las fronteras históricas, era demasiado considerable para la política británica.
He aquí la concepción del “uruguayo” Artigas: Convención de la Provincia Oriental, firmada por Rondeau y Artigas, 19 de abril de 1813, texto de sus dos primeros artículos.
Artículo 1º – La Provincia Oriental entra en el Rol de las demás Provincias Unidas. Ella es una parte integrante del Estado denominado Provincias Unidas del Río de la Plata… Artículo 2º – La Provincia Oriental es compuesta de Pueblos Libres, y quiere se la deje gozar de su libertad; pero queda desde ahora sujeta a la Constitución que organice la Soberana Representación General del Estado, y a sus disposiciones consiguientes teniendo por base inmutable la libertad civil.
Año 1813. Proyecto de Constitución artiguista
Artículo 1º – El título de esta confederación será: Provincias Unidas de la América del Sud. Artículo 2º – Cada provincia retiene su soberanía, libertad o independencia y todo poder, jurisdicción y derecho que no es delegado expresamente por esta confederación a las Provincias Unidas juntas en Congreso. (4)
Si ese era el programa expreso de Artigas, el de Gran Bretaña consistía justamente en el esquema inverso (5). No podía admitir que un solo Estado controlara la boca del río. Se imponía separar al puerto y campaña de Montevideo para dejar a las provincias libradas al monopolio del puerto bonaerense.
“Río de Janeiro era entonces el baluarte portugués de la política inglesa; y así se produce la invasión portuguesa planeada por el general Beresford, el mismo actor de las invasiones inglesas al Río de la Plata en 1806. Se debía consolidar a Buenos Aires segregando rápidamente al Uruguay. Con esta separación las Provincias Unidas estaban inexorablemente condenadas al puerto único de Buenos Aires”, escribe Alberto Methol Ferré. (6)
Los portugueses invaden la Banda Oriental, ocupan la provincia y derrotan a Artigas por completo en Tacuarembó el 22 de enero de 1820.
Buenos Aires había firmado en 1818 un convenio con Portugal, cuya cláusula 5ª decía: “Libertad recíproca de comercio y navegación entre ambas partes con exclusión de los ríos interiores, salvo el caso de que los portugueses penetrasen a ellas en persecución de Artigas y sus partidarios”.
He aquí la opinión que merecía al Brigadier Pablo Ferré la lucha de Artigas:
“Mientras las provincias estuvieron sujetas a Buenos Aires, no había imprenta en ellas. De aquí es que han quedado sepultado en el olvido el Gral. Artigas y la independencia de la Banda Oriental, sus quejas por la persecución que sufría por este patriotismo; las intrigas del gobierno de Buenos Aires para perderlo, hasta el grado de cooperar para que el portugués se hiciera dueño de aquella provincia antes que reconocer su independencia; como entonces sólo hablaba Buenos Aires aparece Artigas en sus impresos como el mayor salteador (Así aparecen todos los que se han opuesto a las miras ambiciosas del gobierno de Buenos Aires). Si alguna vez se llegan a publicar en la historia los documentos que aún están ocultos, se verá que el origen de la guerra en la Banda Oriental, la ocupación de ella por el portugués, de que resultó que la República perdiera esa parte tan preciosa de su territorio, todo ello tiene su principio en Buenos Aires, y que Artigas no hizo otra cosa que reclamar primeramente la independencia de su patria y después sostenerla con las armas, instando en proclamas el sistema de federación y entonces, tal vez resulte Artigas el primer patriota argentino”. (7)
