Cepeda (1820)

Quien haya oído nombrar la palabra Cepeda, no puede menos que recordar vivamente dos hechos de armas decisivos para los destinos de la nación, aunque en la mayoría de los casos se desconozcan sus efemérides y la gravitación que ambos enfrentamientos tuvieron en nuestro devenir.

El acceso a la Cañada de Cepeda requiere de un baquiano experto y de las buenas condiciones del vehículo o medio de transporte con el que queramos llegar a destino, pues no solamente que los caminos son de tierra sino que, además, el cruce de estos pasos polvorientos –que en algunos tramos se posa sobre el antiguo Camino Real- puede volverse intransitable con unas pocas gotas de agua que caigan sobre el mismo.

La mañana del Sábado 14 de marzo fuimos invitados quien esto suscribe y mi padre por Christian Varela, un simpatizante federal de Pergamino, para hacer una visita a los pagos de Cepeda. Para ello, y gracias a su injerencia, él y su hijo Facundo nos hicieron de guías en una travesía llena de ruralidad y descubrimientos. Tras una charla y mates amenos con los Varela en el interior de su hogar, nos dirigimos con presteza hacia el sitio que alguna vez le ofreció al federalismo la posibilidad concreta de establecerse como sistema político indiscutido en la República Argentina.

Entre Buenos Aires y Santa Fe

Después de tomar algunas curvas y de cruzar sembradíos que alternaban maizales y soja, cuando no alguna que otra casona antigua con su respectivo molino de viento, casi siempre vetusto e ilustrativo de las estampas camperas de Frasca o Rodolfo Ramos, empezamos a transitar una serie de caminos de tierra que, a Dios gracias, estaban bastante bien pese a la llovizna matinal que el tiempo les había deparado recientemente.

En un dado momento, Christian Varela nos indicó que habíamos arribado al sitio. Se trataba de una zona perdida en la geografía gauchesca, apenas señalizada con un cartel blanco, un monolito y un puente sencillo aunque de notoria trascendencia, pues era un anónimo paso fronterizo entre las provincias de Buenos Aires y la de Santa Fe. Con sólo cruzar el Arroyo Cepeda estábamos en una u otra provincia.

Desde su rol de guía, Varela precisó que en donde nos encontrábamos tuvo lugar la épica batalla acontecida el 1º de febrero de 1820 que enfrentó a los caudillos federales Estanislao López y Francisco “Pancho” Ramírez contra el general centralista José Rondeau, quien para la fecha ejercía como Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata. No era el lugar donde nos hallábamos el sitio donde tuvo lugar la otra batalla de Cepeda, la del 23 de octubre de 1859, que aconteció “a 15 kilómetros de distancia y a la vera del Arroyo del Medio”, nos contaba Christian Varela. (1)

“La batalla de 1820 es más conocida por “la batalla de los 10 minutos”, porque ese fue el tiempo que duró”, prosiguió diciéndonos. Ocurrió que la caballería federal de López y Ramírez tomó por sorpresa a las tropas de Buenos Aires de Rondeau por los flancos, propinándoles una tremenda devastación. Junto a los caudillos de Santa Fe y Entre Ríos se hallaba el general chileno José Miguel Carreras, quien moriría fusilado en Mendoza por 1821. El triunfo federal de la primera batalla de Cepeda se corresponde a un logro de la Liga Federal de los Pueblos Libres que comandaba José Artigas, y significó la renuncia de Rondeau, la disolución del Directorio de Buenos Aires y la visita que Estanislao López y Francisco Ramírez hicieran al Cabildo no sin antes dejar sus caballos atados en las verjas de la primera Pirámide de Mayo ante el estupor de las damas porteñas, que no podían creer semejante cuadro de “barbarie” por parte de argentinos dignos del interior. Era el triunfo de las autonomías provinciales y la transitoria debacle de la ensoberbecida y orgullosa Buenos Aires.

