Aparicio Saravia murió el 10 de setiembre de 1904, a la edad de 48 años, y durante más de tres lustros sus restos permanecieron en territorio brasileño. Exactamente en el panteón familiar de la familia Pereyra de Souza, en una zona que la toponimia conoce como el “Rincón de Artigas” (1), límite contestado por Uruguay. Paradójicamente ese lugar forma parte del Paraje Sepulturas, debido a la sierra homónima que corre sobre la zona fronteriza.
De 1904 a 1921 habían ocurrido muchas cosas en el Uruguay y en el mundo. Transcurrió en ese lapso la Primera Guerra Mundial con la consolidación del poder imperial estadounidense, que desplazó lentamente al predominio británico en el Plata. Habían transcurrido las dos presidencias de Batlle, la de Williman y la de Feliciano Viera con su famoso “Alto” a las políticas sociales y estatales reformistas del batllismo, las que curiosamente en su mayor parte se habían llevado a cabo bajo presidencias que no eran la de Batlle y que reconocían –aún contra la historia oficial en la materia- como su primer paso la posición del nacionalismo a través del proyecto de Código General del Trabajo de febrero de 1905, impulsado por Roxlo y Herrera en lo que significó el primer proyecto de legislación obrera integral en América. Se produjo también el fallido alzamiento de Basilio Muñoz contra la proclamación de la segunda candidatura de Batlle y Ordóñez en 1910, demostrando que la vía revolucionaria estaba definitivamente cerrada.
Las masas nacionalistas luego de 1904 habían sentido el impacto de la pérdida del liderazgo partidario y a pesar de la consigna del propio Aparicio Saravia en marzo de 1903 –el “Id a inscribiros” (2) con que cerraba la proclama de la demostración armada de aquel año-, la militancia nacionalista se resistía a convalidar electoralmente mediante la inscripción y el voto un sistema cuasiautoritario y fraudulento. A pesar de ello no quedaba otra vía que la electoral y el perfeccionamiento de las normas al respecto; y el trabajo en ese sentido basado en el vuelco al civismo –protagonizado por el incesante trabajo de Herrera apostando a la vía electoral del partido- comenzó a dar sus frutos. El Partido Nacional obtuvo la consagración del voto secreto a través de la reforma constitucional de 1917 y a partir de ahí le pisó los talones al batllismo en un sistema todavía precariamente democrático debido a las leyes electorales aprobadas por Batlle y que recién serían removidas con las leyes de 1924 y 1925 de creación de la Corte Electoral y la nueva regulación sobre elecciones y partidos. Sin perjuicio de ello, los blancos habían probado las mieles de la victoria cuando demostrando la verdad que contenía la lucha por el voto secreto, derrotaron al batllismo en la elección de constituyentes para la reforma de la Constitución de 1830, hecho vital para la consagración de aquel derecho elemental al cual José Batlle y Ordóñez tildaba de herramienta de los cobardes.
A Brasil, en busca de Saravia
Herrera había tomado los comandos del Partido Nacional –aunque todavía no hegemónicamente como lo haría después- y comenzaban a insinuarse las líneas históricas que dividieron las aguas internas blancas por décadas y que se darían a llamar por entonces “lussichismo” y “herrerismo”. Ambas tendencias eran fervientemente saravistas, dado que quienes encabezaban ambos movimientos habían sido conspicuos integrantes de las revoluciones de 1897 y 1904.
Luis Alberto de Herrera asumió en 1920 la Presidencia del Directorio. En setiembre de ese año se resolvió por dicho órgano a instancias de su novel presidente la repatriación de los restos. En 1921 se conformó la comisión Pro-monumento de Saravia, que recién vio culminados sus esfuerzos en 1956 mediante la erección en Montevideo de la hermosa estatua ecuestre, realizada por Zorrilla de San Martín, en el centenario de su natalicio. El naciente líder inició las gestiones a todo nivel para el retorno de los despojos mortales del gran caudillo. Fue éste un golpe de efecto electoral que trató de ligar al dirigente con el caudillo rural en el imaginario colectivo sin perjuicio de que era la medida fruto de la admiración suprema que sentía el propio Herrera por Saravia, la única persona que el Jefe Civil reconoció como superior en toda su longeva existencia. Al margen de ello fue un movimiento acompañado por todos los blancos que generó la expresión cívica más grande de la historia uruguaya hasta ese momento.
