Paraguarí, a 14 leguas de Asunción, es un punto estratégico, porque cierra la entrada de los valles cercanos. Su costado derecho está resguardado por un tributario del río Paraguay, el Caañabé, y su costado izquierdo por una cadena de pantanos prácticamente imposibles de vadear.
Aquí se instala el ejército de Velasco, integrado por 7.000 hombres. Las avanzadas están protegidas por 16 piezas de artillería fortificadas, 800 infantes y dos divisiones de caballería bajo el mando directo de Velasco. El grueso de las tropas paraguayas, en dos cuerpos, ocupa los pasos del Caañabé. Fatalmente, Belgrano tendrá que encontrarse con este ejército, ya que Paraguarí obstaculiza su camino hasta Asunción. Por otra parte, la emigración masiva de los paraguayos de los puntos por los cuales avanza el general porteño hace más compleja su marcha. Casi todo el ganado ha sido retirado de los campos para dificultar las operaciones de Belgrano, que comienza la marcha hacia su objetivo el 25 de Diciembre. El 7 de Enero de 1811 llega a Tebicuarí, donde se repite la desolada escena de una total ausencia de pobladores. Pero antes de atravesar este punto se produce un breve encuentro con un destacamento paraguayo, que abandona algunas armas y dos prisioneros: un criollo y un español. El español, por su condición de tal y por estar armado, cae bajo la condena que ha dictado la Junta de Buenos Aires contra los peninsulares, y en el acto es fusilado.
Mientras Belgrano se acerca a Paraguarí, sus fuerzas son vigiladas por los paraguayos desde la altura de los montes. En la tarde del 15 de Enero, en el arroyo de Ibáñez – a dos leguas de Paraguarí – los patriotas avistan una avanzada enemiga que emprende veloz retirada. Este y otros detalles hacen apresurar la marcha del general porteño que, una vez cruzado el Ibáñez, se adelanta con su escolta y su estado mayor hasta el cerro Mbaé (fantasma, en guaraní, aunque los realistas lo conocen por Cerro del Rombado). Desde lo alto del Mbaé, puede ver de pronto Belgrano, con auxilio de sus anteojos, al ejército rival que lo espera en formación de combate. Sus oficiales no advierten nada, porque el rostro del general permanece imposible. Cierra sus anteojos y ordena en tono reposado:
-Acamparemos en la margen izquierda del Ibáñez.
Así se hace, y a la noche Belgrano se retira a su tienda, donde conversa con Mila de la Roca, a quien le confía lo que ha visto esa tarde.
- Es menester convenir en que los enemigos son como moscas – reconoce Belgrano – pero en la posición en que nos encontramos hallo que sería cometer un grande error emprender ninguna marcha retrógrada.
-Sin embargo, las fuerzas son muy desparejas – observa Mila de la Roca -. Además, estando tan lejos de nuestra base de operaciones, en caso de haber un contraste las consecuencias pueden ser catastróficas.
Belgrano mira fijamente a su amigo, y concluye serenamente:
- Más le digo a usted, y es que para nosotros no hay retirada, sin que primero tratemos de imponernos atacándolos, si es que ellos no nos atacan antes. Esos que hemos visto esta tarde no son en su mayor parte sino bultos; los más no han oído aún el silbido de una bala, y así es que yo cuento mucho con la fuerza moral que está a nuestro favor. Tengo mi resolución tomada, y sólo aguardo que llegue la división que ha quedado a retaguardia, para emprender el ataque.
La Batalla de Paraguari
El 17, Belgrano ordena levantar un altar portátil en la cumbre del cerro, y el capellán del ejército oficia la misa. Los paraguayos, desde la planicie, observan con sorpresa la ceremonia, pues, convencidos de que debían luchar contra herejes, habían agregado cruces a sus sombreros. Y así, asombrados y piados, los mismos enemigos, de rodillas, oyen el Santo Oficio.