La trascendencia de los hechos ocurridos en el lugar donde nos situábamos contrastaba mucho del silencio y el olvido que hoy presenta. El monolito, con forma de pirámide y de aspecto macizo, yacía sin su placa, arrancada anónima y cobardemente por alguien. Se ubica sobre el lado izquierdo del camino antes de cruzar el puente y situarse en la provincia de Santa Fe. Unos metros más atrás, ni bien se avizora el fantástico paraje, en la margen derecha puede verse un cartel deteriorado –aunque firme- que, envuelto entre la arisca vegetación, reza: “REFERENCIA HISTORICA. BATALLA DE CEPEDA. 1820 – 1859”. Eso es todo. Luego, a los cuatro costados el campo traviesa gana soberanamente los rincones de la superficie. “En el lugar hay quienes afirman escuchar ruidos de tercerolas, sables y caballos que galopan con desenfreno”, nos avisa Varela, como aduciendo que el espíritu de las montoneras y los viejos guerreros sigue allí, en eterna disputa por dirimir cuál sistema debería regir los indómitos destinos de la patria.

Una escritora de El Socorro (2), doña Ermelinda Ninona, dedicó los versos que siguen a los campos de Cepeda y alrededores:

Canto a la fundación de “El Socorro”

Rompen la inmensidad del llano
los cañones de Echagüe…
noche torva;
el último querandí huye espantado
por los bajos que cruza “Las Escobas”.
Las turbas caudilleras han dejado
violencia, sangre y grises humaredas
deshechas las tropas abandonan
los pagos de Cepeda
solitaria queda la cañada
arriba los caranchos
abajo…osamentas…
La Patria llora.
Los caudillos prosiguen la pelea.
Arroyo del Medio no es un límite
Arroyo del Medio es frontera.
Los lares de mi pueblo vieron
pasar tropas maltrechas
heridos, a lomo de caballo
heridos en carretas
y en los anchos fogones de los puestos,
comentar la furia
de dos batallas fieras.
La primera en el año veinte.
La última a fines del cincuenta.
Fueron días largos,
fueron noches cruentas,
pero se hace el alba
y la luz comienza.
El riel avanza como avanza el siglo
en la pampa baguala y sementera;
inauguran las calles de mi pueblo
las gaviotas detrás de la mancera.
Se levanta la casa
la primera casa
con ladrillos traídos de las quemas
que arden allá en “La Rabona”
detrás de “La Rabona Vieja”.
El pozo.
El primer pozo
flor de cal abierta,
allí apean jinetes y volantas
los carros que pasan y que llegan
en torno a él se funde,
la sangre española con la nuestra
almacenes de ramos generales
con sus largos palenques y arboledas
la capilla, la plaza
más casas y la escuela
los días de festejos patrios
el canto y la guitarra
la taba y la yerra
y entre la tierra y Dios
desde el principio
como una escarapela
la blusa del hombre que trabaja
y las gaviotas detrás de la mancera.

Mariano Benítez

Nos alejamos del lugar fijando la brújula en dirección al pueblo Mariano Benítez, que distaba 6 kilómetros del histórico sitial donde alguna vez se enfrentaron los caudillos federales del interior contra el Directorio Supremo. Este pueblo, según el Censo realizado en 2010, arrojó una población de 168 habitantes, y fue fundado el 8 de septiembre de 1908. “Es como un pueblo fantasma perdido en el mapa”, nos refiere el pergaminense Christian Varela, nuestro guía, quien agrega: “Este Mariano Benítez fue un guerrero que peleó por la Independencia en el Alto Perú con Belgrano y Güemes”.3 Mientras caminábamos por el pueblo y admirábamos sus antiguas construcciones, notamos que las calles tienen los nombres de los triunfadores de las batallas de Cepeda, un caso atípico para una ciudad argentina si tenemos en cuenta que tanto en 1820 como en 1859 triunfaron las fuerzas federales. Así, pudimos ver que hasta el silenciado brigadier general Estanislao López tiene su merecida nomenclatura.