Las cenizas del prócer blanco retornaron el 10 de enero de 1921 al Uruguay. Fue cronista de la repatriación de los restos nada menos que Javier de Viana, ex soldado saravista, poeta y escritor, en su carácter de enviado especial por el novel periódico “El País”, fundado poco tiempo atrás. Una delegación, integrada por Herrera, Andreoli, Puig, Martínez Haedo, la viuda de Saravia, Cándida Díaz, y todos sus hijos, se desplazó el 9 de enero con destino a Rivera. Allí fueron esperados por 12 automóviles que a las 4 de la mañana iniciaron el periplo de 18 leguas entre las sierras hasta arribar al mediodía a la estancia de María Luisa Pereyra, la madre del Tigre de Caty (3). Fueron recibidos Herrera y su comitiva por la propietaria del establecimiento y sus hijos. Se concurrió al cementerio familiar y se exhumaron los restos de Aparicio, depositándose sus cenizas en una hermosa urna confeccionada para tal instancia. La urna era construida en nogal y fue realizada en forma totalmente gratuita por un obrero ebanista blanco de Montevideo, de origen árabe, llamado Emilio Santini. Sus asideras eran de bronce y lucía una placa de oro que llevaba grabada la siguiente inscripción pergeñada por Herrera: “A Aparicio Saravia, insurrecto genial, libertador y misericordioso. Sus hermanos de causa”.
El Dr. Pedro Turena agradeció en un breve discurso la hospitalidad de larga data de la familia Pereyra de Souza. Joao Francisco no estaba presente debido a que se hallaba en San Pablo por cuestiones políticas y había excusado su presencia. Lo representó su hijo Francisco Pedro, de profesión ingeniero, quien pronunció un hermoso discurso de despedida. Durante la exhumación de los restos del gran caudillo, en un momento de altísima emotividad, este brasileño gritó: “Viva eternamente la memoria del gran caudillo Aparicio Saravia”.
La urna, coronada por las banderas uruguaya y brasileña, fue colocada en un vehículo bajo custodia de su hijo Nepomuceno, del diputado Dr. Enrique Andreoli y el Dr. Rodolfo Canabal, presidente nacionalista de la departamental riverense. El trayecto de retorno fue sembrado por gente que salía al borde de los caminos a saludar a la comitiva y se plegaron al cortejo más de 500 jinetes para acompañar el arribo a Rivera.
La llegada a Rivera y el camino a Montevideo
Los medios de prensa estimaron que en la fronteriza ciudad –lugar de la chispa que diera inicio a la última guerra civil- se reunieron más de 3.000 personas en medio de aclamaciones a Saravia, campanas al vuelo de la iglesia, el cierre general de los comercios tanto de Santana do Livramento como de Rivera y bandas brasileñas que integraban la procesión, la que era cubierta por millares de flores que caían al paso de la urna.
Eran las 20 horas del 10 de enero cuando los restos de Saravia regresaron a su patria para no volver a salir más de ella. A esa hora en Montevideo sonaron las sirenas de los diarios “El País”, “El Plata”, y “La Tribuna Popular”, todos ellos de filiación nacionalista, recordando a los capitalinos que Saravia había retornado. En Rivera se pronunció un discurso por Herrera, el que fue precedido por otro del representante del gobierno de Livramento de matriz republicana y el pronunciado por el director del periódico federal “O Maragato”.
Sus restos fueron velados dicha noche en el Club Leandro Gónez e hicieron guardia de honor diferentes personalidades.
A la mañana siguiente partió el tren expreso rumbo a Montevideo llevando los restos del gran general. Se había coordinado para esa noche la realización de actos recordatorios al “Cabo Viejo” en todos los comités seccionales nacionalistas a lo largo y ancho del terruño. Circulaban en la Capital, al igual que antes en Rivera, volantes invitando a la ciudadanía a concurrir al arribo y entierro de los despojos mortales de Saravia. Se efectuaron declaraciones de distintos sectores de homenaje al general de poncho blanco, emitidas incluso por el nacionalismo radical suscriptas por Lorenzo Carnelli y Carlos Quijano, quienes se hallaban frontalmente enfrentados a Luis A. de Herrera.
El ferrocarril partió de la frontera y se detuvo en diferentes lugares en medio de muchedumbres que vivaban al caudillo y que se sumaban a la gente que espontáneamente se agolpaba a lo largo del trayecto al borde de la línea férrea. Así recorre Paso del Cerro, Piedra Sola, Tacuarembó, Paso de los Toros, Durazno, Sarandí Grande y Florida hasta arribar a la Capital. En Paso de los Toros se dio una nota especialmente emotiva: el tren se detuvo sobre el gran puente que cruza el Río Negro por unos minutos y lanzó un largo pitido en homenaje a Aparicio, quien en 1904 se opusiera a su destrucción que hubiera evitado que las tropas del Ejército del Sur gubernista cruzaran fácilmente dicho río en su persecución al norte.
