Hacia 1843, mientras Juan Manuel de Rosas defiende la soberanía y la dignidad de la patria, otros malos argentinos la traicionan.
En Chile está ocurriendo, desde el año anterior, algo absolutamente incomprensible: Domingo Faustino Sarmiento realiza, en el diario El Progreso, una campaña tenaz, entusiasta, proselitista, para que Chile ocupe el estrecho de Magallanes. El gobierno de Santiago se convence ante los argumentos de ese “argentino”, y el 21 de setiembre se apodera para siempre del estrecho. Esta campaña periodística, que consistió en ocho extensos artículos, no se explica ni por móviles utilitarios, que no los hubo. Chile no le ha pedido a Sarmiento que así traicione a su patria, que trabaje con fervor para que ella pierda esos territorios. Hay una sola explicación: Sarmiento ha renegado de su patria y es chileno. Carece de importancia que tenga o no la ciudadanía chilena. Lo indudable es que él se siente chileno, que habla como chileno y que quiere a Chile más que a la Argentina. Mes y medio después de terminada esta campaña, en El Heraldo Argentino que ha fundado, hablará de su “nacionalidad perdida ya” y se considerará como “ex argentino”….
Florencio Varela
Otro traidor es Florencio Varela. Proyecta desmembrar al país, constituyendo una nueva nación con Entre Ríos y Corrientes; y ha escrito una Memoria sobre el asunto. Ahora trabaja con mayor ahínco que nunca. Tiene aliados: los ministros del gobierno uruguayo, que, en realidad, le obedecen; el almirante Purvis, convertido en potencia durante los primeros meses de este año de 1843; y el nuevo plenipotenciario del Brasil, el comendador Juan Luis Vieira Cansanção de Sinimbú. Lo han designado para ir en misión a Francia e Inglaterra, a pedir la intervención de estas potencias contra Rosas. Poco antes de partir, lo que hará en agosto, insiste ante Paz, que dirige la defensa de Montevideo, a favor de su proyecto; y Paz se niega a complicarse en semejante traición. Son canallescas las instrucciones que se le dan a Varela. A pesar de que en Montevideo empiezan a comerse los caballos, los gatos y los perros y de que muchos franceses han emigrado a Buenos Aires, Varela, a fin de obtener la intervención armada de Inglaterra y de Francia, deberá demostrar allí la prosperidad del Estado Oriental y “el atraso y ruina de Buenos Aires”. Y deberá tentar la codicia de ingleses y franceses explicándoles la riqueza y feracidad de las regiones del Plata. No tiene perdón Florencio Varela. Ni siquiera puede defenderse con el “criterio de la época”: en esa época hombres como Chilavert y Paz se indignan patrióticamente contra su proyecto.
Y mientras Rosas, diplomáticamente, trata de que el Paraguay se reincorpore a la Confederación, El Nacional, escrito por argentinos, propone al Brasil que se encargue del protectorado del Paraguay y que “no desprecie el de Corrientes”.
Duarte da Ponte Riveiro
El bloqueo, apenas reanudado, es desconocido por el ministro Sinimbú. Arana, en términos violentísimos –acaso la redacción sea de Rosas-, dirige una nota al ministro del Brasil en Buenos Aires, Duarte da Ponte Riveiro. Habla de “insólita estupidez”, de “insensatez”, de “ridícula oficiosidad”. Duarte contesta protestando, con razón, por los términos de aquella nota, y con palabras nada agresivas. Arana, sin embargo, lo invita a que las retire y le comunica haber instruido de todo al gobierno del Brasil. Duarte, que no puede retirarlas por haber mandado ya copia al Brasil, pide sus pasaportes. Pero pronto llega de Río de Janeiro el vapor que trae la noticia de que el gobierno de Su Majestad Imperial ha ordenado a Sinimbú aceptar el bloqueo. Duarte se queja por ciertos artículos de La Gaceta. Arana contesta que La Gaceta no es oficial. Todo va a arreglarse, pero Duarte se arrepiente y pide otra vez sus pasaportes.
En octubre, Rosas manda a la Sala los documentos. Lo muestra a Sinimbú uniendo al Brasil a “la causa de la rebelión y vandalaje que encabeza Rivera, enemigo manifiesto de la tranquilidad del Imperio”. La nota de Duarte Riveiro, “insultante, descortés e irrespetuosa”, es el primer paso oficial de cuanto ha hecho privadamente para estimular a Sinimbú. ¿Y por qué, habiéndosele comunicado el bloqueo el 19 de marzo, sólo ahora advierte sus inconvenientes?. El 6 de setiembre se le ha enterado de su reanudación, y nada objetó. Su actitud está en desacuerdo con sus manifestaciones de desagrado por la conducta de Sinimbú y con sus esperanzas de que el gabinete de Río de Janeiro no lo aprobaría. Y mientras su colega en Montevideo, desautorizado por el gobierno brasileño, se marcha a Río, pretextando razones de salud, Duarte se va a Montevideo, pero vuelve. En la Sala el diputado Lorenzo Torres dice que si el vapor tarda dos días más en llegar, “era tal la justa indignación popular contra los ministros brasileños, que el señor Duarte se hubiera encontrado con su casa tapiada con cadáveres de sus conciudadanos”. La Sala aprueba a Rosas, y esto es considerado por El Nacional como una “difamación oficial contra el Imperio”.