Tiene esta localidad –último mojón civilizador antes de pasar a territorio santafecino- una hermosa Iglesia que invoca a Nuestra Señora del Carmen, inaugurada que fue en 1923. Tiene unos hermosos jardines hacia los costados y una apreciable torre campanario que culmina con una bellísima cúpula.

Continuamos la marcha en dirección al museo del pueblo, el cual funciona dentro de un antiguo almacén de ramos generales que ahora están restaurando. La puerta entreabierta nos indujo a preguntar si se lo podía visitar, recibiendo, como era de prever en estas gauchas fronteras, una respuesta afirmativa. En lo que sería el salón central del establecimiento pueden verse objetos varios de almacén (botellas de aceite antiguas, copas de pulpería, productos de tocador, gaseosas sin abrir de más de cincuenta años, sifones de vidrio azulado, etc.), artículos de campo (aperos, pavas, bombas de agua, arados), carteles enlozados y piezas encontradas en los campos donde se libraron las batallas de Cepeda. Se aguarda la reinauguración de este museo en los próximos meses, poniéndose el énfasis en que Mariano Benítez es la localidad más cercana a los campos de batalla de 1820 y 1859.

La estación de trenes hace años que no funciona, si bien dentro de la misma se encuentra la sede del centro de jubilados y pensionados de la zona. Aún sin el mantenimiento que estas estructuras del riel necesitan para mantenerse estoicas en el
tiempo, la estación luce un vestigio de encanto y belleza. El tendido de las vías está casi tapado por la gramilla y una zorra en desuso se proyecta como la imagen principal del paisaje. Sin lugar a dudas, la desaparición de los ferrocarriles ha sembrado de silencios estos hermosos sitios de la provincia de Buenos Aires.

Ninguno de los lugares visitados hubiésemos podido conocer sin la inmejorable disposición que, tanto a mí como a mi padre, nos ofrecieron Christian y Facundo Varela, habitantes de Pergamino y consustanciados con el ideario federal y revisionista que abrazamos. Las puertas de su hogar siempre estuvieron abiertas, y para culminar la excursión histórica nos agasajaron con un almuerzo. Este gesto de camaradería, a no dudarlo, será retribuido cuando ellos deseen venirse para la Capital Federal.

Empezaba a flaquear el sol en Pergamino, y antes de que salga una rueda de mates –otro gesto criollo de los Varela para con nosotros- nos dispusimos a aprontar el regreso al tiempo que visitar a don Eduardo Barcia, un rosista tradicionalista que mora en estos pagos pergaminenses.

Don Eduardo Barcia, un rosista tradicionalista

Fuimos a visitarlo a este argentino de 79 años de edad previo contacto telefónico. Su figura emergió por entre los árboles del jardín, y en franco gesto de amistad nos hizo pasar a la humildad de su hogar. Enseguida, tomamos asiento en torno a una mesa llena de papeles y recuerdos, y a los pocos minutos apareció su señora esposa, Norma, quien afabilísima nos ofreció un mate amigo.

Don Décimo Tercero Eduardo Barcia (tal su nombre completo) es un fervoroso rosista de Pergamino que siempre hizo culto del revisionismo histórico y del folklore, sus grandes pasiones. Le pregunté, curioso, cómo se había iniciado en la revisión de nuestros acontecimientos históricos, contestándome que “fue a mis 22 o 23 años, cuando fui a trabajar a la provincia de Corrientes donde me hice muy amigo de un hijo de Filomeno Velazco, quien había sido interventor de esa provincia durante el gobierno de Perón. Bueno, su hijo era rosista y yo conversaba mucho con él, hasta que un día me regaló un prendedor con forma de la Estrella Federal que solía ponerme en la solapa de un saco que usaba cuando algunos desfiles en centros tradicionalistas”.

