Sí, el Paraguay era un problema, y un problema grave. Un problema grave para la Argentina. Y también para el Brasil. Al mantenerse durante ambos gobiernos –el de Carlos Antonio y el de Francisco Solano-, el sistema social y político paraguayo, constituía un problema para la Argentina, porque hacía peligrar la hegemonía ejercida, política, económica y socialmente por la oligarquía. El interés por resguardar esa oligarquía –que permitía succionar la riqueza argentina- hacía que la situación social del Paraguay se percibiese como un peligro y un escándalo. Era un mal ejemplo que podía acaso querer imitar el pueblo argentino. La situación paraguaya proclamaba en alta voz y a todos los rumbos que había un sistema, una forma de gobernar, que no era el liberalismo, y que daba a la nación completa independencia en su destino, y al pueblo una vida de paz y de felicidad. La ilusión del liberalismo: la libertad individual quedaba al descubierto en su realidad. ¿Qué libertad individual tenía el obrero sometido a trabajos desde el alba hasta la noche por un salario mísero, sin una ley que amparara sus derechos, sin techo seguro, y sin seguridad de trabajo ante una disposición de despido? ¿Qué libertad individual tenía el chacarero arrendatario sin un contrato de arrendamiento que le garantizara por algunos años la posesión del predio sin temor de ser desalojado, y sin una ley que regulara los derechos del terrateniente y del arrendatario? (1) ¿Qué libertad individual tenía el ciudadano en épocas de elecciones, si éstas se realizaban con padrones fraguados, presión oficialista, machetazos y tiros? (2).
Mientras el Paraguay de los López enviaba a Europa, por cuenta del Estado, a los jóvenes que sobresalían por su inteligencia y contracción al estudio, sin distinción de clases sociales, para que allá se graduaran y fueran, luego, de gran utilidad para su patria, en la Argentina, regida por una oligarquía que se llamaba así misma “los notables”, solamente estudiaban los hijos de esos notables, que luego formarían la clase intelectual privilegiada: profesionales, financistas, banqueros, ministros, diputados y senadores, gobernadores y presidentes de la República.
Adviértase también, que si el basamento de la democracia y del liberalismo son los partidos políticos, y éstos, lógicamente, están organizados y estructurados para funcionar democráticamente, en nuestro país, durante la época del mitrismo y hasta 1891, en que Hipólito Yrigoyen organiza la Unión Cívica Radical –Convención en la ciudad de Rosario- no había partidos políticos como tales, ya que se carecía, en los que así se llamaban, de contenido democrático: eran cenáculos, círculos distinguidos, reunión de notables, clubes, oligarquía. El pueblo no contaba para nada. Tales eran Crudos, Cocidos, Partido Liberal, Republicano, Nacionalista, Partidos Unidos y la misma Unión Cívica. Sin el partido político organizado democráticamente, que es el único instrumento para una elección liberal democrática, no hay liberalismo ni democracia. Y eso era lo que ocurría en nuestro país en la época en que el mitrismo censuraba tan acremente la organización política y social del Paraguay. Allá en el Paraguay, el paternalismo de los López, aquí, en la Argentina, la oligarquía con los sables y los tiros. En el Paraguay un régimen paternalista a cara descubierta; aquí la farsa democrática. Y farsa electoral y sangrienta fue la elección de Mitre a la presidencia de la Nación en 1862, con el ejército de línea ocupando militarmente varias provincias.
También debe considerarse otro aspecto importante. En la época de Mitre estaba en boga el liberalismo. La gente que se decía ilustrada se llenaba la boca e hinchaba el pecho hablando de democracia, liberalismo, progreso, civilización, libertad, pueblo –al que llamaban “el soberano”, lo que implicaba una ironía y un sarcasmo-, adelanto de las ciencias, etc. Epoca en que Sarmiento, en uno de sus tantos dislates afirmaba: “hay que educar al soberano”, refiriéndose al pueblo. Este era un soberano sin educación, no entendiéndose cómo puede ser soberano –que tiene soberanía, que gobierna aunque sea por medio de sus representantes- alguien a quien hay que educar. Lo lógico, desde el punto de vista de Sarmiento, sería decir –en el sentido oligárquico y clasista como era el “gran sanjuanino”-: “hay que educar al pueblo, y cuando esté educado, que gobierne como soberano capaz; entre tanto, gobernamos nosotros, los educados”. Que era lo que se estaba haciendo.
Imbuidos de liberalismo, traído de Francia más que de Inglaterra, estos oligarcas, que se creían muy educados, padecían –y hacían padecer a la gente que llegara a pensar en política- de una especie de psicosis. El liberalismo era, no como una religión, sino una religión, y fuera del liberalismo no concebían –como no conciben muchos de ellos aún ahora- otra forma de convivencia nacional. El liberalismo era la última palabra en materia de régimen social y político. De ahí el uso tan frecuente de la palabra “liberal”, para denominar las entidades más diversas: Diario El Liberal, Almacén El Liberal, Club Liberal, Carnicería El Liberal, Fábrica de Embutidos El Liberal. Y lo mismo ocurría con las palabras “progreso”, “democracia” y “demócrata”. Diarios, almacenes, revistas, fábricas, barcos, clubes, etc., usaban –y todavía usan- para su denominación esas palabras. Aún hoy tenemos, como voces arcaicas y trasnochadas, Ateneo Liberal Argentino.
