Se afirma que en 1939, fue don Enrique José Rapela quien introdujo, de forma masiva, el arte de la historieta gauchesca nacional, apostando por un personaje al que llamó Cirilo el Audaz, cuya tira inaugural salió publicada en el diario La Razón en aquel año. Pero aunque esto fuera cierto, no hay que olvidar que otro periódico, Crítica, daba espacio ya en octubre de 1928 a otra historieta –tal vez la primera del género que evoco- que se llamó Curucua-Curiguagüigua, primer denominativo del más afamado Patoruzú, obra genial de Dante Quinterno. (1) De lo expuesto, podemos concluir diciendo que han sido los matutinos los primeros en catapultar la historieta criollista, la cual, con el correr de las décadas, irá perfeccionando su difusión y temática.
La contratapa del diario La Razón, fue el soporte para que el 1º de abril de 1954 haga su aparición el Cabo Savino, de la mano del dibujante Carlos Casalla y los guionistas Chacho Varela, Jorge Morhain y Julio Álvarez Cao. Tras un paso por el diario Democracia, en 1957 la historieta se pone bajo la órbita de Editorial Columba, romance que se extenderá por muchos años, al punto de que entre 1971 y 1973 el sello editorial saca la revista Cabo Savino, a todo color. (2)
Esta historieta sacaba a relucir a un gaucho miliciano de frontera, con pañuelo al cuello, quepis bicolor de visera negra y cuchillo caronero. En un momento de la trama, se presenta como veterano de la Guerra de la Triple Alianza y como integrante del Regimiento de Caballería Nº3, teniendo por jefe al general Conrado Excelso Villegas. Las andanzas lo presionan para que mate a Juan Moreira, pero Savino, como buen gaucho, se niega a hacerlo. Por su actitud, nunca ascenderá de cabo.
También en 1957, Enrique Rapela y Dante Quinterno unirán sus pasiones por el dibujo nativo cuando el segundo, a través de la revista Patoruzito, le permitió a aquél la publicación de otro personaje de su inventiva: El Huinca. Tiempo más tarde (1964), el diario La Prensa daba espacio a otro hijo de Rapela, el personaje Fabián Leyes, que primero saldría en formato de tira y luego, a fines de la década de 1960, ya con su propia revista.
Agrego, por último, que el poeta de Pehuajó, don Osvaldo Guglielmino, hizo el guión de Manquillan, el cóndor perdido, indio que vio la luz en la sección Rural del diario Clarín el 10 de mayo de 1969.
La Cielosur Editora
Ocurre en 1967, que Rapela decide crear una editorial exclusiva para el tratamiento de temas criollos plasmados en el dibujo. Se llamó Cielosur Editora, y fue, quizás, la empresa más ambiciosa en su tipo. A través de Cielosur se notó el crecimiento exponencial del dibujo gauchesco, dándole participación a una gran y excelsa cantidad de dibujantes, creadores, todos ellos, de personajes que aún viven en la memoria popular.
Entre los dibujantes consagrados que contrató Rapela para Cielosur, hallamos a Raúl Roux (3), Marisa, Hugo D’Adderio, Juan Castro, Carlos A. Magallanes y Francisco Solano. Los guiones, por su parte, quedaban en las manos expertas de Almendro, Jorge Morhain, Leonardo Wadel y otros. Todos los nombrados fueron duchos conocedores de lo gauchesco, lo rural y lo histórico, de allí la perfección de los gestos, las vestimentas y los relatos exhibidos en cada edición.
Cielosur era el nombre, por así decirlo, de un conjunto de revistas que salían por separado, cada una de las cuales se llamaban con el nombre de los personajes creados unas décadas atrás. Por ejemplo, la revista El Huinca tenía una tirada mensual y podía incluir 4 historietas, las cuales se alternaban entre gauchos fantásticos con personajes verídicos de la historia argentina.
Para mejor ilustrar lo dicho, la Revista Mensual de Historietas Criollas “El Hunica”, en su número 46 del año 1971, incluía la tira Lanza Seca!, de Raúl Roux, que eran las memorias -llevadas al dibujo- de un veterano llamado Martín Olzinellas que se había enrolado en el Ejército en 1869 y peleado en la Conquista del Desierto de Roca. También en ese ejemplar, se podía ver una tira sobre el caudillo federal Felipe Varela y la heroica batalla de Pozo de Vargas de 1867. Ambas compartían sus páginas con una historieta gauchesca humorística (El vigilante Machete) y con algunas secciones en las que los lectores podían emitir sus opiniones, o bien, aportes historiográficos para ser plasmados en el dibujo en futuras ediciones.
