Podríamos empezar esto al estilo de la vieja y querida novela negra, con el detective recibiendo en su cubil de 4º. Piso por escalera la visita de un desconocido que le trae un encargo insólito. Pero yo no soy detective, sino ingeniero estructuralista, a mi 4º. piso llego afortunadamente casi siempre en ascensor y el cliente que me visitó esa tarde de 1986 no era un desconocido, sino un asiduo cliente, el arquitecto Sergio Richonnier. Queda en pie como fuerte analogía lo del encargo insólito, porque este sí que lo era. Richonnier venía a consultarme sobre un tema muy particular, la factibilidad de trasladar un rancho de adobe completo, que había sido propiedad de Juan Manuel de Rosas, desde su emplazamiento en la estancia Los Cerrillos hasta la ciudad de San Miguel del Monte (en lo sucesivo simplemente Monte). Trayecto de unos 36 kilómetros
Como un Marlowe o un Spade de manual sopesé la posibilidad de llevar a cabo la empresa y me contesté que no perdía nada con profundizar un poco más en aquel desafío (días después el arquitecto me confió que su actitud había sido justamente esa cuando lo consultaron a él). El encuadre era el siguiente .al parecer, un diálogo informal entre el entonces intendente de San Miguel y quien a la sazón administraba esa propiedad familiar (Otto Bemberg II) había derivado hacia un ofrecimiento del segundo hacia el primero. Obsequiaría el rancho a la ciudad si se encargaban de llevarlo. Incluso se haría cargo de los gastos del traslado. Rápidamente el intendente le tomó la palabra y consultó a Richonnier que me consultaba a mí sobre las posibilidades prácticas de la empresa. Había un contexto político y doméstico que no investigué demasiado entonces, el rancho era desde hacía tiempo patrimonio histórico y el propietario estaba obligado legalmente a facilitar e acceso al mismo, situado a pocos metros de la casa principal de la estancia, con el consiguiente incómodo desfile de visitantes. Además el peronismo acababa de ganar las elecciones en la Provincia y es un movimiento donde la figura del brigadier Rosas es muy apreciada (en todo el espectro político lo es en Monte y aledaños). El estanciero bien podía temer que a algún funcionario particularmente devoto se le ocurriera expropiar toda su propiedad haciendo centro en aquella pieza histórica. La pregunta obvia sobre el menos costo de construir en otro lado lo que costaría mucho transportar se contestaba con muy pocas pero claras palabras; los humanos no gustamos de las copias, aún de las copias mejoradas.
Y allí estábamos
La construcción, relevada por el arquitecto, media unos 5 m x 24 m, un sencillo conjunto de seis habitaciones contiguas, con paredes de adobe de espesores entre 0,60 m y 1,20m Techo de paja sobre estructura de madera, piso de ladrillos. No hay consenso sobre su origen se habla de 1800 veintitantos. Rosas la utilizó en los 30s y 40s del siglo XIX. Seguramente fue construida por etapas (de ahí las discrepancias sobre fechas de origen). La última de las cuales se sitúa en los 1880. Para algunos estudiosos, Rosas usaba la construcción solo para dormir la siesta, para otros regía desde allí los destinos de la provincia. No parece haber sido en absoluto funcional para esto último.
En todo caso, nuestro tema era otro. La idea previa era levantar el conjunto, con techo, piso y una cierta cantidad de suelo circundante.
Evaluamos rápidamente el peso de todo aquello, que se situaba en las 600 toneladas. Para quienes no estén familiarizados con pesos considerables, mencionemos que es el peso de un Boeing 747 (un Jumbo), cargado y con combustible completo…20 semirremolques al tope o 12 locomotoras medianas.
Descartamos la variante de inmediato, no hay camino ni vehículo para peso semejante. Debíamos prescindir del suelo y del piso, que debía llevarse fraccionado, bajamos el valor a algo más manejable, aunque todavía elevado, 230 a 250 toneladas de paredes (casi todo) y techo (casi irrelevante).