El Paraguay de Gaspar Rodríguez de Francia y de los López, regido por un sistema que no era liberal, necesariamente tenía que suscitar las críticas acerbas del liberalismo mitrista, sobre todo cuando ese Estado no liberal presentaba un cuadro de progreso industrial, de independencia política y de bienestar del pueblo, superior, muy superior, al de la República Argentina. Ese contraste, lo repetimos, podría provocar aquí movimientos tendientes a instaurar un régimen semejante. Y entonces la oligarquía que gobernaba a su antojo y se enriquecía fabulosamente con la explotación de los propietarios y de los arrendatarios agrícolas, corría peligro de perderse. De ahí el mal ejemplo y el escándalo paraguayos. Había, pues, que terminar con el Paraguay de los López. Y de ello, por cuenta de la oligarquía, se encargarían Mitre y el mitrismo.
Brasil se hallaba en una situación distinta. País que vivía especialmente de la explotación de 4.000.000 de esclavos, no podía alardear de liberalismo frente a los López. Pero el Paraguay significaba varios peligros para ese Imperio. Uno de ellos era de orden geográfico (3). El Paraguay es una prolongación del Mato Grosso. Está situado en lo que podríamos llamar el riñón del Brasil. Es demás, un país aguerrido, de férrea organización social y militar. En el caso de una guerra, si la Argentina le da paso por Corrientes, el Brasil, con su estado de Río Grande do Sul, disconforme y levantisco, no llevaría, posiblemente, las de ganar. Además, el Brasil tiene necesidad de llegar libremente con sus barcos a su zona portuaria del suroeste sin despertar los recelos del Paraguay. La libertad de navegar los ríos que le exigió a Urquiza cuando el tratado de 1851, tenía, en gran parte, esas miras: llegar con sus barcos mercantes y con los de guerra a cualquier punto de los ríos Paraná, Uruguay y Paraguay. Dado que el Paraguay no dispondría nunca de una escuadra para enfrentar la del Imperio, Brasil, en caso de guerra, tendría gran ventaja bélica naval. La semifacultad que el Tratado daba para que los barcos de guerra surcaran aquellos ríos era de escasa importancia. Encerraba otro peligro para el Brasil el hecho de que habiendo sido el Paraguay parte del Virreinato del Río de la Plata, ¿quién podía asegurar que un día no se uniera a la República Argentina constituyendo un estado tan fuerte que, en caso de entrar en guerra con él, la derrota del Brasil fuese inevitable? Se rompería el equilibrio del Plata. Había que destruir el Paraguay. Mitre tuvo la suficiente habilidad para unir ambos intereses, el de los brasileños y el de los oligarcas argentinos, y para hacer que el Imperio iniciara la guerra. En cuanto a la República Oriental del Uruguay, comprometida como estaba con el general Mitre y con el Brasil, tuvo que seguir los dictados de éstos como simple comparsa.
Referencias
(1) La primera ley que reguló los derechos del arrendatario frente al terrateniente es del año 1921, es decir, después de 65 años de iniciada la colonización agraria (1856) y merced a las repetidas y dolorosas huelgas de arrendatarios y a la presión de los agricultores organizados en la Federación Agraria Argentina. No fue una decisión de los políticos, sino una conquista gremial.
(2) Los críticos de los gobernantes paraguayos hacen hincapié en que en el Paraguay no había elecciones. En efecto, no las había según el sistema liberal, pero los pueblos elegían sus representantes en el Parlamento. Para censurar la forma electoral paraguaya se le oponía –y se alababa- la forma que se practicaba en la Argentina. Por ejemplo, en Buenos Aires, era así: “Algunos atropellan el atrio, mientras otros suben con fusiles, carabinas y rifles a las azoteas. Se levantan los escrutadores que son mitristas. Otros mitristas desde una azotea frente a la iglesia vociferan… El combate dura media hora…. Lucha de gritos, injurias…. luego pedradas y por fin tiros” (Manuel Gálvez, Vida de Hipólito Yrigoyen, 3ª edición, página 81). Para mayor abundamiento léanse los diarios de la época de los días de elecciones. Se verá allí cómo eran elegidos los representantes del pueblo en la ciudad más culta de la Argentina, en Buenos Aires. A tiros y sablazos…. Pero se estaba en plena democracia y en pleno liberalismo.
(3) Carlos Pereyra – Francisco Solano López y la Guerra del Paraguay. El siguiente razonamiento pertenece a este autor,
Fuente
De Paoli, Pedro y Mercado, Manuel G. – Proceso a los montoneros y guerra del Paraguay – Eudeba, Buenos Aires (1974),
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
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