A fines de siglo, Buenos Aires tenía sus zonas ambiguas, el arrabal, las “orillas”, donde la ciudad se mezclaba con el campo y cuya caótica organización, haciendo difícil la individualización de sus habitantes, las convertían en refugios de aventureros y fugitivos, y les daban la atmósfera peculiar de un pueblo de frontera.
Una de esas zonas era Tierra del Fuego, situada entre las actuales Avda. Las Heras, Avda. del Libertador, Pueyrredón y Coronel Díaz. Borges dedica una minuciosa descripción: “Bajando por la calle de Chavango (hoy, Las Heras) el último boliche del camino era La Primera Luz, nombre que a pesar de eludir sus madrugadores hábitos, deja una impresión justa de ciertas calles atascadas sin nadie y al fin a las cansadas vueltas, una humana luz de almacén. Entre los fondos del cementerio colorado del Norte y los de la Penitenciaría, se iba incorporando del polvo un suburbio chato y despedazado, sin revocar; su notoria denominación, la Tierra del Fuego. Escombros del principio, esquinas de agresión o soledad, hombres furtivos que se llaman silbando y que se dispersan de golpe en la noche lateral de los callejones nombraban su carácter. El barrio era una esquina final. Un malevaje a caballo, un malevaje de chambergo mitrero sobre los ojos y de apaisada bombacha, sostenía por inercia o por impulsión una guerra de duelos individuales con la policía. La hoja del peleador orillero sin ser tan larga -era lujo de valientes usarla corta- era de mejor temple que el machete adquirido por el Estado, vale decir con predilección del costo más alto y el material más ruin. La dirigía un brazo más ganoso que atropellador, mejor conocedor de los rumbos instantáneos del entrevero. Por la sola virtud de la rima ha sobrevivido a un desgaste de cuarenta años un rato de ese empuje: Hágase a un lao se lo ruego, que soy de la Tierra’el Fuego.
No sólo de peleas: esa frontera era de guitarras también”.
La orilla suroeste era el Matadero del Sur -de 1872 a 1900- o Corrales Viejos (el actual barrio de Parque Patricios) alrededor del cual se constituiría una zona de almacenes, bailongos, garitos de juego, reñideros de gallos, frecuentados por los matarifes, y donde se bailaba el tango entre hombres solos.
En las proximidades estaba la quema de basura y su apéndice el barrio de las Ranas, entre las calles Atuel, Asencio y las vías, donde vivían hacinados en antros de lata y cajones, más de trescientas personas en medio de una nube de moscas y una incesante humareda que surgía del suelo, arrastrándose sobre la basura y comiendo los restos hediondos que arrojaban los carros.
También la otrora zona residencial de San Telmo se había constituido, hacia fines del siglo XIX, en “arrabal” abundante en cuchilladas entre matones y donde, en un lugar de diversiones llamado La Red, en la bajada de San Telmo, se bailaba el tango entre hombres solos.
Cerca de allí, en Montserrat estaba la calle del Pecado, después llamada Aromas, que conociera su momento de auge ya en los primeros años de la Revolución de Mayo, como zona de negros y candombes. En Constitución, por su parte, la orilla turbulenta estaba entre las calles Rincón y Pasco; allí se encontraba el café “La Pichona”, donde la Moreira, famosa prostituta de la época, bailaba el tango, aprovechando, junto con su macró, llamado el Cívico, a “tirar la lanza”.
Siguiendo por Rincón, veinte cuadras más arriba, por Junín, a la altura de Lavalle, se amontonaban los prostíbulos más famosos de la época: Manita, Norma, El Chorizo, Clarita, Las Esclavas, El Gato Negro, Las Perras. Tanta fama llegaron a tener que “ir a Junín” se convirtió en una frase hecha. En 1908 el gobierno decidió suprimir, por decreto, los prostíbulos de esta zona, por considerarla demasiado céntrica; pero los rufianes que los administraban, mantuvieron la propiedad de los inmuebles a la espera de una próxima reapertura que nunca se produjo. Entretanto los ex prostíbulos deshabitados se convirtieron en refugio de maleantes y el barrio fue, durante años, un verdadero aduar.
El límite norte de la ciudad lo constituía el Fangal del Temple, al que se entraba por el Puente de los Suspiros. El parador nocturno de los maleantes era el famoso café Cassoulet, en la esquina sudoeste de Viamonte y Suipacha, con salida clandestina para las razzias policiales. Arriba del café había habitaciones donde las prostitutas recibían a sus clientes. A medianoche, cuando el café se cerraba, decenas de desgraciados, sin hogar, tomaban posesión de las mesas del largo salón, -bajo la vigilancia de los dependientes, que tendían sus colchones sobre las de billar, cuando las otras estaban ocupadas- y por dos pesos de los antiguos, encontraban un techo y una tabla para dormir, y por uno, lo primero y el duro suelo de los patios y pasillos.
Fray Mocho ha dejado una descripción del ambiente nocturno del Cassoulet: “Aquello era un hervidero del bajo fondo social porteño; allí se barajaban todos los vicios y todas las miserias humanas y allí encontraban albergue todos los desgraciados que aún tenían un escalón que recorrer antes de llegar a los caños de las aguas corrientes que apilados allí en el bajo de las Catalinas ofrecía albergue gratuito. Cassoulet era en la noche la providencia de las miserias desterradas de un mundo superior, era la ensenada que recogía la resaca social que en su continuo vaivén arrastraba hacia playas desconocidas el oleaje incesante.
Hoy comparten con él los beneficios de la industria protectora los pequeños cafés del Riachuelo y la ribera, que venden marineros borrachos a los buques que necesitan completar su rol clandestinamente, para borrar las huellas de un crimen o de un accidente -a fin de evitarse las molestias que en nuestro país acarrea cualquier gestión ante la autoridad- y los tugurios que, con el nombre de posadas o sin nombre alguno, encierran entre sus paredes y alojan, según el dinero con que cuentan, a los desgraciados que vagan sin hogar, o a aquellos que legalmente no pueden habitar en parte alguna.
En aquel tiempo compartían la clientela de Cassoulet, pero sólo durante el día, el café Chiavari, en la esquina de Cuyo 80 y Uruguay, y el café de Italia, en la misma calle, frente al Mercado del Plata.
Estas tres eran las cloacas máximas de Buenos Aires, en tiempos que ya no volverán, pero que se repetirán, transformándose”.
El Fangal del Temple y Cassoulet conocieron sus mejores días hacia 1880. La prostitución y el vagabundaje se trasladaron luego a la Plaza Lavalle…
Fuente
Alvarez, José S. (Fray Mocho) – Memorias de un vigilante, Buenos Aires (1920).
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Sebreli, Juan José – Buenos Aires, vida cotidiana y alienación, Ed. Siglo Veinte, Buenos Aires (1964).
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