Avenida de Mayo

Estas curiosas memorias sobre la avenida de Mayo vertidas por el pensador Arturo Jauretche, permanecieron inéditas hasta junio de 1975, cuando por vez primera fueron publicadas póstumamente en la revista “Crisis” Nº 26. Con su característica mordacidad y agudo conocimiento de la idiosincrasia porteña, Jauretche retrata una época de esplendor de una de las avenidas más bellas de Buenos Aires, años que lo encuentran en una militancia dura por el esclarecimiento y la liberación del ser nacional.

Todavía, cuando llegué a Buenos Aires y muchos años después, la Avenida de Mayo era el centro de la ciudad, con su uniforme edificación de estilo francés fin de siglo que vino a ser alterada recién por el pasaje Barolo en el que el arquitecto Palante quiso tal vez hacer catalana una parte de la calle de los españoles. Pero esto lo veremos después, porque la Avenida de Mayo fue en primer término la calle de la política popular; por ella las multitudes habían arrastrado el coche de Yrigoyen en el trayecto del Congreso a la Casa de Gobierno en 1916 y en ella se celebraban casi todos los grandes mitines partidarios. Era además la calle de los diarios: La Prensa, El Diario, La Razón, La época y más tarde Crítica, con sus pizarras y los tumultos ocasionados por sus noticias de la guerra y los escrutinios. La calle donde la gente se aglomeraba ante las noticias sensacionales.

Allí estaba la sirena de La Prensa. ¡La sirena de La Prensa! Cuando ella sonaba –lo hacía con poca frecuencia- la ciudad se conmovía porque acababa de ocurrir algún acontecimiento dramático. Aún de noche la ciudad se echaba a la calle. Imposible no oírla en el silencio de entonces. Es posible que hoy la sirena se oiga sólo como un zumbido y a pocas cuadras, apagada por el rumor urbano, aún en la alta noche. Lo que sé es que hace muchos años que no la oigo, pero su último recuerdo es de 1939. ¡Pero qué recuerdo! Serían las dos de la mañana cuando me desperté y me senté en el borde de la cama y con mi mujer nos pusimos a llorar. Era inevitable lo que se había esperado minuto por minuto: la guerra mundial. Yo no tengo fácil el llanto, pero la certidumbre que la sirena anunciaba desbordó todas mis defensas y me sacó hacia afuera de mí mismo como salía de la máquina el zumbido aterrador cuyo mensaje sobrevolaba la ciudad despertándola angustiada.

Como dije al principio la Avenida de Mayo era esencialmente la calle de la política y sobre todo de los radicales; en sus numerosos hoteles –porque entonces también era la calle de la hotelería- se alojaban los políticos postulantes de provincias como si quisieran acortar y hacer más directo el trayecto hacia la Casa de Gobierno, donde estaba don Hipólito, ahí a pocas cuadras derecho por ella. La Fronda “conserva”, insistía constantemente buscando analogías entre el radicalismo y el islamismo y así decía: “bajo los toldos musulmanes de la Avenida de Mayo acampa la multitud de creyentes que viene a pedirle al “Profeta” sus milagros”.

Había un hotel sobre todo que era un verdadero bastión radical: el España en cuyo salón comedor, en el bar, y en las mesas de las veredas se oían todas las tonadas de las provincias argentinas aunque predominaban los hombres de la de Buenos Aires. La excepción de la Avenida era un hotel, el París, en Salta y Avenida de Mayo, que era de los conservadores. Allí alcancé a ver a través de las vidrieras a algunas primeras figuras de la época y entre ellas –tal vez lo recuerde por lo pintoresco- al famoso Payo Roqué, que me mostraban como una curiosidad con su particular atuendo.

Por la Avenida de Mayo desfilaron las grandes manifestaciones radicales, ordenadas circunscripción por circunscripción. Iniciaba la marcha la Primera generalmente con un grupo bastante numeroso de gente de boina blanca a caballo, la mayoría de Mataderos, con Juan Bidegain a la cabeza. Después de la Primera, con sus escuadras a pie separada por un amplio espacio y encabezada como todas las secciones por profusión de banderas –la Argentina desde luego, la del Parque –verde, rosa y blanca-, la albirroja del 93 y retratos de Alem e Yrigoyen y numerosos estandartes correspondientes a las distintas agrupaciones de cada circunscripción, iban sucediéndose éstas hasta la veinte. El desfile se realizaba por Avenida de Mayo hasta Perú por donde tomaba siguiendo Florida hasta la Plaza San Martín. Era el mismo recorrido de los desfiles militares de la época, pero éste mucho más ruidoso de vivas, y también de mueras que se convertía en una silbatina sostenida cuando la columna llegaba a Perú donde dejaba la Avenida. La silbatina era para La Prensa y repetida en todas las ocasiones.

