Hasta fines del año 16, salvo la enarbolada subrepticiamente por Belgrano en el Rosario y la del mismo de 1813, ningún cuerpo de ejército tuvo bandera en los distintivos nacionales. En esa fecha San Martín resolvió que se hiciera una bandera con los colores celeste y blanco tal como lo dispone la resolución del Congreso de Tucumán de 24 de julio, transcripta en la circular con la firma autógrafa del directos don Juan Martín de Pueyrredón, hemos encontrado en el archivo de Mendoza.
Fue encargada del bordado del escudo constituido por un óvalo que encierra las dos manos unidas, pica y el gorro frigio, coronado por un sol naciente, y orlado por ramas de laurel, la dama chilena emigrada en 1814, doña Dolores Prast de Huysi, interviniendo en la obra, entre otras mendocinas, las señoritas Mercedes Álvarez, Margarita Corvalán y Laureana Ferrari (después esposa del coronel Manuel de Olazábal).
El escudo y partes adyacentes fueron bordados con sedas de colores e hilos de oro-dicen los frailes franciscanos- de la casulla de San Antonio. La borlita del gorro y los ojos del sol llevaron diamantes y el resto del dibujo fue orlado también por piedras preciosas donadas por las damas indudablemente, pues consta en documentos que halló don Elías Godoy en 1878, que el costo de la bandera fue de 140 pesos fuertes, en la cual suma no pude estar incluido el valor de la piedras.
Poco después y en junta solemne de generales y jefes eligióse patrona del ejército a Nuestra Señora del Carmen.
El general Espejo testigo presencial del homenaje rendido a la patrona y de la jura de la bandera, refiere la ceremonia en estos términos:
“La calle que en ese tiempo se llamaba de la Cañada por su extensión y por su anchura y era por donde el ejército debía transitar desde el campamento, se cubrió toda de grandes y caprichosos arcos de las más vistosas telas y cintas, follaje y ramilletes de flores artificiales y naturales, como que se estaba en plena primavera.
A las 10 de la mañana apareció el ejército en uniforme de parada, mandado por el mayor general Soler, acompañado del estado mayor, a caballo, recorrió esa ancha calle entre los vivas y aclamaciones del pueblo entusiasmado y del estruendo de las campanas de ocho iglesias que, un mismo tiempo, repicaban.
La columna hizo alto al llegar a la esquina del convento San Francisco (noroeste de la plaza), para esperar que saliera del templo Nuestra Señora del Carmen. Salió la procesión encabezada por el clero secular y regular, presidiéndola el capitán general, acompañada del gobernador intendente del Cabildo, los empleados, los más distinguidos ciudadanos, siguiendo majestuosamente la marcha hasta la Iglesia Matriz, donde en un sitial en cubierto con un tapete de damasco, estaba doblada la bandera en una bandeja de plata. En este momento entró al templo una guardia de honor al mando de un capitán
Así se cantó la tercia y al entrar al altar los celebrantes, el general San Martín se levantó de su asiento y subiendo al presbiterio acompañado de sus edecanes, tomó la bandeja con la bandera y la presentó al preste. Esta la bendijo en la forma ritual, bendiciendo también el bastón del general, que era de un hermoso palisandro con puño de un topacio como de dos pulgadas de tamaño, acto que fue saludado con una salva de 21 cañonazos. El general por su mano amarró la bandera en el asta y colocándola de nuevo en el sitial, volvió á tomar su asiento. Siguió la misa hasta el Evangelio.
Terminada la misa con un Tedéum laudeamus, la procesión volvió a salir con el mismo cortejo hasta un altar que se había preparado sobre un tablado al costado de la iglesia que miraba a la plaza, y al asomar la bandera y la Virgen los cuerpos presentaron las armas y batieron marcha. Al subir la imagen para colocarla en el altar, el capitán le puso el bastón en la mano derecha, y luego tomando la bandera, se acercó al perfil de la plataforma, donde en alta y comprensible voz pronunció las siguientes palabras:
“Soldados: Esta es la primera bandera que se ha levantado en América” la batió por tres veces cuando las tropas y el pueblo respondían con un ¡Viva la Patria!, rompieron dianas las bandas de música, las cajas, clarines y la artillería hijo otra salva de 25 cañonazos”.
Después de escoltar á la imagen hasta su iglesia, regresó la tropa al campamento, donde por la tarde, y con gran pompa también, se juró la bandera, iniciando la ceremonia el general San Martín, quien formando cruz con su espada y el asta, pronunció estas palabras:
“Juro por mi honor y por la Patria, defender y sostener con mi espada y con mi sangre, la bandera que desde hoy cubre las armas del Ejército de los Andes”.
El terremoto del 1861, sepultó en las ruinas de San Francisco la bandera y bastón de mando que San Martín había donado, así como la imagen de la Virgen del Carmen y allí hubieran quedado, si – como nos lo ha referido don Luis Carlos Lagomaggiori- un viejo conocedor de cuanto caso sucedido o leyenda corre por estos pagos, un Padre Ventura amigo de él, gran devoto de la señora, no hubiese ido al siguiente día a revolver las ruinas hasta dar con la “pobrecita virgen” con la bandera y el bastón.
El devoto fraile condujo las reliquias a la casa donde se asiló en aquellos tristes días, y luego al nuevo templo, donde aun hoy se guardan el bastón y el autógrafo del general en el que consta la donación y donde la Virgen posee un altar concurrido por gran número de feligreses.
Es curiosa la aventura que llevó por fin a manos del gobierno de Mendoza la histórica bandera.
Allá por el año 1878 o 79, bajo la gobernación de Elías Villanueva, según parece, se hicieron gestiones para obtener de los franciscanos la cesión de la bandera a fin de cubrir los restos de San Martín, en Buenos Aires, en la ceremonia de repatriación. La bandera fue llevada á Buenos Aires, sirvió á su objeto y despareció sin que nadie volviera a ocuparse de ella hasta el año 1887 en que un señor Kesnel, establecido en la esquina de Cangallo y Florida, escribió una carta en que decía más o menos: “Tengo una bandera con encargo de ponerle un marco y como nadie ha vuelto a llevársela y pasa el tiempo, y como además alguien me ha dicho que pertenece a la provincia de Mendoza, deseo saber que hago con la bandera”. Supo la noticia el gobierno y ¡mande la bandera! fue lo que hizo contestar e inmediatamente de recibida la mandó a colocar en el salón de recepciones, donde hoy se guarda.
Reclamaron y protestaron los frailes franciscanos al enterarse de lo acontecido, pero como no conservaron el documento que atestiguara la donación se quedaron sin la bandera y el gobierno con ella.
Traslado de la bandera
17 de agosto de 2012, fue inaugurado el Memorial de la Bandera del Ejército de los Andes, ubicado en el Corazón del Centro Cívico de la Ciudad de Mendoza. Está compuesto por 3 salas principales: una de ellas alberga la Bandera del Ejército de los Andes, otra contiene 2 estandartes que fueron tomados por el Gral. José de San Martín a las fuerzas realistas en la batalla de Chacabuco en 1817 y una tercera destinada al auditorio, donde se pueden conocer diversos aspectos de la historia a través de proyecciones sobre la Bandera, los Estandartes Realistas y la Gesta Sanmartiniana.
Sobre la superficie, se expresan los aspectos alegóricos del monumento a través de dos muros de luz emergentes con textos alusivos y la Llama Votiva del General San Martín y el Soldado de la Guerra de la Independencia.
El tercer jueves de cada mes se realiza el Cambio de Guardia de la Bandera del Ejército de los Andes. Este acto es llevado a cabo por el histórico Regimiento de Infantería de Montaña N° 11, con la actuación de la Banda Talcahuano con un importante despliegue de tropas. El mismo se complementa con números artísticos, la participación de las escuelas y la compañía del público mendocino y extranjero que asiste a presenciar esta emotiva celebración.
Fuente
Colaboración de Carlos Belgrano
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
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