Tacuarembó asesta un golpe decisivo al potencial bélico de Artigas en la Banda Oriental. Se tendrá presente que las tropas portuguesas que invaden la Banda, se componían de unos 15.000 veteranos, perfectamente armados y fogueados en la guerra contra Bonaparte. Artigas, por su parte, sólo contaba con una provincia que en esa época apenas tenía una población total de unos cuarenta mil habitantes en la campaña y unos veinte mil en la ciudad de Montevideo, que por supuesto le era hostil. Tan sólo, unos ocho mil hombres componen su tropa principal, armada de bayoneta y sables de latón e impedida de practicar la guerra de montonera, a la manera de Güemes en Salta, por las particularidades de la topografía oriental. Por lo demás, ya en 1820 la clase de estancieros y en general todo el “patriciado” lo había abandonado, por la proyección revolucionaria de su política agraria (8): si la burguesía comercial de Montevideo lo rechazó siempre con todas las fuerzas, en virtud de su política industrial proteccionista (9), los estancieros no tenían más remedio que aborrecer al caudillo que elevaba su política por encima de la patria chica y que en el caos de la guerra civil y la invasión extranjera ponía todos los recursos de la provincia en juego (10). Esto se verá muy claramente cuando, después del desastre militar de Tacuarembó, numerosos estancieros y comandantes de campaña, hasta entonces partidarios de Artigas, capitulen ante Lecor y acepten la dominación portuguesa de la Provincia Cisplatina, como lo había hecho ya la burguesía montevideana, que recibió al jefe portugués bajo palio y lluvia de flores. En un oficio que jefes y oficiales de Canelones dirigen al general Lecor, poniéndose a sus órdenes, se lee una alusión al reparto de tierras iniciado por Artigas: “Bajo el sistema adoptado por Don José Artigas, no se tendía sino a destruir la propiedad de la provincia…”
Con respecto a la política agraria de Artigas, Methol Ferré dice lo siguiente: “No hay duda que la reforma agraria artiguista tuvo enormes proyecciones y puedo apuntar que aún en 1884 a P. Bustamante le sorprendía la osadía de quienes reclamaban derechos invocando “donaciones” de Artigas. Y de muestra final basta indicar que todavía hoy el Banco Hipotecario del Uruguay no considera válidas las salidas fiscales originadas en mercedes de tierras del gobierno de Artigas, y sí acepta, por ejemplo, las provenientes del ocupante portugués Barón de la Laguna”. (11)
Sólo en los cronistas, memorialistas y olvidados historiadores de provincias, custodios de la patria vieja, se encuentran hoy recogidos los testimonios fidedignos del pasado. Uno de ellos es el salteño Bernardo Frías, historiador del Norte argentino y de Güemes. Su obra fundamental consta de 8 tomos. Comenzó a publicarse en 1902. Pero sólo llegaron a editarse en 60 años los cinco primeros tomos, todos agotados. Los restantes permanecen inéditos. Escribe el doctor Frías:
“Era de este modo Artigas el único gobernante argentino que acudía en defensa de la integridad nacional, y como este deber obligaba en primer término al gobierno de la Nación antes que a un jefe de provincia, y el gobierno de la Nación se mantenía como extraño, sin tomar parte en la defensa común, comenzaron a alarmarse los pueblos, sospechando que el gobierno de Pueyrredón iba de acuerdo con el Brasil. Con esta sola actitud pasiva que asumía el gobierno, quedaba descubierto el crimen de marchar de acuerdo y aliado con el extranjero para aniquilar a un gobernador de provincia. Artigas, que lo comprendió antes que ninguno, se volvió al director para decirle: Confiese Vuecelencia que sólo por realizar sus intrigas puede representar ante el público el papel ridículo de un neutral. El Supremo Director de Buenos Aires no puede ¡no debe serlo! Pero sea Vuecelencia un neutral, un indiferente o un enemigo, tema justamente la indignación ocasionada por sus desvíos, tema con justicia el desenfreno de unos pueblos que sacrificados por el amor de la libertad, nada les acobarda tanto como perderla”.
El doctor Frías, en su notable obra, expone detalladamente la infamia porteña. En lugar de ayudar a Artigas contra los portugueses, toleraba la codicia de los comerciantes de Buenos Aires, que aprovisionaban Montevideo contra los intereses de la Nación. Frías llama a Pueyrredón el “Iscariote argentino”.
Referencias
(1) Emilio Ravignani – Historia Constitucional de la República Argentina. Buenos Aires (1926).
(2) El Patriciado Uruguayo, p. 18, por Carlos Real de Azúa, Montevideo (1961).
