Primera Buenos Aires (Versión II)

2 de Febrero de 1536 - Primera fundación de Buenos Aires

Por lo que toca a la ubicación de la primera Buenos Aires, establecida, en febrero de 1536, por Pedro de Mendoza, se han escogido tres lugares diversos: 1) La Vuelta de Rocha, sobre la margen izquierda del Riachuelo, y muy cerca de la actual desembocadura del mismo; 2) El llamado Alto de San Pedro, que es la zona alta del barrio de San Telmo, o cruce de las calles Humberto 1º y Balcarce, y 3) En Retiro, sobre las barrancas de la Plaza San Martín que dan a la Plaza Fuerza Aérea Argentina (1).

Esta postrera teoría, sostenida débilmente por Carlos Roberts, nunca llegó a contar con adeptos; la de la Vuelta de Rocha fue la preferida, hasta casi mediados del siglo pasado; la que ubica la primitiva Buenos Aires, en el Alto de San Pedro, en las vecindades del Parque Lezama, es la opinión o teoría prevalente (2).

Creemos, sin embargo, que ninguna de estas tres ubicaciones se aviene con un hecho que consideramos fundamental para acertar con la ubicación de aquella primera Buenos Aires y el hecho, a que nos referimos, está en perfecta armonía con cuanto nos dicen los cronistas: los habitantes de aquella primera Buenos Aires perecieron de hambre, por no contar con los necesarios alimentos.

Ya de entrada, rechazamos como espúreas las tan conocidas láminas que, desde fines del siglo XVI, acompañan el libro de Ulrich Schmidl, y en particular la que lleva el título de “Bonas Aeres – Río della plata oder parana”, (3) en la que aparece la ciudad a orillas del Río de la Plata, y junto a ella, a pocos metros de la muralla, se encuentran cinco canoas de factura europea. Claro está que nada de eso nos lleva a calificar de espúrea esta lámina, pero la inmensa casona que se ve en primer plano, y que era sin duda la destinada a Pedro de Mendoza, es una pura fantasía del dibujante alemán que ilustró el libro del soldado bávaro. Además de la planta baja, con la gran puerta de entrada, hay otros dos pisos con cuatro ventanas sobre la fachada y tres a los costados, y por encima de estos tres pisos, hay un amplio desván con ventanillas a cada lado. Aquello es un hermoso palacete, que podría estar en Frankfurt-am-Mein, en Dortmund o en München, pero no en aquella efímera y famélica Buenos Aires de 1536. El anónimo ilustrador de Schmidl hojeó el volumen, que debía valorar con visiones gráficas de los hechos referidos en el mismo, pero lo hizo sin analizarlos mayormente, de donde sus errores, coincidentes éstos con los de los tantos historiadores que, después de él, se han ocupado de la obra de Schmidl (4).

El hecho cierto

Cierto es que, asentados los españoles en aquella primera Buenos Aires, les fue imposible proveerse de los necesarios alimentos, y a las pocas semanas de estar allí, el hambre los comenzó a atenacear, hasta amenazar acabar con todos ellos y con la población misma. “La gente – nos dice Schmidl- no tenía que comer, y se moría de hambre, y padecía gran escasez, fue tal la pena y el desastre del hambre, que no bastaron ni ratas ni ratones, víboras ni otras sabandijas; también los zapatos y cueros todo tuvo que ser comido” (5). El último cronista, testigo presencial de los sucesos, relata el conocido episodio de los dos ajusticiados, nos dice que “en la misma noche, por parte de los españoles, ellos han cortado los muslos y otros pedazos de carne del cuerpo, y (los han) comido” (6).

Ni se crea que Scmidl fantaseó, ya que Francisco de Villalta, desconocedor del libro de éste, pero conocedor de la tradición, escribió pocos años después en una de sus cartas que: “era tanta la necesidad y el hambre que pasaban (los hombres de Pedro de Mendoza) que era espanto, pues unos tenían a su compañero muerto tres o cuatro días, y tomaban la ración por no poder pasar la vida” (7), y otro de aquellos primeros cronistas, el versificador Villafañe, después de referir actos de crudo canibalismo, nos dice, con referencia a los soldados españoles, que “unos se hallan tirados tras los fuegos, por los humos y las cenizas ciegos, y otros tartamudeando, y no fueron pocos los que morían mudos y rabiando”. (8)

¿Cómo es posible explicar este hecho innegable, si la ciudad de Buenos Aires estaba a la vera del Río de la Plata?, si estuviera allí ¿qué les costaba a los moradores de la misma caminar unos metros, tal vez sólo dos o tres, y pescar cuanto les fuera necesario para su alimentación? El no haberse valido de la pesca ¿no es elemento elocuentísimo de que la población estaba en un punto alejado del Río de la Plata?

