Quiero sugerir –acaso, sin el permiso de nadie, solamente movilizado por ese interés que tengo por las cosas nuestras- una biografía de ese formidable payador llamado Santos Vega.
El relato romántico de Bartolomé Mitre o el poema de Rafael Obligado nos transmite una imagen abstracta y fantástica de Vega, como si jamás hubiese existido, muy a pesar del mensaje cierto y final que nos deja a los argentinos su derrota frente a Mandinga, signando el final del tradicionalismo por el progreso avasallante. En cambio, también dicen haber enfrentado a Santos Vega en fantásticas payadas o contrapuntos algunos cantores o payadores de acuerdo a lo sugerido por Guillermo Terrera, en donde también observamos una magnífica idealización muy común en la paisanada de nuestras llanuras. Al oír estas historias, dice Terrera, “Yo nunca jamás quise hacerles notar el error en que caían, pues hubiera sido un golpe demasiado rudo para sus conciencias ingenuas y patriotas”.
Avistamientos generales
No hay dudas de que el gaucho había sido payador –o, trovador popular de nuestras pampas-, narrador de las realidades políticas y sociales, acaso merodeador incansable de cuanta pulpería asomaba en el horizonte errante de sus caminos. Fue dueño absoluto de su tierra y de su cielo. Los payadores como Santos Vega fueron “románticos peregrinos, caballeros del viento, envueltos en los pliegues de sus ponchos, y con la guitarra sobre el corazón, iban cantando a las estrellas, sus endechas sencillas; pero sentidas; llenas del dolor de sus errabundas vidas”, enumera Elbio Bernárdez Jacques (Fisonomías gauchescas, 1945).
Situamos a Vega por la provincia de Buenos Aires, siendo uno de los primeros que cerciora su posible existencia física don Francisco Javier Muñiz, médico doctorado durante el segundo gobierno de Rosas y eximio naturalista. Anduvo por la localidad de Chascomús hacia 1825, como cirujano del Cantón de Tropas del lugar, transcurriendo sus días en varios fortines de frontera en donde dijo haber escuchado historias de cantores legendarios al mejor estilo Santos Vega. Anotó en sus Memorias, por otra parte, que el gaucho Vega andaba por Baradero, en una estancia que era de propiedad del suegro de Juan Cruz Varela, de apellido Castex. También consigna haberlo visto por Dolores, cercano a los Campos del Tuyú.
En cambio, el poeta Hilario Ascasubi afirmaba que el gaucho payador era de la provincia de San Luis, aunque en su Santos Vega o los Mellizos de la Flor lo situaba cerca de la Bahía de San Borombón. Con algunas pocas coincidencias respecto a lo dicho por Muñiz y Ascasubi, ni Mitre ni Obligado pudieron dar mayores precisiones sobre Santos Vega por cuanto idealizaron en demasía su formidable actuación campestre.
Lo cierto es que, en un trabajo del Ministerio de Obras Públicas de la provincia de Buenos Aires el cual indicaba ciertos lugares de trascendencia histórica, se nombra a Vega como oriundo de Montes Grandes, y tal como lo explica Bernárdez Jacques, esos montes “comenzaban en los del Tordillo, situados entre las actuales poblaciones de Dolores y Conesa, y se extendían por toda la zona comprendida antiguamente por “campos del Tuyú”. Para mejor ubicarnos en el mapa bonaerense, hay que precisar que por Tuyú ahora llamamos a la localidad de Gral. Madariaga (donde habría de nacer el folklorista Argentino Luna), y que en esas primeras décadas del siglo XIX el Tuyú se denominaba a la zona que iba desde “Chascomús y se extendía hacia el sur, llegando a constituir en las pampas argentinas la línea de avanzada, para la civilización y el comercio”. Por Chascomús, recordemos, anduvo el doctor Muñiz en 1825, el año de la muerte de Santos Vega. En la actualidad, los Campos del Tuyú se inscriben como Parque Nacional conformado por el Monte del Gaucho, el Monte de los Perros, la Tapera de Moya y el Monte del Goroso, y la ciudad más importante y cercana que tiene es General Lavalle, a cuyo partido homónimo pertenece. Justamente, el reservorio contribuye “a afianzar la identidad de la comarca al preservar el paisaje que inspiró a Vega”.
