El periódico “El Lucero” tuvo como editor al napolitano Pedro de Angelis, prolífico escritor, crítico e investigador simpatizante de la causa federal. “El Lucero” apareció el lunes 7 de septiembre de 1829 y dejó de publicarse el miércoles 31 de julio de 1833. Tiene medular importancia, por el hecho de ofrecer detalles insospechados acontecidos durante el primer gobierno bonaerense de Juan Manuel de Rosas (1829-1832), tal vez menos conocido que el que tuvo su inicio en 1835.
Diecisiete días después de la captura del general unitario José María Paz en Córdoba, “El Lucero” tuvo noticias concluyentes sobre tan trascendental episodio de la vida política nacional. De allí esta crónica que transcribimos a continuación, la cual es inédita y reveladora de hechos desconocidos que tuvieron lugar antes, durante y después del bolazo del soldado Zeballos el 10 de mayo de 1831. Porque hasta ahora, solamente se tenía por fuente las “Memorias” de José María Paz como referencia. Para darle veracidad al relato, se respeta la ortografía de la época. La Federación, por fin, veía ahuyentado el fantasma de la guerra civil.
“Comunicamos al público algunos detalles auténticos sobre el apresamiento del general Paz. Desde la abertura de la campaña, los cuerpos volantes, que obran en combinación con el ejército del Exmo. Sr. General López, se establecieron á una muy corta distancia de Córdoba. Esta proximidad, la viveza de sus movimientos, su arrojo extraordinario, no influyeron poco en obligar al general Páz á replegarse sobre la ciudad. Escondido en los montes vecinos, se limitaba á impedir la deserción, y á rodearse de descubridores para precaverse de una sorpresa.
El día en que fue aprehendido, creyéndose garantido por una de estas avanzadas, se alejó de unas cuantas cuadras de su ejército y en la misma dirección de aquella partida. Al llegar á una abra, apercibió á algunos hombres al través de los árboles, cuyas ramas no le permitían descubrir más que la rodilla de sus caballos. No dudó que fuese su gente, y como el día empezaba á declinar les hizo decir por el teniente Arana que volviesen al campamento.
Este oficial se acercó á ellos y equivocándose en sus divisas, que en nada se diferenciaban de las suyas, les comunicó la órden del general. Le preguntaron ¿adónde estaba? y contestó: “allí está”, enseñándole á un individuo de chaqueta verde. Efectivamente el general Paz estaba como á la media cuadra de la partida de los SS. Acosta y Benavides. Entonces uno de estos gejes mató de un pistoletazo al teniente Arana, mientras que el bravo Ceballos echó mano de sus bolas para descargarlas contra el ex-Protector que había ya dado vuelta á su caballo para salvarse.
Aprehendido y puesto en ancas lo llevaron al cuartel general del Señor General López. Habían recorrido unas cuantas leguas, cuando dijo al jefe de la guerrilla que daría tres mil pesos á cada uno de sus soldados y lo llenaría de plata, si consintiese en acompañarlo fuera del territorio de la República. Este valiente oficial le contestó que si se atrevía á hacerle otra vez la misma proposición, lo dejaría muerto de un sablazo. El general Paz prometió no volver más sobre el asunto.
Marcharon sin parar, hasta el anochecer. Entonces el jefe de la partida, para dar algún descanso á sus soldados, les dijo que bajasen del caballo y se recostasen alrededor de un gran fogón que encendieron en el campo. Él empuñó las riendas del caballo y se sentó al lado del general Paz, que se encargó de custodiar: pero el calor, el cansancio y el ejemplo de sus compañeros influyeron poderosamente en él. Luego que el general Paz le vió cabecear le tomó despacio las riendas, y se disponía á montar á caballo, cuando el oficial se dispertó (sic), y le puso el sable á la garganta.
El general Paz tomó una actitud muy humilde y le rogó que le perdonara. El oficial se dejó aplacar, y se puso inmediatamente en marcha para no retardar más su viage. A poca distancia del fuerte del Tío mandó un espreso al Sr. General López para prevenirle del arribo de Paz: esta noticia, que se esparció rápidamente en el campamento, produjo una sorpresa y un júbilo extraordinario. Pronto se reunieron los varios cuerpos del ejército confederado para ver llegar al prisionero, que pareció sorprendido del número y de la buena disciplina de los enemigos que se proponía combatir.
Se presentó al señor general López, diciéndole que un incidente muy estraño le procuraba el honor de saludarle y conocerle, agregando que siempre había abrigado el deseo de transar las desavenencias entre los varios gobiernos de la República. El señor general López le contestó: “es lo que Vd. debía haber hecho”. Después le ofreció cigarros y mate, le convidó á su mesa, y al salir de la comida, le propuso ir á descansar en su birloche.
¡Así ha sido recibido el general Paz por un competidor generoso! ¡Cuán distinta es esta acogida del recibimiento que hicieron al desgraciado Gobernador Dorrego en Navarro!……
Dios nos libre de exhumar estos recuerdos para provocar venganzas. Nunca hemos pedido, ni pediremos la sangre de nadie, tampoco de los que han puesto á preci nuestra cabeza. El único objeto que nos proponemos al cotejar los rasgos más prominentes de los dos partidos, es para que se les juzgue por sus propios hechos, y á fin de librar aquel de quien somos el órgano de la nota de salvaje y feroz, que se le ha aplicado con la misma justicia con que se han atribuido al otro calidades y virtudes que le faltan”.
Por Gabriel O. Turone
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