El predio que contiene la monumental estructura del Colegio Militar de la Nación (CMN) en El Palomar, Provincia de Buenos Aires, no es un sitio al que se pueda acceder cuando uno quisiera. Sin embargo, y gracias a una invitación de nuestro amigo, el My Diego Gonzalo Cejas, un fin de semana de no hace mucho, mi padre y yo, en representación de Jóvenes Revisionistas y Patricios de Vuelta de Obligado, respectivamente, tuvimos el inmenso honor de entrar en él para apreciar la belleza de sus monumentos, las huellas históricas de sus instalaciones y la pulcritud y el orden de la vida militar que allí impera.
Fue el My Cejas quien nos ofreció una explicación histórico-didáctica de las partes más salientes y significativas del lugar. Y, cabe agregar, que su palabra infunde respeto por tratarse de un Magister en Historia quien, en breve, obtendrá su Doctorado en la materia. Infiero con esto, que estábamos en un lugar maravilloso y ante quien supo explicárnoslo.
Nuestra visita se inició ni bien traspusimos el arco de la entrada principal del CMN. Una vez dentro, se contempla la belleza del parque diseñado por el paisajista Carlos Thays, cubierto por la gramilla impecablemente cortada y los monumentos que van apareciendo a medida que se avanza por las calles internas. Luego de andar algunos cientos de metros, nos topamos con la entrada del edificio donde tiene su despacho el Director del Instituto, ocupado por un Oficial Superior Jefe del Ejército con jerarquía de general. Allí nos detuvimos durante algunos minutos, ocasión en que se nos describió aspectos edilicios y paisajísticos del CMN:
“Estamos en el Colegio Militar de la Nación, sean bienvenidos ambos. Me da mucho agrado tenerlos por aquí. Ustedes saben que éste es el sitio histórico de la batalla de Caseros. Ahora vamos a ver la monumentalidad de los edificios, la elección del sitio. Sitio elevado, un monte que fue llamado “Monte Caseros”. Observen allá, la Cañada de Morón. Allá, al final, a la altura de los árboles, está el arroyo Morón. Y aquí, desde donde estamos nosotros, observamos la vista que tuvieron los defensores de aquél 3 de febrero de 1852.
“Por ser escenario de una Batalla, la de Caseros, todo el predio es un Sitio Histórico. Ahora, estamos en edificios que se inauguraron en diciembre de 1937. Mucho tiempo antes, se había concretado la adquisición de los terrenos. El primer Colegio Militar estuvo en el Caserón de Rosas en Palermo. El segundo estuvo donde hoy funciona el actual Liceo San Martín, y, el tercero aquí.
“Hubo un detalle tenido en cuenta: el hacerlo lejos de la ciudad de Buenos Aires, obedeció a conceptos rectores del siglo pasado que afirmaban que los cuarteles o lugares de educación, de instrucción, había que alejarlos de los vicios urbanos. San Martín ya empleó este concepto en 1817 al hacer su Cuartel del Plumerillo alejado de la ciudad. O de elegir el Cuartel del Retiro, en 1812, alejado de la ciudad. ¡El mismo Campo de Mayo! Había que tomarse todo un tren y 30 kilómetros de expedición para llegar al lugar.
“Estos edificios tienen una monumentalidad que, además, es conferida por el paisaje. El paisaje tiene especies arbóreas y antiguamente tenía especies animales de todas las regiones del país, de las 14 provincias de entonces. El parque fue encargado a Carlos Thays, quien también diseñó los bosques de Palermo. El Colegio Militar de la Nación, que hoy disfrutamos a pesar de que es un día de lluvia, también tiene un pequeño lago y hacia allí nos dirigimos.
“En los edificios hay muchos elementos simbólicos. Por ejemplo, fíjense el arco de entrada que tiene una simbología militar, es una transmutación. O sea, es diferente cuando se atraviesa este arco, uno se convierte en soldado al atravesarlo”.