Testigos y crónicas de una muerte
Un periodista de nombre Paulino Rodríguez Ocón, que allá por la década de 1910 y 1920 fue director del diario “La Razón” de Azul, el 25 de junio de 1885 publicó una nota en “La Prensa” de Buenos Aires en la que daba preponderancia al testimonio de una persona que fue testigo de la muerte del payador Santos Vega.
No se da a conocer el nombre del testigo, quien para 1885 contaba 72 años de edad, pero que cuando muere Vega tenía ya 12 almanaques en su haber. No obstante, las características mencionadas de la zona del deceso y las circunstancias que rodearon la lacónica escena permiten afirmar que los datos son por demás verídicos.
Afirma quien da su riquísimo testimonio, que el gaucho Vega “era un hombre de baja estatura, delgado de cuerpo, su rostro de un blanco mate estaba en relación con su espesa barba blanca y cabello también blanco. Sus facciones, en general, eran finas”. En cuanto a su vestimenta, solía andar de “chaqueta corta de paño azul marino, adornada con cordones y trencilla negra de seda; chiripá negro, calzoncillo cribado y bota de potro”. El testigo de la nota alega que el gran payador “representaba de sesenta y cinco a setenta años”, por lo que, haciendo números, pudo haber nacido Santos Vega entre los años 1755 y 1760.
En el relato, hallamos a Vega en un estado deprimido luego de haber sido derrotado por un forastero desconocido que se le presentó, en vibrante desafío de guitarras y debajo de un tala, como Juan Sin Ropa, alias de Juan Gualberto Godoy, un enviado del mismísimo Mandinga, de acuerdo a la siempre respetable tradición gauchesca.
El testigo de la nota de Paulino Rodríguez Ocón dijo ser un pequeño peón de la estancia de Bernardino Sáenz Valiente, que se encontraba cerca de la Boca del Tuyú, provincia de Buenos Aires, y que allí se apareció Santos Vega después de la memorable última payada. Anota Rodríguez Ocón en 1885, que la Boca del Tuyú era “entonces puerto importantísimo de la República”, y que el “mayordomo de la estancia se llamaba Francisco N. y el capataz Pedro Castro”. Todos estos datos, reunidos, dan un panorama bastante completo, con nombres y apellidos, que se acercan, sin duda, a la fijación histórica y especial del gaucho trovador.
Sigue el relato del anciano que de niño vio morir a Vega, una tarde de invierno de 1825: “Santos Vega venía triste. Algún sentimiento oculto torturaba su alma, que él en vano trataba de disimular. Pero el dolor le agobiaba y su espíritu poderoso por momentos parecía ceder al enorme peso de una silenciosa agonía. Sentía frío, pero no el frío que sienten los cuerpos sanos y robustos, sino el frío glacial de la muerte que ningún calor puede alejar”.
Animado por la peonada para que guitarree algunas coplas perdidas, al rato Santos Vega empezó a sufrir “fuertes convulsiones”, y poco más tarde caía el legendario payador. Acompañaba a Vega “un niño que a la sazón tendría 10 años”. “En medio de un dolor indescriptible –dice la nota de “La Prensa” de 1885-, los viejos amigos dieron sepultura al cantor de la pampa argentina. Colocaron sobre su tumba una tosca cruz de tala para distinguir su sepultura. Los restos del payador reposan en esa isla. A la sazón Buenos Aires luchaba con el Brasil (1), encontrándose sitiada por dos escuadras del Imperio. Con este motivo, diecisiete buques habían naufragado en el Tuyú, y el salvataje lo hacían los moradores de sus costas. En la estancia de Sáenz Valiente –continúa-, teatro del suceso narrado, habían reunido una inmensa cantidad de maderas de los buques náufragos, y de estas maderas se emplearon en la construcción del féretro de Santos Vegas”.
