Ha pasado un siglo y medio desde que la primera organización obrera viera la luz en estas pampas; en efecto, en 1867 se crea la Sociedad Tipográfica Bonaerense con los propósitos de “propender al adelanto del arte tipográfico”, auxiliar a los miembros enfermos o imposibilitados de trabajar y obtener que los obreros estén siempre remunerados, de acuerdo con sus aptitudes y conocimientos, de manera que les garantice la existencia. Los objetivos de la sociedad entremezclan planteos netamente mutualistas y asistencialistas con otros corporativos profesionales y finalmente también con propósitos reivindicativos salariales.
Tan sólo un año después, en 1858, grupos de trabajadores inmigrantes, españoles e italianos, se organizan en dos entidades que tomarán gran importancia: La Sociedad Española de Socorros Mutuos y la Unione e Benevolenza. El denominador común de estas tres organizaciones era brindar ayuda de todo tipo para sus integrantes, pero fundamentalmente médico-asistencial, donde también se incluía la gestión de tipo gremial, pero estaban mucho más cercanas al concepto actual de “mutualismo” que de “sindicalismo”, aunque de todas maneras este primer paso fue el germen de la organización del trabajo en la Argentina.
A comienzos de la década del sesenta aparecerán varias asociaciones similares. La que sigue en orden cronológico a la de los tipógrafos es una que agremia a los zapateros y que lleva el nombre de su santo protector: San Crispín. Después aparecen dos mutuales más, una agrupa a jornaleros del campo y otra a artesanos urbanos. Hacia 1870 existían también sociedades de albañiles, panaderos y trabajadores de la construcción. En 1874 y 1875 hubo sendas tentativas de organizar una asociación de talabarteros. También en 1873, dos sociedades obreras, una de sastres y otra de carpinteros, mantenían contactos con las secciones porteñas de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT).
Es muy probable que éstas no fueran las únicas sociedades mutuales que existían en Buenos Aires en esos años. No debe descartarse que haya habido otras, posiblemente de vida efímera, como las mencionadas, con la excepción de la Tipográfica Bonaerense. Tampoco se puede descartar que en un mismo gremio se hayan sucedido varias tentativas frustradas de formar una organización, como ocurrió con los talabarteros. Las mutuales creadas sobre bases profesionales, corporativas, no eran el único tipo de organización mutualista. Las había de distintas características: “argentinas”, que excluían extranjeros; “mixtas”, integradas por nativos e inmigrantes; fomentadas por patrones, como el caso de una mutual de tipógrafos en Rosario.
Generalmente, a la cabeza de estas iniciativas mutualistas se encontraban miembros encumbrados de las colectividades extranjeras, quienes en muchos casos tenían vinculaciones tanto con la política local como con la de sus países de origen. Esto era particularmente cierto en el caso de los italianos. Cuando se produce el comienzo de la inmigración masiva, ya existía en la Argentina un núcleo importante de italianos: comerciantes, profesionales liberales, artesanos. Estos sectores van a actuar como una suerte de elite política y social ante sus connacionales recién llegados. Se establece así un entramado de relaciones, en el cual conviven la solidaridad, el común sentimiento patrio, las coincidencias políticas y ciertos vínculos clientelares.
Particularmente activos entre los italianos son los republicanos mazzinistas, ligados además, en algunos casos, a la masonería. Mantener la identidad italiana será de su parte un esfuerzo constante, no sólo en el plano de la solidaridad, sino sobre todo en el simbólico. La celebración del “Venti Settembre” adquiría tales dimensiones que podría competir con la de las fiestas cívicas argentinas. La acción de esta elite tenía dos consecuencias importantes, más allá de que fueran o no buscadas ex profeso. Por un lado, la elite italiana se convertía en mediadora en el proceso de integración de los extranjeros a la sociedad receptora. Integración que si bien no trataba de impedir totalmente, al menos intentaba regular.
