Desde muy antiguo, y al menos dentro de la América española, en el delineamiento del terreno del pueblo que acababa de fundarse se tenía principalmente en cuenta el lugar para la plaza, y de ahí que ésta apareciera dentro del caserío de la primitiva población. Y la plaza, desde sus días iniciales, también contaría con una estampa de primacía superior, cronológicamente considerada: la de la capilla del naciente pueblo. Esta verdad histórica la tenemos nosotros, los porteños, en el templo matriz de la ciudad, erigido frente al escenario en que actúa el fundador Juan de Garay, elegido de hecho para la Plaza Mayor (junio de 1580). Lo mismo sucede con la denominada Plaza General Pueyrredón, cuyo perímetro, juntamente con el solar destinado a la edificación de la iglesia (actual Basílica) de San José de Flores, entran, al crearse el pueblo de Flores, en la traza que lleva a efecto Antonio Millán (febrero de 1801).
Hasta los días en que el pueblo no contaba todavía con la debida preocupación y celo de las autoridades, el cuadrilátero que se destinara para plaza pública no fue más que amplio baldío por el que los jinetes y animales sueltos andaban a voluntad. Y como en otros lugares abiertos, en éste igualmente se escribieron algunas páginas de dolor y sangre: los fusilamientos de soldados, habidos en ella el 2 de febrero de 1830, el 28 de abril de 1832 y el 20 de febrero de 1840. Y durante el sitio de Buenos Aires (diciembre de 1852) el jefe al servicio de la Confederación, coronel Hilario Lagos, instaló en esta plaza el Centro del Cuartel General, y el Estado Mayor en la casa quinta de Peña, la que se levantaba con su elegante mirador sobre la esquina nordeste de las hoy nombradas calles General José Gervasio de Artigas y Yerbal. En tiempo anterior, el pueblo se había reunido en ella para ver llegar la galera portadora de los restos del general Juan Facundo Quiroga (7 de febrero de 1836), por cuya muerte se ofició la primera misa en la iglesia vecina; lo mismo ocurriría al recibirse en este templo el ataúd con los despojos del coronel Manuel Dorrego (19 de diciembre de 1829).
Cuando queda inaugurado nuestro primer ferrocarril (29 de agosto de 1857) y se levanta la primitiva estación de Flores, aproximada a la esquina de la calle Las Heras (hoy Gavilán), el tránsito de peatones y lecheros con sus tarros, que utilizaban el flamante medio de transporte, ya deja ver en la plaza una diaria actividad que ha de verse multiplicada por los días de 1871, en que los coches tranviarios de la empresa de Mariano Billinghurst ponen en comunicación la plaza que entonces llaman de Flores con la de la Victoria (actual de Mayo), que es la primera y mayor de la ciudad. Y la plaza, que era la misma cuya esquina de Rivadavia y Fray Cayetano adquiriera en el primer loteo el Vocal de la Primera Junta Gubernativa (mayo de 1810) Juan José Paso, se fue viendo encuadrada por negocios de variada índole, contribuidores de su comercio y actividad. Tuvo la casa municipal, cuyo primer subintendente fue Victorino Luna; recordándose que la primera luz eléctrica conocida en este barrio fue la que instalara en la plaza el segundo subintendente Arturo C. Ponce. Esta plaza, y acaso única en la ciudad de Buenos Aires, tenía sus buenas plantas de nísperos y de ciruelos, tentaciones de los muchachos de la parroquia. La casa de la subintendencia, con sus repetidas ventanas a los costados, estaba en Fray Cayetano 51. Tuvo esta plaza su confitería con nombre de flor, “Las Orquídeas”, esquina sudoeste de Buenos Aires y Sudamérica (hoy General José Gervasio de Artigas y Yerbal). Hubo en la primera cuadra de Artigas un cinematógrafo llamado “Rex”, y otro conocido como el “Colón de Flores”, con servicio de café y confitería, que a la vez atendía al público en las mesas puestas en la vereda de la plaza, atención que no recordamos haber visto en ninguna otra de nuestras plazas. Y tuvo también una de las primeras radioemisoras (la “L. O. I.”), después Radio Nacional, en la nombrada Fray Cayetano Nº 43; poseyó una escuela de grados primarios, de grata recordación, la llamada Leandro N. Alem, que funciona aún en esta misma calle, Nº 95.
Con todo, puede afirmarse que fue la plaza de la amplia vereda para la instalación del palco oficial, y la más concurrida por los concursos de máscaras en los viejos carnavales; y también la que se ofrecía como el propiciatorio escenario de las noches de retretas, demostraciones filarmónicas sociales que han desaparecido del ámbito popular.
Fue esta Plaza General Pueyrredón (o de Flores, como la sigue nombrando el viejo vecindario) la de los buenos tiempos de la expresión florida, con sus jardines estéticamente combinados, orgullos que fueron de la sociedad local. Y el monumento que perpetúa la memoria del que fuera Director Supremo (año 1816), general Juan Martín de Pueyrredón, quedó en ella inaugurado el 28 de mayo de 1911, tocándole descorrer el lienzo que lo cubría al doctor Roque Saénz Peña, que entonces era el presidente de la Nación. Digamos, por último, que la denominación de “Plaza General Pueyrredón” fue dada por Decreto del año 1894, y que el autor del monumento fue el artista Rafael Hernández. El mástil de 25 metros de altura, cuya base está ornamentada con frisos de bronce del escultor Luis Perlotti, se inauguró en 1937. Otras obras que decoran la plaza, todas ellas de artistas argentinos, son: “Las Tres Gracias”, “Canción”, “La Espera”, y “Monje bajo la lluvia o Contravento”.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Llanes, Ricardo M. – Antiguas Plazas de la Ciudad de Buenos Aires – Cuadernos de Buenos Aires, Buenos Aires (1977).
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