La derrota y la posterior captura de Juan Madariaga por Urquiza en la batalla de Laguna Limpia condujeron al tratado de Alcaráz, firmado por Joaquín Madariaga y Urquiza, reincorporando Corrientes a la Confederación; Rosas que no había sido consultado rechazó violentamente el tratado y ordenó a Urquiza invadir Corrientes; éste demoró la ejecución de la orden en la esperanza de que un nuevo tratado pudiera contar con la aprobación de Rosas, pero la situación empeoró.
Finalmente a fines de noviembre de 1847 el general Urquiza llegó con su ejército al paraje del Pasito donde después de una breve acción de vanguardia tuvo noticias de que el enemigo se había fortificado en el potrero de Vences. El 26 de ese mismo mes, a las dos de la tarde, se puso en movimiento sobre él que en dicho sitio había colocado 12 piezas de artillería, 900 infantes y 3.500 mandados por los hermanos Madariaga y el general Juan Pablo López. La batalla se trabó el día 27 y su resultado fue la total derrota de los Madariaga.
El general Justo José de Urquiza desde el Campo de Batalla en la boca del Potrero de Vences envía el 28 de noviembre el siguiente parte al brigadier general Juan Manuel de Rosas:
¡Viva la Confederación Argentina! ¡Mueran los Salvajes Unitarios!
El Gobernador y Capitán General de la Provincia de Entre Ríos, General en Jefe del Ejército de Operaciones contra los Salvajes Unitarios. Campo de batalla en la boca del Potrero de Vences, Noviembre 28 de 1847 – Año 38 de la Libertad, 23 de la Federación Entre-Riana, 32 de la Independencia y 18 de la Confederación Argentina.
Al Excelentísimo Señor Gobernador y Capitán General de la Provincia de Buenos Aires, Encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina, Brigadier General D. Juan Manuel de Rosas.
En una de mis últimas comunicaciones dirigidas a V.E. por medio del Excelentísimo Señor Ministro de Relaciones Exteriores, Camarista Dr. D. Felipe Arana, significaba que la continuación de mis marchas sería sin interrupción. Desde entonces el ejército de mi mando ha luchado y vencido a la naturaleza de un país que presenta aterrantes obstáculos para soldados menos valientes que los que tengo la fortuna de mandar, habiendo andado de bueno y mal camino más de ciento cincuenta leguas. En su tránsito y en seguimiento del ejército de los Salvajes Unitarios se ejecutaron tres delicadas operaciones, que para realizarlas se necesitó la concurrencia de acertadas enérgicas disposiciones, y el valor a toda prueba de nuestros soldados: tales son los pasajes a nado del caudaloso Río Corrientes con sus extensos malezales, el Batel y el correntoso Santa Lucía. De ellos, el segundo solamente se encontró vadeable, y estas inaccesibles barreras, particularmente la primera y la última, los Salvajes Unitarios que habían empezado a retirarse desde la situación que ocupaban en la margen derecha del antedicho Corrientes, las interponían entre el Ejército de Operaciones y ellos como bastante inconveniente para detener nuestra triunfante marcha. Pero, fuera terror que infundiéramos al enemigo, o su plan de campaña conducirnos al interior de esta Provincia para decidir la suerte que debía caberle en una batalla decisiva en el centro de sus recursos, fueron consideraciones que, aunque las conocía, no les presté atención, pues desde la apertura de la campaña estaba resuelto a no dejar la ofensiva. Esta invariable conducta me hizo llegar el 25 con la vanguardia al paraje denominado Pasito, que presenta un estrecho desfiladero donde había una división de los Salvajes Unitarios, que mandé atacar con el primer escuadrón de la división de servicio, el que acuchilló a los Salvajes Unitarios, habiéndoles muerto seis, y tomado cuatro prisioneros, los cuales ratificaron la noticia tenida hacía días, de que el enemigo se había fortificado en el Potrero de Vences; después de este suceso la vanguardia y ejército acamparon a su inmediación. En este día dispuse que el ejército se preparara para combatir, pues la permanencia a mi frente de los puestos avanzados del enemigo revelaba estar en aquellas cercanías todas sus fuerzas. El 26 a las dos de la tarde me puse en movimiento, y ordené al benemérito general Garzón que, mientras yo dirigía mi ataque con la vanguardia por nuestra derecha, él con el ejército debía practicar el suyo por la izquierda.
