Parece que después de Pavón Angel Vicente Peñaloza pensó en la formación de un gran ejército en el interior para continuar la guerra con Buenos Aires, respondiendo a esta idea su expedición a la provincia de Tucumán. No se puede precisar si tales proyectos eran de su pura invención, o si procedía por órdenes o sugerencias del presidente caído, Santiago Derqui, del general Urquiza o de quienes invocaban sus nombres.
Después de reunir en los llanos de La Rioja toda la gente que pudo, el Chacho bajó a la capital, derrocó al gobernador Domingo A. Villafañe, que no le inspiraba confianza, y puso en su lugar a uno de los gauchos de su comitiva, Juan Bernardo Carrizo (más conocido por Berna Carrizo) , designando como jefe de policía a Felipe Varela.
Era éste el jefe de mayor importancia que tenía, por ciertos conocimientos militares y sus aptitudes para el mando. A él se confió la organización y disciplina del ejército expedicionario. Al poco tiempo vino a ser el factótum de la situación; porque Berna Carrizo, no reveló ninguna condición como para ejercer el gobierno.
En cuanto al Chacho, no se ocupaba sino del reclutamiento de las tropas, mandando emisarios a convocarlas en todas direcciones.
Instalado en su humilde casa, en los suburbios de la ciudad departía largas horas con sus gauchos, a los que llamaba “mis muchachos”, debajo de un algarrobo que cubría por entero el enorme patio. Allí también daba audiencia a los que buscaban su amparo y a los altos dignatarios que lo cumplimentaban. No tuvo otra sala de recepciones para el obispo doctor Juan Ramírez de Arellano, cuando la visita diocesana de éste en 1859.
Felipe Varela, entre sus múltiples funciones, era jefe de un regimiento de caballería. Un día hizo llamar a los respetables vecinos Lorenzo A. Blanco y a Francisco y Aurelio Carreño, y les ordenó que levantaran en el vecindario una contribución en dinero para dar un suplemento a la tropa. Al parecer estos emisarios no fueron lo suficientemente persuasivos, o la gente era muy pobre, y a eso de la media tarde volvieron cabizbajos con unos cuantos pesos, en una pequeña bolsa de cordobán que llevaba en la mano el señor Blanco.
Al ver Varela el escaso resultado de la colecta se indignó y apostrofó a aquellos distinguidos ciudadanos, imputándoles mala voluntad o desidia. Acabó por decirles que ya que tan inútiles eran para auxiliar al ejército, debían servir como soldados, y los destinó sin más trámite a su regimiento. Acto seguido los hicieron pasar al corralón en que estaba acuartelada la tropa y les hicieron vestir el traje de la montonera.
Era de ver las figuras grotescas que presentaban con sus camisetas de bayeta colorada y completaban la indumentaria, si bien ellas sólo se llevaban para el combate. Los frailes de San Francisco a duras penas consiguieron que el gobernador se empeñara por la revocatoria de la sentencia.
Organizado el ejército lo mejor que se pudo, emprendió la marcha a Tucumán. El general Octaviano Navarro era gobernador de la provincia de Catamarca, y se le ha inculpado haber permitido que la invasión se hiciera por su territorio.
El gobernador de Tucumán, que lo era el ex cura José María del Campo, salió al encuentro del ejército invasor y lo halló el 10 de febrero de 1862, en el punto denominado Río Colorado, Departamento Famaillá (unos 30 km al sur de la Capital)
Según un antiguo relato de Nabor Córdoba, testigo y actor de ese hecho de armas: “El 10 llegamos a las inmediaciones del memorable campo de Río Colorado…….. Rato después, un parte de vanguardia les avisaba la proximidad de los federales: entre la polvareda, ya se distinguían los chiripás y camisetas coloradas de los mamelucos de Los Llanos, que eran más de dos mil. Al primer cañonazo, se desataron las furias del combate. Las caballerías riojanas se arrojaron sobre nuestros flancos que fueron arrollados en esa intrépida y briosa carga. Entonces Del Campo, con su serenidad inmutable y con el valor espartano que lo caracteriza, arengó a la infantería. Con sus palabras, revivió nuevo ardor en los corazones y cuatro horas después éramos dueños del campo”.
Peñaloza a punto estuvo de lograr la victoria, encabezando personalmente un ataque al flanco derecho izquierdo de los tucumanos, pero luego tuvo que ceder ante la superioridad numérica de la infantería. Intentó echar sobre el enemigo su caballada y hacienda, para romper los cuadros. Pero, después de varias horas de lucha, sus huestes debieron retirarse.
Se cuenta que al empezar el combate el Chacho proclamó a su gente y mandó ajustar las cinchas y acortar los estribos, porque se iba a pelear “juerte, hasta que la sangre nos de a la centura”.
Lo acompañaba y cabalgaba a su lado su esposa Vito (Victoria Romero), que era una mujer enérgica y avezada a todos los peligros. Llevaba la cabeza siempre atada y se decía que era para ocultar una herida recibida en algún combate.
Derrotado el Chacho, volvió a su refugio de los llanos, centro principal de su prestigio, de sus recursos, y de sus actividades, mientras Berna Carrizo, ayudado de algunos capitanejos, trataba de reunir nuevas fuerzas y formar otra división. Entre ellos se hallaban Corvalán, Tristán Díaz, Pepe González, Germán Vergara y N. Calaucha.
Cada uno tomaba el título o grado que más le acomodaba, sin más reglas ni limitaciones que el control que entre ellos mismos pudiera establecerse. Figuraba como jefe superior el coronel (en ese escalafón) Carlos Angel, miembro de una familia distinguida que se plegó a las huestes del Chacho.
Pero ahora, cuando vuelve a La Rioja, se encuentra que el anterior gobierno –ejercido por un amigo suyo- ha sido sustituido violentamente por uno que simpatiza con la causa porteña. El Chacho ha sido declarado fuera de la ley. Y cuatro columnas porteñas han invadido La Rioja por los cuatro puntos cardinales. La última resistencia contra Pavón parece a punto de ser sofocada.
Fuente
Cárdenas, Felipe – Vida, muerte y resurrección del Chacho. Ed. El Alba. Buenos Aires (1974).
De la Colina, Salvador – Crónicas riojanas y catamarqueñas, J. Lajouane & Cía. Editores, Buenos Aires (1920)
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
El Liberal, Tucumán (1863).
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