Por otro lado, la persistencia de una identidad entre connacionales de distintas procedencias sociales retardaba la fusión de los trabajadores de todos los colores en una clase proletaria. En muchas ocasiones, los empleadores extranjeros preferían tomar asalariados de su propio país, de su propia región e incluso de su propio paese o comuna. En ese sentido el surgimiento de las asociaciones mutuales por oficio implicaba un punto inicial de ruptura con ese tipo de filiación. La tensión entre la persistencia de la identidad étnica y la formación de una identidad de clase, bosquejada ya en esta época, se mantendrá durante varias décadas en la Argentina. Por lo tanto y contrariamente a lo que podría suponerse el surgimiento de organizaciones sobre bases corporativas, clasistas, tenía una función integradora, aunque muchas veces sus discursos fueran internacionalistas y antipatrióticos.
A partir de 1878, con la creación del primer sindicato argentino: la Unión Tipográfica (que al año siguiente declara la primera huelga en Argentina contra la reducción de salarios) comienza, de alguna manera, la historia del sindicalismo en nuestro país. En los años venideros se fueron creando, sin solución de continuidad, decenas de organizaciones gremiales de trabajadores hasta abarcar, prácticamente, la totalidad de las actividades productivas del país.
Pero ahora el denominador común es, definitivamente, la lucha por las conquistas gremiales y la defensa de los trabajadores, a tal punto que sólo entre los años 1888 y 1890 se produjeron 36 huelgas como reacción a la desocupación y baja de salarios producto de la crisis económica de entonces.
Apenas entrado el siglo XX las Organizaciones Obreras dan nacimiento a distintas expresiones de superior jerarquía como las federaciones, uniones y confederaciones, donde las ideologías jugaron un papel preponderante en la conformación de las mismas. Es así que, en 1901, sindicatos socialistas y anarquistas crean la Federación Obrera Argentina (FOA). Las diferencias entre anarquistas y socialistas hicieron que estos últimos crearan, en 1903, la Unión General de Trabajadores (UGT) y, en 1904, los anarquistas constituyeran la Federación Obrera Regional Argentina (FORA).
Ya, desde esa época, el tema de la unidad del Movimiento Obrero era parte de una agenda permanente, y en uno de esos congresos de unificación, el de 1909, que es también un fracaso, se disuelve la UGT socialista y se forma la Confederación Obrera Regional Argentina (CORA), que tiene la particularidad de proclamar la desvinculación de los sindicatos, por primera vez, de las expresiones ideológicas y de los partidos políticos. Esta unidad pareció lograrse, en 1914, cuando los sindicatos que integraban la CORA deciden disolverla e incorporarse a la FORA. Pero esa unidad fue tan precaria que, al año siguiente, los sindicatos anarquistas más radicales se vuelven a separar pero adoptan también el nombre de FORA. Desde ese momento la central que reúne a los socialistas, sindicalistas (“puros” o independientes) y anarquistas moderados (y a partir de 1818 también a comunistas), será conocida con el nombre de FORA del IX Congreso, y la central anarquista radicalizada, como FORA del V Congreso. Cuando a mediados de la década de 1930 nace la Confederación General del Trabajo (CGT) pareció que la unidad quedaba sellada, pero diferencias entre dirigentes por la no renovación de autoridades, produjo la escisión de la que se denominó “CGT calle Catamarca”, de la original que pasó a denominarse “CGT calle Independencia”.
Con el golpe militar del 4 de junio de 1943, se produce un intento de reunificación y van dos listas a elecciones, identificadas con los números “1” y “2”. Por el cambio de voto a último momento de uno de los dirigentes, gana la Lista 1 por 23 votos a 22, lo que origina un nuevo enfrentamiento entre ambas facciones internas, dividiéndose ahora la central obrera tomando cada una el nombre de su lista, de tal manera que coexisten la “CGT Nº1” y la “CGT Nº 2”. En ese mismo año, el gobierno revolucionario declara ilegal a la CGT Nº 2, lo que determina que todos los sindicatos integrantes de esa confederación pasan a integrar la CGT Nº 1, produciéndose, entonces de hecho, la unificación del Movimiento Sindical, aunque, verdaderamente, la unidad se dio en forma natural a partir del 17 de octubre de 1945.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Falcón, Ricardo – Los trabajadores y el mundo del trabajo – Ed. Sudamericana, Buenos Aires (1999).
Portal www.revisionistas.com.ar
Revista Sindicato del Seguro de la R. A. – Buenos Aires, Julio de 2015
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