El Río de la Plata sin peces

Hay una solución fácil, pero sin un adarme de fundamento, ni histórico, ni geográfico, y es el decir que entonces no había pescado en el Río de la Plata. Este carecía de pesca. Aunque parezca inconcebible, modernamente se ha alegado esta causal y se ha escrito lo que sigue: “Santa María de los Buenos Aires (se fundó) en la tierra pobre de los Querandíes, que no aceptaron servidumbre. Río sin peces, pampa desolada y sin frutos… y un hambre como la de Jerusalem, que llevó sin exageración al canibalismo” (9).

Ninguna seriedad hay en estas frases (10). El mismo Schmidel refiere como en una ocasión, llegó él a las orillas del Río de la Plata, y vio que eran “buenas aguas de pescar”, y nos dice también que los indios tenían “Mucho pescado y harina de pescado, también manteca de pescado” (11). En los primeros decenios del siglo XVII, escribió Vásquez de Espinoza que el Río de la Plata era “abundantísimo de pescado” y había “sábalos, dorados, pacús redondos y chatos, a manera de raya, surubí largo y puntiagudo como agujas, sin escamas, patís que es como cazón, sin escamas, menudos, en tanta abundancia que con un poco de tocino, a la luna, se recogía grandísima cantidad, el cual es muy sano, remedio de muchos pobres”. (12)

Nada en absoluto nos autoriza a opinar que en 1536 estaba tan falto de pescado el Río de la Plata, que los hombres que vivían junto a sus aguas morían de hambre por no haber pesca, ni siquiera algunos “Pliscostomus Commernif”, hoy tan despreciados por las gentes, que los llaman “viejas del agua”. A aquellos hambrientos les habría satisfecho, tanto o más que el surubí, el dorado o la raya, y no tan sólo en el Río de la Plata, sino también en los ríos del Tucumán, había mayor abundancia de peces en el siglo XVI, que en siglo XX, pues Sotelo Narváez nos informa que esos cursos de agua eran abundantes en pesca y “tenían sábalos y otros géneros, y éstos en abundancia”. (13)

Lógica por demás infantil la que, partiendo de un hecho que no era “cierto” llegar a negar que había habido pesca en el Río de la Plata a fin de explicar la terrible hambre que afligió a la población, en vez de examinar ese hecho “cierto” y comprobar que era un hecho “falso”, y para ello bastaba leer lo que escribió el mismo Schmidel. Refiere éste cómo los “susodichos Querandíes nos han traído diariamente al Real, durante catorce días, su escasez de pescado y carne, y sólo faltaron un día, en que no nos trajeron qué comer”. (14)

Pero si la población estaba a orillas del río, en la Vuelta de Rocha, en la Plaza San Martín o en el Alto de San Pedro ¿por qué habían de depender de los indios para su manutención? Decir que carecían de los necesarios aparejos de pesca, sería, tratándose de marinos y de quienes habían cruzado el océano, pescando a diario para su alimentación, una aserción tonta, tan tonta, tan sin base como el decir que no había pesca en el Río de la Plata. (15)

Sin recursos propios

Pero el hecho cierto, referido por Schmidel, es que no bien los españoles establecieron su Real y población en la Vuelta de Rocha, o en el Retiro, o en el Alto de San Pedro, o como nosotros sostenemos, en las cercanías del Puente Uriburu, recibieron la comida que les traían los indígenas, y si no contaban con esa alimentación, se quedaban en ayunas. Tal fue el caso durante catorce días, pero al cabo de ellos, y cuando los españoles habían consumido cuanto tenían de alimenticio, los indios se cansaron de proveerles de pescado, y entonces nuestro general, don Pedro de Mendoza, envió en seguida un alcalde, de nombre Juan Pavón, y con él dos peones, pues estos susodichos indios estaban a cuatro (millas o) leguas de nuestro real.