(3) Historia de Belgrano y de la independencia argentina, p.383, Ed. Anaconda, Buenos Aires (1950).
(4 )Reyes Abadie y otros – El ciclo artiguista. Tomo I, página 197.
(5 )De Artigas a Felipe Gaire: “Mi muy estimado pariente: Las circunstancias hoy en día no están buenas. Los porteños en todo nos han fallado; no tratan más que de arruinar nuestro país; de este modo será de Portugal o del inglés; ellos están muy lejos de la libertad; yo hoy en día me veo en grandes aprietos porque todo el mundo viene contra mí. Los amigos me han faltado en el mejor tiempo, yo he de sostener la libertad e independencia de mi persona hasta morir. Cuartel General, 13 de setiembre de 1814. José Artigas”.
(6) Alberto Methol Ferré – Artigas o la esfinge criolla. “Marcha”, Montevideo, mayo de 1961.
(7) Alberto Methol Ferré – Memorias. Páginas 70 y 71.
(8) En el Reglamento Provisorio de la Provincia Oriental para el fomento de su campaña y seguridad de sus hacendados, dado a conocer desde el Cuartel General, el 10 de setiembre de 1815, se lee en el artículo: “Por ahora el Sr. Alcalde Provincial y demás subalternos se dedicarán a fomentar con brazos útiles la población de la campaña. Para ello revisará cada uno, en sus respectivas jurisdicciones, los terrenos disponibles; y los sujetos dignos de esta gracia, con prevención, que los más infelices serán los más privilegiados. En consecuencia, los negros libres, los zambos de esta clase, los indios y los criollos pobres, todos podrán ser agraciados con suerte de estancia, si con sus trabajo y hombría de bien propenden a la felicidad y a la de la Provincia”. En el artículo 12º se estipulaba: “Los terrenos repartibles son todos aquellos de emigrados, malos europeos y peores americanos que hasta la fecha no se hallan indultados por el jefe de la Provincia para poseer sus antiguas propiedades”. Y, por fin en el artículo 19º se dice lo siguiente: “Los agraciados, ni podrán enajenar, ni vender estas suertes de estancia, ni contraer sobre ellos débito alguno, bajo la pena de nulidad hasta el arreglo formal de la Provincia, en que ella deliberará lo conveniente”. Tomo II, p.446 y ss.
(9) Según el Reglamento Provisional de derechos aduaneros para las provincias Confederadas de la Banda Oriental del Paraná, Cuartel General, 9 de setiembre de 1815, V. “El ciclo artiguista”, Tomo II, página 389, los derechos de importación estaban graduados para estimular la industria nacional, con tasas de un 40% para la introducción de ropas hechas y calzados; caldos y aceites, un 30% y un aforo de un 25% para todo efecto de ultramar, salvo el azogue, las máquinas, los instrumentos de ciencia y arte, libros e imprentas, pólvora y azufre y armamentos de guerra, lo mismo que oro en todas sus formas. Todos los frutos procedentes de América tenían solamente un derecho de un 4% de introducción. Para la exportación hacia el interior, estaban los productos libres de derechos. Artigas decía al gobernador de Corrientes a este respecto el 10 de setiembre de 1815: “Con este motivo mandé a ese gobierno un reglamento provisorio con los derechos correspondientes a formar el equilibrio comercial con las demás provincias y asegurar un resultado favorable con las demás”, p. 391.
(10) Además, en las Instrucciones orientales para los diputados de 1813 se lee: “17º – Que todos los dichos derechos impuestos y sisas que se impongan a las introducciones extranjeras serán iguales en todas las Provincias unidas, debiendo ser recargadas todas aquellas que perjudiquen nuestras artes o fábricas, a fin de dar fomento a la industria de nuestro territorio”, ob. Cit., p.371.
(11) Art. cit.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Portal www.revisionistas.com.ar
Ramos, Jorge Abelardo – Revolución y Contrarrevolución en la Argentina, Las Masas y las Lanzas (1810-1862), 2ª edición, Buenos Aires (2006).
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