José Antonio Miralla

José Antonio Miralla (1790-1825)

El escritor argentino José Antonio Miralla pertenece a un tipo humano que se dio con bastante frecuencia en aquellos días tumultuosos de las Revoluciones de Independencia.

Nació en Córdoba en 1790. Posteriormente se trasladó a Buenos Aires cursando estudios en el Real Colegio de San Carlos. Su educación fue esmerada: estudio filosofía, derecho civil y público. El 9 de noviembre de 1805, acababa de cumplir quince años, según dice Chorroarín, al comentar la prueba oral de lógica que dio en la nave de San Ignacio, en presencia de sus profesores y condiscípulos. Un año después de las Invasiones Inglesas, ya no figura en los libros de matrícula. De los sesenta y tres compañeros de Miralla, sólo concluyen sus estudios catorce; los demás se dedicaron a la milicia.

Su espíritu aventurero no encuentra vallas en el camino, desde que llega a Buenos Aires el célebre Boqui, mezcla de bandido y de santo, personaje cínico y trágico, que sacó de quicio a las devotas porteñas y puso sobre ascuas a los hombres más caracterizados del virreinato. Era un maravilloso artífice del Renacimiento. Fabricaba alhajas raras y pulía piedras preciosas; era mosaiquista y grabador, mago y herbolario… Había labrado una custodia de gran valor artístico que expuso en el templo de Santo Domingo.

Miralla cantó en unos versos la impresión que el tabernáculo produjo en Buenos Aires. Boqui, con su olfato perdiguero, adivinó en seguida que aquel imberbe podía ser su más admirable aliado. La custodia era simplemente un anzuelo para pescar incautos. Boqui quería descubrir minas de oro y plata. Y después de dejar una impresión desconcertante entre sus admiradores de aquí, se dirigió al Perú, acompañado de Miralla, de su custodia, que curaba los males del alma, y de sus hierbas que mitigaban los males de la carne… Fue aquélla una peregrinación penosa y lenta a través de media América. Boqui llevaba su Cipango ideal en la cabeza y en su codicia.

El 20 de julio de 1810, entraron misteriosamente en Lima. El virrey Abascal, que no se andaba en chiquitas, asustado en cierto modo por aquel demiurgo, dio órdenes rajantes para que se pusieran presos a Boqui y a su lazarillo. El mago poseedor de la custodia salió a los pocos meses de Lima por estampía; no así Miralla, que, gracias a su corta edad, se salvó de las iras del virrey.

Se matriculó entonces en la Universidad de San Marcos, y meses después en la de San Fernando, para estudiar medicina. Boqui le había encariñado con la ciencia hipocrática. La audacia de Miralla, llena de acometividades, lo acercó nada menos que a la privanza de don José Baquijano y Carrillo, conde de Vista Florida y enemigo del virrey Abascal. Con motivo de la traslación de este personaje al supremo consejo de estado, en Madrid, Miralla resumió en un cuaderno la crónica de las fiestas que en honor de tan esclarecido prócer se celebraron en la ciudad de los Reyes en 1812.

Don José Baquijano se marchó a España por vía Panamá, llevando a su protegido Miralla, por quien sentía un extraordinario afecto. El marqués de Vista Florida era un hombre que gustaba de la vida turbulenta. Miralla estaba como en la gloria, tomando parte en aquellos saraos matritenses, públicos o privados, y siendo un personaje de aventuras y de amoríos complicados y peligrosos. Un “amor sin esperanzas”, según escribe a Chorroarín, en una carta en que no se sabe cuando habla en serio o en broma. , lo lleva a La Habana, en 1819. Y allí, por arte de encantamiento, es dueño, a los pocos meses, de grandes cañaverales y de plantaciones de tabaco, que le producían ingentes sumas de dinero.

En 1821, funda en La Habana el “Argos”, para difundir la independencia americana. Desde ese momento, la libertad del Continente le preocupa en una forma avasalladora. Iturbe, acaba de dar en Méjico el grito de libertad. Pasa, meses después, a California y luego a los Estados Unidos para abogar por la emancipación de Cuba. Por esa época lo volvemos a ver pobre, lo que hace suponer que aquellos ingenios de azúcar y aquellas vegas fueron enajenadas para sufragar los gastos de la rebelión mejicana.