Si los indios pescadores, que sin duda tenían sus “hábitats” junto a las aguas del Río de la Plata, estaban a distancia de cuatro millas del Real, parece deducirse que dicho Real estaba también a cuatro millas de donde estaban los indios, y por consiguiente dicho Real estaba a igual distancia de donde estaba la costa del Río de la Plata, donde pescaban los susodichos Querandíes.

Como se refiere en la historia de Schmidel, el citado alcalde Pavón, lejos de ganarse las simpatías de los proveedores de antes, se malquistó con ellos, y mucho fue que en aquella ocasión salvara su vida y la de sus pocos compañeros. Cierto es que, de regreso al Real, causó alboroto con las noticias de que fue portador, alboroto que se basaba en el espectro del hambre, que habría de venir sobre los pobladores, si no obtenían pescado u otros alimentos por parte de los indios. Entonces trescientos lansquenetes con treinta caballos, “y yo en esto he estado presente”, según se expresa Schmidel, partieron a la costa del Río de la Plata, y después de espantar a los indígenas, la mayoría de los cuales fugó a sus escondites, “allí permanecimos tres días; después retornamos a nuestro Real, y dejamos unos cien hombres de nuestra gente, pues hay buenas aguas de pesca en ese mismo paraje; también hicimos pesca con las redes de ellos, para que sacaran peces, a fin de mantener la gente, pues no se debe más de seis medias onzas de harina de grasa, todos los días, y tras el tercer día se agregaba un pescado a su comida, y la pesca duró dos meses, y quien quería comer un pescado (además del que se le daba) tenía que andar las cuatro millas o leguas de camino en su busca” (16).

No se necesita ser un historiador avezado a la interpretación de viejos papeles, para colegir de estas frases, cómo aquella Buenos Aires de Pedro de Mendoza estaba a distancia de cuatro millas o leguas del Río de la Plata, y que sólo a esa distancia se podía hacer, y en efecto se hizo, abundante pesca durante dos meses, y si alguien quería comer más pescado había por su cuenta y riesgo que recorrer esas cuatro leguas o millas, que eran las que había entre la población y el Río de la Plata, en cuyas aguas había pesca abundante.

Pero, ¿cómo es posible compaginar todo esto con el hecho, que ahora se considera ciertísimo, de que la dicha población estaba en el Alto de San Pedro, a pocos metros, tal vez dos o tres, a lo más quince o veinte, de las aguas del Río de la Plata o del Paraná?

Buenos Aires se fundó sobre el Riachuelo

Fuera de la recordada lámina, que es pura superchería, no hay una sola frase de cronista alguno que nos sugiera que la Buenos Aires de Pedro de Mendoza, estaba cabe nuestro gran río o junto al mismo, o en sus inmediatas cercanías, y Juan Rivadaneyra en su Relación, que es de 1581, llama “rrio de buenos ayres” al Riachuelo, y en uno de sus mapitas consigna el “rrio de buenos ayres do tubo pueblo la gente de don Pedro”, y Fernández de Oviedo, más explícitamente, escribió que Mendoza estableció el Real “a la par de un río pequeño, que entra en el río grande”, esto es, sobre el Riachuelo que desemboca en el Río de la Plata (17).

De época muy anterior son otros documentos que manifiestan que aquella primera Buenos Aires no estuvo, ni pudo estar, en el Alto de San Pedro. Tal el de Francisco de Villalta quien, en 1556, nos informa que el fundador de la primera Buenos Aires estableció la dicha población en un punto alejado de la costa, tan alejado de ella que era “forzoso no tan solamente pescar los indios para nuestra sustentación, pero aún los cristianos”, exponiéndose éstos a perecer a manos de aquéllos, en el viaje de ida y de vuelta, y por esto “los capitanes acordaron de aconsejar a Don Pedro hiciese pueblo más debajo de donde estaba éste, que podrá haber cuatro leguas más abajo” (18).

Si todavía hoy hay quienes, al ver un plano de la ciudad de Buenos Aires, tienen la impresión de que la parte superior corresponde al Norte y la inferior corresponde al Sur, nada extraño es que Villalta, ya en 1556, incurriera en igual error: “más debajo de donde estaba éste” pueblo equivale a decir más al Sur, no más al Oriente, y señala la distancia de “cuatro leguas más abajo”, o más al Sud, lo que correspondería al punto donde debió Pedro de Mendoza de haber fundado la ciudad, esto es, en un punto cercano al Alto de San Pedro. El mismo Villalta nos informa que estaba la dicha población “en una tierra cava y empantanada”, y abundante en “mosquitos, que apenas dejaban reposar” (19). Digamos sin rebozo que es imposible compaginar todo esto, con el Alto de San Pedro, que hasta ahora ha contado con las simpatías de los historiadores.

