Guerra del Paraguay. Ha pasado más de un año desde la iniciación de la guerra, y los diarios porteños, transcurrido el primer momento de entusiasmo bélico, empiezan a burlarse de su frase “en seis meses en Asunción”. Para descargarse, Mitre escribe dolorido al vicepresidente Marcos Paz: “¿Quién no sabe que los traidores alentaron al Paraguay a declararnos la guerra? Si la mitad de Corrientes no hubiera traicionado la causa nacional armándose a favor del enemigo; si Entre Ríos no se hubiere sublevado dos veces; si casi todos los contingentes incompletos de las provincias no se hubieran sublevado al venir a cumplir con su deber; si una opinión simpática al enemigo no hubiera alentado la traición, ¿quién duda que la guerra estaría terminada ya?.
No puede darse confesión más acabada de la impopularidad de la guerra. Contradiciendo sus proclamas henchidas de entusiasmo y retórica, acepta en carta particular que por lo menos la mitad de Corrientes, todo Entre Ríos y casi todo el interior “traicionaban” la guerra. Buenos Aires, gobernada por su partido, no podía hacerlo y de allí exclusivamente llegaban contingentes de “voluntarios” que morirían heroica e inútilmente como en Pehuajó.
Las virtudes estratégicas de Mitre empiezan a desconcertar a los jefes aliados. “Yo no sé que será de nosotros” escribe Venancio Flores a su esposa el 3 de Marzo, al día siguiente de un contraste que había costado “perder casi totalmente la División Oriental, y de veras que si a la crítica situación en que estamos se agrega la constante apatía del general Mitre, bien puede suceder que yendo por lana salgamos trasquilados”.
Luego del combate mantenido entre brasileños y paraguayos a raíz del intento de estos últimos de recuperar la isla ubicada frente a Itapirú, con gran pérdida de vidas para los atacantes que fueron valerosamente contenidos por los infantes del Imperio, se produjo la invasión por el Paso de la Patria.
Penosa, muy penosamente, se desenvuelve el cruce del Paraná. El terreno de la otra orilla está formado por esteros de los cuales emergen, a manera de islas, los potreros secos de Tuyutí y Paso Pucú. Inexplicablemente para Mitre, el mariscal Francisco Solano López ha concentrado sus fuerzas en este último sitio, dejándole libre el avance al primero. No quiere creer que podrá ser una trampa, no obstante las advertencias de sus compañeros de armas. Todo su propósito en esos primeros meses de 1866 está en ocupar Tuyutí. Ni se le ocurre –como planean los brasileños- una operación envolvente por el Chaco, que conduciría por mejor terreno hasta Asunción.
Solano López, al concentrar sus fuerzas en Paso Pacú le brindaba a Mitre el campo de Tuyutí, porque su plan estaba en encerrar allí a los ejércitos aliados para vencerlos en una batalla definitiva. Grave error, pues teniendo frente suyo a un general como Mitre, no debió emplearse en una sola batalla, siempre aleatoria, sino desgastar al adversario en una lucha larga. Pero Solano López aún no sabía quién era Mitre.
El 2 de mayo de 1866, el mariscal López ordenó un reconocimiento ofensivo al sur del Estero Bellaco, para imponerse de la ubicación del oponente.
Las fuerzas aliadas entraron en campo paraguayo, sin figurarse el peligro y los sinsabores que les esperaba. El ejército adversario retrocedía sin hacer resistencia. Todo vaticinaba un éxito próximo y seguro. Siguiendo las huellas de las tropas de López, avanzaron por el camino real de Humaitá, hasta llegar, sin dificultad, al Estero Bellaco del Sud, en cuyas proximidades acampó la vanguardia, compuesta de cuatro batallones uruguayos, cuatro batallones brasileños, cuatro piezas de artillería, algunos regimientos de caballería riograndesa y doscientos jinetes de la escolta particular del general Flores. Total, siete mil hombres de las tres armas.
La posición de las fuerzas de Flores era, como sigue, en aquel momento:
Los cuatro batallones brasileños citados estaban acampados detrás de una suave cuchilla. El batallón 7º, que era el más avanzado, protegía las cuatro piezas del regimiento 1º de artillería. A ochocientos metros a retaguardia estaban el 21 y 38 cuerpos de “Voluntarios da Patria”. Los batallones uruguayos Veinticuatro de Abril, Florida, Independencia y Libertad ocupaban la izquierda de las tropas imperiales.
A las doce del día, cuando los aliados se entregaban a devorar el rancho, hicieron irrupción los paraguayos por los tres pasos del Estero, arrollando los puestos avanzados de la vanguardia.
El empuje de la caballería paraguaya sembró en un primer momento el desconcierto entre las fuerzas brasileñas y orientales, más, rehechos los batallones y regimientos y recibidos oportunos refuerzos, fue rechazada junto con los cuerpos de infantería comprometidos en la operación.
En efecto, cuando la vanguardia del ejército aliado había sido completamente derrotada, el coronel José Díaz, comandante de las tropas paraguayas, quiso ir más allá todavía. En vez de ordenar en el acto la retirada, toda vez que el objetivo de la operación ya había sido cumplido, se empeñó en una imprudente persecución, sin pensar que se alejaba de su base, para estrellarse contra el grueso del ejército aliado. Y hubo de soportar, con tropas fatigadas, la presión terrible de todo el poder del oponente en movimiento.
Al otro lado del Estero, Díaz hizo fracasar un movimiento envolvente de las tropas brasileñas, intentado por el Paso Sidra, rechazándolos dos veces a la bayoneta, obligándolos a huir.
En el momento de mayor riesgo para las armas aliadas, un sargento del 1º de Caballería, Pedro Utural, “el Rigoletto del vivac, aquel bravo soldado que hacía reír en el descanso y temblar en la pelea”, picó las espuelas a su caballo y se dirigió hacia la carpa del jefe, teniente coronel Ignacio Segovia, que no se encontraba en ella pues había salido a dar órdenes para repeler el ataque. Utural pensó que la gloriosa bandera y los estandartes del regimiento podían caer en manos del enemigo y empujó a su cansado “matungo” sobre la carpa, de modo que al caer, el paño cubriera las petacas donde se guardaban las enseñas. Las lanzas y las balas paraguayas lo respetaron en aquella y en otras ocasiones, pero “una bala argentina” lo mató años más tarde en la batalla de Santa Rosa.
Segovia “estuvo muy brillante, no obstante que entre algunos no tiene fama de valiente”, acota Seeber, y agrega: “Entre nosotros, los que tienen un valor tranquilo y reflexivo no gozan del crédito de los matones y atrevidos, cuando en ellos ese desprecio por la vida suele estar en razón directa de su brutalidad, ignorancia o inconsciencia”.
El combate entre regimientos de caballería resultaba heroico y a la vez extraño. Los hombres y las cabalgaduras peleaban exhaustos. Los primeros se movían pesadamente, fatigados y mal comidos; las segundas verdaderos jamelgos, no sentían ya el efecto de las espuelas, ni siquiera de las inmensas “lloronas” que usaban los paraguayos sobre el talón desnudo. Sin embargo, la muerte hacía su obra. El sargento Froilán Leyría, de veinte años de edad, desplegaba un coraje sin límites y no daba cuartel a su lanza, empapada en la sangre de los adversarios. Hasta que catorce heridas de arma blanca lo hicieron caer exánime: sin embargo, salvó la vida y con el tiempo llegó a teniente coronel. Y el teniente Pelliza, del 1º de Caballería, que sufría un arresto al iniciarse la lucha y había pedido cambiar su encierro por un lugar en el sitio de mayor peligro, gritaba, en medio del polvo, el humo y el entrechocar de aceros, la consigna de su cuerpo: “Patria y bravura”. Por su parte, el sargento Luna, de la misma unidad, que había tomado a punta de sable un estandarte paraguayo, lo ponía en manos del general en jefe, Bartolomé Mitre, quien lo ascendía a alférez sobre el campo de batalla.
En Estero Bellaco, los guardias nacionales de las provincias mostraron que ya estaban en condiciones de pelear codo a codo con los veteranos del Ejército de Línea. El Regimiento Rosario y los batallones 1º de Corrientes, Tucumán y Catamarca, desplegaron impávidos y rompieron nutrido fuego de fusilería. En seguida. Llegaron la primera y segunda división del Primer Cuerpo, que aceleraron la retirada de los paraguayos. Sin embargo, la falta de caballos hizo imposible convertir el rechazo en completa y contundente victoria.
La noche puso término a la batalla. En esta lucha sangrienta los paraguayos sufrieron entre 1.300 y 2.300 bajas, de los cuales 300 fueron hechos prisioneros. Las bajas aliadas sumaron un poco más de 2.000 hombres (1.600 brasileños, 400 uruguayos y 61 argentinos).
El error de López en esta etapa de la guerra estuvo en replegar el grueso de sus tropas a Paso Pacú para arriesgar el todo por el todo en una sola batalla (que habría de ser Tuyutí, según su plan). Una sola batalla puede ganarse o perderse por causas ajenas al mando en jefe o la calidad de las tropas, como sucedería precisamente en Tuyutí. López suponía condiciones militares a Mitre, por lo menos dignas del prestigio pregonado en La Nación Argentina. Cuando se dio cuenta, después de Curupaytí, con qué clase de estratega tenía que habérselas, era tarde para ganar la guerra. También los brasileños habían comprendido los puntos que calzaba el General en Jefe; poco menos que exigirían más tarde su reemplazo por el duque de Caixas para que la guerra tuviese fin.
Fuentes
De Marco, Miguel A. La Guerra del Paraguay.
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
O’Leary, Juan E. El Centauro de Ibicui
Portal www.revisionistas.com.ar
Rosa, José María. La Guerra del Paraguay y las Montoneras Argentinas.
Toyos, Mayor (R) Sergio. La Guerra del Paraguay (1865 y 1870) – (Servicio Histórico del Ejército)
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