El 5 de febrero de 1821 llegó a Buenos Aires el viajero inglés Alexander Caldcleugh (1795-1858), que en 1825 publicó en Londres un libro de memorias y observaciones sobre sus viajes por América del Sud. Juzgando la reforma religiosa de Rivadavia expresa, en la traducción castellana de José Luis Busaniche:
“Un asunto que ha merecido mucha atención a Rivadavia es la situación de la Iglesia y su disciplina. Es bien sabido que durante la dominación española en América del Sud, la Iglesia y las órdenes monásticas poseían inmensas propiedades. El rey era jefe de la Iglesia, y tal potestad le había sido delegada por el Papa en la época de la conquista. Como consecuencia, correspondían al tesoro real los diezmos y otros recursos eclesiásticos que el Rey en España no podía reclamar para sí.
En todas las ciudades de América abundaban los conventos de monjas y frailes. Si exceptuamos a los jesuitas –y desde la expulsión de éstos los franciscanos encargados de la enseñanza- (opina Caldcleugh), todos los demás religiosos eran inútiles y representaban los zánganos de una sociedad naciente.
Al comienzo de la Revolución, el país se vio privado de los servicios religiosos del obispo de Buenos Aires, sufragáneo de la sede de Lima. El gobierno se declaró entonces, cabeza de la Iglesia, invocando muy curiosas razones que fueron suministradas por los ministros eclesiásticos a quienes se pidió dictamen sobre el asunto. No sabríamos decir si tuvieron dudas o escrúpulos para pronunciarse así, pero lo cierto es que en 1815 se solicitó del Papa que arreglara la situación de la Iglesia, y su Santidad se rehusó a hacerlo. En verdad no hubiera podido obrar de otra manera.
La primera iniciativa que tuvo Bernardino Rivadavia al subir al poder, fue cortar las alas al clero regular y cercenar en lo posible su influencia, porque advirtió que las congregaciones religiosas harían fracasar todos sus planes como lo habían hecho ya en todos los países católicos donde sobresalen por su espíritu de intriga y sus tendencias antiliberales.
Comenzó poniendo un límite al ingreso de órdenes religiosas y prohibiendo que entraran a la provincia sin una autorización expresa del gobierno. Después envió sucesivamente a la Cámara de Representantes una serie de proyectos para llevar a cabo sus designios. Al mismo tiempo preparaba los espíritus para la reforma mediante una excelente propaganda de prensa y hasta se dio maña para provocar un verdadero sentimiento de animadversión contra los malos hábitos de las órdenes religiosas. Por otra parte, hacía todo lo posible para levantar ante el público la buena fama del clero secular.
Fue nombrada una Junta que se incautó de las rentas de todos los conventos y formó un padrón de todos los enclaustrados con indicación de su edad, disposición, etc. Poco después fueron abolidos los diezmos y quedó establecido el nuevo régimen de la Iglesia: desde entonces sería gobernada por un Deán con sueldo de dos mil pesos y cuatro presbíteros con sueldo de mil seiscientos pesos.
Con respecto a los religiosos enclaustrados se allanaron todas las dificultades: ya no les fue permitido hacer votos hasta la edad de 25 años y aún así con expresa licencia del gobierno.
A fines de 1822, Rivadavia presentó a la Cámara un proyecto según el cual ningún convento podía contener más de treinta enclaustrados ni mantenerse con menos de dieciséis. Este proyecto fue aprobado y en consecuencia debieron cerrarse varios conventos. Se dispuso también, que los religiosos de las casas suprimidas recibieran anualmente un estipendio de doscientos cincuenta pesos cuando tenían menos de cuarenta y cinco años y trescientos pesos cuando sobrepasaban esa edad.
Quedaban autorizados para establecerse en el lugar que eligieran. Las capillas de las casas suprimidas fueron convertidas en iglesias parroquiales y provistas de todo lo necesario para que los oficios religiosos se celebraran con esplendor hasta entonces desconocido.
Los únicos monasterios autorizados ahora (1821) son los franciscanos, mercedarios y predicadores; como conventos, los de Santa Catalina, con treinta miembros, y el de capuchinos. Los nombres de los religiosos secularizados fueron dados a la publicidad con mucho encomio en la gaceta del gobierno. Muchos fueron compelidos a abandonar sus conventos. Esta medida –si se tiene en cuenta el estado del país y la fuerza con que contaba el partido de la oposición- fue muy osada, aunque se llevó a cabo con pocas protestas…
En marzo último, tuvo lugar un intento de revolución para derrocar al gobierno. Al grito de “¡Viva la Religión y mueran los herejes!” entraron los rebeldes a galope en la ciudad, pero la revuelta fue sofocada. Al parecer, la provocó una facción que veía con descontento las medidas que se adoptaron”.
Fuente
Benarós, León – Todo es Historia, Año VI, Nº 72, abril de 1973
Caldcleugh, Alexander – Viajes por América del Sud, Río de la Plata, Ed. Solar, Buenos Aires (1943)
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
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