Lo que está fuera de toda duda es que la Buenos Aires de Pedro de Mendoza estaba a cuatro millas o leguas del Río de la Plata, y también es cierto que estaba a media milla o media legua, según unos, o a un cuarto de milla o legua, según otros, del Riachuelo. Es el mismo Schmidel quien nos informa que los navíos de la Armada, “estaban surtos hasta a media milla de nuestra ciudad de Buenos Aires” y sabemos que hubo a la sazón dos núcleos de población, debidas a esa distancia, en uno de los cuales se encontraba lo principal de la población, esto es, la embrionaria ciudad de Buenos Aires, y en el otro se hallaban recalados los barcos, con los marinos carpinteros de ribera, calafateadores, etc. Confirma esta realidad el hecho de que las tres iglesias, que había en el núcleo principal fueron incendiadas por los indios, pero la que se hallaba, a media o a un cuarto de milla o de legua de distancia, para servicio de los marinos y de los que estaban donde se hallaban los barcos, no fue incendiada, pero, en una inundación, las aguas del Riachuelo la echaron abajo.

Una síntesis

En los primeros días de febrero de 1536, procedentes de la isla de San Gabriel, frente a la Colonia del Sacramento, comenzaron a llegar a nuestras costas rioplatenses las naves, trece o catorce en número, que componían la magna y lucida armada de Pedro de Mendoza, trayendo a bordo mil quinientos a mil ochocientos hombres y mujeres, entre tripulantes y viajeros. Como días antes habían llegado unos expertos y examinado nuestras costas, aquellas naves enfilaron a la desembocadura del Riachuelo que, a la sazón, se hallaba a la altura de la actual calle Viamonte y así la recorrieron de norte a sur hasta la Vuelta de Rocha, y desde ese punto tomaron el rumbo Este-Oeste, hasta llegar a lo que es en la actualidad, el Puente Uriburu (20). Al sur de éste, formaba el Riachuelo dos inmensos semicírculos o meandros casi circulares y allí dejaron a los navíos “como en una caja”, según la expresión de uno de aquellos primitivos cronistas (21). Sobre la ribera izquierda del Riachuelo y cabe el lugar donde se hallaban los barcos, se formó una reducida población de doscientas a trescientas personas, pero para el grueso de la población se buscó un lugar alto, ajeno a las posibles inundaciones del Riachuelo, y, en efecto, se eligió un solar a media milla, o algo menos, al norte del punto donde habían quedado depositados los navíos, y en ese solar, con todas las de la ley, se fundó, el día 2 de febrero de 1536, la ciudad de Buenos Aires.

Para fijar el solar elegido para nuestra ciudad hay dos datos de la mayor valía: sabemos que distaba cuatro millas del punto más cercano al Río de la Plata y sabemos que estaba a media milla, o poco menos, del fondeadero o puerto, lo que corresponde a la región comprendida entre lo que es ahora Avda. Antonio Sáenz y la calle Monteagudo, y entre la calle José C. Paz y la Avda. Caseros. Allí, sobre lo que son ahora los verdes campos de la plaza José C. Paz y los del Parque Patricios, se levantaron los galpones, donde almacenar tanta rica vajilla traída de España, y las tantas mercaderías como habían venido en los barcos, y en lo que son ahora los jardines del Hospital Policial “Bartolomé Churruca”, Hospital José M. Penna y Maternidad María M. de Mouras, debió de surgir el Cabildo, la Cárcel, la Casa del Adelantado y, en torno de estas casas reales, la de los mil quinientos moradores. Una vigorosa empalizada, de unos dos a tres mil metros de extensión o de circuito, defendía a la naciente población contra los posibles y aún probables ataques de los vecinos indígenas, aunque de facto para poco sirvieron. Tres iglesias erguían sus débiles torres por sobre aquella apretujada Buenos Aires de 1536.

Allí estaba ella, en un punto relativamente alto, ya que su cota era de 17 metros, y aunque se sabía que, con correrse unos quinientos metros más al noroeste había planicies de altura doble de la anterior, se prefirió estar cerca de los navíos, para mutua defensa y también por ser el Riachuelo la única fuente de aguas. Aún así había que andar más de setecientos metros para aprovecharse de ellas.