Agregó que “allá en Corrientes el general Velazco fue una persona muy querida, si hasta le han dedicado un Chamamé o Polca llamado “Che-rubichá”, palabra guaraní que se descompone: “Che”, que quiere decir “Mi”, y “Rubichá”, que significa “Señor, Jefe, Dios o Patrón”.” Esa pieza folklórica tiene por autores a Armando Nelli y Porfirio Zappa, y fue grabada recién en el año 1962.

“La otra veta por la cual soy rosista fue por un paraguayo que también conocí en Corrientes…porque los paraguayos fueron también federales gracias al Dr. Francia y los López. Y bueno, ahí él también leía textos sobre Rosas y me los facilitaba”, comenta Eduardo Barcia mientras apurábamos la rueda de mates.

Para sorpresa de quien estas líneas suscribe, Barcia ha sido muy amigo del Prof. Jorge Oscar Sulé, ex presidente del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas “Juan Manuel de Rosas” y, yo agrego, patrocinador de la fundación de Jóvenes Revisionistas, brazo juvenil del organismo que presido desde octubre de 2010. “Sulé es una persona muy preparada y con gran empleo de las palabras. Tengo 2 o 3 obras de él”, farfulló Barcia.

En un momento, observo justo detrás de mí un cuadro enorme que tenía la estampa del Restaurador de las Leyes. “Esa lámina la tengo desde el año 1951, y aunque es una pintura antigua, todos los que la reprodujeron le han agregado detalles nuevos”, me especificó. Junto al cuadro de Rosas había una serie de almanaques de la firma Alpargatas del año 1937, todas enmarcadas y con ilustraciones del “Martín Fierro” de José Hernández. Son espectaculares. Después continuamos charlando sobre el arte soguero criollo, las jineteadas y los cantores de Villa Mercedes, San Luis, localidad a la que Barcia suele ir una vez al año para despuntar canciones y mezclarse en jolgorios camperos.

Hacía tiempo que queríamos visitar a este casi octogenario que, al igual que Christian Varela, nos abrió de par en par las puertas de su solar. “La próxima –nos alcanzó a decir Eduardo Barcia- tiramos unos churrascos y se vienen a comer”. Sin dudas, que así será don Barcia.

El viaje ya estaba culminando, y el sol ensayaba una vez más su alejamiento. Sollozaba el occidente sobre la pampa argentina, diría el payador Santos Vega. Pero así como se iba la jornada, nosotros ya estábamos convencidos de que acabábamos de ganarnos unos cuantos amigos en la ciudad de Pergamino. Y esa es, al fin de cuentas, nuestra máxima gratificación.

Por Gabriel O. Turone

Referencias

(1) El encuentro de armas de 1859 enfrentó al general Urquiza con Bartolomé Mitre, resultando en una rotunda victoria del entrerriano. Significó la incorporación de la provincia de Buenos Aires al territorio de la Confederación Argentina, corroborando en el famoso Pacto de San José de Flores firmado el 10 de noviembre de 1859.

(2) Esta localidad también recibe por nombre Estación El Socorro o Villa Angélica. Situada dentro del Partido de Pergamino, dista a unos 26 kilómetros de la ciudad homónima. En 2010 tenía poco más de 1100 pobladores.

(3) Alcanzó el grado de coronel y se batió heroicamente en las batallas de Salta y de Tucumán. Oriundo de la provincia de Córdoba, al dejar la carrera de las armas abrazó la causa unitaria aliándose a la Coalición del Norte contra Juan Manuel de Rosas. Vencido el general Juan Galo Lavalle en el encuentro de Famaillá, Mariano Benítez fugó a la República de Bolivia. Falleció en 1858 en Buenos Aires. (Mena, Dr. Federico. Las calles de Salta y sus nombres: Coronel Mariano Benítez, Diario El Intransigente, Agosto de 2010).

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