Los norteamericanos ya solían por entonces mover casas enteras pero en todo lo que conocíamos se manejaban con livianas estructuras de metal yeso y aglomerados, no el mastodonte que teníamos por estas pampas. Además los recorridos eran cortos, más bien cambios de emplazamiento para despejar espacios.
Pasamos a estudiar el izaje y el transporte. Hace muchos años que mi madre me enseñó en la entrada de un supermercado que las bolsas pesadas y frágiles se toman desde abajo. Había pues que descartar de plano grúas tomando al rancho desde arriba. Pero introducir elementos por debajo de los cimientos no era fácil. Resultó claro además que había que multiplicar los puntos de apoyo, esto es conseguir un elemento intermedio entre los de izaje y la carga a elevar. Esto nos llevó a concebir una especie de chasis de hormigón armado que copiara por debajo la estructura de las paredes del rancho (debían ser entonces dos vigas longitudinales largas y siete transversales cortas). Le estructura debería ser lo bastante rígida como para tomar y elevar el conjunto sin afectar el rancho en la operación… Esto podía lograrse haciendo a las vigas transversales sobresalir una par de metros e introduciendo bajo sus extremos sendos gatos hidráulicos que se encargarían del trabajo. (Ver vista)
Nuestros números para el peso del chasis nos dijeron que íbamos a agregar unas 130 toneladas a la carga a izar y trasladar, pero no había alternativa.
Interrumpimos allí con promesas de continuación, pero pasaron varios meses en que el asunto estuvo dormido. Yo ya había asumido que sólo habíamos hecho un divertido ejercicio intelectual cuando el arquitecto reapareció allá por agosto del 87 lleno de premura que le trasmitían desde Monte. Se preveían fuertes lluvias y posibles inundaciones en el varano, había que trasladar el rancho en un par de meses.
Perfeccionamos el diseño de las vigas de hormigón (ver esquema), que sería construida por una técnica bien conocida en la construcción que permite completar pantallas corridas debajo de muros o cimientos ya hechos. Lo que se llama submuración, básicamente consistente en construir por partes, con armaduras de acero que se van empalmando al progresar el trabajo. Se decidió que los gatos debían elevar al rancho hasta que un elemento de transporte pudiera ser introducido, (respetando la sabia recomendación materna respecto de los bultos frágiles), por debajo de la carga a transportar. Contactamos a las empresas del rubro transportes y concluimos muy rápidamente que solo una disponía de un vehículo adecuado… Se acaba de llevar una gran pieza de puente en él y tenía las dimensiones adecuadas. Sobre todo, contaba con una plataforma elevable hidráulicamente que se adaptaba a nuestras necesidades. Los gatos elevarían el rancho algo más de un metro, el carretón con su plataforma en el punto más bajo se deslizaría por debajo del chasis y elevaría después su plataforma reemplazando a los gatos. Y a partir de ahí…sólo quedaba el transporte.
En el lugar
Fuimos a ver el rancho a principios de aquel noviembre. La palabra rancho, que se asocia habitualmente a una construcción muy precaria, no debe llamar a engaño. Lo que se erguía ante nosotros tenía una solidez y vocación de permanencia que lo asemejaba más a un monumento que a una casilla. Verlo y concluir que todo el proyecto era un disparate casi fue la misma cosa. Una cosa es dibujar esquemas sin peso, hacer números y elucubrar sobre el papel y otra muy distinta ver, tocar y sentir el objeto real de aquellas dimensiones y pesos.
Una buena noticia era que el rancho carecía de cimientos, sus gruesas paredes asentaban directamente sobre el terreno. La otra era que se habían empleado en su construcción casi todas las técnicas conocidas de construcción con adobe, confirmando que se lo había erigido en múltiples etapas.
Se comenzaron las excavaciones para construir el chasis de hormigón armado, por lo dicho menos profundo de lo que habíamos estimado. Toda la operación insumió pocos días, y cuando concluyeron ya estaban en escena los elementos tecnológicos, los gatos y su maquinaria hidráulica, solo faltaban allí el carretón demasiado costoso para inmovilizarlo en una espera, y su tractor de remolque. Todo ello provisto por la empresa de transporte que ponía además en obra decenas de obreros, un ingeniero y varios capataces muy capacitados. Y por fin se pudieron instalar los gatos en sus apoyos de madera dura y estaba todo listo para iniciar el izaje…pero eran las 9 de la noche.
La ansiedad pudo más que la sensatez, decidimos dar presión a los gatos, a ver que pasaba. ”Tantear el bulto”, en la expresión del capataz. Y comenzamos gradualmente, el compresor empezó su trabajo y los gatos se esforzaron sin que durante largos minutos sucediera nada. Íbamos a dar la orden de apagar todo y esperar al otro día cuando sucedió algo más que significativo. Una tímida línea de claridad apareció entre el fondo de la excavación y una de las gruesas vigas… La linterna del capataz nos marcaba desde el interior del rancho, el renovado hecho mágico de la irrupción de la luz. ¡El rancho se estaba separando del suelo! La perspectiva del mundo o al menos de nuestra pequeña región del mundo nos cambió de un solo golpe, experimentamos una mini revolución copernicana al percibir que lo que siempre había sido parte del reino de lo inmóvil podía pasar en instantes a ser tan movible y trasladable como un maletín o una maceta. Sólo era asunto de tamaño después de todo.
El izaje
Por la mañana reanudamos la tarea llenos de confianza.
La secuencia era así.
Teníamos siete gatos por lado, conectados en paralelo al compresor. La potencia de la máquina nos limitaba a levantar la mitad del peso por vez. Activábamos alternativamente los gatos de estribor y los de babor (terminología que resultó muy útil una vez que establecimos cual era la popa y cual la proa del rancho) en carreras de 10 cm, sin que hubiera nunca in desnivel mayor de 5 cm entre las “bandas”. Para ello, la primera carrera fue de sólo 5 cm. A cada carrera colocábamos cuatro placas -tacos de quebracho de 1 pulgada de espesor (2,5 cm) hasta la altura lograda, liberando así a los gatos que quedaban disponibles de encaramarse a una pila similar de 10 cm más de altura-. La operación demandaba la tarea de mucho personal, que se ocupaba de la confección y aplomado de las pilas de quebrachos, reacomodaba los gatos inactivos de momento, controlaba a los activos, etc. Con esta laboriosa técnica, cuando anocheció habíamos logrado separar a nuestra mole 60 cm de la madre tierra y nos fuimos a dormir con el mejor estado de ánimo.
Pero no fue una buena noche para la operación que tan bien estaba yendo.
Los otros profesionales y yo dormíamos en un hotel de Monte a pocos kms. de la obra. Cuando llegamos al día siguiente estaba el campamento revolucionado, con gente que se afanaba toda prisa, cortando y colocando puntales. Comprendimos los motivos de la alarma y el trajín cuando vimos el rancho muy escorado, una de las piezas de quebracho que se deslizó mientras dormíamos amenazaba con hacer zafar a la construcción de sus restantes puntos de sostén, que por trabajar fuera de centro podían romperse o derrumbarse, lo que sucediera primero; la catástrofe hubiera terminado definitivamente con la reliquia y con toda posibilidad de reparación. Una construcción de adobe de cientos de toneladas que cae 60 centímetros no tiene futuro posible. A duras penas conseguimos asegurar el rancho y más relajados comenzamos la delicada tarea de hacerlo recuperar de la escora ayudándonos con los gatos trabajando en un ángulo inverosímil, apoyados en asientos logrados a pura pala y madera dura… Era bien entrada la tarde cuando lo restituimos a una posición de equilibrio y estuvimos en condiciones de reanudar la tarea regular. Solo elevamos 10 cm ese día, y con la experiencia adquirida cuidamos muy bien de que el rancho pasara la noche perfectamente nivelado y asegurado.
