Existió hasta el 23 de noviembre de 2000, la que por entonces era considerada como la vivienda más antigua del barrio porteño de Flores: hablamos del solar o finca donde habitó don Antonio Millán, abogado y albacea de la familia fundadora del pueblo de campaña San José de Flores.
Millán, que era labrador, había nacido en el año 1753 y tuvo su ocaso en 1830. Se dice que llevó a cabo varias funciones en el primer caserío de Flores, adjudicándosele el haber sido el primer trazador de su nomenclatura allá por 1822, año en que surge el primer plano catastral del pueblo. Así, de este modo, es como nacieron las actuales avenidas Rivadavia (entonces, polvoriento Camino Real que llegaba hasta “los reinos de arriba”) y Juan Bautista Alberdi. Sobre esta última, durante la época de Rosas se le llamó “Segundo Camino a Flores”, aunque los habitantes del pueblo de campaña lo denominaban, simplemente, “Camino de Flores”.
En otro plano catastral del pueblo San José de Flores del año 1829, y en otro que fue mandado trazar por su juez de Paz, don Martín Farías, en 1830, se observan los amplios terrenos que ya figuraban a nombre de Antonio Millán en él. Millán, apoderado de la familia Flores durante largos años, recibió en herencia varias hectáreas que daban a la actual avenida Juan Bautista Alberdi, entre las calles Membrillar y Varela.
Justamente, la casa de Millán se hallaba en la actual numeración 2476 de Juan Bautista Alberdi, y había sido construida en 1829, cuando el pueblo florecía tranquilo y pujante mientras el Restaurador Rosas tomaba las riendas, por primera vez, del gobierno de la Provincia de Buenos Aires.
Antes de su injusta y criminal demolición, si uno hablaba con cualquier vecino de Flores le iba a decir que la “Casa Millán”, como se la recordaba, era, una vez traspuesto su portón, un pasaje a los orígenes de estas comarcas. Dentro, un patio colonial hermoso lleno de frutales, con galerías, bancos y aljibe daban ese aspecto rural que tenían las viviendas de entonces, hoy aplastadas por la modernidad, el cemento y lo insulso.
La historia cuenta que fue Ramón Francisco Flores, hijo adoptivo del fundador del pueblo, Juan Diego Flores, el que le otorgó la propiedad a Millán en 1829, por los servicios que éste le había prestado a la familia. Cabe recordar que los Flores han sido eximios benefactores, pues con el correr de los años fueron donando algunas parcelas de su propiedad, con el fin de que en ellas se construya la segunda Iglesia de Flores (la que pagaron Rosas y los vecinos y que fuera inaugurada en 1831) y para que el pueblo tenga su propia plaza (la actual plaza Pueyrredón). En otras tierras, se erigieron los antiguos y desaparecidos corrales de Flores, que se ubicaban entre las calles Bonorino y Camacuá.
En 1914, la casona fue adquirida por una familia de apellido Lauro, y dos descendientes de ella, que eran hermanas, vivieron hasta muy ancianas en el lugar. Al morir una de ellas, de 95 años de edad, y quedar la otra postrada en un asilo de ancianos por la zona de San Miguel, un sobrino de las hermanas puso en venta la propiedad, la cual, sin contemplación, fue muerta por las piquetas y la burocracia.
Hay varios responsables de semejante genocidio, en primer término, por la investidura que tenía, encontramos al Dr. Enrique Olivera, entonces Jefe de Gobierno porteño. Luego, le siguen: Francisco Prati –director de Planeamiento e Interpretación Urbanística de la época-, y la Constructora CIADA. Todos ellos, y seguramente muchos otros más, desoyeron que la zona donde se ubicaba esta antiquísima casa de Flores había sido declarada Área de Protección Histórica.
Unos años más tarde de la demolición de la propiedad, se había establecido que el portón sea exhibido como monumento en una plaza del barrio de Flores, con placas que indiquen a quién perteneció y expliquen la riqueza patrimonial que la misma representa para la comunidad. Sin embargo, al presente año 2014 eso no ha sucedido. Por otra parte, el portón reposa, oculto, en algún salón penumbroso del Museo de la Ciudad, lo que no hemos podido corroborar.
Hay que mencionar, eso sí, que en 2006 la firma CIADA Construcciones S.A. y el Gobierno de la Ciudad fueron obligadas a pagar, cada una, $ 1.000.000 (un millón de pesos) para programas que contribuyan a la protección del patrimonio cultural de la ciudad. La cifra se revocó en 2008 a la mitad ($ 500.000 de multa para CIADA y $ 550.000 para el GCBA). Empero, eso no alanza a justificar el crimen aberrante que cometieron y el daño moral irreparable que impusieron, con su inconducta, no solo a los vecinos de Flores sino a los porteños en general.
El sueño materialista de poder edificar en los 3.200 metros cuadrados que tenía el baldío, de acuerdo al cartel publicitario colocado allí por la firma “Naccarato Propiedades”, quedó en la nada. Cuando uno pasa hoy por la avenida Juan Bautista Alberdi 2476, podrá notar que el terreno quedó vacío, y que unos portones enrejados mal puestos y unos vallados de chapa cubren su frente: es el escenario de un lugar en litigio, o que arrastra consigo un mar de conflictos y pujas judiciales.
Como he puesto en otra nota de similar temática: ¡Pobre Flores, así lo hemos despreciado.
Por Gabriel O. Turone
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