La operación se efectuó con rapidez simultanea: los Salvajes Unitarios fueron empujados de la primera posición, y a las 4 de la tarde nuestras masas desplegaban haciendo flamear los estandartes Federales frente al campo fortificado en que se hallaba todo el ejército salvaje unitario; quedando así lleno mi objeto de hacer un reconocimiento general, apreciar las obras de campaña que habían levantado, su fuerza física y material, y las ventajas locales de que estaban apoderados. Concluido mi prolijo reconocimiento, se tomaron consiguientemente todas las disposiciones para atacar a las 8 de la mañana del día próximo. La tarde estaba nebulosa y ardiente; al ponerse el sol empezó a llover copiosamente hasta las 11 de la noche, y por consecuencia preciso fue postergar la hora; pero no el afortunado día. Nuevas órdenes se impartieron para dar la batalla al medio día, después de secar de nuevo armamento y monturas.
El ejército salvaje unitario se había fortificado en la misma embocadura del Potrero de Vences, sobre una colina elevada que tiene la extensión de 850 varas, toda ella foseada en donde lo necesitaba, y terraplenada su parte exterior, dejando sólo dos espacios sin cerrar de corta distancia en lugares los más prominentes, donde estaban establecidas sus fuertes baterías de artillería; sus dos flancos perfectamente rodeados de esteros; en el frente otro de éstos que inutilizaba completamente el ceñido terreno en que podían únicamente maniobrar mis tropas. Además circuía toda la retaguardia del campo enemigo un grande y hondo malezal, por manera que la naturaleza lo hacía más formidable después de los trabajos que había empleado el arte tras los cuales se hallaban colocadas doce piezas de artillería bien servidas, 900 infantes y más de 3.500 hombres de caballería, mandados por los Salvajes Unitarios traidores Madariaga, y el pelafustán Juan Pablo López.
El momento de la batalla se acercaba, Excelentísimo Señor, y mis disposiciones desde el día anterior fueron las siguientes. Yo con la vanguardia debía doblar la posición de los Salvajes Unitarios por su izquierda; el valiente general Garzón, con el ejército compuesto de las tres armas, cometí que atacase de frente, y flanquease la derecha de aquellos que se creían invencibles, o cuando menos, contaban con seguridad rechazarnos.
El Señor General Garzón, hecho cargo de mi propósito, me presenta los detalles con que debía ejecutarlo, que merecieron mi aprobación, y a las diez y tres cuartos me puse en marcha para anticiparme a penetrar al bañado que tenía más de una legua, maciegoso, y el agua llegaba a la espalda del caballo. Cuando el hábil general Garzón advirtió que yo salía a la espalda del ejército enemigo, desenvuelve con rapidez la combinación de su ataque, que supo ocultar con gran tino a los Salvajes Unitarios hasta cinco minutos antes de la hora fijada: 5 piezas de artillería al mando del valiente comandante D. Marcelino Martínez rompen sus fuegos; los acreditados batallones Entre-Riano y Urquiza marchan de frente en una dirección dada sobre el único terreno que conducía al centro fortificado enemigo, el cual barría la metralla de su artillería, y en el centro de ellos seguían dos piezas de artillería mandadas por el intrépido mayor Sotelo, ejecutando un fuego activo y certero; este ataque era sostenido por el valiente comandante D. Doroteo Salazar, que con su bizarro escuadrón fue inseparable de nuestros batallones hasta las líneas enemigas.
Trabada así la batalla por un fuego vivo de artillería y mosquetería por los referidos batallones, que dirigían sus valientes comandantes D. José María Francia y D. Manuel Basavilvaso, el denodado general Garzón, en cumplimiento de mis órdenes, se pone a la cabeza de la caballería, penetra al trote un bañado que los Salvajes Unitarios, en la orilla que disputaban, sostenían con cien infantes en la extremidad del foso que hasta allí llegaba, donde habían colocado también un número considerable de estacas, cuevas de lobo y palmas tendidas, que formaban un vallado. Estos estorbos no lo detienen, el muy intrépido comandante D. Mauricio López con su escuadrón de Alcaráz, que esa mañana había sido armado de fusil y bayoneta, iba a la cabeza de la columna. Los Salvajes Unitarios vienen con un batallón y caballería escalonada a la lengua del agua a parar este golpe y cruzar sus armas; en este arduo empeño el expresado comandante López echa pie al agua, como se le había prevenido, con sus valientes Dragones improvisados, y rompe sus fuegos. El Señor General Garzón a su vez hace que la caballería se precipite; manda tocar la carga con su corneta de órdenes, y los intrépidos coronel D. Apolinario Almada, comandantes D. Juan Castro y D. Mariano Salazar, con sus intrépidos cuerpos embisten a la vez sobre los Salvajes Unitarios, que ejecutaban el más vivo fuego de fusil y tercerola; pero que instantáneamente dieron la espalda viendo que los valerosos Federales pisan sus trincheras. Tan valeroso ataque iba fortalecido por la reserva de la 6ª División mandada por el bien acreditado coronel D. Manuel Antonio Palavecino, y los valientes comandantes Borrajo, D. Juan Luis González, D. Feliciano Palavecino, y por los sargentos mayores Gómez, Soto, Barras, Cevalles, Arenas, y el Jefe del Detall, Doldan. Cuando conocí que mis tropas, habiendo atacado la derecha enemiga y sus demás líneas de fortificación, obtenían sucesos remarcables, dispongo sin vacilar que las divisiones que traía conmigo ejecutasen sus cargas para completar la derrota de los Salvajes Unitarios, y evitar se rehicieran para intentar nuevos choques.
Así sucedió: los bravos coroneles D. Miguel Gerónimo Galarza, D. Crispin Velásquez, D. José Virasoro, D. Antonio Borda y D. Nicanor Cáceres; el comandante Carvallo, valiente jefe de mi escolta; su segundo el intrépido capitán D. Manuel Navarro; el denodado mayor D. Juan José Paso, y el arrojado comandante D. Fausto Aguilar, dirigen acertados ataques con sus respectivos cuerpos, siendo apoyados por la división Victoria armada también de fusil y bayoneta que se batió pie a tierra. Con esta operación conseguí derrotar la caballería que se me oponía, que con 2 piezas de artillería hacían terrible fuego a bala rasa y metralla, cuando no podía acelerar mis cargas por lo pesado del bañado. Ligada así la batalla y la victoria que obteníamos en todos los puntos que el Ejército de Operaciones alcanzaba con embravecimiento sobre la artillería, infantería y caballería de los Salvajes Unitarios, verificándose propiamente dicho un asalto que inmortaliza y hará pasar a la posteridad el victorioso ejército de mi mando, que en una hora había debelado a su enemigo tras sus líneas bien fortificadas, haciendo rendir sus armas a toda la infantería con sus dos bandas de música y tambores, tomadas 12 piezas de artillería, lanceada y puesta en derrota la caballería, de la que hay en el campo más de seiscientos muertos entre jefes, oficiales y tropa, quedando en nuestro poder un inmenso parque, dos banderas y nueve estandartes, como setenta prisioneros jefes y oficiales, cerca de 1.300 de tropa, carruajes de los salvajes unitarios Madariaga, en que se encontró su correspondencia, y un número considerable de caballada.
Las cuatro de la tarde eran cuando regresé al campo de batalla, después de haber hecho en persona una tenaz persecución de más de tres leguas (por un fuerte bañado de dificilísimo tránsito) a los Salvajes Unitarios que despavoridos iban a ocultarse entre los cercanos montes. Los cabecillas Madariaga, que fueron los primeros en huir, asustados de sus criminosos hechos, no pudieron ser alcanzados por nuestros valientes escuadrones que en su busca cruzaban casi a nado los esteros. Antes de hacer mi contramarcha destiné a los coroneles D. Crispin Velásquez, D. José Virasoro y D. Nicanor Cáceres a la continuación de aquélla, los que aún no han vuelto; y a mi arribo al glorioso campo de batalla me recibió el esclarecido general Garzón presentándome nuestros valiosos trofeos.
Ahora paso, Excelentísimo Señor a cumplir con el deber que me impone mi calidad de General en Jefe del Ejército de Operaciones, al cual he conducido en cuarenta días de tan heroica campaña a la extremidad de la infortunada Corrientes, para manifestar a V.E. que el hábil, el esforzado general Garzón ha concurrido a la consecución del triunfo en una parte muy principal, poniendo en ejercicio la misma infatigable actividad y acreditada pericia con que supo libertar a la provincia de Entre Ríos, con sólo un puñado de valientes dirigidos por aquellas aptitudes, ser presa del poder comparativamente colosal con que a fines de 1843 la invadieron los Salvajes Unitarios Madariaga. Tanto en los preparativos que improvisadamente he puesto a su inmediata dirección para emprender la campaña, como en todas las operaciones que en ella se efectuaron, y muy esencialmente en la ejecución de la importantísima parte del ataque de que en la batalla le he encomendado, ha justificado que no es vano que la opinión general en ambas Repúblicas del Plata lo designa como un experto y denodado General; y le es tanto más apreciable, cuanto que tengo incontestables pruebas para asegurar que además es un virtuoso patriota, decididamente adicto a la causa eminentemente americana que con tanta gloria sostienen la Confederación Argentina y la República Oriental. Digno es por lo mismo de la estimación general y de la especial de V.E. a cuya alta consideración lo recomiendo.
Interminable sería esta nota si entrase a individualizar igualmente el relevante mérito que el día de la batalla contrajeron todas las clases de este ejército, por la bravura y disciplina con que se comportaron; y me reduciré por lo tanto a exponer en resumen que todos a porfía rivalizaron, excediéndose en el honroso empeño de llenar mis disposiciones, cumpliendo eficazmente sus respectivos deberes como dignos hijos de la Patria, manifestando también resignación para sufrir privaciones y constancia para acabar empresa tan ardua, sin haber tenido que castigar ningún crimen desde el día que hice mi primer movimiento de la benemérita Entre Ríos.
Mis ayudantes de campo se desempeñaron en la comunicación de mis órdenes con rapidez y valor; entre ellos se hallaba el Comandante D. Antonio Silva. Los del ilustre general Garzón tuvieron igual honrosa comportación en el calor de la batalla. El comandante del Parque, sargento mayor D. Gil Diana, y todos sus empleados se han conducido con la mayor actividad en la distribución de armas y municiones desde la víspera de la batalla, así como en los arreglos de todos los elementos de guerra tomados al enemigo. El Dr. D. Angel Donado, primer facultativo del ejército, ha desplegado todo su celo y conocimiento para atender con esmerada asistencia a nuestros heridos, en cuya tarea los empleados de esta repartición lo han ayudado eficazmente.
Los documentos que tengo el honor de incluir a esta nota son para que más cumplidamente se instruya V.E. de las ocurrencias habidas en la jornada de ayer, así como de la formidable posición de los Salvajes Unitarios.
Para vencerlos en ella tenemos que lamentar la irreparable pérdida de algunos fieles y valientes Federales. Entre los heridos hallará V.E. el nombre del benemérito comandante D. José María Francia, que lo está gravemente de metralla, y cuyo estado lastimoso es penoso para el General Jefe, de quien Francia ha sido inseparable compañero en todas sus campañas.
El documento Número 1.- Expresa el número de los individuos muertos y heridos del Ejército de Operaciones.
Número 2.- Plano del campo atrincherado de los Salvajes Unitarios, y ataque del ejército vencedor.
Número 3.- Relación de la artillería apresada en las trincheras.
Número 4.- Lista nominal de los titulados jefes y oficiales, Salvajes Unitarios, hechos prisioneros, y total numérico de los de igual clase de tropa.
Número 5.- Relación de las municiones de guerra y demás objetos tomados en el campo de batalla.
La victoria más espléndida, Excelentísimo Señor, ha coronado los patrióticos esfuerzos del fiel, moral y valiente ejército de mi mando. La batalla de Vences que recupera la oprimida Corrientes, que la reincorpora a la Confederación Argentina, que fija sus futuros destinos, que no volverá a ser más la presa del funesto bando Salvaje Unitario, que consolida la paz en toda la República, afianzando su régimen federativo, que ha destruido de un solo golpe el apoyo y la oculta política que aún conduce obstinada a la intervención extranjera, es un acontecimiento de inmenso alcance, que contribuirá eficazmente para que V.E. concluya esa grande obra que los argentinos hemos confiado a su alta capacidad y esclarecidas virtudes, para defender con gloria el honor nacional, y la independencia de la Confederación argentina; y por lo mismo dirijo a V.E. a mi nombre, y al de todo el ejército vencedor, las más cordiales entusiastas felicitaciones, que se dignará aceptar con la consideración y alta estima que le tributo.
Dios guarde a V.E. muchos años.
Justo J. de Urquiza.
Fuente
Benencia, Julio Arturo – Parte de batalla de las guerras civiles – Tomo III (1840-1852) – Buenos Aires (1977).
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
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