Cuando Saravia conquistó la Capital
A las 21.30hs del 11 de enero de 1921 arribó la urna de Aparicio a la Estación Central del Ferrocarril. Volvieron a sonar las bocinas de los periódicos montevideanos nacionalistas durante largo rato anunciando a la gente que Saravia estaba en la Capital. El espectáculo fue indescriptible. Una muchedumbre se agolpaba en los andenes, en el interior de la estación y en las calles que la circundaban. La multitud apiñada prorrumpió en vivas y se hizo prácticamente imposible bajar los restos de Saravia del Expreso. La urna fue llevada a pulso hasta la calle 25 de Mayo, a la sede el Club Nacional, pero ese corto trayecto insumió una hora y media, siendo transportada la urna en hombros por un mar de gente; tanta que cuando llegaron los primeros manifestantes al destino todavía no había terminado de salir la procesión de la Estación Central. Se llevó a cabo el velatorio en la sede partidaria. Cándida Díaz, sus hijos y demás familiares estaban en una sala contigua acondicionada a tales efectos. Comenzó a las 12 de la noche una peregrinación ante la urna de Aparicio que continuó hasta el momento de su entierro, pasando ante la urna de nogal miles y miles de personas de todas las condiciones sociales y procedencias: viejos servidores, gauchos, damas de sociedad, doctores, obreros, estudiantes, etc. A la mañana los restos fueron trasladados a la Catedral donde se realizó una misa, desbordándose las tres naves de la Iglesia Matriz y con una multitud agolpada en el exterior.
A las 16.30hs. del 12 de enero se retiró la urna del Club Nacional con destino al Cementerio Central. El trayecto se realizó por las calles 25 de Mayo, Ituzaingó, Sarandí, Plaza Independencia, 18 de Julio hasta Yaguarón y por ésta hasta el Cementerio Central. La urna fue colocada en una carroza cubierta por las banderas uruguaya y brasileña y por coronas de procedencia argentina, brasileña, de organizaciones partidarias, etc. Entre una compacta muchedumbre nunca vista hasta entonces –que fuera estimada entre 40.000 y 50.000 personas- avanzó el cortejo fúnebre. Al lado del vehículo y tomados de los cordones de la carroza iban Herrera, Rodríguez Larreta, Enrique Legrand, Gualberto Ros, Iberlucea, Balparda, Durán, Carlos María Morales, Angel Moratorio, Arturo Lussich, José Visillac y los jefes revolucionarios Juan José Muñoz y Miguel Antonio Pereyra, jefes de la División Maldonado y del Regimiento Rocha de 1904 respectivamente.
Rodeaban la carroza los sobrevivientes del Escuadrón “Berriel”, quienes trasladaron inmediatamente a Saravia hasta el Parque luego de ser herido en Masoller; integrantes todos de la División 9ª, de Nepomuceno Saravia. Estos lo habían acompañado desde Rivera a la Capital en su travesía final cruzando por última vez el país. Eran ellos Bruno Berriel como Jefe del Escuadrón, los oficiales Juan Manuel y Toribio Rodríguez, Francisco Larreguy, Pedro Camejo, Florencio Sosa y Fausto Hornos, y los soldados Gregorio Valdez , Juan y Fortunato Hornos, José Velázquez, Celestino Avalo, Lisandro Moreno, Isabelino Mareco, Nicasio Aberasturi, Anastasio Gómez, Nieves San Juan, Ceferino Ramírez, Dionisio Vique, Juan Pereyra, Eustaquio y Juan Reyes, Emeterio Ferrés, Marciano Pintos, Gregorio y Ramón Rodríguez, Manuel Peralta, Inocente Laureiro (quien retiró el caballo tostado “Banana” de Aparicio herido del campo de batalla), Mauricio Oviedo, Máximo Andrada, Santana Velásquez y Alejandro Maya.
El cortejo continuaba con la viuda e hijos de Saravia. Luego seguían los ya legendarios servidores del ’97 con la bandera que acompañó al Jefe caído durante dicha campaña en manos de quien fuera su abanderado Luis Ponce de León, manchada con su propia sangre y ostentando nueve perforaciones de bala. Entre los servidores de esa época iban los rochenses Ernesto F. Pérez –por entonces diputado-, Alfredo Samuel Vigliola –futuro senador y fundador del herrerisno rochense- y Pedro Rigamonti. Todos los servidores del ’97 iban identificados con una escarapela bicolor en sus sombreros.