De tanto en tanto, Enrique Rapela, director de Cielosur Editora, se reservaba un espacio de media hoja con mensajes como el que sigue: “NOTICIA IMPORTANTE!… Para todas las Cooperadoras del país, para maestros y alumnos, para peñas nativistas, para todos nuestros lectores la Revista “EL HUINCA” abre sus páginas brindándoles la oportunidad de volcar en ellas todo su fervor de argentino, en la nueva sección “CRONICA DE LA HISTORIA Y LA LEYENDA ARGENTINA”. El ganador de cada mes, recibía un premio monetario y láminas con dibujos originales de Rapela autografiadas por él mismo. Esta práctica incentivaba, entonces, al lector, y tanta convocatoria despertó que en la edición Nº 74 de Fabián Leyes el premio ascendió a 20 mil pesos antiguos.
Es que Cielosur apostó a hacer de la historieta nativista una escuela de aprendizaje y formación –desde una óptica diferente-, y un propalador de sucesos desconocidos de nuestro quehacer. La época en que la editorial salió a la luz sería la del auge del revisionismo histórico, por eso la descripción pictórica y guionada de las tiras incluía a los caudillos federales y a los milicos que, al mejor estilo “Martín Fierro”, eran llevados a la lucha con el indio y a vivir bajo las duras condiciones del fortín.
Al resurgir del revisionismo, hubo tiempo para darle una tapa a todo color a gauchos montoneros como José de los Santos Guayama (Fabián Leyes, Año VI, Nº 70, año 1973), al pie de cuya imagen se preguntaba: “Santos Guallama (sic) ¿Bandido o Guerrillero?”. Lo curioso, es que esta nota era una colaboración de un lector que obtuvo el premio de $ 15.000 (pesos) que otorgaba la dirección de la publicación, aunque el mismo Rapela aclaraba los tantos, al decir que “Este relato (…) fue fruto de de la pluma de un distinguido escritor y articulista que floreció en las últimas décadas del siglo pasado y primeras del presente: Wherfield Ángel Salinas. Refleja una antigua corriente de opinión: la liberal. Y como tal, la reproducimos. Oportunamente veremos la “otra cara” de este personaje, enfocado desde el punto de vista revisionista. El lector extraerá la verdad…”.
En la misma revista, Rapela, en su pedagógico rol, tenía una sección titulada “Conozcamos lo nuestro”, en donde enseñaba, con viñetas y textos explicativos, desde faenas culinarias del campo hasta técnicas de aseo de caballos, por citar algunas prácticas y curiosidades tradicionalistas. Y en la primera página de la revista Fabián Leyes, casi siempre se publicaba una pintura sobre arte antiguo criollo, en la que se daban referencias del autor y el nombre de la obra.
Como curiosidad, en El Huinca asomaba la tira Mapuche que, al decir de Oche Califa, “era tal vez el primer héroe aborigen dibujado”, aunque su tratamiento era más bien despectivo.
Características y publicidades
Los personajes El Huinca y Fabián Leyes, situaban su radio de acción entre el 1860 y los años de la Conquista del Desierto del general Julio A. Roca (1879-1885). Merodean la campaña de la Provincia de Buenos Aires y la zona de fronteras, en donde prestan ayuda al milicaje por su innata condición de baquianos; también hacían diligencias o comisiones de todo tipo. “Eran gauchos errantes en la inmensidad de la pampa”, arriesga Califa, y yo agrego que vestían como típicos gauchos bonaerenses y hablaban en glosa paisana.
Fabián Leyes debía lidiar con jueces de Paz, cuatreros, malones, ánimas, aparecidos y criminales, pero siempre manifestándose al final de cada entrega del lado del bien. Según el argumento de la historieta, nuestro gaucho era resero. Similar sucedía con El Huinca, quien siempre aparecía acompañado de Zenón, su ladero. Todos los personajes creados por Enrique Rapela tuvieron uno; el de Leyes era el moreno Amancio.
Los paisajes frecuentados por El Huinca y Fabián Leyes tenían, por el vasto conocimiento de sus dibujantes, un realismo increíble. Cada detalle de las pulperías, las fondas, los corrales y las casas de adobe se condecían con las que en verdad existían en la campaña.
