Esta publicación sale al rescate del matiz fundacional de pueblos que tuvieron los generales Manuel Belgrano y José Artigas, punto de vista del que casi nunca se ha hablado por el protagonismo casi excluyente que desarrollaron y tuvieron en los campos de batalla.
Primero vamos a referirnos al doctor general Manuel Belgrano, quien el 16 de noviembre de 1810 va a fundar la actual ciudad de Curuzú Cuatiá, en la provincia de Corrientes. La campaña emprendida por Belgrano a finales de ese año de 1810, tenía por objeto llegar con una fuerza militar compuesta de mil hombres hasta el Paraguay para incluirla dentro del mapa político impuesto al calor del grito de Mayo, lo que significaba colocar en sus máximos escalafones administrativos a personalidades que estén afín a lo sucedido en Buenos Aires.
Belgrano no era, por cierto, un hábil militar ni mucho menos. Era un abogado al que las circunstancias lo llevaron a ponerse al frente de las expediciones castrenses que debían llevar, cual chasque y no pocas veces por la fuerza, las nuevas ideas de la Junta Provisional porteña. Así, mientras rumbeaba hacia el Paraguay, Manuel Belgrano y sus milicias decidieron hacer un alto en el centro de la provincia de Corrientes antes de ingresar a territorio guaraní. En realidad, el descanso estaba justificado porque el futuro creador de la bandera “aguardaba los refuerzos pedidos al coronel Rocamora, gobernador de Misiones”, refuerzos que nunca llegaron por una desinteligencia del propio Belgrano. Y en esa espera, es que, a mediados de noviembre de 1810, Belgrano decide echar los cimientos de la actual Curuzú Cuatiá.
Antiguamente, esos terrenos “pertenecían a los indios de Yapeyú”, infiriéndose que se trataba de aborígenes de la etnia guaraní. El general Belgrano, entonces, invocó el nombre del Rey Fernando VII, quien supuestamente todavía regía los destinos del Río de la Plata (1), y, a partir de allí, comenzó a desarrollar un pujante caserío que el 16 de noviembre de aquel año recibió el nombre de Nuestra Señora del Pilar de Curuzú Cuatiá.
Por jurisdicción, estableció el prócer “desde las puntas del arroyo de las Tunas, siguiendo el arroyo de Mocoretá y de éste a buscar las puntas del arroyo Timbey, de éste a buscar la barra de Curuzú Cuatiá que entra en el Miriñay, de éste se seguirá hasta la laguna de Iberá, y por el río Corrientes se seguirá la costa hasta sus malezales, de los cuales se ha de seguir a las puntas de las barrancas y de éstas a las del arroyo Basualdo hasta las puntas de las Tunas”. ¿Lo tenían a Manuel Belgrano en su desconocido rol de agrimensor? Pero hay algo más. Las calles trazadas debían tener 20 varas de ancho, mientras que las manzanas una anchura de 100 varas divididas en cuatro solares. Un dato curioso, es que los ocupantes de esos solares debían pagar 4 pesos para ser sus dueños y con ese dinero recaudado se construiría una escuela, con la condición de que las familias pudientes paguen “cuatro reales al profesor por cada uno de sus alumnos”. Aquí se alza, una vez más, el Belgrano educador.
Las primeras edificaciones fueron la Iglesia matriz, el municipio y la cárcel, y tanto indios como criollos o españoles compartían el usufructo de los bienes del pueblo naciente. A los más pobres, es decir, a aquellos que no tenían sino un rancho mísero, se les otorgaba un solar gratuito y una fracción de media legua en las afueras para que cultiven en ella.
Los pueblos artiguistas
Sería el Padre del Federalismo Argentino, general José Artigas, el fundador de dos pueblos en el actual territorio uruguayo. El primero de ellos denominado Carmelo y el restante Purificación.
Villa de la Purificación
Partimos de la base de que la fundación de Purificación ocurre el 9 de octubre de 1815, fecha que aparece inscripta en una misiva que el propio Artigas envió al Cabildo de Montevideo y en la cual anotó, luego de avistar los terrenos donde se iba a asentar la población, lo que sigue: “Este es el lugar destinado para su purificación”. Establecer el motivo del nombre es, hasta hoy, un tema no del todo resuelto.
Se dice que el nombre “Purificación” debe su origen a la injerencia del cura José Benito Monterroso (1780-1838), franciscano y consejero del “Protector de los Pueblos Libres”, quien habiendo permanecido un tiempo en la provincia de Córdoba recibió allí una noticia que, proveniente de Chile, afirmaba que en 1812 las Cortes de Cádiz expidieron dos decretos por los cuales se castigaba “a quienes habían servido en la península al gobierno intruso de José Bonaparte”. Y como castigo de esos infieles, en uno de los decretos “se ordenaba al cabildo la creación de un tribunal de ‘purificación”.
Otra versión indica que el origen del término “Purificación” tiene preclaros orígenes católicos, pues invoca a la festividad de la Purificación de la Santísima Virgen María (2), la que ha sido muy popular en la época aludida. Así lo dejó escrito un seguidor del general Fructuoso Rivera, de nombre Bernabé Magariños, el cual observó “las fortificaciones y cimientos de la Purificación o Hervidero, que en tiempos de Artigas fue una famosa población, guardada por tres fortificaciones y toda circunferenciada desanja (sic) (…) El nombre “de Purificación” proviene de que en el día de la purificación de Nuestra Señora se formó el pueblo: tiene un famoso puerto…”. (3)
Geográficamente, la ubicación de Purificación quedaba a 30 kilómetros al sur de Salto, en una zona donde el río Uruguay se vuelve estrecho. Otro nombre con que se conoció al poblado fundado por Artigas fue Hervidero, y esto porque en el lugar las aguas se vuelven muy ruidosas o bulliciosas. Fue construida Purificación sobre una estratégica meseta desde la cual el Protector contemplaba los terrenos aledaños, que eran la costa de Entre Ríos, el paso por donde podían invadir los portugueses y el trayecto que con suma rapidez lo podía conducir hasta Montevideo en cualquier momento.
Desde Purificación (también llamada Villa de la Purificación o Hervidero), José Artigas sostuvo la integridad de la Liga Federal de los Pueblos Libres y fue el centro neurálgico desde donde se despachaban todas las directivas y correspondencias que recibían, en forma de órdenes, sus lugartenientes, los que se desparramaban por Entre Ríos, Santa Fe, Misiones, Corrientes y Córdoba. Al respecto, John Parish Robertson, comerciante escocés que lo fue a visitar a Artigas en Purificación, recuerda que allí “el caudillo estaba dictando continuamente a sus amanuenses, mientras afuera se renovaban hora a hora los comensales de un asado interminable y los chasques salían cada media hora para rumbos diversos”.
En su esplendor, Purificación hubo de transformarse en la virtual capital de la Liga Federal, teniendo por habitantes unas 1500 personas que vivían de modo espartano, sencillo como mandaba la usanza de ese tiempo. Esa porción habitacional estaba compuesta de indios, gauchos y hombres de religión, y la economía se basaba en cultivos y ventas de cueros vacunos, según ha observado el comerciante Robertson. (4) La ciudad de Montevideo se convertiría en el comprador principal de los bienes que se producían en Purificación. Por su parte, la zona quedaba guarnecida por 5 baterías de artillería; y hacia 1816, se erigió en el lugar una Iglesia.
La tropa que cuidaba este centro neurálgico de la Liga Federal, estaba compuesta de 200 Blandengues, que estaban mandados por Andrés Latorre, 40 artilleros que, como se ha dicho, manejaban 5 piezas de artillería, y unos 200 negros que respondían a la jefatura de José María Aguiar. Dentro de la Villa de la Purificación funcionaba una armería en la que se reparaban armas y fusiles antiguos, y en un rancho con techo de paja que estaba ubicado “en la margen del río frente a Purificación, tenían guardada la pólvora y los cartuchos”. La vanguardia del cuartel general de Artigas estaba bajo las órdenes de su lugarteniente Juan Antonio Lavalleja, reemplazante que fue de un tal Mondragón.
Los datos brindados marcan, de alguna forma, el auge de Purificación. Mas su debacle sobreviene en 1818, al disminuir el poder de Artigas y comenzar las defecciones que, traducidas en traiciones, fueron dejándolo solo y a merced de los portugueses, los directoriales porteños y las fuerzas paraguayas de Gaspar Rodríguez de Francia.
Entretanto, se suceden algunas sublevaciones de negros que, en esos días angustiosos, van a quejarse de que a los milicianos “no se les daba carne ni demás auxilios”, y la tropa del mulato José Antonio Verdún, envuelta en los asedios y las derrotas, prefirió desertar masivamente y huir de Purificación. En enero de 1818, Purificación debió ser totalmente evacuada cuando Artigas ordenó el repliegue total de lo que quedaba de su tropa hacia los potreros del Queguay. La villa entonces quedaría a merced del saqueo y la destrucción de los lusitanos, de allí las ruinas que hoy imperan en esta olvidada pero importante población artiguista.
Carmelo
El segundo de los pueblos o ciudades fundadas por José Artigas fue Carmelo, el 12 de febrero de 1816. Vale aclarar, que este pueblo preexistía en otro lugar geográfico y bajo otro nombre: pueblo de Las Víboras, creado por el año 1758 y que por varias décadas jamás pasó de tener 4 manzanas de extensión, una capillita y unos cuantos ranchos. Sus habitantes, doscientos en total, pidieron al Protector de los Pueblos Libres “su autorización para trasladar el pueblo a la costa del río Uruguay y Arroyo de las Vacas”. Por el pueblo Las Víboras, firmaron la petición el cura presbítero Felipe Santiago Torres Leiva, el alcalde interino Pedro José Zepeda y el ciudadano José Ignacio Sierra.
Estos vecinos, le pedían a Artigas permiso para sacar material de la Calera de las Huérfanas a fin de mandar construir una nueva Iglesia en el nuevo asentamiento de Carmelo. Y así fue, que desde Purificación el caudillo federal “dispuso el traslado solicitado por el pueblo viborero” el 12 de febrero de 1816.
Artigas benefició a los novatos habitantes cediéndoles las instalaciones de la Calera de las Huérfanas, establecimiento que debía estar controlada “por un vecino honrado, que vele por su conservación” y que sea designado como tal por resolución del señor alcalde. Dentro de la calera, el nuevo alcalde, don Hipólito Antonio Montes de Oca, reunió a la población e hizo el reparto de tierras y fincas correspondientes. El solar fue puesto bajo la advocación de la Virgen del Carmen, posible origen e inspiración del nombre con que hoy se recuerda a esta comarca.
Empero, el nombre Carmelo recién llegará con bríos de oficialidad en 1822, pues desde 1816 hasta ese año se le denominó pueblo de Las Vacas en recuerdo de un antiguo puerto que llevaba ese nombre y que existía en la zona. Desde 1822, fue indistintamente llamado El Carmelo o Pueblo del Carmen.
Al presente, el pueblo que se gestó gracias a José Artigas nunca perdió su sabor a aldea. Se cuenta entre las mejores zonas para la producción vitícola del Uruguay y posee, además, un importante centro para la práctica del yachting. Por lo pronto, Carmelo tiene el privilegio de ser la única ciudad fundada por el general Artigas que ha sobrevivido hasta nuestros días, lo que no es poco decir.
Referencias
(1) Invocar el nombre de Fernando VII era, a estas alturas en que se producían las revoluciones en América, parte de esa maquinación británica llamada “La Máscara de Fernando VII”. Lord Strangford alentaba a los revolucionarios de Mayo a que continúen referenciándose con el rey detenido ya sea tanto en las proclamas como en los actos y los juramentos, a modo de disipar dudas respecto del verdadero fin último perseguido aquel 25 de mayo de 1810.
(2) La celebración acontecía tradicionalmente cada 2 de febrero.
(3) No es exacta la precisión de Magariños, pues Purificación no la fundó Artigas el 2 de febrero de 1815 ni en igual fecha de 1816, sino, como se ha dicho, el 9 de octubre del primero de los años mencionados.
(4) El 22 de junio de 1816, se hicieron presentes en Purificación, a fin de vivir en la villa, unos 400 indios abipones y 4 caciques con sus respectivas familias.
Detalle de la imagen de portada: Se titula “La Aduana de Purificación”, y es un boceto y óleo sobre tela de autor anónimo. En el centro aparecen Artigas, de pie, vestido con esclavina, junto a Monterroso, que luce aquí el hábito de la Orden Franciscana, en actitud de registrar en un pliego que tiene en sus manos los frutos que a su izquierda descargan de una carreta fornidos changadores de torsos desnudos, ataviados solamente con chiripá. A la derecha, junto a una enramada, un grupo de personas presencia los trabajos. Limitando la composición en el ángulo inferior, a la izquierda, se ven anclas y otros implementos de navegación; en el ángulo inferior derecho, una báscula. Al fondo, en el centro, las velas de las embarcaciones. Esta obra era, promediando la década de 1950, propiedad del Arq. Leopoldo Carlos Agorio.
Por Gabriel O. Turone
Bibliografía
Gaudiano, Pedro. “Artigas Católico”, Universidad Católica del Uruguay y Universidad Católica “Nuestra Señora de la Asunción”, Uruguay, Septiembre de 2004.
Luna, Félix. “Los Caudillos”, Editorial Planeta, Buenos Aires, Octubre de 2000.
Rebella, Juan A. “Purificación. Sede del protectorado de “los pueblos libres” (1815-1818)”, Revista del Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay, 1933.
Ribeiro, Ana. “El Caudillo y el Dictador”, Editorial Planeta, Buenos Aires, Mayo de 2004.
“Una página de historia”, Revista Caras y Caretas, Buenos Aires, 11 de junio de 1932.
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