Más atrás venían dirigentes partidarios, personalidades, servidores y pueblo en general. Ondeaban en medio de la muchedumbre una multitud de banderas nacionales, partidarias e identificatorias de las distintas divisiones saravistas de la última guerra civil. Intercalaban la manifestación ciudadana distintas bandas que entonaban marchas fúnebres en honor al difunto. La multitud se aglomeraba al paso de la manifestación sobre las veredas, en las azoteas y balcones de las casas arrojando flores al paso del cortejo. En el cementerio hicieron uso de la palabra nueve oradores entre ellos Luis A. de Herrera, Carlos Roxlo y Aureliano Rodríguez Larreta.
Luego de terminada la oratoria se procedió a cortar los cordones de la carroza fúnebre que había transportado la urna de Saravia. Se entregaron sus trozos a las personalidades concurrentes como recordatorio de aquel excepcional hecho. Visiblemente molesto ante el reparto a diversos personajes, que poco o nada se habían visto entre el humo de la pólvora y las cargas de lanza, el coronel Miguel Antonio Pereyra –reconocido por su talante y carácter- tomó su cuchillo y procedió el mismo a cortar dos trozos de cordón, quedándose con uno de ellos y entregando el otro al coronel Juan José Muñoz, Jefe de la División Nº 4 de Maldonado diciéndole: “Esto es para usted, Coronel, me parece que nos henos ganado este derecho en los campos de batalla”.
Finalizada la ceremonia la urna fue trasladada al Cementerio del Buceo donde fue depositada en un panteón adquirido a tales efectos por el Partido Nacional. Más tarde se trasladaron los restos al panteón construido por suscripción popular especialmente para Aparicio en 1930. Finalmente en 1940 –al fallecer su esposa Cándida Díaz a los 81 años de edad y por voluntad expresa de ella- sus restos fueron llevados al mausoleo construido en Santa Clara de Olimar, departamento de Treinta y Tres, donde descansa eternamente junto a su esposa y al lado de su entrañable hermano Antonio Floricio Saravia (Chiquito).
Lo cierto es que en aquel lejano día -12 de enero de 1921- Saravia entró a la Capital cubierto de gloria. Ingresó a la ciudad a la que sistemáticamente se había negado a entrar desde 1898 a pesar de las reiteradas invitaciones presidenciales, de organizaciones sociales y políticas así como de personalidades. En su oportunidad, en el apogeo de su poder personal, se había negado a “bajar” a la Capital ante la invitación del presidente Cuestas para observar un desfile oficial desde el balcón presidencial. “Agradezco su invitación pero las alturas me pueden marear”, le respondió en su característico tono socarrón y gracejo criollo.
No pisaba en ella desde que huyera en 1870 del Colegio Montero Vidaurreta para unirse a las huestes de su admirado Timoteo Aparicio. La historia comenzaba a colocarlo en el sitial merecido.
Ese día la ciudadanía en una manifestación única en la historia oriental lo proclamó como lo que era: el padre fundador de la democracia nacional.
Referencias
(1) Uruguay considera que en base a un error producido en la demarcación realizada a raíz de los tratados firmados con Brasil en 1851, este territorio pertenece a este último país. Debido a ello desde 1934 Uruguay viene solicitando a Brasil la revisión del trazado. La cartografía uruguaya señala esa zona como “límite contestado”, y la considera perteneciente al Departamento de Artigas
(2) La proclama de paz con que Saravia despedía a sus hombres en marzo de 1903 decía: “… Jóvenes soldados que al hallaros aquí confirmáis la virilidad de nuestra raza: Al regresar ahora a vuestros hogares con la satisfacción del deber cumplido, tened presente que no es sólo con la lanza y con la carabina con lo que se triunfa; hay otra arma —la boleta de inscripción en los Registros Cívicos— que no debe faltar a ningún nacionalista, pues será con ella que obtendremos en la paz la victoria completa que en el camino de la guerra acabamos de renunciar a perseguir… recibid la última consigna: ¡Id a inscribiros!”.
(3) Mote de Joao Francisco Pereyra de Souza, caudillo de Río Grande do Sul, que fue amigo personal de Aparicio Saravia.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Portal www.revisionistas.com.ar
Umpiérrez, Alejo – La forja de la libertad – Ed. De la Plaza, 2ª Edición, Montevideo (2007).
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