No se puede precisar la fecha del deceso de Vega, aunque sí una aproximación: pudo acontecer entre los últimos días de junio y los primero de julio de 1825, y si la aseveración es que fue en el invierno, pues entonces el gaucho payador murió luego del 21 de junio de aquel año.
Gracias a la tradición y otros documentos de valía, el periodista Nicolás Granada reafirmó por 1914 lo escrito por Paulino Rodríguez Ocón en 1885, a lo que le agregó algunos datos más.
Juan Gualberto Godoy, el vencedor de la payada, era oriundo de la provincia de Mendoza. Había nacido en el año 1793, hizo estudios en una escuela religiosa y era aprendiz de gramática latina. Nadie, sino él, con tan ricos antecedentes, pudo ser el digno oponente del gaucho Santos Vega.
Los paisanos lo tenían por excelso improvisador merced a su condición de poeta, al punto de llegar a componer sus versos en cartulinas para luego vendérselas a los gauchos. El tradicionalista Bernárdez Jacques ha cotejado algunos datos que hacen presuponer, con un grado ínfimo de error, que Godoy comercializaba sus versos escritos en una pulpería situada en el Tuyú. Dice: “Es un viejo almacén que aún conserva su reja al mostrador y donde se me dijo, existía hasta hace poco, un cuaderno de fiados del año 1816”.
El mendocino Juan Godoy vivió hasta 1830 primero en Dolores, y en el Tuyú, después, regresando a su Mendoza natal para exiliarse luego en Chile por mostrarse en desacuerdo con el régimen de Juan Manuel de Rosas. Mientras vivió en la provincia de Buenos Aires vendiendo sus versos en cartulinas, Santos Vega, que andaba de fogón en fogón, y de pulpería en pulpería, es harto probable que se haya encontrado con Godoy en el boliche del Tuyú donde comercializaba sus inspiraciones, en donde, además, Godoy aprovechaba algún aniversario (cumpleaños) de algún parroquiano para componer y, de paso, vender lienzos acodado junto al mostrador. Su deceso lo ubicamos por mayo de 1864.
Entre el poema y la realidad
En su famoso poema Santos Vega, Rafael Obligado nos ofrece la visión de un payador idílico con poco de realismo, alejado del que muere en 1825 en el Tuyú. Para realizar esta nota, que intenta salir al rescate de una biografía de Vega, tales rasgos no resultan de mucha importancia. A lo sumo, puede servir, más bien, para un estudio referido a la poesía gauchesca y a la lírica campera.
Ni siquiera Rafael Obligado fue contemporáneo del famoso cantor de las pampas, puesto que nació en 1851, décadas después de su deceso. Sí es admirable ver como la tradición oral ha podido llegar allende los almanaques para que, al menos en la poesía, queden huellas de Santos Vega.
De los cuatro cantos o partes en que se divide el poema de Obligado, La Muerte del Payador es el que arroja, en dosis pequeñas por todo lo dicho anteriormente, algunas pinceladas de ese realismo buscado para una biografía del gaucho. Entre las licencias que se toma Obligado, se dice que Vega muere por el amor de una morocha cuyos ojos lo cautivaron, en vez de la lucha por la tradición y contra el modernismo. No deja de referir el poeta, de todas maneras, que el final de Santos Vega se produce en una payada y ante Juan Sin Ropa (el mendocino Juan Gualberto Godoy, reencarnación del Progreso y el Diablo).
El oponente de nuestro payador es un “forastero” para Obligado, retratado como magistral compositor de piezas jamás oídas (tristes y cielos, ambos sonidos muy típicos de la provincia de Buenos Aires) que confundían a Santos Vega y asombraba a los testigos de aquella payada memorable. Los versos más hirientes de Juan Sin Ropa aparecen cuando caía la tarde, en el crepúsculo (Al dar Vega fin al canto,/ Ya una triste noche oscura/ Desplegaba en la llanura/ Las tinieblas de su manto.).
Vega, el payador, dice aceptar la derrota a manos del mendocino Godoy. Y, seguidamente, y como desenlace, la poesía de Rafael Obligado permite inferir que Vega se esfumó de la faz de la tierra, no quedando siquiera rastros de sus cenizas, mientras el Progreso y Mandinga celebraban el aquelarre, la destrucción del tradicionalismo a manos del progreso infernal. Antes, Santos Vega dejó echar unas lágrimas sobre su guitarra.
Sobre el final, el poeta Obligado da veracidad a “un viejo y noble abuelo”, testigo del encuentro en el Tuyú, quien certifica que fue el mismo diablo el que lo derrotó (Y los años dispersaron/ Los testigos de aquel duelo;/ Pero un viejo y noble abuelo,/ Así el cuento terminó:/ -“Y si cantando murió/ Aquel que vivió cantando,/ Fue, decía suspirando,/ Porque el diablo lo venció.).
A modo de conclusión, podemos afirmar que el Santos Vega de carne y huesos, como también el de la poesía inmortal, es “el gaucho de verdad, el “gaucho rotoso”, el que peleó con Güemes, con Belgrano y con San Martín primero, el que se desangró en las guerras civiles, tras de Artigas y los demás caudillos, o en los fortines para enfrentar malones después, el que dejó su juventud en las estancias, trabajador de sol a sol, ejecutando las más rudas y peligrosas tareas, para siempre morir miserable”, afirma Álvaro Yunque en su trabajo Poesía Gauchesca y Nativista Rioplatense. Está por verse, agregamos, si efectivamente en 1825 se produjo el final de la patria telúrica o si, menos amenazador al fin, se trató recién del comienzo de su debacle hasta estos tiempos de globalización y uniformidad de pensamiento.
Referencias
(1) La Guerra contra el Imperio del Brasil se inició el 25 de octubre de 1825, y el bloqueo brasileño de que hace mención el periodista de “La Prensa” recién comenzó el 13 de noviembre de ese mismo año. Es decir, no hubo bloqueo o sitio de Buenos Aires entre junio y julio de 1825. Ahora, los aprestos bélicos se anticipan en mucho al momento exacto del inicio de las hostilidades, todo lo cual acrecienta, de alguna manera, las confusiones para determinar los hechos con precisión. Si tenemos en cuenta que los detalles de la muerte del gaucho Santos Vega se dieron a conocer recién 60 años más tarde, fácil es deducir que el testigo seguramente confundió fechas, nombres y episodios.
(2) El Ministerio de Obras Públicas de la provincia de Buenos Aires, sostiene que para 1822 figuraba un Juan Pablo Sáenz Valiente como dueño de unas tierras cercanas al Arroyo de Las Chilcas, a poca distancia de Ayacucho y General Madariaga. Y como dueño de la Estancia del Tuyú aparece don Bernabé Sáenz por esos años.
Autor: Gabriel O. Turone
Bibliografía
Bernárdez Jaches, Elbio – Fisonomías gauchescas, Buenos Aires (1945).
Rodríguez, Enrique C. – Santos Vega y el Azul, portal Hemeroteca de Azul, 2009.
Terrera, Guillermo Alfredo – Cantos Tradicionales Argentinos, A. Peña Lillo Editor, Buenos Aires, Junio de 1967.
www.revisionistas.com.ar
Yunque, Alvaro – Poesía Gauchesca y Nativista Rioplatense, Editorial Periplo, Buenos Aires (1952).
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