Nació en Senglia, Isla de Malta, el 20 de febrero de 1772; fueron sus padres Luis Azopardo y Rosa Romano. Al ser bautizado se le pusieron los nombres de Juan Bautista Fortunato Ignacio, siendo sus padrinos Juan de Dominicis y Teresa Romano, naturales ambos de Senglia. El joven Azopardo permaneció 6 años en Toulón practicando el arte de la construcción naval en el arsenal francés de aquel puerto, donde aprendió correctamente el idioma de ese país, lo que hizo creer a muchos que este valeroso marino era de aquella nacionalidad.
Azopardo abandonó el servicio en buques corsarios para trasladarse al Río de la Plata a comienzos del siglo XIX, tomando patente de corso al servicio de España, en cuyas funciones se dedicó a la caza de buques británicos que traficaban entre Europa y la India.
Se hallaba en Montevideo como segundo del corsario español “Dromedario” (a) “Reina Luisa”, cuando ocurrió la invasión inglesa en el invierno de 1806. Incorporado a la expedición que salió de aquel puerto a las órdenes de Liniers, Azopardo se distinguió en la Reconquista de Buenos Aires, y tan destacados fueron sus servicios en aquella emergencia, que el gobierno virreinal le otorgó el grado de capitán urbano, agregado a la artillería de la ciudad, con fecha 17 de marzo de 1807.
El 7 de marzo de este último año, por orden de Liniers, Azopardo se hizo cargo de la Batería construida en Olivos, de la que construyó la explanada y reedificó la muralla compuesta de sacos de cuero llenos de arena; y al servicio de ella se esmeró “en dar ejercicios doctrinales de cañón a las compañías de Pardos destinadas al servicio de ellas -expresa el propio Azopardo en una representación hecha el 31 de agosto de 1807 pidiendo certificación de aquellos servicios- logrando a fuerza de esmero y cuidado poner a cinco de ellas capaces de operar por sí mismas; hasta que el 30 de junio, con motivo de haberse desembarcado el ejército enemigo, que efectivamente volvía a atacar Buenos Aires, en la Ensenada de Barragán, se le dio orden de que pasase con la artillería y municiones de dicha Batería al Puente de Barracas para incorporarse al ejército español, que salía en busca del enemigo”.
Cumplió la orden auxiliado por sus artilleros y algunas compañías del Cuerpo de Patricios que se hallaban destacadas en la referida Batería, llegando al Puente de Barracas al amanecer del 1º de julio, incorporándose al ejército español, y encargándosele a Azopardo el mando de toda la artillería gruesa que debía sostener el ala izquierda. Permaneció allí el 1º y el 2 de julio, en que las fuerzas de Buenos Aires presentaron batalla al ejército invasor, que este rehusó y cruzando el Riachuelo, fue a situarse en los Corrales de Miserere. El ejército español repasó el puente de Barracas con el fin de seguir al enemigo y estorbarle la entrada a la ciudad, trabándose la acción en los Corrales de Miserere, quedando en Barracas el ala izquierda al mando de César Balbiani, y a sus órdenes Azopardo con la artillería gruesa.
Al anochecer se supo allí la derrota sufrida por las tropas de la defensa, y a las 10 de la noche del 2 de julio se ordenó a Azopardo que pasase con la artillería al Alto de Santa Lucía, lo que cumplió al momento “conduciendo al mismo tiempo –dice la mencionada exposición de servicios- todas las municiones que le correspondían y las que pertenecían a los cañones de la Batería de los Quilmes, por haber advertido que éstos se hallaban clavados y con el mayor trabajo, sin auxilio de tropas, con sólo sus artilleros y con el ganado de los carruajes enteramente rendido, llegó a dicho Alto de Santa Lucía, desde cuyo sitio, informado de que el enemigo no se había hecho dueño de la ciudad como falsamente se esparció la voz, y viendo que no se le daban órdenes, se encaminó con cañones y municiones a la Plaza Mayor, a la que llegó poco más del amanecer del día tres. Usia, el Señor D. Francisco Xavier Elío, y después el comandante de artillería D. Francisco Agustini, le encargaron el mando de dicha Plaza, en cuyas bocacalles se ha colocado no sólo la artillería que ha conducido sino también otra que ya estaba en dicha Plaza; repartió las correspondientes municiones con el orden debido, dando las que pertenecían a cada cañón para que no ocurriese la menor confusión, pues, por desgracia, estaba la mayor parte revuelta y sin orden”.
Permaneció el capitán Azopardo desplegando la mayor actividad en la organización de la defensa de la Plaza de la Victoria los días 3 y 4 de julio y al anochecer del 5, por algunos cañonazos del enemigo, reconoció que atacaron la plaza y redoblando entonces su encargo a todos los artilleros que allí había con los cañones que la defendían, se pasó a la batería de la calle de la Merced.
“En un instante aparecieron las columnas enemigas –sigue diciendo Azopardo en su representación a la Superioridad pidiendo una certificación de sus servicios en aquellos días memorables- y en persona en esta Batería hizo fuego a las diferentes que por allí querían internarse; les causó daño considerable y obligó a retroceder por varias ocasiones, de modo que no han podido por aquella parte adelantar un paso de las tres cuadras de la plaza, no obstante el grande empeño que hacían al efecto”.
“Concluida la acción tan gloriosamente, y aún después de capitular el enemigo, permaneció el exponente noche y día al mando de la artillería de la Plaza, haciendo guardar el mejor orden por si había alguna novedad hasta que retirado el enemigo, se le previno pasase con los cañones de la Batería de la Recoleta, lo que verificó el doce del nombrado Julio, en la cual permanece desde entonces al mando de ellas, desempeñando este cargo como es debido”.
Azopardo obtuvo en su solicitud mencionada el amplio reconocimiento de los valiosísimos servicios que prestó en la memorable Defensa de Buenos Aires en la segunda invasión británica, como queda relatado. Propuesto para el ascenso por Liniers al Real Gobierno de España, el 16 de febrero de 1808 este último le extendió despachos de teniente coronel graduado de las Milicias Urbanas de Buenos Aires, firmados aquéllos en Aranjuez.
Defendió la causa del virrey Liniers en la asonada de Alzaga y de los españoles nativos, el 1º de enero de 1809. Continuó prestando servicios en la guarnición de Buenos Aires hasta el 18 de setiembre de este último año, en que por disposición del virrey Cisneros, cesó Azopardo en el desempeño de sus funciones militares, tomándose como pretexto para su cesantía los apuros del Erario, como sucedió con muchos otros oficiales de los cuerpos urbanos de artillería e infantería; aunque en el caso particular del teniente coronel Azopardo habrá influido, no obstante su permanencia en el puesto de comandante de la Batería de la Recoleta durante los mencionados tumultos de enero de 1809, su calidad de extranjero y la de antiguo oficial de la revolución francesa, unidos a su natural carácter abierto y comunicativo, dejando traslucir ciertas ideas liberales, comportamiento que influyó evidentemente en su injusta separación del servicio de las armas. No se le anuló la patente que poseía para ejercitar el corso, pero en cambio se le intimó una y dos veces que se embarcara para la Península, orden completamente injusta, que eludió pretextando su mal estado de salud.
Sus resentimientos contra la administración colonial influyeron en el ánimo apasionado de Azopardo para que abrazara con “bandera negra” la causa que la derrocó. Tomó parte activa en los días memorables de mayo de 1810, asistiendo a todos los sucesos que precedieron a la caída del gobierno virreinal y fue de los primeros en concurrir con su opinión y su persona en apoyo de la Junta instalada en el poder el 25 de mayo de 1810, cuyo presidente Cornelio Saavedra dispuso con fecha 27 de aquel mes, que fuese agregado al Cuerpo de Granaderos de Fernando VII que comandaba el coronel Juan Florencio Terrada de Fretes, a quien Azopardo al presentársele, le ofreció la cooperación de una fuerza de marineros que se reuniría a su llamado, permaneciendo en aquel puesto hasta el 15 de agosto del mismo año, en que el gobierno revolucionario resolvió armar una escuadrilla que tendría la finalidad de operar por los ríos Paraná y Paraguay en combinación con la expedición a esta última provincia, bajo el mando del general Manuel Belgrano. No obstante los buenos deseos de los patriotas, aquella flotilla demoró seis meses para estar lista y su comando confiado a Azopardo, con la misión de mantener expeditas las comunicaciones fluviales interiores. La escuadrilla fue organizada con la goleta “Invencible” al mando de Azopardo, la cual montaba 12 cañones; el bergantín “25 de Mayo”, al mando de Hipólito Bouchard y armado con 18 piezas; y la balandra “América”, a las órdenes de Angel Hubac, y que sólo llevaba a su bordo 3 cañones. Azopardo fue nombrado 1er capitán de la goleta “Invencible”, el 1º de febrero de 1811. Esta reducida fuerza naval estuvo lista a principios de febrero de 1811 y el día 10 de este mes, el gobierno patriota otorgó a Azopardo el despacho de teniente coronel en propiedad y el reconocimiento como jefe principal de la expedición, y por segundo de la misma al comandante Bouchard. Las instrucciones para la misma le fueron entregadas conjuntamente con los despachos y el nombramiento por el diputado Francisco Gurruchaga, el cual después de todas las ceremonias para cumplimentar su misión y de exhortar a las tripulaciones a la subordinación y al cumplimiento del deber, significó la conveniencia a Azopardo de hacerse a la vela, por ser el viento favorable.
El combate de San Nicolás, librado el 2 de marzo de 1811, entre la flotilla de Azopardo y la escuadrilla española mandada por Romararte, compuesta de 2 bergantines y 2 faluchos, fue desventurado para la primer fuerza naval argentina, debido en parte a la inferioridad de la misma con respecto a la adversaria, y en parte, a la cobardía de la tripulación del “25 de Mayo”, que abandonó su nave. La “Invencible” se halló sola contra las 4 embarcaciones enemigas y en tal críticas circunstancias, Azopardo luchó con bravura y ante la imposibilidad material de salir airoso en tan desigual combate, trató de hacer volar la santabárbara, pero ante la acción arrojada de aquél, sus enemigos, que ocupaban casi totalmente la goleta patriota, ofrecen vida salva y libre a Azopardo y sus compañeros de infortunio, proposición que acepta el bravo jefe de la escuadrilla.
Cuando Azopardo se rindió con su “Invencible”, de los 50 hombres que se encontraban a bordo, 23 estaban muertos y 18 heridos, según registra el Diario del propio jefe de la escuadrilla. Trasladado a Montevideo, allí se levantó un sumario en el cual debió declarar el propio Azopardo y el 9 de abril era trasladado a bordo de la fragata “Efigenia”, en la cual partía para España, para que como reo de Estado, expiara su delito. Llegado a la Península el 1º de julio de 1811, se le encerró en el castillo de San Sebastián, en Cádiz, y con destino al depósito de prisioneros franceses, donde permaneció hasta el 15 de febrero de 1815, fecha en la cual fue pasado al de San Fernando de la Cortadura, en la misma ciudad, hasta el 24 de noviembre de aquel año, ordenándose su traslado al presidio de Ceuta, donde tuvo entrada al día siguiente. Azopardo trabó allí relación con un hermano del célebre Tupac-Amarú, que se encontraba en tal cruel cautiverio desde 1781, y al que protegió después en Buenos Aires.
En su larga prisión, Azopardo fue tres veces sentenciado a muerte, sufriendo otras tantas veces los presentimientos de sus últimos momentos, así como también las impiedades de su triste situación de prisionero, hasta que gracias al movimiento liberal que se produjo en la baja Andalucía en 1820, encabezado por Riego, de improvisto se le abrieron las puertas de la prisión como a otros muchos procesados políticos. Resucitó el Sábado Santo 1º de abril de ese año, según lo consigna en sus apuntes con amarga ironía.
Munido de su pasaporte por el gobernador constitucional de Ceuta, llegó Azopardo a Algeciras a media tarde del precitado día de su libertad, y al amanecer del siguiente se refugiaba en Gibraltar, puerto que abandonó el 9 de abril de 1820, tomando pasaje en un barco inglés, en viaje a Buenos Aires, donde desembarcó el 26 de agosto del mismo año y presentándose inmediatamente al gobernador sustituto general Marcos Balcarce y el comandante de Marina, general José Matías Zapiola para que se le emplease en el servicio. Saldados sus alcances con largueza y prontitud, ya revalidados sus despachos de 1811, el 15 de febrero de 1821 era reconocido como teniente coronel de ejército al servicio de la Marina, con antigüedad de 11 de febrero de 1811. El 1º de marzo inmediato era destinado de nuevo a su arma como segundo jefe de la escuadrilla de operaciones que se internó en el río Paraná, contra los anarquistas de Entre Ríos, asistiendo al combate naval de Colastiné, el 26 de julio, donde murió el marino italiano Manuel Monteverde, y a la terminación de aquella campaña feliz, fue nombrado capitán del puerto de Buenos Aires y jefe de matrículas, puesto de importancia al que dio notable impulso, proponiendo diversas mejoras aprobadas por la Superioridad. El 7 de mayo de 1824 obtenía la patente de coronel graduado.
El general Zapiola, Comandante General de Marina, el 12 de setiembre de 1825 proponía al Gobierno, al coronel Azopardo, capitán del puerto, para 2º jefe de la escuadra, nombramiento que fue aprobado por el gobernador Las Heras, el 8 de octubre del mismo año. Azopardo fue designado además, comandante del bergantín “General Belgrano”, que montaba 16 cañones y estaba tripulado por 80 hombres.
El 1º de enero de 1826 había estallado la guerra contra el Imperio del Brasil. El día 13, la escuadra aparejaba del puerto, izando su insignia el almirante Guillermo Brown en el “Balcarce”, e iba a fondear a “Los Pozos”. El 9 de febrero, a las 3 de la tarde, empeñaba combate con las fuerzas imperiales, enarbolando su insignia el almirante en la fragata “25 de Mayo”. El combate se inició frente a Colonia y en él la actitud de Azopardo como la de varios otros capitanes de unidades republicanas fue completamente censurable. “No fue la de un militar de honra ni la de un hombre valiente”, pues mientras el bravo Brown resistía con la “25 de Mayo” el fuego convergente de tres corbetas enemigas, el cual duró más de una hora, Azopardo tomó una posición a “sotavento” y fuera del alcance de los cañones adversarios. El almirante Brown pasó la misma noche del 9 de febrero, un parte lacónico de la acción señalando la censurable conducta de sus subordinados. El proceso instaurado a los culpables pasó al Consejo de Guerra del que formaron parte los generales Zapiola e Irigoyen, pero éste fue imposibilitado para dictar resolución definitiva por las informalidades sustanciales de que adolecía el proceso. El 20 de diciembre de 1826, el presidente Rivadavia mandaba sobreseer y archivar la causa.
Azopardo solicitó y obtuvo su cédula de retiro el 3 de febrero de 1827. De aquí en adelante vivió pobre y oscurecido en su pequeña casa a espaldas de la iglesia de San Nicolás (calle Corrientes y Cerrito, actual Obelisco), donde falleció el 23 de octubre de 1848. Sus restos se hallan depositados en un monumento situado en la ciudad de San Nicolás (calle Pellegrini y la Barranca).
El coronel Azopardo había formado su hogar con María Sandalia Pérez Rico nacida en 1784 y fallecida en 1851.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
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Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938).
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