Esta apasionante descripción que, con total gentileza, nos ofreció a modo de introducción el My Cejas, ya avizoraba el encanto del CMN y de todo lo que lucían sus grandes instalaciones. A cada paso que dábamos, un nuevo relato se abría, diáfano, ante la expectativa curiosa de nosotros.
La Capilla y los monumentos
Apenas habíamos avanzado algunos tramos, cuando nos cruzamos con una hermosa estatua que representaba a Pedro Ríos, el legendario “Tamborcito de Tacuarí”, heroico niño servidor de la patria que, a los 12 años de edad, murió en la campaña del general Manuel Belgrano en territorio paraguayo el 9 de marzo de 1811. Justamente, la estatua de Pedro Ríos corresponde al eximio escultor Luis Perlotti, la que “fue fundida en el Arsenal de Guerra. Está montada sobre un pedestal de mampostería y tiene una placa homenaje del Círculo Militar, con la siguiente inscripción: “El Círculo Militar al Tambor Pedro Ríos, Muerto en el Combate de Tacuarí-9 de marzo de 1811”. (1)
Bajamos del automóvil para contemplar de cerca esta obra escultórica, mientras el My Cejas nos explicaba acerca de los elementos que inspiraron a Perlotti para realizarla: “La postura de Pedro Ríos significa que está batiendo “a la carga”. Y cuando se bate a la carga, dicen las ordenanzas, hay que tomar la caja con la mano izquierda, hay que tomar ambas baquetas con la mano derecha y, ¡prum, prum, prum, prum!, es decir, marcar el paso para que avance la tropa. Perlotti realizó esta obra para la inauguración del CMN”. De esta misma figura, existen 4 estatuas más, pero la original es la que estábamos viendo ahí, en medio de una llovizna que hacía más solemne el paisaje.
Proseguimos camino, y entramos a la Capilla del CMN, la cual tenía sus puertas abiertas. Es de un estilo arquitectónico mucho más moderno que el conjunto que la rodea, lo que queda constatado en un documento que está en la antesala del sitio sagrado. Allí, se lee que la capilla fue erigida “a los veintiséis días del mes de marzo de mil novecientos sesenta y nueve (Año del centenario del Instituto)”. También existe en dicha antesala, un mármol que rinde tributo a quien fuera el primer Director del CMN, el coronel Juan F. Czetz, de nacionalidad húngara, país en donde fue general y comandante en Jefe de Transilvania.
La capilla consta de tres espacios, ubicándose en su centro el altar mayor. Murales con relieves y luces en su base, iluminan figuras tales como la de la Virgen María, “a cuyos pies tiene la medialuna porque es vencedora de los infieles en la reconquista de España. Esa medialuna la tiene abajo también la Virgen de Luján. La Virgen fue la vencedora de los moros infieles”, expresó el My Cejas, mientras seguimos observando y contemplando el lugar. También pude verse a Santa Catalina de Alejandría, “la patrona de los abogados, en razón de que intercede por nosotros ante Dios. Si observan bien, fíjense la torrecita, que bien puede representar a Alejandría, de donde era ella”, continuó diciendo nuestro amigo y guía.
Una vez vueltos al exterior, nos dirigimos hacia un espacio para observar otras estatuas y monumentos más, como el que recuerda a los cadetes que, egresados del CMN en la Promoción 109 del año 1978, murieron en la Guerra de Malvinas. Uno de ellos, fue el teniente Roberto Néstor Estévez, caído valientemente en acción el 28 de mayo de 1982. Los otros héroes caídos en el conflicto del Atlántico Sur, fueron los tenientes Marcos Antonio Fassio, Alejandro Dachary, Luis Carlos Martella y Julio César Auvieux. Todos ellos, lo mismo que Estévez, fueron ascendidos post mortem al grado de Tenientes Primeros. El monumento que los recuerda los muestra a los cinco de ¾ de frente con las islas Malvinas de fondo, todo en relieve. En el centro, y de forma ovalada, una leyenda que circunda la efigie del general José de San Martín dice: “PROMOCION 109 – 1978”. Antes de que continuáramos reconociendo las instalaciones del CMN, recuerdo lo que dijo el My Cejas sobre las muertes sublimes –pues, han muerto defendiendo la patria- de los inmortalizados en la escultura: “Ellos murieron siendo una bella esperanza de la patria”. Y era verdad.
