Casona de Marcó del Pont

Casona de Marcó del Pont

Bien cuadran los siguientes versos del poeta Baldomero Fernández Moreno que describían, en una época ya inmemorial, el abandono que abatía a la criolla casona de la familia Marcó del Pont en San José de Flores:

Tu propia oscuridad te reviste y te cela
en tu apacible andar, oh quinta hacia la muerte.
Más pronto vives en aquella tinaja
en este banco idílico,
en aquel resplandor,
en estos ocho versos que te digo
en voz baja
y en este permanente y pasajero amor.

La historia señala que Antonio Marcó del Pont y sus dos hermanas –Gregoria y María- adquirieron por 1860 dos hectáreas lindantes a la flamante línea ferroviaria que en principio tomó el nombre de “Ferrocarril del Oeste”, y que ahora se conoce por “Ferrocarril Sarmiento”. Esas parcelas se ubicaban, de acuerdo a la traza de un plano de Flores que hiciera Felipe J. Arana en 1871, entre las actuales calles Artigas, Bacacay, Condarco y las vías del tren.

En sus orígenes, el ferrocarril consistía solamente de un riel por donde iba y venía el convoy (es decir, la formación de “La Porteña”). A ese riel los vecinos del pueblo de Flores empezaron a llamarlo el “Camino de fierro”; había sido inaugurado en 1857.

Tras 9 años de construcción, la casona fue inaugurada con mucha pompa en el año 1871. Hay quienes dicen que ese año no es casual, pues coincide con el surgimiento mortífero de la fiebre amarilla en Buenos Aires, peste que causará decenas de miles de muertes y la creación del actual cementerio de la Chacarita (Cementerio del Oeste). En razón de ello, es probable que la familia Marcó del Pont, temerosa de contagiarse de aquella enfermedad, haya decidido mudarse lejos de Buenos Aires adquiriendo los terrenos en San José de Flores para construir allí su famosa casaquinta. Sin ir más lejos, existe una errónea apreciación sobre la mansión al considerársele solamente un rol veraniego o de retiro, dado que a partir de 1871 los Marcó del Pont se mudaron a la quinta de forma permanente.

Su cercanía con la estación de trenes de Flores no fue, en principio, tal cual hoy la observamos, pues la misma se hallaba por entonces a unos 200 metros de distancia respecto de la casa de los Marcó del Pont. Al rodar la locomotora “La Porteña” en 1857 en lo que fue la inauguración del ferrocarril en Argentina, la primitiva estación de trenes del pueblo tenía apenas 15 metros cuadrados de construcción, por lo que al acrecentarse la población de Flores (que pasaría de pueblo de campaña a barrio de la Capital Federal) se volvió imprescindible su destrucción para dar lugar a otra estación de mayores proporciones. Y ese nuevo espacio fue inaugurado en 1895 a escasos metros de la entrada principal de la quinta de la familia patricia, paisaje que podemos distinguir en la actualidad.

Interior de la casona

La casona Marcó del Pont es de líneas italianas tranquilas, para nada abruptas, y mirándola de frente es simétrica. Posee espaciosas 14 habitaciones, y la forma de “U” de su construcción rodea a un amplio patio que estaba adornado en el centro por un añoso aljibe. En el año 2000, el arqueólogo Daniel Schavelzon y otras personalidades más hicieron algunas excavaciones en lo que quedaba del aljibe –para entonces, prácticamente desaparecido-, cuyo agujero tenía 75 centímetros de diámetro y unos 5 metros de profundidad, medidas estándares para este tipo de instalaciones.

Los pisos del lugar estaban cubiertos por baldosas del siglo XIX provenientes de la firma Antoine-Sacoman de Marsella, Francia, preservándose solamente algunas de ellas –es decir, puestas en el piso aún- en la entrada principal de la casa antes de adentrarse uno por el pasillo principal que comunica al patio y las habitaciones. Si nos referimos a la terraza, en la misma hubo una balaustrada que el tiempo se encargó de destruir.

Como típica casa veraniega de las familias pudientes del viejo Buenos Aires, la quinta de los Marcó del Pont hace honor a las descripciones más emblemáticas que los poetas consagrados le dedicaron al Flores con aires de ruralidad. Posee, para ello, unos espléndidos jardines hacia el frente y los costados de las galerías, últimas estampas de la campaña fenecida con aires plenos de telúrico misterio.

Los registros permiten calcular la antigüedad bicentenaria del ceibo, la magnolia y el ombú que adornan el ambiente agreste de la casona. Además, las paredes internas estaban empapeladas y llenas de asientos para pasar la tarde y tomar el té. Cabe agregar, que sobre el ala izquierda de la casa, donde todavía se yergue el histórico ombú, los Marcó del Pont tenían chacras y abundante vegetación que llegaba hasta donde hoy está la calle Condarco. Todo era un oasis, la felicidad de un pueblo cargado de leyendas.

El último propietario de la casa se llamó José Marcó del Pont, quien para 1929 vendió el predio al Ferrocarril del Oeste. A su vez, la firma del riel usó el lugar como depósito por lo que su bello esplendor entró rápidamente en decadencia. Pronto, sus pastizales crecieron desprolijos, sus columnas se deterioraron y las paredes empezaron a descascararse sin que a nadie le importara.

Los dirigentes del riel ya habían extendido una segunda vía y, sin mostrar preocupaciones a la vista, querían hacer una tercera línea férrea que iba a implicar, sí o sí, la destrucción de algunos predios de las casonas que a la vera de la estación se habían construido en el pueblo de Flores entre 1861 y 1880 (como por ejemplo, la casa del coleccionista numismático Alejandro Rosa o la de la familia Blanco). Pese a ello, nostálgicos pobladores del barrio impidieron semejante zafarrancho y el tercer riel quedó en la nada.

Llegados a 1976, las autoridades municipales se apiadaron de la derruida casona y la declararon Monumento Histórico Nacional, pero debieron transcurrir otros veinte años más (1996) para que, por fin, la Intendencia de Buenos Aires tomara cartas en el asunto. De estas décadas de olvido pertenecen los versos de Baldomero Fernández Moreno que transcribí al iniciar esta nota.

Al presente, la casona de Marcó del Pont es la sede de la Casa de la Cultura de Flores, donde, de tanto en tanto, se exhiben muestras de fotografía, talleres de fileteado, obras teatrales y conferencias alusivas a lo que fue el pueblo de San José de Flores. Sobre una de las habitaciones que dan a la calle Artigas funciona la sede de la Junta de Estudios Históricos de Flores, creada en 1938 y constituyéndose, como tal, en la primera de su tipo que hubo en la Capital Federal.

Este mojón ha sido recuperado para salir al rescate de un pasado glorioso, rural, federal, aristocrático, ferroviario y quintero. El negocio inmobiliario podrá remover para siempre ese acervo que hace de Flores un lugar único en la Capital, pero eso jamás impedirá lo que ha dicho María del Carmen Tomeo cuando escribió sobre San José de Flores lo que sigue: “Debajo de la ciudad sigue estando el paisaje”. Y es cierto.

Por Gabriel O. Turone

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