Al otro día debía ausentarme a Buenos Aires para atender otros asuntos y pensaba dormir en la capital. Pero el rancho me deparaba otro destino. A media tarde sonó el teléfono y era Richonnier comunicándome con bastante alarma que se había abierto una fea y larga fisura (un metro por casi 2 mm) en una de las vigas del chasis. De inmediato pregunté por la salud de la estructura de adobe que hasta el momento no había dado signos de rebelión ante el manoseo al que era sometida. Presentaba también una fisura en continuación de la de su apoyo en el hormigón, pero era bien más corta que esta. Salí para Monte una vez más, en aquel tiempo eran unas dos horas como mínimo (no existía la actual autopista hasta Cañuelas). Las operaciones se habían suspendido por prudencia y los directores nos dedicamos a un análisis bastante complejo de diagnóstico y tratamiento de la anomalía. Por fortuna tuvimos pronto éxito con ambos. Desconectando sucesivamente dos de los de los gatos de estribor conseguimos una redistribución de pesos que cerró prontamente la fisura en el hormigón y también la del adobe. Esto último fue muy positivo, casi no hay literatura (y mucho menos la había en esa época pre-internet) sobre el comportamiento estático y elástico de estructuras de adobe. El fenómeno comprobaba que ese material posee una deformabilidad sin romperse y una elasticidad (es decir una capacidad de recobrar la forma alterada por cualquier causa) bien mayores que lo que podía esperarse. Y no hubo más fisuras visibles hasta el fin de la historia.
Reparada la anomalía se pudo reanudar el izaje y el crepúsculo nos encontró a 1,10 mts. de altura, a pocos centímetros de lo necesario para que el carretón pudiera empezar su trabajo.
El transporte
Pero lo mejor estaba por venir.
Porque lo que teníamos hasta el momento sólo era una gran abertura en el terreno con el rancho flotando a 1m de altura sobre pilas de quebracho que aparecían endebles ante su tamaño.
levar a nuestro amigo hasta los 1,15 m de altura previstos insumió apenas el comienzo de aquella memorable mañana. Entretanto hacía su entrada triunfal una pieza vital de aquella obra, su Majestad El Carretón. Casi 25 mts. de largo, tres con cuarenta de ancho y 128 ruedas para trasmitir al piso las 300 y pico toneladas del caso. Casi tres toneladas por rueda. Como el tractor debería lidiar con todo aquel peso del rancho más el carretón, estaba provisto de un lastre importante sobre las ruedas tractoras a fin de proveer la tracción necesaria. Eran más de 4 m3 de hormigón con un peso de 10 toneladas.
Había dos complicaciones. Visto de cerca, el puente ubicado en el acceso de la ruta 3 a Los Cerrillos había resultado no confiable. Previa consultas a Vialidad provincial, decidimos sacar el convoy hacia la Ruta 41 en proximidades de General Belgrano y de allí a Monte. Eso aumentaba casi 70 km el recorrido, pero la seguridad lo justificaba. El otro tema es que una cosa es elevar suavemente el rancho sobre gatos hidráulicos y otra muy distinta transportarlo, aunque fuera a marcha lenta haciendo frente a irregularidades, giros y pendientes del camino. Sobre este tema yo había charlado con colegas que en general no eran optimistas en relación a la adaptabilidad del material. Incluso sé de apuestas al respecto. Había quien afirmaba que se iba a desintegrar tras algunos metros de recorrido y quien pronosticaba una debacle al intentar el más ligero cambio de dirección. Yo había instruido muy seriamente al piloto del tractor acerca de la rigurosa conducta de manejo necesaria para llegar a bien puerto. Muy poco creían en el éxito final de la empresa, repito que en el siglo pasado contábamos con casi nula experiencia en el tema. Para mejorar la respuesta a efectos dinámicos habíamos diseñado un sistema de puntales graduables y tensores de acero destinado a convertir al rancho en una especie de paquete rígido en sí mismo. Ese sistema fue instalado en el interior de nuestra construcción aquella mañana como operación previa y allí fue el carretón descendiendo por la rampa y ocupando casi toda la cavidad apenas unos 10 cm por debajo del chasis del rancho. Cuando estuvo en posición fue el momento de transferirle la carga, otra operación delicada. Seguí esa operación a bordo del rancho a fin de verificar el comportamiento de puntales y tensores. Hubo una ligera sacudida cuando al elevarse la plataforma del carretón chocó primero y levantó después la carga del rancho. Todas las 30 y pico de toneladas se desprendieron sin ser vistas desde el tope de las pilas de quebracho, giraron 90 grados para tomar por las vigas desde donde venían y por estas viajaron a reposar sobre la plataforma metálica del carretón, que obediente a las leyes de la física reaccionó de inmediato con una fuerza igual y de sentido contrario y todos contentos. Pero el viaje invisible produjo abundantes crujidos y rumores en las uniones, las vigas de hormigón adaptaron su forma a la nueva situación e incluso hubo un par de chasquidos cercanos que indicaba la falla de algún tensor, pero tuve suerte. Ninguno acertó a mi cuello y mi cabeza siguió en su sitio. Y una vez desembarazado de los gatos y los tacos que lo habían sustentado hasta momentos antes, el rancho empezó su primer viaje con otra pequeña sacudida.