La siguiente escultura que vimos en detalle, correspondía a un busto dedicado al general de Brigada Enrique Miguel Luzuriaga, el cual tuvo el privilegio de ser el primer Jefe del Cuerpo de Cadetes del CMN entre 1870 y 1872, sugiere una placa colocada debajo de la figura broncínea que la memora. Este oficial Luzuriaga era veterano de la Guerra del Paraguay, por eso las múltiples condecoraciones que ostenta en la escultura.
Raudamente, nos quedamos conversando sobre algunos vehículos que estaban apostados en diferentes sitios del predio, como ser un tanque norteamericano empleado en la Segunda Guerra Mundial; tres estatuas con altos pedestales que alzaban a soldados del arma de Infantería, Comunicaciones e Ingenieros, todos ellos en posición de ataque; un cañón Krupp de 75 mmm y otro sin retroceso empleado durante la Guerra de Malvinas en 1982. Más allá se exhibe un vehículo Bren Carrier para 6 soldados más el conductor del ejército inglés empleado en las batallas de El Alamein (1942) contra las tropas del Afrika Korps de Rommel.
Frente al Casino de Cadetes, vi una de las cosas que más me impactó del recorrido. Se trataba de 2 impecables cañones “Krupp” de 1866 y 1867 que, traídos que fueron a nuestro país por Bartolomé Mitre, fueron de los primeros Krupp que tuvo la República Argentina en su arsenal. Los ejemplares ya venían con sus cañones estriados, teniendo las siguientes características: el primer Tubo Cañón que miré, era un Cal. 85 mm L 22 – Modelo 1867; el otro Tubo Cañón era Modelo 1866 y muy similar al anterior. Ambas piezas estaban montadas en sus respectivas cureñas.
Monumento a los cadetes
Cercanos a donde se hallaban el famoso Palomar y Casa de don Diego Caseros, edificios históricos donde se desarrolló la decisiva batalla de Caseros en febrero de 1852, detuvimos la marcha del vehículo ante un monumento que recuerda a los cadetes muertos en cumplimiento del deber. La nómina de los caídos tiene como inicio la Revolución del 6 de septiembre de 1930 (2), en donde perdieron la vida “algunos cadetes” del CMN, detalló el My Cejas, quien agregó que “hay que recordar que fueron los cadetes del Colegios Militar de la Nación quienes marcharon desde San Martín, entonces sede de su Colegio Militar, para contribuir con el derrocamiento de Yrigoyen. Ninguna de las unidades de Campo de Mayo quería golpear contra el presidente, que era muy popular en el Ejército. A los cadetes del CMN se les disparó desde las inmediaciones del Congreso, y desde el edificio de la Confitería Del Molino Algunos cadetes murieron y sus nombres se recuerdan aquí”.
El monumento es solemne, lleno de placas con relieves art nouveau, muchas de las cuales llevan las firmas de Gotuzzo, Rossi, Piana y De la Cárcova. Y si tomamos como referencia el relato ofrecido, veremos que las estatuas de tamaño natural de los 2 cadetes que custodian a la de la República están “en posición a la funerala, con la mirada recogida y de uniforme completo”. Estos detalles son de enorme valía para entender hasta los más mínimos símbolos que guarda el predio del CMN.
Palomar y Casa de Caseros
Para el final, dejamos lo más antiguo del CMN: el Palomar y la Casa de Diego Caseros, sitios de altísimo interés para quienes nos dedicamos al estudio y la revisión de la historia argentina. Mi padre y yo quedamos, una vez más, envueltos en el relato de nuestro amigo Cejas:
“El arroyo Morón está a unos 2 mil metros más allá, siendo un obstáculo natural. Las fuerzas de Urquiza lo fueron a pasar por un puente –un único puente- y se presentaron detrás de los árboles que vemos, donde ahora está la pista de la base aérea de Morón. Aquí, las fuerzas contendientes distaban más o menos a unos 1500 metros, distancia suficiente para hacer jugar su artillería. De inmediato, avanzó el ejército de Urquiza, y la artillería defensora estaba toda en este lugar”.