En Montevideo todo va mal ahora para los enemigos de Rosas. El cónsul francés Pichon, en nombre del Rey, prohibe a sus connacionales actuar como Legión Francesa. Se organizan, entonces, como Legión de Voluntarios. Al ministro y al cónsul franceses, que se oponen, como es lógico, a que sus compatriotas se metan en una guerra que les es extraña y cuyas consecuencias pueden resultarles funestas, llámales El Nacional “perseguidores infames”. En una semana cuatrocientos franceses emigran a Buenos Aires; y desertan en pocos días varios coroneles y cincuenta y un jefes y oficiales, entre ellos dos hijos de Bernardino Rivadavia.
De Europa, también malas noticias para los enemigos de Rosas. A un memorial de lord Sandon pidiendo la intervención armada, el Ministerio inglés ha contestado que ese gobierno, como el de Francia, ansía la paz, pero que no intervendrá con las armas. Igualmente opina el gabinete de París, según resulta de la sesión en la Cámara de los Pares, de febrero del 43.
Edicto de Andrés Lamas
La desesperación del gobierno oriental debe ser muy grande. Sólo así se explica su ferocidad durante ese tiempo. Ni el gobierno de Rosas, ni creo que gobierno alguno en el mundo por esos años, dictó un decreto tan sanguinario como el edicto del 10 de octubre en que el Jefe de Policía, Andrés Lamas, reproduce las disposiciones sobre el delito de traición. Pena de muerte al que ponga al servicio del enemigo su persona o sus bienes; al que dé avisos o consejos; al que aconseje no obedecer al Gobierno “o no le obedezca tan bien como solía”; al que ayude a los tránsfugas o a sus instigadores o consejeros, aunque sea con simples consejos; al que intente “retraer al extranjero de que realice tratos ventajosos a la patria”; al que mantenga correspondencia con el enemigo o trasmita noticias. Deberán morir todos los derrotistas: los que intenten inspirar al soldado odio al servicio, le exageren la fatiga, le infundan menosprecio hacia sus jefes o le persuadan de que su causa va en camino del infortunio; los que derramen noticias favorables al enemigo; los que promuevan rivalidades y sospechas; los que ataquen “la legitimidad de los poderes nacionales y les atribuyan defectos que hagan caer en menos valer su dignidad y fuerza moral”; los que alaben el poder del enemigo y “defiendan sus crímenes”; y para abreviar, pues la enumeración de estos delitos aún no termina, los que no informen a la autoridad de cualquier caso de traición de que tengan noticia. Rosas a nadie condenó a morir que no estuviese en alguno de los casos graves allí mencionados: entendimiento con el enemigo, espionaje, insurrección. Los unitarios y sus descendientes espirituales llaman “monstruo” a Rosas porque fusila a Ramón Maza, que intenta echarlo abajo y quitarle la vida, y “benévolo” al gobierno oriental que condena a muerte al que le atribuya algún defecto….
Y este decreto feroz esta confirmado por otros posteriores, como el del 13 de octubre, que condena a muerte a todos los jefes y oficiales del ejército sitiador, y el del 27 de octubre, que considera alta traición cualquier comunicación con el campo enemigo, sea cual fuere el sexo de la persona, aunque se trate de algo inocente, “sin admitirse atenuantes de ninguna especie”. Y está confirmado igualmente, por cartas de diversos personajes orientales. Pacheco y Obes, el ministro de Guerra, que ha establecido su dictadura personal, le ha escrito a un jefe, poco tiempo atrás: “Mátame todos los blanquillos que puedas”. Y esto mismo le ordenó el ministro en una circular.
No menos bien le va a Rosas en la guerra. Los correntinos son derrotados el 31 de diciembre, y Rivera lo será unas semanas después por Urquiza, el 21 de enero de 1844, en la batalla del Sauce.
José Rivera Indarte
Pero Rosas tiene un enemigo que trabaja activamente y le causa inconmensurable mal en el extranjero. Es José Rivera Indarte, el director de El Nacional. Había sido federal, miembro de la Sociedad Popular Restauradora y a su pluma pertenecía el “Himno a Rosas” (“¡Oh, Gran Rosas, tu pueblo quisiera / mil laureles poner a tus pies…!”). Según los unitarios, cruzó el río, como tantos otros, asqueado por las tropelías del rosismo. Según los federales, debió escapar de Buenos Aires procesado por estafa y falsificación de documentos (existen pruebas de ello) y no perdonaba que Rosas no hubiese hecho nada por salvarlo.
Dice Pedro de Angelis sobre José Rivera Indarte:
“Con los años se multiplicaron sus vicios, y creció su atrevimiento. Ya no se limitó a registrar bolsillos, sino que extendió la mano a todo cuanto se le paraba por delante. En una sastrería francesa robó un corte de chaleco; en una joyería, una sortija; en la Biblioteca Pública varias obras, y en la Universidad, lo que podía sustraer a sus compañeros… Tan insignificante era la persona de Rivera Indarte, que no es extraño si al volver de su expatriación lograse hacer de vista sus extravíos. Proscripto de la Universidad, echado de la Biblioteca y del Colegio, y despreciado por sus antiguos condiscípulos… Lo que ahora dice contra los Federales, lo escribía entonces contra los salvajes Unitarios”.
Talento periodístico y falta de escrúpulos para calumniar. Ha publicado las Efemérides y biografías de personajes de los dos bandos, y el 19 de agosto comienza sus famosas Tablas de Sangre, inventario de las atrocidades atribuibles al rosismo. Considera víctimas de Rosas a todos los que han muerto en las guerras iniciadas por los unitarios; a los que Rosas ha fusilado por rebelión durante la guerra, por traición o por espionaje; a las víctimas de crímenes comunes; a muchos asesinados por las gentes de Lavalle en su invasión a Buenos Aires, y a otros que están vivos. Juntó 480 muertes y le atribuyó también a Rosas los crímenes de Quiroga y su comitiva, Heredia y Villafañe, Enunció nombres repetidos y otros individualizados por las iniciales N.N. Los métodos variaban: fusilamientos, degüellos, envenenamientos (uno con masitas en una confitería), etc.
Tablas de Sangre
En el Atlas de Londres del 1º de marzo de 1845, en artículo reproducido por Emile Girardin en La Presse de París, se afirma que la casa Lafone, concesionaria de la aduana de Montevideo, habría pagado la macabra nómina a un penique el cadáver. Por lo tanto los 480 cadáveres habrían reportado dos suculentas libras esterlinas para Rivera Indarte (antes de 1971 un penique era la 1/240 parte de una libra esterlina). A valores actuales serían U$S 17,50 por muerto. De esta manera las primeras “Tablas de Sangre” le dejaron U$S 8.400 a valores actuales. Pero la lista no terminaba allí ya que las “Tablas” agregaban 22.560 caídos y posibles caídos en todas las batallas y combates habidos en la Argentina desde 1829 en adelante. Con el agregado posterior de estos últimos muertos la suma percibida por Rivera Indarte se incrementó en U$S 394.800 más.
Los procedimientos para matar eran escalofriantes: “las cabezas de las víctimas son puestas en el mercado público adornadas con cintas celestes”, los degüellos se hacían “con sierras de carpintero desafiladas”. No paró ahí el taimado periodista: sus relatos sobre los incestos de Rosas con su hija Manuelita, y las macabras ceremonias a las que se habría entregado ante los catafalcos de sus padres completaban la imagen del monstruo que Europa nos venia a extirpar. Las Tablas de Sangre fueron publicadas en folletín por el Times de Londres para estremecer de horror a los flemáticos victorianos, y por Le Constitutionelle de París para quitar el aliento a los buenos burgueses de Luis Felipe. Roberto Peel, que aprobó el gasto de la Casa Lafone, lloró al leerlas en la tribuna de los Comunes pidiendo se aprobase la intervención, y Thiers (a quien el destino llamaría a cometer horrores más grandes en 1871) se estremecía por “el salvajismo de esos descendientes de españoles” al citar Las Tablas acoplando a Francia a la intervención británica.
Según José María Rosa, la casa Lafone & Co. (Samuel Lafone), que habría pagado las “Tablas de Sangre”, era materialmente dueña de Montevideo: en 1843 había comprado las rentas de la Aduana hasta 1848, lo que le significaría una gran ganancia si el puerto de Buenos Aires fuese bloqueado por potencias extranjeras decididas a imponer “orden y civilización”. Cabe señalar que Lafone & Co. Era propietaria de Punta del Este, también de la isla Gorriti, y se le había concedido en exclusividad la caza de lobos marinos en la isla de Lobos por trece años.
Rivera Indarte, que años atrás robara la corona de la Virgen de las Mercedes; que fuera expulsado de la Universidad por ladrón de libros; hombre de costumbres sospechosas e hipócrita redomado; ensalzador de Rosas y ahora su injuriador, carece en absoluto de autoridad. Pero el odio a Rosas se la presta y sus calumnias corren como verdades. Hasta hoy perdura la influencia de las Tablas de Sangre, pues aún hay quienes, para hacer historia, dan como ciertas las mentiras de tamaña cloaca….
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Gálvez, Manuel – Vida de Don Juan Manuel de Rosas – 4ª edición – Buenos Aires (1954).
O’Donnell, Pacho – El águila guerrera – Ed. Sudamericana – Buenos Aires (1999).
Portal www.revisionistas.com.ar
Rosa, José María – Rosas, nuestro contemporáneo, Editorial La Candelaria. Buenos Aires (1970).
Turone, Gabriel O. – Las Tablas de Sangre (2008).
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