A la beata María Antonia de San José (María Antonia de la Paz y Figueroa) se debe la fundación de este retiro espiritual, que aún se conserva en la calle Independencia 1190, en Buenos Aires. Esta santa mujer descendía de una familia de gobernantes y conquistadores, y entre sus antepasados figura Francisco de Aguirre, fundador en 1553 de Santiago del Estero, ciudad en la cual nació ella en 1730.
Desde niña demostró vocación religiosa, y muy joven aún se alejó de la casa de sus padres, donde había conseguido establecer la práctica de los ejercicios espirituales. Resuelta a ampliar su acción, salió de su provincia natal y recorrió Catamarca, La Rioja, Salta y Jujuy, hasta Córdoba. Allí fundó la primera Casa de Ejercicios.
A pie y descalza hizo la distancia que separa a Córdoba de Buenos Aires, entrando en esta ciudad a fines de 1779, por la calle de la Piedad (actual Bartolomé Mitre), donde la recibieron los chiquillos entre burlas y pedradas.
A poco de su llegada inició ante el virrey Juan José de Vértiz y Salcedo gestiones para lograr la fundación de un retiro espiritual. Estas gestiones no tuvieron mayor éxito (1), pero una vez vencidos los escrúpulos del obispo Sebastián de Malvar y Pinto se realizaron los primeros ejercicios en agosto de 1780.
Llegaron tandas de hasta 200 personas y la Providencia fue muy generosa en asistir a todas las necesidades de los practicantes.
La comida que sobraba se repartía a los presos y a los mendigos que concurrían a la Casa. Sor María Antonia escribe: “Veo que la Divina Providencia me socorre indefectiblemente para su continuación y que cada día más experimenta el publico el fruto de ellos. En cuatro años de ejercicios se han acercado más de 15.000 personas”.
La admirable mujer no se conformó con que estas prácticas se celebraran en una modesta casa, y se empeñó en lograr un edificio propio. Los vecinos Alfonso Rodríguez y su señora, Francisca Jirado, donaron a tal efecto en 1788 “un sitio para que en él se edifique una casa para ejercicios espirituales y beaterio, como también un obraje de hacer ladrillos para que se hagan en él todos los materiales hasta la conclusión de la obra”.
En el mismo año Antonio Alverti y Juana Agustina Martín donaron un terreno cercano al anterior, de setenta varas de frente al norte y cincuenta y cinco de fondo al sur. Para completar el solar necesario Pedro Pablo Pabón y su señora, Benedicta Ortega, cedieron un pequeño lote que faltaba.
Sólo cinco años después de estas donaciones se comenzaron a recoger limosnas con destino a la edificación de la obra. El nombre del autor de los planos no figura en ningún expediente, pero pudiera muy bien haber sido aquel generoso Alfonso Rodríguez que donó el terreno y obraje de ladrillos ya que decía estar “….pronto a emplearse en la dirección de la obra…”.
La beata Sor María Antonia se dirigió por aquella época al Cabildo, solicitando autorización para levantar la Casa de Ejercicios con su iglesia anexa. Los cabildantes le opusieron algunos reparos, hasta que al fin, en agosto de 1795, le concedieron licencia para edificar con exclusión de la iglesia pública, y exigiendo que se enviase al Cabildo, para archivar, un duplicado del plano. En las tareas de deslindes del edificio intervinieron los alarifes Juan Bautista Masella, hijo del arquitecto que trabajó en las obras de la Catedral y Juan Campos. Por hallarse Masella ocupado en otros trabajos, lo reemplazó luego Santiago Avila.
Con diversos donativos, entre ellos una cantidad de troncos de palmera provenientes de Asunción del Paraguay, se dio comienzo a la obra.
La inauguración se efectuó en 1799 bajo el nombre de Casa de Ejercicio Espirituales, pero su fundadora no alcanzó a verla concluida, ya que falleció en marzo de ese año.
Es uno de los pocos edificios auténticamente coloniales que aún quedan en Buenos Aires; sus muros son de un metro de espesor; los techos, de tirantes de palma, y las puertas de algarrobo ostentan grandes herrajes. El patio y puerta de entrada a la capilla se conserva tal cual eran a fines del siglo XVIII.
Todas las habitaciones destinadas a ejercicios dan a una galería; tiene también dependencias para las hermanas y para un capellán. Además existen dos capillas, dos refectorios y varios patios, entre los que se destaca por su puro estilo colonial el llamado “del Sacramento”, donde se encuentra la cruz de madera colocada por Sor María Antonia.
La casa posee una espadaña con tres campanas y un reloj de sol, un aljibe de brocal y un histórico banco de mármol, conservándose hasta hoy la celda habitación que ocupó la beata con todos sus efectos personales.
Tanto en las capillas, galerías, como en las demás dependencias, se guardan notables imágenes religiosas, cuadros, lienzos y grabados de mucho valor, y un retrato al óleo de su fundadora, a cuyo pie hay una leyenda que dice: “Doña María Antonia de la Paz. Fundadora de esta Santa Casa. Nació en la ciudad de Santiago del Estero, el año 1730. Murió en esta capital el 7 de marzo de 1799. Este retrato es obra de don José Salas, quien por afecto a esta señora y esta casa, lo colocó graciosamente… para perpetuar su memoria”.
Los restos de María Antonia descansan en la Basílica de Nuestra Señora de la Piedad en la calle Bartolomé Mitre 1524, Buenos Aires. Cuando muere se calcula que unas 70.000 a 80.000 personas se habían beneficiado de los retiros espirituales.
Entre los personajes de nuestra historia que se retiraron en esos claustros se cuenta Mariquita Sánchez de Thompson, Manuel Belgrano, Bernardino Rivadavia, Camila O’Gorman, Manuel Alberti, Santiago de Liniers, Bartolomé Mitre, Cornelio Saavedra, Juan José Castelli, Mariano Moreno, Juan Manuel de Rosas y Manuelita Rosas, por mencionar algunos.
La Casa de Ejercicios es declarada Monumento Histórico por Decreto Nº 120.412 del 21 de mayo de 1942.
La visita a la Casa de Ejercicios es un reencuentro con nuestra esencia. Es volver a transitar por los caminos que fueron nuestros. Es encontrar en sus paredes impregnadas de historia, los sentimientos más relevantes de nuestra identidad, hermoso testimonio de un pasado fuerte de fe, edificado por el espíritu de María Antonia quien se nos presenta como voluntad encarnada.
Recorrer sus pasillos, examinar sus muros, andar entre las celdas, es hurgar por nuestra soberanía cultural, patrimonio de nuestra historia.
Referencia
(1) Cabe destacar que el Virrey Vértiz tenía una antipatía visceral por todo lo que era jesuítico.
Fuente
Ojeda del Río, Lic. Graciela – Santa Casa de Ejercicios Espirituales
Portal www.revisionistas.com.ar
Vigil, Carlos – Los monumentos y lugares históricos de la Argentina – Ed. Atlántida, Buenos Aires (1959).
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