El 2 de enero de 1870 fue para la patria argentina día de gran júbilo. Volvían del Paraguay y hacían en Buenos Aires su entrada triunfal las tropas, vencedoras de Solano López.
Larga y sangrienta había sido la lucha. Desde el 13 de abril de 1865, día en que los paraguayos se apoderaron alevosamente de la “25 de Mayo” y del “Gualeguay”, buques argentinos, en el puerto de Corrientes, hasta la toma de Peribebuy, último reducto de las últimas fuerzas paraguayas, el 10 de agosto de 1869, por el coronel Luis M. Campos, jefe del famoso 6º de Línea, las batallas y combates habían sido innumerables y encarnizados. Los paraguayos pelearon como tigres. Este valor, produjo a veces milagros, especialmente en algunos ataques llevados a cabo con toda audacia por paraguayos montados en balsas y canoas contra acorazados brasileños. Varias veces estuvieron a punto de sucumbir éstos, a pesar de la extrema diferencia de fuerzas, y cuando, recuperada su serenidad momentáneamente quebrantada por el susto, los marineros brasileños volvieron en sí y aniquilaron a sus contados adversarios, no les faltaba, en las proclamas de sus jefes y en los comentarios de los diarios fluminenses, los encomiásticos períodos tan abundantes siempre en el retumbante idioma portugués.
Solamente al año de la violación del territorio argentino por los paraguayos, en abril de 1866, pudieron invadir a su vez el Paraguay los tres jefes de los ejércitos aliados: Osorio, Paunero y Flores.
Poco después tuvo lugar la batalla de Tuyutí y el combate de Boquerón, preludios de los sangrientos asaltos de Curupaytí, mandados por el general Mitre, en setiembre de 1866, en los cuales de los 18.000 argentinos y brasileños que los dieron, murieron 4.000. Allí recibió Rivas, en el campo de batalla, los entorchados de general. Desgraciadamente mal sostenido el esfuerzo de estos valientes, el general Flores se retiró con las tropas orientales; el general brasileño Polidoro, con su cuerpo de ejército, se quedó en el campamento, y los cañonazos del almirante Tamandaré partían de muy lejos para surtir efecto.
Siguiéronse numerosos ataques, encuentros y combates, marchas entre los esteros, penurias, fatigas, enfermedades, hasta que en agosto de 1867, el conde D’Eu y Luis M. Campos, con la toma de Azcurra, obligaron a Francisco Solano López a internarse, y la escuadra brasileña, alentada por la patente debilidad de las baterías de Curupaytí, se decidió a cortar el paso.
En enero de 1868, el general Mitre había tenido que entregar al marqués de Caixas, general brasilero, el mando supremo de los ejércitos aliados, para volver a asumir la presidencia efectiva de la República, vacante por muerte del vicepresidente en ejercicio del poder, doctor Paz. Por entonces estaba muy adelantada la tarea de reducir al enemigo, aunque todavía quedase por tomar la fortaleza de Humaitá, la que sólo se rindió, más bien dicho quedó abandonada, el 24 de julio del mismo año. Sus heroicos defensores en número de 1.300, mandados por el general Martínez, emprendieron sigilosamente la retirada; y no se rindieron, en Laguna Vera, los pocos que quedaron, sino después de haber combatido, sin comer, durante cuatro días, bombardeados por once cañones y dos mil infantes.
Poco después, los generales Gelly y Obes y Rivas daban al ejército paraguayo el golpe de gracia apoderándose de Itá-Ibaté. Angostura capitulaba el 30 de diciembre de 1868, y el 31 podían los brasileros saquear a su gusto la Asunción, en la que no quisieron meter mano los argentinos. Y, finalmente, el 1º de marzo de 1869, Francisco Solano López al que le quedaban tan solo 600 hombres y dos cañones, era cercado por 4.000 brasileros en Cerro Corá y lanceado.
