No estaba aislada la iniciativa que tomaba el general Lavalle con los emigrados en la Banda Oriental y con el auxilio de Francia. Además de los trabajos que el partido unitario hacía en Corrientes y en el norte, algunos hombres bien colocados venían preparando en Buenos Aires una conspiración en la cual entraron a principios de 1839 ciertos federales de nota, varios jefes y muchos hombres de la nueva generación. Lo singular es que Rosas sabía que se conspiraba contra él; y se limitaba a seguir en silencio los pasos de la conspiración, valiéndose de los medios que le proporcionaban su astucia y su probado valor en las situaciones difíciles. En esos días de resistencias armadas y de coaliciones que se antojaban incontrastables, era necesario que Rosas, se creyese apoyado sobre bases muy sólidas en la opinión para dejar, como dejaba, tomar cuerpo a una conspiración en el centro del gobierno y de todos los recursos, sin tomar las prevenciones que adopta todo gobernante en su caso, y que conducen a descubrir los autores principales y, consiguientemente, a desbaratar la tentativa.
Una mañana, a principios de febrero de 1839, Rosas departía con su amigo íntimo Juan Nepomuceno Terrero. Le hablaba de que el género de vida que llevaba, completamente absorbido por la tarea del gobierno, trabajando hasta el amanecer, durmiendo muy pocas horas, y sin moverse de su despacho durante el día más que para ir a tomar algún alimento con su hija, lo cual verificaba cada veinticuatro horas, en vez de enflaquecerlo, lo había engordado demasiado. Súbitamente se interrumpió: “¿Sabes que conspiran contra mi en Buenos Aires? –dijo- “Sí, el plan es asesinarme; y están en combinación con los unitarios de Montevideo, quienes auxiliados por los franceses desembarcarán por algún punto de la costa para completar el golpe de mano. Lo peor es que hay algunos federales en el complot. Pero quiero saber quiénes son todos estos. No temo por mi vida, sino por los horrores que va a presenciar Buenos Aires si me matan”. (1)
Anuncio en la Gaceta Mercantil
Otra noche del mismo mes de febrero, un empleado de la confianza de Rosas llegaba a la esquina de Cangallo y Esmeralda, atravesaba a la acera que mira al sur, entraba en una habitación sobre la calle y cerraba la puerta tras sí. Allí permaneció más de tres horas. A la madrugada le dio cuenta a Rosas de todas las personas que había visto entrar en la casa frente adonde había estado oculto, la cual pertenecía al doctor Julián Fernández, y era uno de los centros de reunión de los conjurados. La Gaceta Mercantil que ignoraba el interés con que Rosas quería seguir en secreto los hilos de la conjuración, publicaba el 9 de enero una correspondencia de Montevideo en la que se leía: “dicen que saben (los unitarios) a no dudarlo que con sólo mostrarse Lavalle al frente de 400 hombres estará hecha la fiesta. Cuentan sobre todo con una revolución inevitable en la campaña y en la ciudad de Buenos Aires. Pero con lo que más cuentan es con el puñal”.
En el mes siguiente, el coronel Ramón Maza que debía apoyar el movimiento con las fuerzas de su mando, se encontraba como de costumbre en la casa de Rosas, departiendo con la familia de éste a cuyo lado se había criado. Acertó a entrar Rosas en las habitaciones de su hija, y le dijo en ese tono de ironía que sabía dar a sus palabras: “Yo te suponía ya al frente del número 3; pero veo que estas señoras te demoran en la ciudad más tiempo del necesario”. Y como su hija le comunicara, luego que Maza se retiró, que éste iba a casarse con la señorita de Fuentes, Rosas agregó: “¡Hum! Es un matrimonio hecho a vapor, tanto peor para él”. (2) Y que Rosas pudo adquirir todos los conocimientos acerca de la conjuración, antes de decidirse a desbaratarla recién cuando iba a estallar, lo deja ver el general Paz a quien Rosas había puesto en libertad tratándolo con las consideraciones de su grado y de su clase: “Yo sabía positivamente de lo que se trataba, dice en sus Memorias (3), pues se obraba con tan poca reserva que he oído en un estrado hacer mención delante de dos señoras de los puntos más reservados”.