Se instala en Bogotá, siempre como propagandista de las nuevas ideas, y para responder a sus necesidades da clases de idiomas. Era un distinguido filólogo: hablaba el español, el francés, el italiano, el inglés y el portugués, y conocía el latín y el griego. También hablaba el quichua y era además un hebraísta completo. En Bogotá contrajo enlace con Elvira Zuleta. A los pocos meses partió en misión política para Méjico. Su joven esposa acababa de dar a luz una niña, y por esta circunstancia se vio precisado a permanecer veinte días en Jalapa. Allí le dio la fiebre amarilla; pero, enfermo y todo, continuó su viaje hasta Puebla de Los Angeles, donde falleció en 1825 en brazos de su compañera, diciendo que su principal e inalterable anhelo había sido sucumbir en Buenos Aires, entre el círculo de los amigos y paisanos y al grato calor de sus hogares. En iguales términos le escribió, en 1822, desde La Habana, varias veces a su antiguo maestro Chorroarín, y muy especialmente en la carta con que enviaba a Buenos Aires, treinta y siete volúmenes de las ediciones infolio de Bodoni, y que apareció íntegra en el “Argos” el 27 de julio de ese año. Miralla no solamente envió los libros para la biblioteca pública, sino que giró una cantidad de dinero para que fuesen encuadernados, “porque en La Habana no había un artesano capaz de ello”. Don Juan María Gutiérrez, al comentar este rasgo, dice que “aquí también existía un encuadernador; pero no faltó un atrevido que envolviese en badana verde aquellos preciosos volúmenes y, sobre todo, que hiciera la herejía de recortarles los márgenes”. El mismo “Argos”, al anunciar la entrega de la donación a la biblioteca, publicó el siguiente suelto: “Don José Miralla, hijo de esta ciudad, que se halla en el día en La Habana, ejerciendo el comercio, es un gran argentino, muy recomendable por sus talentos y por el número considerable de idiomas que posee. Cuantos porteños han visitado aquel puerto, hacen elogios de la cordialidad con que los ha tratado”.

Las obras originales de Miralla se han perdido en su mayor parte y otras andan desperdigadas en las colecciones de los periódicos de La Habana, Méjico y Perú. La hija de este interesantísimo personaje trató de coleccionar todas las obras de su padre, y con ese objeto escribió a Juan María Gutiérrez una carta en la que solicitaba se le buscase un editor o se le proporcionara los suscriptores necesarios a fin de que pudiera costearse la tirada. Ambas gestiones, llevadas a cabo por Gutiérrez, fracasaron.

La popularidad de Miralla, en el norte de la América española, reside, después de sus trabajos políticos en pro de la libertad de Cuba y de Méjico, en las hermosas traducciones de las “Cartas de Jacop Ortis”, de Hugo Fóscolo y la de una elegía de Tomás Gray (1716-1771), versión española de la “Elegy Written in a Country Churchyard”. Miralla cumplió su traducción en 1823, en la ciudad de Filadelfia: tenía sólo veinticuatro años.

La primera versión de Fóscolo se publicó en La Habana en 1822, y fue reimpresa en Buenos Aires en el año 1835, por Patricio Basavilbaso.

Si hay mucha variedad geográfica en la vida de Miralla, verdad es también que su obra literaria no ofrece igual abundancia. Es que –como señalaron sus amigos- le faltó tiempo para manifestarse. O como dijo José M. Samper: “… cuando más esperanza prometía lo sorprendió la muerte en su camino…”. Versos que no sólo constituyen un obligado homenaje póstumo, sino que reflejan una notoria verdad.

Puede cuestionarse la significación concedida a Miralla, tratándose de un prestigio literario apoyado sobre todo en traducciones. Con todo, el mérito de esos intentos, junto a la fecundidad que representaron para las letras hispanoamericanas de la época, le dan un lugar que sería mezquino retacearle. Debemos agregar, en fin, su especial y repartida presencia continental y su identificación con la Revolución, en aquellos dramáticos años.

Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
García Velloso, Enrique – Miralla
Gutiérrez, Juan María – Un forastero en su patria – Revista del Río de la Plata, Nº 34, Buenos Aires (1874)
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Sorrentino, Fernando – Al Parnaso por medio de la traducción (José Antonio Miralla).

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