En ese momento de la explicación, pudimos imaginar –porque lo estábamos viendo con nuestros propios ojos- el sitio donde se apostó el coronel Martiniano Chilavert para hacer fuego de artillería contra las fuerzas enemigas. Se trata de un espacio agreste que, situado a la derecha del Palomar, si nos situamos mirando de frente a las fuerzas de Urquiza que se venían desde Morón, tiene hoy como única referencia unos árboles frondosos que pasan casi inadvertidos. Los cañones de Chilavert “tenían un alcance de 600 metros. Pero primero les dispara con balas lisas y luego con metralla a los 300 metros”, añadió Cejas. O sea, la munición variaba de acuerdo a la distancia en que se encontraba Urquiza con su ejército.
Urquiza, los brasileños y los mercenarios alemanes tuvieron dos obstáculos antes de presentarse en el sitio donde nos hallábamos, pues primero debieron cruzar el río Reconquista a través del puente de Márquez, y luego el arroyo Morón por otro puente que quedaba, como se ha dicho, a escasos 2000 o 1500 metros del Palomar.
El edificio del Palomar “es del año 1788. Esto era una finca de producción, la finca productiva de Diego Caseros. Atrás estaba la casa de Caseros y acá el palomar. Él tenía árboles frutales, vacunos y porcinos. El Palomar era también un corral cubierto. El palomar tenía palomas (un plato muy apreciado en aquellos tiempos) y en este sitio –me indica la planta baja del palomar- iban los porcinos”.
Le pregunté a Diego Cejas si el dueño del palomar adhería al rosismo, dado que había cedido su propiedad para emplazar en ella al Estado Mayor de las fuerzas federales, respondiéndome lo siguiente: “Caseros se instaló en 1780, por lo que para 1850 ya no existía. No tengo idea si el Palomar no era entonces una de las propiedades de Rosas, o de alguien cercano a Rosas”. Después, cotejando archivos, di con el dato de que para la época del combate, la casa y el palomar pertenecían a don Simón Pereyra. La construcción incluye tres pisos concéntricos, galerías, interiores y depósitos. Inclusive, existe la creencia de que en algún pasaje de la batalla de Caseros, el Restaurador Rosas se subió a la parte más alta del Palomar para dirigir desde allí el dispositivo de sus fuerzas.
Mirando el paisaje adyacente, puede notarse la elevación del monte y, por ende, la estratégica elección del lugar por parte de Juan Manuel de Rosas para defender la soberanía en 1852. La observación del enemigo era total. De nuestra parte, entrar al palomar motivó el despliegue de algunas banderas, entre ellas la de la Federación y la de Jóvenes Revisionistas.
En la parte superior de la entrada principal, una placa de mármol blanco colocada por el Museo de Luján, reza: “EN ESTOS HISTORICOS CAMPOS DE MONTE CASEROS, EL Gral. URQUIZA AL FRNTE DEL EJERCITO ALIADO LIBRO LA GRAN BATALLA QUE DERROCO A LA DICTADURA DE ROSAS EL 3 DE FEBRERO DE 1852”. Rosas, es cierto, había sido un dictador pero a la usanza romana, o sea, un dirigente que en épocas de crisis imponía el orden hasta lograr que todo regrese a sus cauces. Se puede concluir, entonces, en que de no haber existido la dictadura de Rosas la patria no tendría la extensión que hoy posee. Que media docena de republiquetas se habrían repartido el botín y dejado a su pueblo en la más absoluta de las ruinas. Lógicamente, esto es un pensamiento que se me vino a la mente mientras contemplaba aquel mármol blanco lleno de terminología triunfante y liberal.
Distante unos 500 metros del Palomar se encuentra la Casa de Diego Caseros, construcción muy similar a la que está en Bernal, provincia de Buenos Aires, y que es conocida como Finca de Santa Coloma, construida que fue en 1805. La de Caseros fue declarada Monumento Histórico Nacional por Decreto Nº 1868 del 26 de julio de 1983, y, como dato de color, la veleta de su mirador aún tiene magullones y marcas de proyectiles.