Conspiradores reincidentes
Esta conjuración de 1839 fue iniciada por algunos de los personajes que habían conspirado sin éxito a principios del año anterior, como Valentín Gómez, Zavaleta, Valentín San Martín, Peña, Lozano, Fernández, etc. Estos extrajeron a varios federales bien colocados en la magistratura y en el ejército, y trataron de ponerse al habla con la Comisión Argentina de Montevideo y con el general Lavalle. Pero la verdadera conjuración fue conducida por algunos de los jóvenes de la Asociación Mayo que fundó Echeverría en 1837. Estos jóvenes proclamaron en un banquete la necesidad de que dicha asociación operase la revolución material contra Rosas. Como otros miembros de la asociación opinasen que la caída de Rosas debía ser la consecuencia de la propaganda doctrinaria, evitándose así grandes estragos y funestos fracasos, aquéllos se separaron de la asociación y empezaron a trabajar en el mismo sentido en que lo hacían las personas a que se hizo referencia anteriormente, confundiéndose a poco con éstas.
Esta fracción de la que formaban parte los ciudadanos Carlos Tejedor, Jacinto Rodríguez Peña, José Barros Pazos, Carlos Eguía, Benito Carrasco, Carlos Lamarca, Santiago Albarracín, Pedro Castellote, Diego Arana, José María Lozano y Jorge Corvalán, se organizó en un comité central y en otro auxiliar; y empezó a buscar prosélitos. “El desaliento cundía ya en esta asociación secreta -dice el doctor Tejedor a Adolfo Saldías en carta llena de preciosos detalles en los cuales él fue testigo ocular- cuando don José Lavalle, hermano del general, avisó al comité central que el teniente coronel Ramón Maza pensaba lo mismo que los demás conjurados y tenía elementos propios para una revolución contra Rosas; y ofreció ponerlo en contacto con nosotros”.
En sus conferencias con el comité central, el comandante Maza manifestó que contaba con el regimiento a las órdenes del coronel Granada, que él había mandado, con milicias y fuerzas populares de la campaña del sur, con el batallón de su pariente Mariano Maza y con el del general Rolón a quien se inutilizaría oportunamente visto que se había desentendido de las insinuaciones que él mismo le hizo. Entretanto Félix Frías, secretario del general Lavalle, instaba al comité central que adelantase los trabajos, prometiéndole que dicho general lo ayudaría y dirigiría oportunamente. El comité le encargó a Tejedor mantener la correspondencia con Frías, la cual versó sobre la concurrencia de Maza y sobre los recursos con que contaba y clasificación de éstos.
Lavalle indeciso
Pero los días corrían y el general Lavalle no se resolvía a dirigir el movimiento. Maza le pedía por intermedio de Tejedor que desembarcase en cualquier punto de la costa y le aseguraba que él se encontraría con fuerzas en el punto designado; pero que no viniesen banderas francesas ni de Rivera. “Este fue un escrúpulo constante de aquel joven, a que nunca quiso renunciar”, dice Tejedor en la carta ya citada. Era ya entrado junio (1839) y Lavalle no se decidía todavía. Impaciente por esta demora, Maza quiso proceder por sí solo y de acuerdo con el comité central de Buenos Aires, de modo que el movimiento, cuya dirección asumiría él en la campaña, se produjese simultáneamente en la ciudad. Y mientras él hacía sus últimos preparativos en este sentido, su padre el doctor Manuel V. Maza trabajaba una reacción análoga en la legislatura que presidía, y la cual se manifestaría cuando el movimiento hubiese tomado algunas proporciones. Así se lo comunicó el mismo comandante Maza a Tejedor.
Si la conjuración disponía en efecto de los elementos que Maza manifestaba; y si los conjurados aprovechaban los primeros momentos, la situación podía ser muy peligrosa para los federales. Rosas no podía oponer ni ejército de línea, que nunca lo mantuvo en la ciudad, ni masas populares, que aunque le eran adictas, quedarían neutralizadas entre las ramificaciones que tenía el movimiento, y por la influencia moral que debía de ejercer el éxito inmediato que éste alcanzara. Sobre estas seguridades, y sin contar naturalmente con que Rosas las iba pulsando día por día, los conjurados continuaron su plan para concluir con aquél. Sin contar con que en el primer momento desembarcaría el general Lavalle con su columna por un punto de la costa, por los Olivos o por la Ensenada, como se creyó al principio, los conjurados resolvieron que el movimiento estallara en la campaña primeramente, y una vez fija allí la atención de Rosas comprometer todos los elementos que tenían en la ciudad, para hacer desaparecer al gobernador antes que pudiera organizar alguna resistencia. Conseguido esto de uno u otro modo, pues Rosas quedaría entre dos fuegos estrechado en la ciudad, y en la casi imposibilidad de ganar el puerto donde se encontraban los buques franceses, Manuel Vicente Maza ocuparía provisoriamente el poder ejecutivo en su calidad de presidente de la legislatura; ésta lo autorizaría para que se arreglase con los agentes franceses sobre la base de las proposiciones contenidas en el ultimátum de Mr. Roger; y se convocaría oportunamente a toda la Provincia a elecciones generales de representantes para que éstos nombrasen el gobernador titular. Lo demás lo dirían los sucesos, lo decidirían los partidos, y no se podía anticipar sino después de acuerdos probables o improbables entre el general Lavalle, los unitarios, los federales comprometidos y los jóvenes de la Asociación Mayo.
El coronel Ramón Maza es arrestado
Una vez acordado este plan, el comandante Maza se dispuso a marchar a la campaña a ponerse a la cabeza de sus fuerzas. Pero por su mala estrella había comunicado el secreto de la conjuración a los Martínez Fontes y a los Medina. Estos se lo transmitieron a Rosas creyendo decirle una novedad, cuando en realidad su aviso sólo sirvió para que éste último comprendiera que había llegado el momento de proceder como procedió. Ese mismo día, uno de los últimos de junio, el comandante Maza fue conducido a la cárcel, acusado de ser el jefe de una conspiración para asesinar al gobernador del Estado. Esta prisión desconcertó a los conjurados; los exaltados abultaron las proporciones de la conjuración descubierta, y nadie se creyó seguro en ese día de cruel incertidumbre. En las primeras horas de la tarde, el doctor Maza que se retiraba del tribunal de justicia, fue asaltado por una turba de fanáticos, y salvó de ellos merced a la interposición de algunas personas bien colocadas.
El doctor Maza ocupaba los cargos más elevados bajo el gobierno de Rosas; era el amigo de éste, tan antiguo y querido como Terrero y Anchorena; y con todo, esa misma noche fue asaltado en su casa-quinta por una turba que pregonaba en calles y plazas que Maza y su hijo eran los jefes de la conspiración para asesinar al Restaurador de las Leyes. Ya no le quedaba duda al doctor Maza de que estaba descubierto, y de que no había seguridad para él si no se ponía fuera del alcance del populacho. El mismo Rosas se lo hizo comprender así, a pesar de la ira y del despecho profundos que debía inspirarle la defección de su viejo amigo. Por su indicación el cónsul norteamericano Mr Slade le ofreció al Dr. Maza los medios para que se ausentara inmediatamente de Buenos Aires. Pero este hombre infortunado se negó a huir por no comprometer más a su hijo. El cónsul norteamericano no fue el único que tal proposición le hizo a indicación de Rosas.
En la madrugada del 27 de junio, el doctor Maza se dirigió a la casa de Manuel J. de Guerrico situada en la calle Tacuarí entre Moreno y Belgrano. Estaba acongojado y no atinaba a tomar una resolución. Guerrico no quería avanzar por su parte una opinión definitiva, porque la situación no podía ser más difícil para el infortunado padre. Hubo momentos en que ambos creyeron que lo mejor era dirigirse a ver a Rosas. Pero, ¿no tenía éste en sus manos las cartas del doctor Valentín Alsina y de otros miembros de la comisión argentina de Montevideo al doctor Maza, sobre la conjuración y sobre el modo de proceder en cuanto a la persona del gobernador? ¿No estaba Rosas en el caso de dar golpe por golpe? ¿No le había hecho decir sin embargo que huyera, por no descargarlo sobre el antiguo amigo que combinaba con sus enemigos los medios de asesinarlo? ¿Qué excusa podría darle cuando Rosas le enseñara las pruebas de esto? ¿Salvaba a su hijo con cualquier excusa? Pero, ¿cómo encontrarla? En este círculo sin salida se hallaban los dos amigos cuando se oyeron voces en la calle. Era otra turba que vivaba a Rosas y profería amenazas de muerte al doctor Maza.
Asesinato del Dr. Manuel V. Maza
Sin encontrar solución a este horrible conflicto, Maza resolvió dimitir los cargos que desempeñaba; y como si una esperanza le quedara todavía se dirigió resueltamente a casa de su amigo Juan N. Terrero. Terrero era el íntimo de Rosas, y lo recibió con los brazos abiertos. Lo sabía todo; pero en su concepto la situación de Maza no era como para desesperar. Irían juntos a ver al gobernador, y después de una explicación franca, pesaría más que todo el sentimiento de una antigua y no interrumpida amistad. Este temperamento abrumaba a Maza. ¿Cómo explicarse sin comprometerse a sí mismo, a su hijo, a sus amigos?. Terrero pudo calmarlo un tanto, arguyéndole que Rosas no tomaría medidas contra los comprometidos en la conspiración, y que la suerte de su hijo Ramón dependía quizá de la entrevista que debían a su juicio celebrar ambos con aquél. Maza convino al fin en esto; y ya al caer de la tarde se dirigió con Terrero a la casa de Rosas. Pero al llegar a la esquina de las calles del Restaurador Rosas (hoy Moreno) y de Representantes (hoy Perú) una fuerza inaudita se sublevó contra la resolución que tomara el doctor Maza. Su ánimo abatido por una lucha tremenda, adquirió de súbito una energía temeraria, y desprendiéndose del brazo de su amigo, le dijo, como desposeído completamente del sentimiento de la propia conservación: “No; no puedo ir: si me matan, me matarán en mi puesto”. Terrero le insistió, le suplicó, pero todo fue inútil. Su resolución era irrevocable. Terrero volvió para su casa, y Maza entró en las oficinas de la Sala de Representantes, sentándose a la mesa de despacho que estaba colocada en el mismo local donde estuvo en los últimos años la del secretario del Senado de la provincia, en la habitación con ventanas a la calle Perú.
A esa hora se encontraban allí dos ordenanzas de la legislatura. Maza se puso a redactar sus renuncias de la presidencia de la Sala y del Tribunal de Justicia. Comenzó dos o tres borradores, pero ninguno lo satisfizo, y los inutilizó enseguida. La luz se concentraba sobre su mesa, merced a la posición que él mismo le diera a la pantalla del quinqué que lo alumbraba, por manera que podía espiarse sus movimientos desde la sombra que se proyectaba a su frente como a su derecha. Trazaba las primeras líneas en otro pliego de papel, cuando dos hombres emponchados penetraron cautelosamente en la habitación de la derecha y dividida de la del despacho del presidente por un oscuro pasadizo. Rápidos salvaron este pasadizo, llegaron de un salto hasta la mesa del doctor Maza y le dieron allí de puñaladas, desapareciendo por la puerta del frente que conduce a la sala de la secretaría y de ésta a la calle. En esa sala se encontraba el ordenanza Anastasio Ramírez quien, al ver salir esos dos hombres mal entrazados, penetró a su vez en la del presidente y se encontró el cadáver de éste tendido en el sillón en que trabajaba poco antes. Ramírez se dirigió inmediatamente a la casa del general Pinedo, vicepresidente de la Sala, y le dio cuenta de lo que acababa de suceder, como también de que ignoraba las circunstancias del hecho, pues en los momentos en que debió perpetrarse se encontraba en una de las piezas de la secretaría desde donde vio salir dos personas, a quienes absolutamente no conoció ni vio entrar.
El general Pinedo convocó a esa misma hora a la comisión permanente de la legislatura que la componían los señores Mansilla, Obispo de Aulón, Lahitte, y los diputados secretarios Irigoyen y González Peña. Reunida ésta en el local de sus sesiones, aquél les manifestó que el motivo de la convocatoria era el asesinato que acababa de tener lugar, “a cuya vista podía resolver lo que estimase más conveniente, teniendo en consideración la certidumbre del hecho en virtud del reconocimiento que había practicado el médico de policía”. (4) Los miembros de la comisión permanente opinaron unánimemente que era de necesidad tomar medidas conducentes “a fijar de un modo auténtico las circunstancias del hecho, y las que convengan relativamente a la inhumación del cadáver”; y en consecuencia acordaron que el secretario González Peña procediese inmediatamente a levantar un sumario instruido y circunstanciado del hecho, para elevarlo oportunamente al conocimiento de la legislatura, y que se conservase el cadáver del doctor Maza en la sala de la presidencia y al cuidado de dos empleados de la casa hasta las 9 de la mañana siguiente, hora en que sería conducido al cementerio del norte si la familia del finado no lo había reclamado antes.
Fusilamiento del coronel Ramón Maza
La noticia del asesinato del doctor Maza cundió como chispa eléctrica en la ciudad, y en el primer momento produjo un estupor general. ¡Asesinado el doctor Maza, el amigo íntimo de Rosas! ¡Esto era un sueño! Y ese pueblo a quien el fanatismo político le abría el camino de las represalias tremendas, quiso penetrarse de que aquello no era una mentira inaudita, e invadió la casa de la legislatura. Y cuando vio rígido el cadáver del hombre que había vivido en las alturas del poder y del prestigio, la consternación le presentó ese crimen como un hecho consumado de una justicia anónima, que podía cumplirse con cualquier otro; y ante una expectativa tan ingrata, se retiró de allí en silencio quedando la ciudad solitaria. En la madrugada siguiente (el 28) se oyeron unos tiros en la cárcel. Era que de orden de Rosas fusilaban al teniente coronel Ramón Maza; y pocas horas después el cadáver de este joven y el de su padre eran conducidos al cementerio del norte sin solemnidad de ninguna especie.
Los unitarios que se encontraban en Buenos Aires como en Montevideo le atribuyeron a Rosas el asesinato del doctor Maza. Decían que Rosas con ocasión de la declaración de los Martínez Fontes y Medina Camargo había exclamado delante de varios, refiriéndose al doctor Maza: “¡Traidor! merecería que lo matasen!” y que de esto se prevalieron los federales más exaltados para matarlo enseguida. Pero los antecedentes que quedan apuntados prueban que Rosas no sólo no tuvo participación en ese asesinato, sino que quiso impedir que se ejerciera acto alguno de venganza política sobre el doctor Maza, proporcionándole los medios seguros de salir del país. Nada más podía hacer un gobernante por su amigo íntimo, sabiendo que éste se había complotado para asesinarlo. La no participación de Rosas en ese asesinato, constaba a todos los de su intimidad, y aún a los que no eran de su intimidad; y muchos lo han ratificado así después de haber sido derrocado Rosas. Dos o tres días después del asesinato, Juan N. Terrero le refería a Rosas los esfuerzos que hiciera para llevarlo a su presencia. “Es que el doctor Maza había perdido la cabeza -le repuso Rosas- ya andan diciendo los unitarios que yo he mandado matarlo”. El doctor Felipe Arana, ministro de Rosas en 1839, requerido mucho después del año 1852 por su pariente el historiador chileno Diego Barrios Arana sobre cuál había sido la participación de aquél en el asesinato de Maza, le respondió en tono de la más profunda convicción: “Ninguna”. Y esta declaración es tan autorizada como poco sospechosa, porque el doctor Arana no era ajeno a ningún acto del gobierno de que formó parte; y porque es sabido que al fin se retiró de él seriamente disgustado, alegando graves motivos de resentimiento contra Rosas.
Unitarios instigaron el crimen del Dr. Maza
No transcurrieron muchos días sin que la justicia ordinaria descubriera al asesino del doctor Maza. Del sumario que ésta instruyó resultaron, además, comprometidos en la conspiración cuyos hilos tenía Rosas de antemano, algunos funcionarios públicos, empleados importantes de la administración, militares y sacerdotes principales, federales y unitarios de nota. En este estado de la causa, Rosas mandó suspender todo procedimiento, archivar el sumario, e hizo fusilar al asesino; dando de esta manera un desmentido a los que aseguraban que iba a vengar en todos aquéllos el frustrado complot para asesinarlo. Por lo demás, he aquí como corrobora Rosas los hechos apuntados, en carta dirigida desde Southampton, treinta años después de consumado aquel asesinato: “Los autores del asesinato del doctor Manuel V. de Maza, fueron de los primeros hombres del partido unitario. Cuando supieron se preparaba a descubrirme con los documentos que tenía, todo el plan de la revolución, sus autores y cómplices se creyeron perdidos si no hacían desaparecer sin demora al doctor Maza. Fue entonces que lo descubrieron a los federales exaltados como el principal agente de la conspiración, ligada y pagada por las autoridades francesas. Así que se empezó el sumario y me impuse de las muchas personas unitarias y federales notables que aparecieron figurando como autores y cómplices, lo mandé suspender, y pasados algunos días ordené la ejecución del que, pagado, fue el ejecutor de ese espantoso asesinato. De otro modo habría sido preciso ordenar la ejecución de no pocos federales y unitarios de importancia. Tal era el estado de terrible agitación en que se encontraba la mayoría federal victoriosa, muy principalmente por la liga del partido unitario y de algunos federales traidores con los extranjeros que tan injustamente hostilizaban al país. No basta, pues, que mis contrarios políticos digan que fui yo quien ordenó el horrendo asesinato del doctor Maza. Para que fuera cierto deberían presentar las pruebas indudables. ¿Dónde están?”.
Así fracasó en la capital la conjuración de Maza, cuyas ramificaciones en la campaña debían manifestarse muy luego. Este fracaso contribuyó sin duda a que la opinión en general se pronunciase con mayor decisión que nunca a favor del gobierno y de los principios que él sostenía.
(1)-Referencia del Sr. Máximo Terrero.
(2)-Referencia de Manuelita Rosas
(3)-Tomo III, página 84.
(4)-Diario se sesiones de la Junta, Tomo XXV, número 646
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
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Saldías, Adolfo – Historia de la Confederación Argentina
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