Cuál fue el error de Pedro de Mendoza

Con una somera idea de estas regiones, adquirida por las noticias que le habían llevado los técnicos, que desde San Gabriel había él despachado, enderezó Pedro de Mendoza sus navíos a la boca del Riachuelo, la que entonces estaba, más o menos, a la altura de la calle Viamonte, dobló hacia el sur por las aguas de dicho Riachuelo, y, al llegar donde se halla la actual boca de ese curso de agua, dobló hacia el poniente y subió hasta que, allá por lo que ahora es el Puente Uriburu, advirtió menor profundidad en las aguas, y allí estableció lo que denominó Puerto de Nuestra Señora de Santa María de Buenos Aires, y a media legua o milla o a un cuarto de legua o milla al norte del Riachuelo, estableció el Real o asiento militar, o la fracasada ciudad de Buenos Aires.

Es posible que hubiese elegido ese sitio alejado de la costa, ya para evitar sorpresas por parte de posibles piratas, o “insultos”, como entonces se decía, por parte de alguna expedición de portugueses, quienes consideraban lusitanas esas regiones; también es posible que se ubicara allí para no tener roces con los indígenas que, en número de unos cuatro mil, conforme nos dice Schmidel, ocupaban la región, esto es la costera, donde había agua potable y abundante pescado. Estimaba Pedro de Mendoza que establecidos provisoriamente tierra adentro, sobre el curso del Riachuelo, a nadie molestarían y de nadie serían molestados, y que en breve serían dueños de estas regiones.

Pensó, claro está en la alimentación de la gente, pero a la vista de inmensos campos con abundantes ciervos, gamos, avestruces, nutrias, armadillos, y con abundantes volátiles, y cabe el llamado Río de los Navíos, en el que no faltaría algún pescado, creyeron contar con los suficientes medios de subsistencia, pero falló en sus cálculos, ya que según parece había escasa o ninguna pesca en el Riachuelo, y mientras tuvieron caballos, y los indios les eran amigos, pudieron perseguir y cazar los ciervos y los avestruces, pero les fueron faltando los caballos, y los animales cazables se fueron retirando de aquellos campos, o llevados por el instinto de conservación o a impulsos de los indios, que miraban por la subsistencia de esos animales, que ayudaban a la de ellos. Lo cierto es que dependieron de los indios para su alimentación, y aunque éstos les llevaron lo suficiente durante los primeros catorce días, después se negaron a proveerles, y acaeció lo que fue el principio del fin.

En conclusión:

1) La primitiva Buenos Aires, la fundada por Pedro de Mendoza, no estuvo sobre el Río de la Plata.

2) Toda la documentación nos dice que se estableció tierra adentro, bastante lejos del Río de la Pata.

3) Según Schmidel, estuvo ubicada a distancia de cuatro millas del Río de la Plata, y a media, o a un cuarto de milla al norte del Riachuelo.

4) De acuerdo al conjunto de noticias que nos han dejado los cronistas, así los de la primera como los de la segunda hora, aquella Buenos Aires estuvo Riachuelo arriba, y dentro de lo que es el actual perímetro de la actual ciudad de Buenos Aires, en la parte sur de la misma, pero sobre la ribera izquierda o norte de dicho Riachuelo, en un punto cercano a lo que es ahora Puente Uriburu y Parque de los Patricios.

Referencias

(1) Cf. Enrique de Gandía, Crónica del magnífico Adelantado don Pedro de Mendoza, Buenos Aires 1936, de la que es un extracto; Primera fundación de Buenos Aires, en Historia de la Nación Argentina, III, Buenos Aires 1961, 110-145, y la abundante bibliografía que consigna sobre el tema, p. 153.
(2) Recuerda Gandía cómo Eduardo Madero y Paul Groussac situaron la primitiva Buenos Aires en la actual Vuelta de Rocha, fundados en lo que dijo Ruiz Díaz de Guzmán, que Mendoza metió sus naves en el Riachuelo “del cual media legua arriba fundó una población que puso por nombre Santa María” (p.141) y recuerda después (p. 143) cómo “el señor Aníbal Cardoso situó con acierto la fundación en lo alto de la meseta y estuvo cerca de la verdad al señalarla en la orilla izquierda del zanjón de Granados, a unos pocos centenares del Alto de San Pedro”. La teoría de Roberts “según la cual Buenos Aires se habría levantado en la barranca de la actual Plaza de Retiro, diremos que en apariencia no se juzga inaceptable porque se basa en el hecho de medir la media legua señalada por Guzmán desde el Alto de San Pedro, boca norte del Riachuelo, “hacia arriba”, es decir, hacia el norte, lo cual llevaría correctamente la fundación al Retiro”.
(3) En la edición latina de 1599, Vera historia, que es traducción de la edición alemana de 1567, esta lámina se halla entre pp. 22 y 23, y ha sido reproducida en incontables ocasiones. Lafone y Quevedo, Ulrich Schmidel, Viaje al Río de la Plata (1534-1554), Buenos Aires (1903), la reproduce en la p. 150.
(4) Ulrico Schmidel, Ed. Lafone, pp.151-152. Conviene no olvidar que la obra de Schmidel ha llegado a nosotros con variantes sensibles por proceder las diversas ediciones de manuscritos diversos, siendo, según parece, el autógrafo, terminado en 1534, del que se valió el doctor Mondschein en 1893 para la edición que publicó en ese año. A esta edición responde la versión de Wernicke. La latina de 1599 está hecha a base de una copia lateral, con no pocas variantes. Lafone se valió de la edición Langmantel, de 1889, que se basa en otras dos copias, diversas de la antes citada.
(5) Ulrich Schmidel, Ed.Wernicke, Buenos Aires (1944), p. 40. Sobre lo que fue el hambre en aquella Buenos Aires de Mendoza, véase Ernesto J. Fitte, Hombre y desnudeces en la Conquista del Río de la Plata, Buenos Aires, 1963, pp. 91-180
(6) Ulrich Schmidel, Ed. Lafone y Quevedo, p.152.
(7) Esta carta de Villalta está reproducida entre los apéndices, pp. 303-324, de la mencionada edición de Schmidel, realizada por Lafone y Quevedo.
(8) Se han ocupado de Miranda de Villafañe y reeditado en todo, o en parte, su composición política, Enrique Peña, El padre Luis de Miranda, en Revista de Derecho, Historia y Letras, Buenos Aires, t. XXIV, 1906, pp. 514-518, también José Torre Revello, El clérigo Luis de Miranda de Villafañe, en La Prensa, de Buenos Aires, 26 de febrero de 1936, y Enrique de Gandía, Luis de Miranda, primer poeta del Río de la Plata, Buenos Aires (1936).
(9) Relación varia de Hechos, Hombres y cosas de estas Indias Occidentales, Selección y notas de Alberto M. Salas y Andrés Ramón Vázquez. Prólogo de Gonzalo Losada. Editorial Losada, Buenos Aires (1963), p. 55.
(10) Según la traducción de Wernicke hay buenas aguas de pesca en ese mismo paraje” (p. 40) y según la de Lafone (p. 15) “eran aquellas aguas muy abundantes de pescado”, y en la traducción que publicó Pelliza y que es la anónima publicada en Madrid, en 1749, se lee que “aquellas aguas son maravillosamente abundantes de pescado” (p. 24). La versión latina (p. 13) nos dice que “sunt enim aquae ibi mirabiliter piscosae”.
(11) Así traduce Wernicke, mientras Lafone escribe: “hallamos harto pescado, harina y grasa del mismo” (p. 150).
(12) Vásquez de Espinosa, Compendio y descripción de las Indias Occidentales, Washington (1948), p. 632, n. 1792.
(13 )Pedro Sotelo Narváez Relación… (1582) en Municipalidad de Buenos Aires, Documentos históricos y geográficos relativos a la Conquista y colonización rioplatense, I, Buenos Aires (1941), p. 81.
(14) El texto latino de 1589 dice así: Hi Carendies per diez quatuordecim liberaliter de sua tenuitate impertiverunt et quotidie pisces et carnes ad nostra castra attulerunt, uno die exepto, quo prorsus non venerunt ad nos. I. – deo noster praefectus, Dominus Petrus Mendoza, nomine Jan. Baban et duos milites ed eos misit, quatuor enim milliaribus sui populi Carendies a nostris castris morabantur… (pp. 12-13). En la edición de la “Historia y descubrimiento del Río de la Plata y Paraguay” por Ulrico Schmidel. Con una introducción y observación crítica por Mariano A. Pelliza, Buenos Aires 1881, que es la traducción publicada a mediados del siglo XVIII, por Barcia, y a mediados del siglo XIX, por Pedro de Angelis, se dice que “catorce días trajeron peces y carne al Real y porque faltaron uno, envió Mendoza a Ruiz Galán, Juez, y otros dos soldados a ellos (que estaban a cuatro leguas). Pero los indios los maltrataron, y volvieron al Real con 3 heridos. Viendo Mendoza esto, y que Galán se mantenía con la gente, envió a su hermano, don Diego de Mendoza, con 300 soldados y 30 buenos caballos (entre los cuales iba yo) mandándole que, tomado el pueblo de los indios, los prendiese y matase a todos (halló a 3.000 querandíes). Pero cuando llegamos ya tenían 4.000 indios de sus amigos y familiares de socorro” (p. 23). El original de la frase “que estaban a cuatro leguas”, en latín “quatur enim milliaribus sui populis Carendies a nosotris castris morabantur” coincide con el alemán: “4 meil von unsern leger”, lo que Wernicke tradujo fielmente al escribir que los tales Querandíes “estaban a 4 leguas de nuestro real”, aunque indebidamente puso leguas donde el original pone meil, millas.
(15) Así traduce Wernicke, mientras Lafone escribe que “entonces nuestro general Pietro Manthossa despachó un alcalde llamado Johann Pabon, y él y 2 de a caballo se arrimaron a los tales Curendies, que se hallaban a 4 millas (leguas) de nuestro real” (p.148).
(16) El texto latino (p. 23) dice así: “si quis alioquin piscibus vesci vellet, necesse erat ut eos per quatuor milliaria pedes quareret”. El texto original correspondiente a la frase “y quien quería comer un pescado tenía que andar las cuatro millas de camino en su busca”, es como sigue: “und wer ein fisch essen wolt, der must die 4 meil wechty dornach geen”.
(17) Cita de Gandía: Primera fundación… p. 141.
(18) Francisco de Villalta, en Lafone, Ulrich Schmidel, oc. p. 308.
(19) Francisco de Villalta, en Ulrich Schmidel, ed. Lafone, apéndice A, p. 308. El historiador Raúl A. Molina recuerda cómo Lope Vázquez Pestaña escribió que Pedro de Mendoza había establecido su real, o primera Buenos Aires, en un terreno “muy bajo y sin árboles”. Cf. Primera cónica de Buenos Aires, en Historia, n. 1, Buenos Aires 1955, p. 90.
(20) El tonelaje de la nao Magdalena era de 200 toneles y el del galeón Santon, que era la almirante, también de 200 y el de la carabela Santa Catalina era de 140, la Trinidad de 120, la Anunciada de 80, y el de un patache sería de 40 tonelada. Cf. Eduardo Madero, Historia del Puerto de Buenos Aires, Buenos Aires (1892), t. 1, y único, p. 96. Escribe Gandía: “En este brazo norte se refugiaron los navíos de Mendoza, especialmente los de más toneladas, como la Santa Catalina y otros. Los prácticos de entonces decantaron sus ventajas. Hernando de Montalvo escribía, en 1590, que “Buenos Aires tiene muy buen puerto, que es un riachuelo, y dentro de él tiene cuatro y cinco brazas de fondo. El canal para entrar en él tiene muchas veces doce palmos y otras catorce y veinte, con aguas vivas” o alta marea. Primera fundación… 141.
(21) Ruy Díaz de Guzmán escribió que la segunda Buenos Aires “está situada sobre el propio Río de la Plata, cuyo puerto es muy desabrido y corren muchos riesgos los navíos surtos en él, donde dicen los pozos, por estar algo distantes de la tierra. Mas la Divina Providencia proveyó de un riachuelo, que tiene la ciudad por la parte de abajo (esto es, al sud) como una milla, tan acomodado y seguro que, metidos dentro de él los navíos, no siendo muy grandes, pueden estar sin amarrar, con tanta seguridad como si estuvieran en una caja”.

Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Furlong, Guillermo – La primera Buenos Aires se fundó en Parque Patricios.
Portal www.revisionistas.com.ar
Schmidl, Ulrich – Viaje al Río de la Plata (1534-1554)
Todo es Historia, Año VII, Nº 79, diciembre de 1973

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