Al igual que el Palomar, la casa fue construida en 1788 y donada al Ejército Argentino en 1912 por intermedio de las señoras Luisa y María Antonia Pereyra Iraola. Allí, no solamente tuvo lugar la batalla de Caseros sino que, también, fue escenario de la reunión preliminar que permitió la firma del Pacto de San José de Flores en 1859, por el cual la provincia de Buenos Aires entraba a formar parte de la Confederación Argentina tras la batalla de Cepeda.
El frente del solar tiene una galería de neto corte colonial y un techo sostenido por 5 columnas de madera. Todo lo que compone el mobiliario, como ser las puertas, ventanas, faroles, rejas y paredes, están en muy buen estado de conservación, funcionando en su interior un museo que guarda objetos originales de la época de la batalla de Caseros, constituyéndose en uno de los más importantes de su tipo en nuestro país.
La pared del fondo daba hacia el sector por donde avanzaba la infantería y la artillería urquicista, por ende, fue la que recibió mayor cantidad de impactos durante la refriega de 1852. Sobre el costado izquierdo de la propiedad –mirándola de frente- un añoso ombú es el único testigo que queda de aquel combate. Sólo él sabe el drama que hubo allí. En esa pelea entre hermanos hubo, como en todo acto de guerra, sufrimientos por doquier e injusticias nunca resueltas. Y puede que siempre haya en el ambiente un motivo metafísico para rehabilitar viejas disputas o reyertas que jamás podrán subsanarse.
Sobre esa misma pared trasera existen, además de unas cuantas ventanas enrejadas, una puerta y un portón. Por uno de estos dos “fue que entró el comandante León de Pallejas (3) y mató sin mediar palabra al doctor Claudio Mamerto Cuenca”, esboza el My Cejas, para quien no es probable que ese crimen haya ocurrido en el Palomar, como es de común creencia, puesto que nunca el hospital de campaña puede desplegarse en un lugar donde se criaban cerdos y palomas en razón de lo insalubre del mismo. (4)
Estábamos en el epílogo de este tour por el CMN. Atrás dejamos la casa histórica de Caseros y a aquel caballo moro que, apacible, se acercó hacia donde estábamos para luego ponerse a pastar muy cerca de nosotros. Sobre su lomo tenía la marca “R 68”. Después supimos que se trataba de un flete que había escapado de la Veterinaria del lugar. Lo recuerdo como un animal que quiso endulzar aquella dulce estampa de patria vieja junto al campo del honor.
Antes de despedirnos, el My Cejas expresó: “Hoy ustedes conocieron solamente el exterior de las instalaciones. La próxima vez, los invito a conocer el Museo de Armas y algunos interiores, en los cuales apreciarán la valía arquitectónica e histórica que aquí existe”. Le tomamos la palabra, querido amigo. Y gracias por todo.
Por Gabriel O. Turone
Referencias
(1) Nota “Campaña del Paraguay (1810-1811)”, portal de de historia Revisionistas. Ver: http://www.revisionistas.com.ar/?p=6660
(2) El término “Revolución” para referir lo sucedido en el año 1930 es, por cierto, arbitrario, pues formalmente se trató de un golpe de Estado. Está en la opinión de unos y otros el describir al hecho como una “revolución” o como un “golpe de Estado”, ello en virtud de las interpretaciones subjetivas de los que estuvieron a favor o en contra. Así se interpreta también lo de 1943, 1955, 1962, 1966 y 1976.
(3) León de Pallejas nació en Sevilla, España, en el año 1816. Venido al Plata, juró pelear por el general Fructuoso Rivera. Halló la muerte en la batalla del Boquerón durante la guerra del Paraguay (julio de 1866).
(4) No existen datos que señalen, con precisión, si para el año del encuentro de armas aún funcionaba la cría de palomas y de porcinos en la estructura del Palomar.
Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar