Es una de las mejores vivencias jamás vista y escuchada aquella del asesinato del gaucho Moreira, en la localidad de Lobos, provincia de Buenos Aires. No por la muerte en sí, sino por los personajes intervinientes, por la zona en que aconteció y por la cosmovisión que rodeó aquél suceso. Moreira fue, con el paso del tiempo, el personaje que cargó sobre sus espaldas las calamidades del gauchaje perseguido y sin libertad. Fue la figura que concentró la desgracia de Caseros, la traición de Pavón y el aniquilamiento de las últimas montoneras federales del interior. Y si hablamos con paisanos de la zona de Lobos, Navarro y alrededores, todavía hay un poco de Juan Moreira en los reclamos por un país más justo, más nuestro, más solidario.
Todavía hoy, y sin que uno saque el tema a relucir, los gauchos bonaerenses señalan algo que le oímos decir a uno de ellos en Navarro hace unos meses atrás: “No, ya no se ven más hombres como Moreira. ¡Él sí que era bravo, eh! Todavía está acá, a dos cuadras, la pulpería de Moreira”. Esa pulpería de que hacía referencia el hombre, hoy es una casa particular que, gracias a la bondad de su dueño, mantiene intacto el frente para que sea un lugar de referencia y culto del gaucho fugitivo. Para los paisanos sigue siendo la pulpería de Moreira. Él está ahí, no murió.
Juan Moreira, que en sus últimos años tuvo que salvar el pellejo como hombre de Adolfo Alsina y Bartolomé Mitre, en distintas etapas, claro, fue reivindicado, en primer término, por los hermanos Podestá y, muchas décadas más tarde, por el cineasta Leonardo Favio (1973). Y, por supuesto, su figura recibió la veneración permanente de sus pares, los gauchos argentinos. Pero… ¿qué hay de su matador, el sargento Chirino?
Resulta escandaloso que en Internet no exista una imagen del agente policial que terminó con la existencia de Moreira en 1874. Además, la historia de Moreira sería incompleta si no hay referencias que conduzcan a saber quién fue Chirino, de dónde era y en qué otros hechos se lo vio como protagonista. También Chirino transmite una imagen plena de totalidades: no fue otro que el típico sargento de campaña que, obedeciendo a las autoridades unitarias o liberales de la hora, cumplía su rol como agente del orden. En un clima enardecido y lleno de cuchillería valiente y ligera, el sargento de los pueblos polvorientos se presentaba como hombre sigiloso y lleno de potestades, “como mandaba la ley”. Chirino bien pudo haber sido el sargento de frontera que no le pagaba el mensual al gaucho Martín Fierro, cuando éste fue reclutado en la milicia, motivando su huida llena de justicia.
Una tarde de juerga campestre, un hombre de a caballo que ya ha pasado los 80 años, nos acercó un juego de fotocopias que guardaba hacía mucho tiempo. Las hojas correspondían a una nota de la revista “Así” que le hicieron a la centenaria ahijada de Juan Moreira, entre 1973 o 1974, quien con una maravillosa lucidez narraba anécdotas de su mítico padrino. “Yo tengo la historia de Moreira”, nos señaló el gaucho al obsequiarnos aquellas fotocopias que guardaba como un verdadero tesoro documental.
Son 4 hojas arrugadas, la última de las cuales tiene el valioso testimonio del sargento Chirino, quien para 1973/74 ya no existía. En las primeras líneas, se sostiene que Chirino murió a los 93 años de edad. Otra fuente, sin embargo, advertía que había fallecido a la edad de 101 años, y que era oriundo de la provincia de San Juan. Veterano de la trágica Guerra de la Triple Alianza (1865-1870), poco se conoce del sargento Chirino, y tanto es así que hasta su primer nombre resulta dudoso. Algunos creen que se llamó Víctor, y otros, como la nota que transcribimos a continuación, dicen que su nombre era Andrés. Veamos la nota en cuestión, indaguemos en este personaje y su relato olvidados. Que no nos enseñen cuántas películas filmó Harrison Ford antes que saber quiénes formaron parte de la extraordinaria Patria gaucha:
El Matador
Juan Moreira murió un 30 de abril de 1874. Fue en la localidad de Lobos, en el patio del burdel La Estrella. La partida policial estaba mandada por el capitán Pedro Berton y se lo sindica al sargento Andrés Chirino como el matador de Moreira.
Chirino, cuando murió tenía 93 años, era sanjuanino y después de jubilarse como policía federal tuvo que trabajar como portero del edificio de la Avda. de Mayo 733, de esta capital.
Unos años antes de morir, accedió a un reportaje que le hizo el diario de esta Capital. He aquí, lo que dijo sobre la muerte de Moreira:
“Yo no lo ví, sino el día 30 de abril de 1874, como a la una y media de la tarde, que fue la hora en que lo matamos, pero lo tengo presente. Era un hombre de talla regular, pero muy fornido y bien plantado. De nariz fina, blanco, casi rosado, picado de viruela; de pelo castaño y usaba una larga pera, que ya tenía algunas canas.
Ha de haber tenido unos 40 a 42 años, mas era ágil y de una fuerza muscular extraordinaria. Yo, que pertenecía a la policía de la Capital, andaba en comisión con una partida de doce hombres, a las órdenes del capitán don Pedro Berton. Hacía tres meses que recorríamos infructuosamente la campaña en busca de Moreira. Nos hallábamos en la estación de Lobos, cuando llegó apresuradamente el señor Francisco Bosch, entonces comandante militar y después general de la Nación, e informó al capitán Berton que Moreira y algunos de su banda se encontraban en el peringundín La Estrella, en la esquina de la plaza y que el juez de Paz, señor Casimiro Villamayor, había salido al campo a perseguir a los malevos. El capitán me dijo, que tomara seis de los mejores hombres y que lo siguiera. Pasamos por la casa del Juzgado y se nos incorporaron seis hombres más, al mando del teniente don Eulogio Varela.
Nos encaminamos a la casa que, fue rodeada. Penetramos en ella, el comandante Bosch, el capitán Berton, el teniente Varela y yo, con dos vigilantes.
Dos de los compañeros de Moreira que estaban levantados huyeron, los dejamos ir para no malograr el golpe.
En la pieza que cuadra al patio, cuya puerta estaba entreabierta, yo vi a un hombre que dormía, teniendo sobre una silla al alcance de la mano, un cojinillo con dos trabucos, un puñal y una pistola.
Me apoderé de las armas, lo desperté y lo entregué a los soldados sin que hiciera resistencia. Cuando lo saqué dijo el comandante Bosch: Ese no es Moreira, sino Julián Andrade. ¡Otro pájaro de cuenta!
Era un mozo alto, delgado, bien vestido con ropas de gaucho lujoso y que se decía uno de los mejores peleadores del pago.
Los soldados lo sacaron a la calle. El comandante Bosch, que lo estaba observando, viendo que miraba la puerta de enfrente, que estaba cerrada, exclamó golpeándola con el taco de su bota:
-¡Aquí está el que buscamos!
No tuvimos tiempo sino para hacernos a un lado, colocándonos en fila a lo largo del patio, viniendo a quedar yo detrás del brocal del pozo; el comandante Bosch en el recodo que formaba la pieza; los señores Berton y el Zapatero más hacia el zaguán. En eso, apareció Moreira con un trabuco en cada mano:
-¡Aquí estoy…maulas…! ¿Qué quieren?
-¡Ríndase Moreira a la policía de Buenos Aires…!
A lo que respondió: ¡Aquí no hay más policía que yo…!
Y antes que yo pudiera hacer fuego con mi fusil y el capitán Berton, armado con el de Zamudio, que había salido afuera atraído por un barullo promovido por Andrade que intentaba escapar, descargó sus trabucos y corrió hacia la tapia del fondo. Detrás de la cual habían quedado los caballos. El capitán Berton recibió un balazo que le quebró la muñeca derecha y el brazo izquierdo a la altura del hombro.
Yo corrí en momentos en que se prendía a la tapia para saltarla y metiéndole la bayoneta medio de costado, lo clavé contra la pared. Era un hombre tremendo.
Al sentirse herido sacó una pistola del cinto y por encima del hombro hizo fuego, entrándome la bala por el pómulo y dañándome el ojo. Entonces Moreira tomó con la derecha la daga que llevaba denuda entre los dientes, y me tiró un “hachazo” que me alcanzó en la cabeza y me cortó los cuatro dedos de la mano izquierda con que yo sostenía el fusil. Tuve que largarlo y cayó agonizante.
Yo le pegué como pude… porque no hacía nada más que cumplir con mi deber. Zamudio, que era un paraguayito valiente, me dijo después que la agonía de Moreira no duró ni dos minutos y que el cuerpo tenía un pistoletazo en el costado dado por el comandante Bosch. A mí me votaron entonces una recompensa que recibí solo unos meses. El premio acordado para quien lo aprehendiera al matrero, que era de cuarenta mil pesos… ¡ni lo olí…!”
Al relato textual del sargento Andrés Chirino, con el correr de los tiempos se le ha ido agregando una secuela de luchas que Moreira mantuvo con otros soldados en el patio de La Estrella”.
Autor: Gabriel O. Turone
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