Estancia Los Talas

Estancia Los Talas

El Partido de Luján y sus aledaños, en la provincia de Buenos Aires, integra una comarca muy poblada y cruzada por muchos caminos, al costado de los cuales se abren tranqueras de viejas y nuevas estancias, vistosas residencias rurales, quintas, haras y countries. Nada ha quedado a la vista de la campaña antigua, sólo y nada menos, que el culto a la Virgen de Luján, que evoca el tiempo de las carretas y el nacimiento de las primeras estancias.

La estancia Los Talas (Ruta Provincial Nº 47, km 19) enraíza su historia en aquellos años fundacionales, a partir de 1635, cuando el gobernador del Río de la Plata, Don Pedro Esteban Dávila, asignó esas tierras en merced real a Don Juan de Vergara. Esta extensión, sin alambrados, con haciendas criollas y ranchos de barro, fue heredada consecutivamente por varias generaciones de mujeres de la familia Vergara, hasta que un día de 1793 fue vendida a Pedro Díaz de Vivar. Treinta años después, o sea en 1824, José Mariano Biaus adquirió esta propiedad con 3.500 varas, las que todavía conserva su descendencia.

José Mariano Biaus había nacido en Buenos Aires en 1787. Fue un notable pionero del campo bonaerense, donde se atrevió a poblar en la desprotegida frontera del río Salado, en tierras donde después aparecerían los Partidos de Chivilcoy y Bragado.

El nombre Los Talas le viene a esta añeja posesión desde la Colonia temprana y se refiere a un montecito indígena de esa especie junto al que se levantaron las paredes originarias sobre las cuales se fue esbozando el casco. Este sobrevivió al primitivismo secular y creció a su manera, hasta que a partir de 1830, los Biaus fueron mejorando los ranchos, las casas, sumando cuartos unidos por corredores y patios, sombreados por el mismo monte viejo al que se agregaron nuevas especies europeas, como pauta de civilización y progreso.

Con el paso del tiempo fueron creciendo las plantas y aumentando las habitaciones. Entremedio de las paredes de ladrillos pegados con barro y otras rusticidades, se fue cerrando un cuarto grande que primero sirvió de cochera y después, de salón de estar, lugar de reuniones y, si era necesario, de velatorio.

José Mariano Biaus era muy amigo del escritor Esteban Echeverría, quien solía pasar temporadas largas en esta estancia, tanto es así que la hospitalidad de la familia le destinaba un cuarto para su descanso, por eso hay fotografías suyas y sencillos elementos que lo recuerdan. Se dice que en ese recinto Esteban Echeverría escribió partes del libro La Insurrección del Sur y muchos de sus poemas.

De esa época data la noticia de que la estancia Los Talas fue embargada por el gobernador Juan Manuel de Rosas, pues José Maríano Biaus era unitario y se vio necesitado de exiliarse en Montevideo. Durante esos años, entre 1840 y 1850, ese establecimiento estuvo destinado al pastoreo de las caballadas de las milicias federales, mientras las vacas y el mobiliario fueron a parar quien sabe a dónde.

Integrado con el paisaje infinitamente descampado y a la abrumadora soledad del pionero, José Mariano Biaus fundó otras estancias en la región, donde alcanzó a poseer dieciocho leguas cuadradas, allá por 1855. Falleció en una de sus explotaciones a los 82 años, en 1887. La estancia Los Talas quedó en herencia para su hijo José Mariano Biaus Castaño.

Entrar en el casco de la estancia es sentirse en un escenario rural donde vivieron muchas generaciones y cada una aportó lo suyo.

Superando el período de los ranchos primigenios, de los adobes originarios y de las pajas recogidas en la laguna, la cocina de esta estancia aparece como la construcción de ladrillos más antigua de Los Talas. Es amplia, cuadrangular, rústica. Separada de la casa principal, seguramente tiene reformas y agregados. Sólo sus paredes revocadas con olor a humo saben sus antigüedades y su diaria crónica doméstica. Madrugadas y atardeceres entre mate y mate, de pavas calientes y fuegos de nunca apagar. Olores a tortas fritas, tufillo de algún bicho de campo asándose al horno, aromas de frutas varias hervidas con azúcar, quién sabe cuántas fragancias de la gastronomía rural argentina, patrimonio culinario de una familia que sigue usando este fogón desde los primeros años de la Independencia.

La puerta en esquina es el rasgo que le da más carácter a esta cocina, el elemento que le da ese aire de vetustez. Sin embargo no es la original, sino que fue traída de la demolición de algunas casas de comercio de Buenos Aires colonial. Este agregado lo hizo Jorge Furt, abuelo de Etelvina Furt Biaus, quien junto a su esposo Ricardo Rodríguez fueron los beneficiarios, responsables y cuidadores de El Talar.

La cocina económica fue incorporada en 1930 y representa una pauta de progreso, al superar la humareda de los fogones de campo, con sus llamas altas y las chispas incendiarias. Pintada color verde asoleado, la doble puerta en ángulo recto se destaca más todavía en esa vieja casa rosada donde hace esquina. Las enredaderas que le cuelgan del techo suman pintoresquismo a esta imagen que por su propio encanto se convirtió en la postal representativa de esta estancia.

La casa patronal se comenzó a construir alrededor de 1860, en vida de José Mariano Biaus. Es amplia, de arquitectura italianizante, con ampliaciones y modificaciones resultado de necesidades y expansiones que fueron sumando paredes, pasillos, patios. Está integrada por varios dormitorios, salas y dos ambientes amueblados como comedores, uno de invierno y el otro de verano. Una galería frontal, infaltable en la casa rural argentina, le da el toque vistoso y tradicional, acentuado por las columnas, las cornisas y un plantío florido y perfumado que se entremezcla con el jardín.

El carácter del edificio y la atmósfera intelectual que sobrelleva este casco de estancia representa a la generación de Etelvina Biaus Castaño y su esposo Jorge Aquiles Furt. Este descendía de una familia de Burdeos radicada en Buenos Aires con comercio de lozas y porcelanas. Ella había heredado la casa en 1896, amueblada tal como la vemos hoy.

Etelvina y Jorge tuvieron dos hijos, Jorge Martín y Mariano Emilio, formando una familia que disfrutaba del campo, sobre todo en verano, época en que pasaban mucho tiempo en Los Talas. Estos hermanos expresan el período de oro del campo argentino. Además de recrear un estilo de vida rural refinado y elegante, propio de ese tiempo, también otorgaron a la explotación los criterios evolucionados de entonces, como el mestizaje de las haciendas criollas destinados a la industria del saladero y la producción de reproductores ovinos y bovinos de pedigrí.

Biblioteca de Los Talas

Jorge Martín Furt Biaus, uno de los hijos de Etelvina y Jorge, es el coleccionista que creó la notable biblioteca que identifica a esta propiedad. Desde muy joven, Jorge Martín fue un estudioso, un intelectual a quien atraían por igual la medicina, la arquitectura y todas las materias humanísticas, fruto de su paso por la universidad. Se graduó en la Facultad de Filosofía y Letras. Mientras estudiaba, desde los dieciocho años, allá por 1917, formó su biblioteca, empezando con los libros ya reunidos por su madre,

En el año 1924 obtuvo una beca para profundizar sus estudios en Europa. Allí contrajo la pasión por los libros antiguos, por las ediciones raras. Pero también le gustaba el campo, amaba esta estancia de su familia donde encontraba el espacio, el tiempo y la privacidad para vivir a su manera. Cuando tenía treinta años se casó con Isabel Celia Suárez, una joven de quince años, hija de un matrimonio que trabajaba en la estancia. Tuvieron dos hijos, un varón que falleció muy joven y Etelvina, la actual dueña.

La casa principal, que ha ido juntando muebles y elementos domésticos a lo largo de varias generaciones, contiene piezas de todas las épocas, aunque predomina el estilo colonial propio del mobiliario reunido por las viejas familias estancieras, que tienen lugares donde guardar las cosas de los antepasados. Por ejemplo, en uno de los dormitorios, hay un ropero de gran estilo, donde todavía cuelga la ropa de dama antigua de la abuela Etelvina Biaus.

A partir de su boda, Jorge Martín Furt vivió permanentemente en Los Talas, donde había mayordomo, capataces y peones que se ocupaban de la producción y mucho tiempo para estudiar, escribir y dedicarse a sus colecciones. Como también era un hombre muy sociable, le gustaba recibir la visita de amigos intelectuales y escritorios.

Quedan en los rincones de la casona y en los recuerdos de los descendientes, aquellos tiempos de bohemia intelectual, así como la evocación de personajes de almas afines, como Ricardo Molinari, Arturo Marazo, Federico Monjardín y tantos otros que frecuentaban Los Talas. Entretenidos en charlas y lecturas selectas, envueltos en esa atmósfera de bonanza rural y de nobleza criolla que caracterizó ese período soñador y romántico de principios del siglo XX, los visitantes caminaban por los caminos sombreados del monte, con olor a pasto, a glicinas, a tilos y eucaliptus.

La biblioteca de Jorge Martín Furt siguió el itinerario de su dueño. La colección empezó en Buenos Aires y fue aumentando en la Villa del Lago, en la provincia de Córdoba, donde la familia Furt se instaló por unos años. Cuando se decidió llevar la colección a Los Talas, el material reunido era tanto que fue necesario construir un edificio adjunto a la casa principal para instalarla. Este anexo se levantó alrededor de 1956 sobre la base de un proyecto del propio dueño. Se trata de una construcción con planta en forma de “U”, donde se alinean las salas y los pasillos con sus paredes cubiertas de estanterías, libros, colecciones de arte y artesanías criollas.

Luciendo una arquitectura que muestra la línea rural tradicionalista y el colorido cordobés, tiene elementos antiguos que le dan categoría, como puertas, ventanas y rejas encontradas en los anticuarios y demoliciones por el mismo coleccionista. Un enorme portal, que cierra el zaguán y abre directamente al parque, perteneció a una vieja iglesia de San Andrés de Giles. El patio que separa la vieja casa patronal y el cuerpo de la biblioteca es un espacio vistoso, recoleto y monacal, digna antesala a cielo abierto que prepara el espíritu para encontrarse con los 40.000 volúmenes que reúne en sus anaqueles.

Jorge Martín Furt falleció en 1971. Desde entonces, su hija Etelvina y su esposo Ricardo Rodríguez se hicieron cargo de Los Talas, tanto de las vacas como de los libros. Siguiendo las inclinaciones rurales de los Biaus, ellos también cimentaron su hogar entre las paredes viejas de la casona familiar. Cuando los cinco hijos que tuvieron necesitaron ir a la escuela, los Rodríguez Furt pusieron una casa en Luján, pero cuando quedaron libres de ese compromiso, se volvieron a instalar en la estancia.

Esta es la pareja que decide abrir la biblioteca a la consulta pública, aunque reservada a investigadores, historiadores y estudiosos en particular. Ricardo Rodríguez, asumió la función de bibliotecario, es quien organizó la colección con las técnicas de la biblioteca moderna, archivó y catalogó los libros y demás objetos que complementan el patrimonio.

Etelvina y Ricardo son, además, pioneros del turismo rural. Una estancia que hace mucho tiempo abre sus tranqueras al huésped que consulta la biblioteca, ya estaba preparada para recibir turistas y así lo entendieron sus dueños, que después de todo siguen haciendo lo que hicieron siempre, pero ahora con cuidadosos servicios profesionales.

Ricardo Rodríguez, el dedicado bibliotecario que administraba esta colección, falleció en el 2003. Su esposa sigue al pie de la estancia, ayudada por sus cinco hijos: Etelvina, Isabela, Mercedes, Ricardo y Elena, que están ahí, cuidando del patrimonio, así como a la octava y novena generación descendiente de José Mariano Biaus, el gran estanciero colonial que compró Los Talas en 1824.

Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Guzmán, Yuyú – La Estancia Colonial Rioplatense. Ed. Claridad, Buenos Aires (2011).
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