Lo primero fue emerger de la cavidad y –en mi privilegiado caso- advertir como se desplazaban hacia atrás la casa principal, la del casero y demás dependencias de la estancia. Pero para los de tierra el espectáculo debía ser aún más llamativo a juzgar por las exclamaciones, los aplausos y las fotos en cadena de los muchos que se habían reunido para la ocasión, personal de la estancia, autoridades municipales, militantes políticos y simples curiosos. Es difícil describir el enorme cambio que se produce en cualquier paisaje cuando se retira de él una construcción importante. Ahora es bien fácil simularlo en computadora, en aquel momento lo único disponible como ejemplo eran las demoliciones y, ya en tono dramático, los derrumbes. El único incidente llamativo fue que el fotógrafo más entusiasta decidió compartir mi viaje y corrió varios metros para intentar treparse, pero no se pasa en un momento de encargado de estancia a saltador de vehículos, por suerte la rodada no tuvo consecuencias. A todo esto, el más desconcertado de los testigos parecía ser el fiel perro de la casa que había estado cono nosotros durante todo aquel mes de preparativos y de acciones.
Se lo veía perdido, miraba el rancho en movimiento con aire desamparado, nos siguió por algunos metros, giró en redondo y volvió a su puesto habitual sin dejar de mirar alternativamente al rancho y a la casa principal. Por último ladró dos veces y desapareció por tres días.
Hubo una primera parada para evaluar resultados, que resultaron satisfactorios. Ante la amenaza de lluvia los entendidos en el clima local dictaminaron que convenía apresurar la salida, para superar el largo tramo de tierra y llegar al pavimento cuanto antes… Por compromisos yo no acompañaría este último tramo así que allí partir a nuestro querido rancho, ya no más inmueble, en la primera curva que el piloto, olvidadas por completo mis recomendaciones de manejo tomo casi casi en 64 ruedas. Un conductor argentino obedece siempre al mandato ancestral de llevar su máquina al límite.
La travesía duró unos cuatro días y la conozco por terceros. El convoy avanzaba majestuosamente, precedida por un camión con operarios que cortaban cables telefónicos demasiado bajos. Y seguida por varios camiones con operarios auxiliares y por un par de grúas para emergencias. Pero la lluvia llegó antes de lo previsto y a las pocas horas de marcha hubo un primer encajamiento que fue superado con ayuda de decenas de palas manuales y la fuerza combinada de las grúas par arrancar al tractor y al carretón de su prisión de barro. Pero en una segunda oportunidad ni toda la fuerza de personas y máquinas pudo liberarlo. Hubo que desensillar durante tres días, dispersando al personal en refugios de la zona dejando sólo una pequeña guardia a la que, por cierto, no le faltó techo.
Epílogo
Pero, como siempre hasta ahora, la lluvia terminó por cesar, el rancho llegó a Monte con demora pero con gloria y fue recibido en acto público, con todos los honores. Se lo llevó a un lugar contigua a la laguna que adorna la ciudad y se operó a la inversa del izaje para depositarlo amorosamente en su emplazamiento (¿definitivo?). Allí estaba esperándolo su viejo piso y los terraplenes como para imitar lo mejor posible la que fuera su posición durante siglo y medio. Así se exhibe hoy a los muchos visitantes. Así lo visito de vez en cuando en soledad…
Por el Ing. José Blanco
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