A medida que fue creciendo la popularidad de la historieta gauchesca en nuestro país, mayor cantidad de auspiciantes se animaban a publicitar en sus páginas. Así, uno de los más recordados fue el anuncio del folklorista Fernando Ochoa, el cual tenía en la calle Catamarca 999 de Buenos Aires su famoso Rancho de Fernando Ochoa, cantina y peña en donde se podían degustar empanadas, locros y tamales, al tiempo que escuchar a consagrados grupos folklóricos del momento. Otros avisos, eran los de cursos por correspondencias, tales como los ofrecidos por la Continental Schools (de dibujo) y por la Escuela Fotográfica Sudamericana, avisos que también se publicaban en las páginas rectangulares de Andanzas de Patoruzú o Locuras de Isidoro. (4) Hasta se podía aprender detectivismo a través de la Primera Escuela Argentina de Detectives, o ser un mecánico automotriz egresado de las Escuelas Técnicas IADE.
Enrique Rapela, que había nacido en Mercedes, Provincia de Buenos Aires, el 19 de abril de 1911, vio el ocaso en febrero de 1978. Tenía 66 años de edad. Este fue un punto de inflexión para la historieta gauchesca local, si bien las publicaciones Fabián Leyes y El Huinca perduraron hasta los años 80.
Novedosa fue la incursión, también infructuosa, de llevar a la pantalla televisiva al Cabo Savino, de Casalla. Casi a mediados de la década de 1980, y gracias a la idea del productor César Caram, se llegó a emitir un solo episodio de una miniserie dedicada al Cabo Savino dentro del programa Historias de la Argentina Secreta, que conducían Roberto Vacca y Otelo Borroni por ATC. Pero esta iniciativa no prosperó.
Hoy sigue existiendo la historieta gauchesca argentina, pero no con la masividad y el empuje de las últimas décadas del siglo XX. Autores como Armando Fernández, Juan Delfiume o José Massaroli continúan despuntando este arte, que si bien parece haber perdido algo de la masividad de antaño, todavía sirve como medio para despertar la curiosidad sobre nuestra historia y nuestros valores.
Nuevas visiones se han volcado, a través de la tinta y el guión, sobre míticos personajes como Juan Moreira, el gaucho Antonio Rivero, Juan Facundo Quiroga o Juan Bautista Bairoletto. Y gestas como la de Malvinas o la de la Vuelta de Obligado, ya han tenido sus propias ediciones. Enhorabuena, si ello sirve para continuar la búsqueda incesante de nuestras esencias y para introducir al público en la investigación historiográfica que permita dilucidar quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos.
Referencias
(1) Al poco tiempo, el 14 de diciembre de 1928, Quinterno aparecería con Patoruzú como tira permanente del diario La Razón.
(2) En las páginas de esta revista convivía otra historieta gauchesca: Martín Toro.
(3) Roux fue conocido por hacer retratos de uniformes militares argentinos usados entre la Época Colonial y la Guerra del Paraguay. Algunos de esos trabajos salieron en la colección Crónica Histórica Argentina de Editorial Codex, en 1968. Rapela también colaboró en esa misma serie haciendo láminas de gauchos.
(4) Si bien no entra en el exiguo catálogo aquí expuesto, Dante Quinterno incluía en sus famosos Libros de Oro Patoruzú una sección denominada “Pampa Bárbara”, la cual estaba llena de dibujos gauchescos realizados por Ferro. Éste hacía personajes más bien irónicos y humorísticos, fuera de la seriedad y el rigor histórico que se le daba a los personajes editados por Cielosur.
Por Gabriel O. Turone
Fuente
Cáceres, Germán. “Un referente de la historieta gauchesca: Enrique José Rapela”, Ediciones de La Duendes, 2011.
Califa, Oche. “Acción y aventuras de la mano de los héroes de papel”, Diario La Nación, 13 de junio de 2009.
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Revista Mensual de Historietas Criollas “El Hunica”, Año IV – Nº 46, Cielosur Editora, 29 de diciembre de 1971.
Revista Mensual “Fabián Leyes”, Año VI – Nº 70, Cielosur Editora, 1973.
Rosales, Luis. “Manquillan, el cóndor perdido”, Blog Pampa, plumín y facón, 2011.
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