Corría el año 1813, y Salta, la ungida por la victoria, la ciudad predilecta de Belgrano, acababa de ser nuevamente ocupada por las fuerzas realistas. Versiones contradictorias y alarmantes se oían entre las familias sobre la suerte del ejército de la patria. Unas lo daban victorioso, y otras vencido y disperso.
Para el patriotismo de aquellas abnegadas mujeres salteñas, -en quienes se realizaba el sueño de la antigua Grecia, la amante hecha hombre, de exquisita elegancia de formas, con espíritu viril, digno de ciencia y de sabiduría-, cuyos padres; esposos o hermanos militaban en el ejército argentino, la situación se tornaba cada día más desesperante.
Santa Rita, cuya novena se hacía en esas noches, era implorada constantemente en auxilio de los libertadores, ¡y jamás salieron de corazones más nobles y amantes, oraciones más fervientes que aquellas en que se imploraba la victoria para las armas de la Patria!
Dios iba a oírlas…
La falta de noticias, empero, las tenía en cuidado y desconsoladas.
Una noche alguien propuso que saliera un chasque en busca del ejército libertador, con el fin de hacerle conocer al general Arenales, que lo mandaba, la posición de los invasores, su número, etc. etc.
Pero ¿quién iría? Confiarle la delicada misión a un muchacho o a un desconocido, era peligroso por las probabilidades de que pudiese caer en poder de los españoles, que lo juzgarían como espía.
“Yo iré, y ustedes cuidarán de mis hijos”, dijo una de aquellas valerosas damas y momentos después desaparecía de la reunión.
Noches después, un coyita que llevaba sobre sus débiles hombros unas alforjas repletas de coca y cascarilla, con burdas ojotas en los pies y cubierta la cabeza por el clásico sombrero de vicuña de anchas alas golpeaba a altas horas la puerta de la casa que habitaba la esposa del general Juan Antonio Alvarez de Arenales.
Franqueada la entrada, se hizo conducir a la sala y pidió hablar con Serafina Hoyos, esposa del general. Una vez que la distinguida dama estuvo en su presencia, arrojó al suelo el sombrero, se desató el cabello, y después de un ¡viva la Patria!, “mañana –le dijo- tu esposo estará aquí, pues viene a marchas forzadas por el camino oculto de la quebrada, y habrá dado una victoria más a la patria amada”.
La que así hablaba era la señora doña Juana Moro de López, que bajo su disfraz de coya había conseguido burlar la severa vigilancia de los centinelas españoles, y atravesando en la soledad de la noche desfiladeros y valles, lograba ponerse al habla con el general patriota.
Al siguiente día el invicto Arenales reñía allí en los suburbios de Salta, encarnizada batalla que, al caer la tarde, terminaba con la más espléndida de las victorias.
Nota: Esta anécdota, la ha referido Serafina Uriburu de Uriburu, nieta del general Alvarez de Arenales.
• La Juana Moro (Zamba – Roberto Rimoldi Fraga) – Audio
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
www.revisionistas.com.ar
Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar