La aclaración pertinente nos lleva a principiar lo siguiente: el padre y doctor en teología Pedro Ignacio de Castro Barros terminó apoyando las ideas de la facción unitaria. Renegó del sistema federal poco antes de que Rosas de inicio a su segundo gobierno al frente de la provincia de Buenos Aires, terminando sus días en 1849 en territorio de Chile.
Sin embargo, no siempre abrazó el centralismo: nunca estuvo a favor del presidente Bernardino Rivadavia, al cual criticaba por su feroz reforma en detrimento de no pocas órdenes religiosas en el Plata, hacia 1825/26. De allí, que dio su apoyo a diversos caudillos federales con el fin de contribuir a la derrota de esa administración centralista y antipopular, llegando a granjearse la amistad de Juan Facundo Quiroga y, aunque suene a broma, de Juan Manuel de Rosas durante el bienio 1829-1830.
Tras el derrocamiento del brigadier general Juan Bautista Bustos en la provincia de Córdoba a manos del general unitario José María Paz, el padre Castro Barros va a brindarle su apoyo a éste, obteniendo, como contrapartida, su unción como Vicario de la Diócesis de la provincia cordobesa. Enlazado Paz por el soldado gaucho Francisco Zeballos en el paraje El Tío (10 de mayo de 1831), Castro Barros fue conducido prisionero por las fuerzas de Estanislao López hacia Santa Fe, y de allí a Buenos Aires. Un Anchorena –Tomás- hizo que le perdonaran la vida a cambio de que lo dejaran partir a Castro Barros, exiliado, hacia el Uruguay, lo que ocurrió en 1833. Y de este país zarpó para Chile donde muere.
Se rescata una valiosa carta que Pedro Ignacio de Castro Barros le dirigió a Juan Manuel de Rosas a las pocas semanas de que éste asumiera la Gobernación de la Provincia de Buenos Aires. Está fechada en Córdoba el 23 de diciembre de 1829, y guarda conceptuosas palabras hacia la asunción de Rosas como máximo dirigente provincial. Entre otras lisonjas, Castro Barros conserva la esperanza de que tal asunción erradique la irreligión y la anarquía en que había caído la patria cuando estaban los unitarios o decembristas, gestores de lo que él da en llamar “Systema impío”. No obstante, el cura no deja de manifestarle a Rosas de que es amigo del general Paz, de quien tiene plena seguridad de que no se apartará de la “Religión Católica Romana” mediante una Constitución que la avale.
La misiva es curiosa y no ha tenido la difusión que merece, por eso pasamos a transcribirla íntegramente, dado que echa luz sobre el acercamiento que tuvo el padre Castro Barros hacia la figura de Juan Manuel de Rosas, con quien luego mantendrá una acérrima y eterna enemistad:
“Excelentísimo Señor Gobernador y Capitán General Don Juan Manuel de Rosas
Córdoba y Diciembre 23 de 1829
Señor de todos mis afectuosos respetos: aunque no he tenido el honor de conocer, ni comunicar a V. E., me hallo plenamente informado de su recomendable carácter en todo respecto, especialmente en el de la religión, por sus dignos amigos los Señores Doctores Don José de Amenábar, y Don José Saturnino de Allende, quienes igualmente me honran con su amistad. Los escritos apreciables del Reverendo Padre Castañeda, que también me distingue en su afecto, me han ratificado en el mismo relevante concepto, y por lo mismo me impulsan a tributarle todo el homenaje de la mejor voluntad. En esta virtud al saber la exaltación de V. E. a la Silla de ese Supremo Gobierno, he rendido al Señor las más cordiales gracias, esperando con justicia que será el iris de paz en esta borrasca, que han suscitado contra nuestra Patria la irreligión y la anarquía. En consecuencia me tomo también la confianza de dirigirme a V. E. para tributarle las más cordiales enhorabuenas, y poner a su disposición mi persona con todo lo que valga, y mi empleo de Provisor, y Gobernador de este Obispado, que he aceptado en circunstancias tan azarosas solo por no rehusar sacrificio alguno en servicio de nuestra Santa Madre Iglesia, y de nuestra Madre Patria.
El movimiento de 1º de Diciembre del año pasado, y la muerte del Señor Dorrego me hicieron temer sobre manera el triunfo del Systema impío que en años pasados se había entablado en esa Capital. Sin embargo calmó mi zozobra con la llegada del Señor Paz a esta Ciudad, cuando nos aseguró con todo el criterio de la verdad, que el objeto de su venida no era otro que propender a la reorganización del País, proveyéndole de una sabia Constitución garantida de la Religión Católica Romana, y bajo la forma que dictaren las Provincias sea de unidad, o de federación, pues solo será legal la que proceda de este principio. Este ilustre Jefe, y benemérito Patriota no ha desmentido hasta aquí todas sus protestas, antes bien le vemos marchar con pasos heroicos hacia tan ardua, como necesaria Empresa. Me persuado que ahora le será más fácil arribar al deseado puerto en tan deshecha tormenta, con la poderosa cooperación de V. E., y del Excelentísimo Señor López Gobernador de Santa Fe, pues los contemplo como los tres principales Atletas contra los infernales Monstruos del libertinaje, y vandalaje, que devoran nuestra Nación. En esta inteligencia estoy resuelto aún al sacrificio de la vida por coadyuvar a esta gran lid, y servir en cuanto pueda a V. E. y demás Gobiernos que se han prestado a esta lucha.
Dispénseme con su acostumbrada generosidad esta satisfacción a que me he avanzado por expresarle el placer y esperanza que animan mi corazón con su nombramiento de Supremo Gobernante de esa Provincia, y por tener el honor de suscribirme su afectísimo compatriota, y Capellán
Doctor Pedro Ignacio de Castro Barros” (1)
Referencia
(1) “Pedro Ignacio de Castro Barros”, de Juan Aurelio Ortiz, Colección Los Diputados de la Independencia, Editorial del Círculo de Legisladores, Buenos Aires, 2014.
Por Gabriel O. Turone
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