Regreso a Buenos Aires
Las tropas habían llegado al puerto de Buenos Aires el 1º de enero de 1870, pero demasiado tarde para desembarcar, y el pueblo tuvo que contener su impaciencia veinticuatro horas más. Por todas partes ondulaba la bandera patria; y todas las calles por donde debían desfilar las tropas para ir del muelle hasta el cuartel del Retiro, dispuesto para alojarlas, estaban embanderadas profusamente, tapizadas las paredes y alfombradas las calzadas con ramas de árboles y con odoríferas de hinojo.
Del largo muelle de Viamonte vendrían las tropas por el Paseo de Julio (actualmente avenida Leandro N. Alem) hasta la Plaza de Mayo, desembocando de ésta en la Plaza Victoria por el arco de triunfo de la Recova vieja. Presidiría la ceremonia el presidente Sarmiento, y esto sólo bastaba para imprimir a la fiesta la melancólica nota que siempre en sí encierra toda vuelta de tropas, por triunfal que sea. Entre los que no volverían había quedado su propio hijo, el capitán Domingo Fidel Sarmiento, segado como tantos otros jóvenes de la sociedad y del pueblo que no habían vacilado en ir a cumplir con su deber.
Cambio de recorrido
La idea original era que las tropas desfilaran pasando por la puerta de la Catedral, luego por Rivadavia hasta Maipú y por este rumbo a Retiro, a los cuarteles que los albergarían. Sin embargo esto era una preocupación para Sarmiento, dado que la casa Rosada, por ese entonces no poseía balcón y necesitaba uno en el que sobresaliera y se le rindieran honores que él considerara dignos de un Presidente. En cambio el edificio del Gobierno bonaerense se hallaba junto al Cabildo, en el espacio que ahora ocupa la Avenida de Mayo y éste tenía una ubicación más privilegiada.
El gobernador Castro, conociéndolo a Sarmiento lo invitó a presenciar el desfile desde la sede del Gobierno provincial. El presidente contestó que el desfile de tropas que regresaban vencedoras era un acto nacional, que debía ser presidido por el Presidente de la Nación y que él no podía ser huésped de nadie para eso. Incluso le pidió al Gobernador que le cediera el edificio para que el presidente invitara a quien quisiera. El Gobierno Provincial se excusó alegando que ya se habían cursado las invitaciones a los vecinos ilustres.
Fue así que el 1º de enero de 1871 una numerosísima cuadrilla de obreros construyó el estrado de madera junto a la Recova, que cortaba a la actual Plaza de Mayo en dos. Ese sería el Palco Oficial.
Al día siguiente, las tropas ingresaron a la Plaza de la Victoria y no bien cruzaban el arco de la Recova, viraban a la derecha, abandonaban la Plaza y tomaban por Reconquista hasta Retiro. Esto hizo que el balcón del gobernador Emilio Castro, plagado de invitados, quedara fuera de recorrido y las tropas no pasaran por allí. Tuvieron que contentarse con ver a los veteranos a más de cien metros de distancia y agolpándose unos sobre otros, seguramente con el regocijo silencioso de Sarmiento; muy propio de él, amigo de estas trampitas.
Sin embargo hay que reconocerle que fue consciente de que se podían provocar discordias y complicaciones en el futuro, y a fin de evitarlas ordenó construir el famoso balcón de la Casa Rosada.
La multitud, ajena a estas vanas luchas de protagonismo, aclamó y cubrió con una lluvia de flores a los batallones, saludando con entusiasmo las banderas hechas jirones por las balas, algunas a sablazos, en luchas cuerpo a cuerpo, vitoreando por sus nombres a los oficiales, a los jefes, casi todos estos últimos ascendidos a grados superiores en el campo de batalla, a raíz de rasgos de valor que tanto menudearon en aquella guerra encarnizada de cuatro años.
Fuente
Benarós, León – Llegada a Buenos Aires de las tropas argentinas
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Irizar, Juan Carlos – El balcón de la Casa Rosada
Portal www.revisionistas.com.ar
Todo es Historia – Año V, Nº 54, Buenos Aires (1971)
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