Muchos años después rememorar esto me resultó muy aleccionador, cuando el gobierno de Perón expropió La Prensa, viendo cómo los radicales se afligían por lo que ellos hubieran querido hacer y no hicieron. Reflexión parecida me causó la cólera de los radicales por el incendio del Jockey Club, proyecto que en su corazoncito alimentaban siempre los participantes en aquellas manifestaciones. Nunca llegaron a eso, pero había un acto que se reiteraba en cada uno de los desfiles como de ritual: cuando la sexta sección encabezada por D. Pedro Bidegain llegaba a la esquina de Lavalle y Florida se detenía dando tiempo para que la quinta –la quinta de hierro decían entonces a cuyo frente iban Joaquín Costa y el librero Pellerano- se adelantase dejando un espacio libre entre las dos secciones. Entonces un afiliado de la sexta, loco conocido del barrio de Boedo, ocupaba el centro de la calle frente a la puerta del Jockey y allí bailaba “la danza del odio”, o lo que él entendía por tal según gesticulaba, se retorcía y movía los brazos y piernas amenazadoramente, contemplado por un grupo de socios desde el balcón que cubría la entrada. Al término del baile, que los socios seguros de su invulnerabilidad aplaudían entre risas, la sexta circunscripción reanudaba su marcha, pero como en la esquina cercana a La Prensa, con una uniforme música de silbidos.

Sin embargo a pesar de esta connotación política la Avenida de Mayo ya era la calle de los españoles. Mi paladar de adolescente guarda el regusto del chocolate con vainillas, tostadas y churros y el nombre famoso de La Armonía, que con La Castellana, también de la Avenida de Mayo y el Seminario de Cangallo y Pellegrini perfuman de cacao mis recuerdos de esa época. Pero tampoco son extraños a éstos el puchero famoso del hotel España y su carne con cuero, una vez por semana, como ciertas natillas a la catalana, que prestigiaron sus mesas hasta que cerró.

Ricardo Llanes en su historia de la Avenida de Mayo nos explica las razones por qué ésta fue siendo cada vez más la calle de los españoles y desalojando a provincianos y radicales del primer plano. Entre estas razones cuenta la cercanía con las viejas casonas del barrio sur, Victoria, Moreno, Alsina, Belgrano y las transversales, donde se había radicado el comercio mayorista y de registro en su mayor parte español. No descarto que el género chico, la zarzuela, el cuplé, de los teatros Lima y Avenida hayan influido aunque lo lógico es suponer lo inverso. Lo cierto es que después de 1930 la españolización de la Avenida de Mayo había primado sobre su carácter político o provinciano. Para la guerra civil de España fue el escenario de encuentro de los bandos peninsulares y es por demás conocida la historia de los combates entre los habitués de la confitería del hotel Español –rebeldes- y los del café Mundial –leales- que ubicados en las dos esquinas del sur de la calle se embestían de palabra para terminar dando sucesivas cargas, sino a la bayoneta, con mesas, sillas y puños. Hubo que tender un cordón policial entre los dos bandos.

De este café Mundial tengo una anécdota pero no es de la guerra española. Es de un amigo con quien militábamos juntos en la misma tendencia radical hasta la fundación de FORJA. Es un radical típicamente apegado a formas que fueron un estilo en la vida del partido. Su ademán es reposado y es espacioso al hablar con tono de firme convicción. Delgado, alto y de abundante cabellera –se entiende para un hombre de su época y no de los de ahora- viste elegantemente también con una elegancia de época: traje oscuro, cuello palomita, corbata plastrón. Una noche el comisario de la sección se llevaba detenido a dos parroquianos, seguramente radicales y conocidos o amigos del recordado. Mi amigo se dirigió en su tono habitual al comisario para protestar por las detenciones y como no tuviera éxito tuvo una salida muy de las suyas.

- Usted los lleva por radicales. ¡Lléveme a mí también!

El comisario le contestó:

- Hoy no llevo más que radicales. Mañana llevo a los boludos. Venga mañana.

Si este cuento tiene una moraleja es la siguiente: mi amigo era de esa época. El comisario de todas.

Recopilación de Gabriel O. Turone.

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