Camino al cementerio de San Lorenzo de Navarro, provincia de Buenos Aires, se ubica la última pulpería de esta antigua localidad de frontera. Es conocida vulgarmente como la pulpería de Juan Moreira, aunque como su actual dueño comenta, “el establecimiento es de 1838 y recién en los comienzos del 1870 la empezó a frecuentar el gaucho Moreira” en sus años de escapadas y duelos criollos.
Actualmente, en esta pulpería funciona un museo privado cuyo director es el señor Daniel Di Trana. Una tarde de cielo plomizo nos dirigimos al lugar para ver de cerca piezas sin tiempo e historias de un oasis -¡otro más!- que fue levantado en los años de la Santa Federación.
El gaucho Juan Moreira fue conocido por haber pasado sus días en las zona comprendida por las localidades de Lobos, Navarro y Mercedes, y por ende, por haberse acodado en todas las pulperías que en esos y otros parajes adyacentes había.
En 1838, año de la construcción de la pulpería que visitamos, y, de acuerdo a un antiguo registro catastral, en Navarro existían alrededor de 30 pulperías. Entre ellas, se encontraba la pulpería o fonda de Borda, que fue donde paró Juan Moreira cuando volvió de matar a un vasco de apellido Larroche. “Moreira y otros mataron a ese vasco -señala Di Trana- y luego vinieron y se escondieron en lo de Borda, donde pasaron la noche. Ahí arrojaron al retrete la ropa de Moreira la cual estaba teñida de sangre en virtud de una herida recibida; un testigo del hecho declaró: “anoche cuando volvíamos –Dios sabe de dónde- vimos a Moreira apoyado en el portón de la fonda de Borda. Y agrega Di Trana: “ lo único que queda de la fonda de Borda es el portón que está todavía en pie. Con posterioridad construyeron un supermercado; tiraron todo abajo, pero el portón quedó”.
Antes de su demolición, Di Trana adquirió la “viga maestra” de la fonda de Borda, enorme trozo de madera que hoy yace a un costado de la entrada principal del museo que erigió. Si no fuera por su apego a la tradición, seguramente esa viga hubiese terminado sus días “para hacer leña”… De hecho había estado tirada durante algún tiempo en un basural, y ya empezaban a tener su injusto destino de leña.
Aspecto interior de la pulpería
La parte más antigua de la Pulpería de Moreira data de 1838, conservándose de ese año algunas ventanas que dan al amplio fondo con jagüel incluido, también las paredes de gran espesor y el enrejado por donde se despachaban las ginebras y demás elixires que degustaban los gauchos de estos pagos.
Ya en los años en que Juan Moreira hacía de las suyas, la pulpería amplió sus instalaciones, construyéndose un primer piso en donde “vivía una viejita. El color de la habitación era azul-violeta, lo descubrí rasqueteando finito para detectar los colores originales. La anciana tenía todas las paredes cubiertas con crucifijos; de todas clases y tamaños”. En un plano de 1882 ya figuraba esta ampliación, época en que todavía la inmensidad de la campaña se adueñaba de la pulpería hoy convertida en museo. Para ese mismo año, la parcela donde se asienta la pulpería “figuraba como perteneciente a la quinta de Yánez. La pulpería de Olazo, que es donde ahora está el Banco de la Nació Argentina, la hereda un dependiente vasco, y, según el historiador Alfredo Antonio Sabaté, hereda años después esta propiedad también. O sea que esta pulpería en algún momento fue de propiedad del dueño de la pulpería de Olazo. Es decir que tenía las dos pulperías; algo así como un monopolio de pulperías. En 1903, empiezan a demoler la de Olazo para edificar el Banco Nación, y ésta queda”.
En la renombrada pulpería de Olazo, Juan Moreira “empieza a matar, y su víctima es el “gordo” Leguizamón. Ahí comienzan a pelear y finalmente terminan en la Iglesia de Navarro. Leguizamón no muere en el momento, fallece dos días después en el hospital de un paro, o, como era usual en la terminología de la época: ‘se le paró el corazón’”.
