Rosas, Varela y Peñaloza

Juan Manuel de Rosas (1793-1877)

La lectura suelta de algunas obras permite echar luz sobre temas dados por concluidos. Dentro de éstos, se afirma sin objeciones a la vista que Juan Manuel de Rosas fue acérrimo enemigo de Felipe Varela y de Ángel Vicente “Chacho” Peñaloza. ¿Es posible anunciar que desde el crimen de Facundo Quiroga, en 1835, jamás hayan vuelto a unir voluntades estas tres figuras del federalismo argentino en pos de la soberanía nacional?

He puesto, como se sabe, un punto de inflexión en todo esto: el 16 de febrero de 1835, día en que cae muerto en Barranca Yaco el mítico y grande “Tigre de los Llanos”. Éste fue el guía de Peñaloza en esto de desenfundar sables y hacer cargas a pura lanza de tacuara, como a su vez, el “Chacho” fue el maestro de Varela, quien al asesinato de aquél en 1863, tomó la posta y la llevó con hidalguía hacia un seguro holocausto entre 1866 y 1870.

Entre Rosas, Varela y Peñaloza hubo divergencias nítidas, como ser que el último hasta ha ofrecido su humanidad en aras del unitarismo salvaje. Pero, abocándonos solamente al federalismo como sistema político, Rosas llegó al rango de brigadier general (lo que hoy sería de teniente general o, incluso en su época, como sinónimo de capitán general) y fue gobernador de la provincia más rica de Argentina. Ejerció como estadista y soberano absoluto hasta en las más ínfimas decisiones políticas, sociales, económicas, judiciales y militares. En cambio, Peñaloza llegó a ser coronel mayor o general de la Confederación Argentina y nunca ejerció gobernación alguna, ni siquiera la de su La Rioja natal. Su fenotipo es el del típico jefe de montonera más que de ejército regular (como sí lo fue el Restaurador), condición que iguala a la de Felipe Varela.

La plenitud del sistema federativo se vivió con Juan Manuel de Rosas, mientras que el “Chacho” y el “Quijote de los Andes” fueron protagonistas del tardío federalismo, el más defensivo, el que evidenció la descomposición del Partido Federal a causa, precisamente, de la carencia de una conducción fuerte y sólida que Urquiza jamás tuvo por su defección a la misma.

Tampoco es menor el dato siguiente: que todos los partes y proclamas que tanto Varela como Peñaloza suscribieron entre 1861 y 1870, llevaban explícito el apoyo a Urquiza y la condena de la “tiranía” de Rosas. Desde Entre Ríos, Ricardo López Jordán hará lo propio, como cuando redactó en su Manifiesto que Rosas era poco menos que un apóstol del “unitarismo”: “A pesar de estos antecedentes del unitarismo y de las profundas llagas abiertas en el corazón de las Provincias, la fe pura y sencilla de éstas, por otra parte sedientas de libertad, de organización y afectos domésticos, huérfanas siempre, ajenas a los goces y caricias de la unión y de un gobierno común, creyeron ciegamente que su situación iba a cambiar un año después de vencido el unitarismo en Rosas, cuando todas en paz y libertad, juraron solemnemente la sabia Constitución en 1853…”.

Todos estos indicios darían por tierra con la supuesta eterna animadversión de los tres protagonistas retratados, pero ¿es tan tajante la aseveración?

Felipe Varela, ¿fue rosista?

Felipe Varela (1819-1870)

Leo con asombro, los siguientes fragmentos que extraigo de la obra “Fechas Catamarqueñas”, Tomo I, de Manuel Soria, Propaganda S.A. LTDA., 1920. Hago constar que el autor es deliberadamente unitario-liberal. Dice así en la página 246:

“El caudillo Felipe Varela.- (21 de Junio de 1870).- Fue Felipe Varela uno de los montoneros más destacados de la época de la organización nacional.

Nació en el Valle Viejo en 1821 del matrimonio habido entre Javier Varela e Isabel Rearte.

Heredó de su padre sus tendencias gauchi-políticas y su odio al partido unitario, acaso sellado con algún atroz juramento ante el cadáver de quien le dio el ser, muerto en la revolución que intentó contra el gobierno unitario de Catamarca el 8 de setiembre de 1840.

Con voluptuoso deleite asistió a las horrendas ejecuciones ordenadas por Maza y Balboa en 1841 y deseando ser actor antes que espectador, tomó servicio en las filas del ejército rosista primeramente y después de la caída de Rosas, en el ejército de la Confederación…”

Se ha especulado con que Varela, por tratarse de un caudillo de lo que damos en llamar “federalismo tardío”, no fue adepto al federalismo de Rosas (como el “Chacho” Peñaloza, López Jordan -hijo-, Simón Luengo, Aurelio Salazar, etc.), por la sencilla razón de que la prensa unitaria ha fomentado la inventiva de que Rosas mandó matar a Juan Facundo Quiroga en 1835. Como se aprecia en la transcripción anterior, Felipe Varela al parecer fue en su juventud partidario y guerrero de la Santa Federación.

Interesante, ¿verdad?

Peñaloza, “esa ilustre víctima?

Angel Vicente Peñaloza (1798-1863)

¡Qué decir del “Chacho” Peñaloza! Andariego sin fin, vivió creyéndole a los salvajes unitarios que Rosas fue el matador de su estimado jefe, el brigadier general Quiroga, a quien sirvió como lugarteniente. Por eso, luego del crimen de los hermanos Reynafé y el capitán Santos Pérez, se plegó a las huestes unitarias del general Gregorio Aráoz de Lamadrid, deambulando con ellas entre 1836 y 1848. En esos años, Peñaloza tiene el triste desempeño de invadir en dos ocasiones a la patria, la primera en 1842, la otra en 1845, siendo derrotado en ambos intentos subversivos que lo llevaron a un profundo ostracismo político.

Su amigo, el gobernador federal de San Juan, general Nazario Benavídez, le tendió una mano y lo devolvió al terruño a partir de 1848 permaneciendo en él hasta el final del régimen rosista en 1852. Lejos de quedarse tranquilo o manso en Los Llanos, colaboró en un golpe institucional el 6 de marzo de 1848 en la provincia de La Rioja a favor de Manuel Vicente Bustos, hombre leal a Juan Manuel de Rosas en aquella geografía, si bien éste recién lo reconoció como gobernador riojano en las postrimerías de 1849, dado que Bustos se sirvió para llegar al poder de hombres de dudoso federalismo neto como el “Chacho” Peñaloza.

Recuérdese, como dato hoy anecdótico, que no pocos comandantes rosistas en sus correspondencias hablaban de “el salvaje Chacho”, incluyéndolo entre los más feroces unitarios a quien debían capturar y darle muerte donde se hallare.

Pasados los años, el mapa político argentino ahora se prefiguraba con Rosas en el exilio y a Peñaloza asesinado a lanzazos en un rancho de Olta luego de la refriega de Caucete. Y allí, envuelto en recuerdos y batallas olvidadas, el otrora Restaurador enterado de los acontecimientos del 12 de noviembre de 1863, le escribe a su confidente Josefa Gómez (una de las cinco mujeres más influyentes en la vida de Rosas, dirá Sulé) una carta llena de curiosidades y revelaciones insospechadas:

“Diciembre 6/868

“(…) S.E. el Señor Presidente Sarmiento, se ha colocado, y empezado ya su marcha, por el peor, y más funesto de todos los caminos. Su programa es opuesto al sentimiento de la mayoría en las Repúblicas de América. Hay casos en que se requiere el concurso de cuantas personas de influencia (c. 2) en la muerte de esa ilustre víctima, ocupa algunas de las páginas más brillantes, que se registran en ellos. ¡Qué vergüenza, mi buena amiga, para los injustos calumniadores de la esclarecida víctima (Peñaloza), y de nosotros, sus perdurables amigos! (…)”

No será la única vez que en su nutrido intercambio epistolar con Gómez, Rosas nombre a Peñaloza, de cuya muerte hace igualmente responsables tanto a Domingo Faustino Sarmiento como a Bartolomé Mitre, Gobernador de San Juan y Presidente de la Nación, respectivamente, al momento de acontecer el crimen de Peñaloza.

Este dato deja en evidencia, al menos, el beneficio de la duda sobre si en efecto Juan Manuel de Rosas tuvo alguna pisca de estima sobre la persona del “Chacho” Peñaloza. Y lo mismo cabría decir sobre el génesis guerrero de Felipe Varela en las filas de los ejércitos de la Santa Federación incluso después de la muerte de Facundo Quiroga. El revisionismo histórico tendrá que requisar más papeles y documentos que terminen avalando esta discreta simpatía mutua que por décadas –y siglos- la historiografía dominante nos ha querido ocultar.

Por Gabriel O. Turone

Bibliografía:

“Cartas de Juan Manuel de Rosas”, Tomo IV, 1853-1875. Cartas del Exilio, Editorial Docencia, Buenos Aires 2010

Chávez, Fermín. “El Revisionismo y las Montoneras”, Ediciones Theoría, Buenos Aires, Junio de 1966.

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Soria, Manuel. “Fechas Catamarqueñas”, Tomo I, Propaganda S.A. LTDA., 1920.

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