A las dos de la mañana del 18 todo está ya preparado. En primer lugar, una división de 220 hombres y dos piezas de artillería, que tiene la misión de iniciar la ofensiva. La segunda división, integrada por 250 infantes y otras dos piezas de artillería, se coloca a retaguardia para apoyar a la primera. Ciento treinta hombres de caballería cubren los flancos, Belgrano, con 70 soldados de caballería y 2 piezas de artillería sostiene el campamento. Los peones de las carretas enarbolan palos, que a la distancia pueden confundirse con armas.
A las tres de la mañana se inicia el avance, y una hora después suenan los primeros disparos.
El tronar de fusiles y cañones se oye durante algo más de media hora. Cuando el sol comienza a alumbrar el campo de batalla, se advierte que la infantería realista está dispersa, habiendo abandonado la principal batería, integrada por 5 piezas de grueso calibre. Velasco se da cuenta en seguida del desastre y opta por abandonar apresuradamente el terreno.
Luego, ya serenados los ánimos, se reúnen las informaciones, y entonces se advierte lo que ha ocurrido. El mismo Velasco lo relata:
“A pesar de la sorpresa que debió causar en nuestro ejército este movimiento inesperado de los enemigos, se les contestó con viveza y valor por la infantería y artillería de dicha división; sostuvo media hora el fuego, y ella hubiese derrotado a los insurgentes, si la primera impresión de la sorpresa no hubiera dispersarlo la mayor parte de las tropas de que se componía.”
Belgrano destaca entonces 120 hombres de caballería en persecución de los enemigos, que huyen hacia la iglesia de Paraguarí. Pero los soldados expedicionarios se dedican a saquear los equipaje del cuartel general en vez de continuar la operación. Los paraguayos vuelven pronto de su sorpresa y en dos alas rodean a la división patriota, abrumándola con el fuego de once piezas de artillería. Durante tres horas el fuego continúa cruzándose mientras otro cuerpo de patriotas, creyendo ganada la batalla, insiste en el pillaje.
Los soldados, sometidos a intenso fuego por e enemigo, quedan de pronto sin proyectiles. Belgrano, a dos millas de allí, les envía una pieza de artillería y un carro con municiones, protegidos por un destacamento de caballería. El grupo se acerca velozmente, pero los patriotas lo confunden con el enemigo:
“¡Nos cortan!”, es el grito que se extiende por la filas criollas.
Se ordena entonces tocar la retirada, y los 12 hombres que han avanzado hasta la Iglesia, queda abandonados.
Desde lo alto del cerro, Belgrano advierte la confusión. Monta a caballo, y a todo galope desciende para contener la retirada. Pero todo es inútil. El desaliento ha minado a los oficiales. 120 prisioneros, 10 muertos y 15 heridos – éstos, salvados a hombros- es el saldo del encuentro por parte de los patriotas, mientras que los realistas registran 30 muertos y 16 prisioneros.
Iniciada bajo los augurios de la victoria, la recia batalla de más de cuatro horas ha concluido en derrota. Belgrano escribe el parte a la Junta de Gobierno: “Saldremos dentro de dos horas para volver por el camino que trajimos – adelanta en su oficio-. Mi ánimo es tomar un punto fuerte en la provincia, en donde pueda fortificarse hasta mejor tiempo, y hasta observar el resultado de las medidas que medito, para que se ilustren estos habitantes acerca de la causa de la libertad que hoy miran como un veneno mortífero, todas las clases y todos los estados de la sociedad paraguaya”.
Tres días tardan las tropas en atravesar el río Tebicuarí; al cabo de ellos aparecen en el horizonte los paraguayos, que han decidido reanudar la persecución, aunque manteniéndose a distancia. Cuarenta y ocho horas más tarde Belgrano traslada su campamento a Santa Rosa. Aquí llega a fines de enero y recibe un correo oficial de Buenos Aires. Son los pliegos de su ascenso a Brigadier general, un nuevo cargo recién creado por la Junta. Por curiosa coincidencia, el despacho tiene fecha 19 de Enero de 1811: el mismo día de la batalla, de Paraguarí. “Sentí más el título de brigadier que si me hubiesen dado una puñalada”, escribirá más tarde Belgrano al recordar este episodio.
Fuente
Efemérides Culturales Argentinas – Ministerio de Educación Ciencia y Tecnología.
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
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