Otro objeto de este sitio que también está desde los orígenes (1838), es el jagüel. Este se ubica en la parte posterior de la edificación, y es la pieza que más resalta ni bien uno se adentra en los fondos o jardines de la pulpería. El jagüel está construido en base a dos pilotes de aspecto macizo que sostienen a la viga con la rondana, y de acuerdo a su dueño, “tiene entre 4 o 5 metros de profundidad, aunque no se pudo establecer definitivamente si no es más profundo aún”. Cuando Di Trana adquirió la propiedad el pozo se hallaba tapado.
Como en toda pulpería, su jardín de amplias dimensiones encierra algunos misterios, puesto que su actual dueño halló diversos desniveles sobre el terreno que podrían hablarnos de sótanos donde existiría la posibilidad de “hallar algún feto u objetos de aquellos tiempos”. Ante la creencia de que excavarlos puede traer mala suerte, hasta el día de hoy Di Trana no se animó a echarles un vistazo. Sí ha buscado en otros lugares de la propiedad donde pudo hallar restos de copas de pulpería, o bien huecos en las paredes donde los antiguos dueños de este oasis guardaron patacones y tinteros.
Antiguamente, la pulpería “tenía la cocina -que era un rancho de barro inmenso- fuera de la edificación, es decir, en el jardín. Y a su lado, estaba el baño”. Hace más de veinte años, el piso del retrete evidenció un desnivel que luego fue demolido y tapado. “Ahí se tiraban todas las cosas raras cuando venía la policía, como ser cuchillos, facas, escopetas, etc.”, dice Di Trana.
Por el Camino Real
Un dato muy significativo de esta pulpería de la época de Rosas, es que su frente daba a un tramo hoy perdido del Camino Real, el mismo que contactaba a los pueblos de frontera bonaerenses –como Navarro- con Potosí, en la República del Perú. Hoy, ese tramo es la Calle 27 altura 1700, cuadra que fue asfaltada en años recientes.
En una de las paredes originales de la pulpería pueden verse dos retratos: uno, de Juan Moreira, y el otro de su señora esposa, doña Andrea Santillán “madre de su único hijo reconocido, Valerio Moreira, nacido en Navarro”, dice en el epígrafe. Según Di Trana, el gaucho Juan Moreira “no estaba casado legalmente con ella”.
Para finalizar, el dueño de este sitio histórico comenta un detalle no menor del por qué, para él, el retrato no perteneció al legendario matrero Juan Moreira: “Es muy dudoso que Moreira se haya sacado una foto; en su momento no tenía por qué hacerlo. No era de la sociedad, se trataba tan sólo de un paisano. En tiempos en que vivía Moreira, allá por 1870, ni loco iba a ir a sentarse para que le tomaran una foto, porque lo podían acuchillar. Y en la época en que anduvo mejor, no tenía sentido sacársela- Y si lo hubiese hecho, no se la habrían tomado en esa pose; ya que la misma es de principios del siglo XX, de tres cuarto perfil. Ese retrato es natural de aquella época.
“Entonces, ¿por qué se le atribuye a él esa foto? La misma salió publicada en la revista Caras y Caretas en 1903. Cuando le hicieron el reportaje a “la gorda” (Andrea Santillán, esposa del gaucho), el que fue realizado cuando aún estaba en vida, al hijo le pidieron que se prestara para la toma de un retrato, pues era igual al padre. Luego de obtenida la fotografía de Valerio, la madre le fue dando los detalles: “que tenía el pelo así”, “que la barba lucía de esta forma”… hasta que lo sacaron igualito a Juan Moreira. Si se observa bien la imagen, se nota que está retocada”
La mujer de Juan Moreira vivía cerca de la pulpería de Di Trana, aproximadamente a unos 500 metros de la misma. Hoy, en ese lugar, donde se situaba “la casa de los Santillán”, existen unos transformadores y algunos montes. El hijo de Juan Moreira, Valerio, no tuvo descendencia. Entre penumbras, cual criollo que huye del impío progreso, no han quedado por estos pagos navarrenses rastros del gaucho legendario.
Finalmente llegó la hora de la despedida; en la galería con forma de “L” nos dimos un saludo efusivo con Di Trana y dejamos atrás la pulpería, la tierra, las huellas que vieron a Moreira escapar de la ley, en una patria que ya no los contemplaba a los de su estirpe.
Autor: Gabriel O. Turone
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